«Han escogido ustedes bien»
Conferencia improvisada en el Instituto Internacional Jacques Maritain, Universidad Meléndez y Pelayo, España, 1 de agosto de 1981.
Hace hoy exactamente un mes, el primero de julio de este año, tuve oportunidad de clausurar en Estrasburgo un Seminario Internacional de la Juventud Demócrata Cristiana sobre la problemática del desarrollo y no pude menos que invitar a los asistentes del curso a acompañarme a rendir un homenaje en Kolbsheim, a unos pocos kilómetros de Estrasburgo, ante la tumba de Jacques y de Raiza Maritain.
Recordaba la gran impresión que me había causado esa tumba la primera vez que tuve ocasión de visitarla. Era octubre-noviembre de 1974, cuando tomaba forma definitiva el Instituto Internacional Jacques Maritain, con asistencia de un grupo muy distinguido de personalidades maritenianas, encabezada por el profesor de la Sorbona Olivier Lacombe, y dentro de las cuales se encontraba el que había de ser después Ministro de la España democrática, mi buen amigo Íñigo Cavero Latallaide, aquí presente.
El cementerio de Kolbsheim es un pequeño cementerio, donde todavía inexplicablemente hay una separación religiosa: los católicos están enterrados en una parte y los protestantes en otra. En un sepulcro muy sencillo, con unas plantas que mantienen flores naturales en el curso del año, en una sencilla cruz está el nombre de Raiza Maritain, el año de su nacimiento y el año de su muerte, y después una pequeña inscripción que dice: «et Jacques», con la fecha también del nacimiento y de la muerte.
En esa visita a Kolbsheim, en el modesto Chateau de la familia Grunelius, llena de recuerdos del gran filósofo, pudimos intimar con la vida de este hombre extraordinario, cuya figura representa hoy un blasón para quienes creemos en la democracia, en la libertad, en la dignidad de la persona humana y en el bien común.
Este hombre es, sin duda, como lo ha dicho en sus palabras el Ministro Cavero Latallaide, el filósofo católico posiblemente de mayor significación de nuestro tiempo. Un filósofo a quien convirtió Santo Tomás de Aquino, por conducto de León Bloy; esto significó el redescubrimiento de Santo Tomás y la convicción de que el pensamiento tomista no solo está vigente, sino que abre nuevas y grandes posibilidades para la orientación del mundo de nuestro tiempo. Sé que la filosofía de Maritain abarca muchos campos, y entre ellos no es el de menos el campo de la estética, sobre el cual se han escrito y se escriben importantes trabajos. Esta reunión, este seminario, cuya realización considero un gran acierto, se dedica a Maritain como filósofo político, como filósofo cuya concepción de la vida política encierra verdaderos tesoros para el desarrollo de una acción política fecunda.
Yo quisiera recordar una observación, que aunque muy simple, no deja de tener grandes consecuencias: Maritain no fue un político, no fue un «homo politicus», no se dedicó a la política, como tampoco Enmanuel Maunier. Su actividad política fue reducida; quizás tuvo que proyectarse un poco en los días de la Guerra Mundial, cuando suscribió un gran manifiesto, que los pensadores católicos en exilio desde Estados Unidos dirigieron al mundo, y especialmente a los pueblos de Europa, defendiendo las ideas fundamentales de dignidad humana, de libertad, de justicia y de bien común. Y su actividad dentro del campo del servicio público, creo que estuvo limitada a la ocasión en que después de la guerra, fue designado Embajador de Francia ante la Santa Sede. Un cargo que tenía mucho más de filosófico que de político; mucho más de reconocimiento al pensador, que de encargo al hombre de acción para defender determinados intereses nacionales o determinadas posiciones. Pero fue un pensador político muy claro y muy valiente.
Porque algo que debemos admirar en Maritain es que nunca eludió la expresión afirmativa de lo que consideraba la verdad, sin temer que ello le llevara a enfrentarse a críticas y a ataques de la derecha o de la izquierda. Hubo épocas en que en nombre del pensamiento católico se consideraba a Maritain como un hereje; pero también es cierto que ha habido momentos en los cuales determinados pensadores católicos, que creen que su deber es reconciliar el pensamiento cristiano con el pensamiento marxista, encuentran en Maritain un estorbo, una antigualla, un obstáculo para la afirmación de sus ideas.
Maritain, desde el primer momento y desde los días del Humanismo Integral, hasta la publicación del Campesino de la Garona, fue un hombre fundamentalmente sincero. Expuso, como consideró que era su deber, la verdad en que él creía, la verdad a la cual consagró su vida y sus esfuerzos. Y dentro de esta significación política el pensador que fue, yo encuentro que está vigente en la actualidad y tiene una inmensa trascendencia, su fe en la democracia, su defensa de la democracia, su explicación del concepto de democracia, su afirmación de que las críticas a la democracia no iban propiamente contra el sistema democrático, sino que más bien arrancaban del hecho de que la democracia no se había realizado aún a plenitud.
Y esto tiene una significación especial si colocamos a Maritain en su tiempo, y a la vez lo usamos en el tiempo nuestro, en el tiempo presente. Porque debemos recordar cuál fue el panorama de Europa y del mundo en los años treinta, como consecuencia del fracaso aparente de los sistemas democráticos en atender las necesidades de los pueblos y de la avanzada que parecía incontenible de los grandes totalitarismos de izquierda y de derecha, que parecían dispuestos a definir el mundo, a decidir su supremacía en el mundo. Porque ni siquiera –salvo en aquella ocasión del célebre Pacto Ribentrop/Molotov– parecía que los grandes totalitarismos estaban dispuestos a dividir el mundo en bloques, en zonas de influencia, para actuar cada uno dentro de un ámbito determinado, sino que la confrontación se veía inevitable y la democracia parecía impotente, lánguida, desactualizada, desconceptuada y resignada a que la lucha se librara entre las corrientes totalitarias.
Estoy hablando de los días de nuestra adolescencia: La palabra democracia parecía devaluada, parecía casi una antigualla, una expresión romántica que había tenido su vigencia y que había perdido atracción, no tenía sex-appeal. Arrancó un totalitarismo de izquierda con la Revolución Bolchevique de 1917; se le enfrentó un totalitarismo de derecha con el movimiento fascista de Benito Musolini en 1923. Y a medida que el sistema comunista se fortalecía a través de la férrea dirección de José Stalin, el totalitarismo fascista adquiría prestigio con una reorganización de los servicios públicos en Italia, con una propaganda de la vieja concepción imperial del Senatus Populusque Romanus, con una idea de que mientras Europa era un caos, Italia era un país organizado, que de la debilidad había pasado a la fortaleza y que se preparaba para desarrollar grandes empresas conquistadoras, como las desarrolló en el norte de África y finalmente en Abisinia.
Cuando Alemania, castigada terriblemente por la gran crisis de los años 29 y siguientes, cayó bajo una fórmula totalitaria, la del nacionalsocialismo hitlerista, el eje Roma-Berlín parecía rodeado de todos los atributos, de todas las atracciones, y su influencia se iba extendiendo en Europa, y llegó a ser tal el problema, que la República Francesa, que había consumido ingentes recursos en la construcción de una Línea Maginott (la cual era en sí misma el testimonio de un complejo de derrota porque significaba el deseo de poner una valla a una invasión que consideraban inevitable) sucumbía ante las milicias, ante los batallones armados de las fuerzas nazistas, y se resignaba a establecer un gobierno satélite con connotaciones también totalitarias, en Vichy.
Realmente el panorama era grave, y yo debo decir que los muchachos de mi tiempo nos sentíamos presionados, polarizados por estas dos corrientes totalitarias, y que tenía poca atracción en nuestro ambiente el defender o expresar o mencionar la palabra democracia. Y tengo la impresión de que en la propia España republicana de los días anteriores a la guerra civil, cuando esas divisiones a veces arbitrarias, pero terribles desde el punto de vista de la historia, surgieron entre izquierdas y derechas, las izquierdas, entre las cuales había muchas gamas del pensamiento, desde el pensamiento clásicamente liberal hasta el pensamiento ortodoxo del marxismo; y, por otra parte la derecha, donde había matices respetables del pensamiento cristiano, que buscaban la inspiración en las Encíclicas y en las ideas que el pensamiento cristiano generaba y parecían como acomplejadas por la contradicción, por el contraste entre el totalitarismo de izquierda y el totalitarismo de derecha, hasta el punto de que los propios partidos democráticos eran insensiblemente arrastrados a los procesos, a los mecanismos, a las expresiones de los grupos totalitarios; y aún cuando retrospectivamente analizadas y objetivamente consideradas cada una de las posiciones y de las corrientes, podemos decir que ni eran comunistas los más caracterizados conductores del Frente Popular de la República ni eran fascistas los políticos actuales con mayor prestigio dentro del pensamiento católico: estaban como dominados por las circunstancias y aparecían catalogados dentro de ese gran debate histórico que los totalitarismos estaban realizando.
Y ahí es donde, a mi entender, la figura de Maritain tiene un valor excepcional: porque su posición se afirmó antes de que los Estados Unidos entraran a la guerra y demostraran que una democracia podía producir tantos cañones y tantos aviones y tantos tanques como los podía producir el totalitarismo y podía manejarlos con tanta eficacia como cualquiera de los gobiernos llamados fuertes podía hacerlo, y lograron de esta manera reivindicar el prestigio de la eficiencia de la democracia. Porque una de las críticas que se hacía entonces y que se hace hoy a la democracia es precisamente la de la ineficiencia. Aún antes de que la potencialidad industrial y económica de Estados Unidos se vertiera sobre Europa para decidir la guerra, ya el pensamiento de hombres como Jacques Maritain –creo que fue el más señalado, por la altura del pensamiento, por la profunda fundamentación filosófica que tenía y por la autoridad moral de que gozaba– reivindicaba el sistema democrático como el único compatible con la dignidad del hombre y con el bienestar del pueblo.
Por supuesto, esta concepción mariteniana que a mí me parece fundamental –y recuerdo la impresión que me causó, hasta podría decir contradictoria, cuando tuve la oportunidad de conocerlo en un Seminario de Estudios Sociales, reunido en Estados Unidos en los días de la guerra mundial, y en una de cuyas sesiones la presencia de Maritain causó un profundo impacto entre los asistentes–, esa definición, esa fe de Maritain que fue tan firme en la democracia como fue tan firme en el catolicismo después de su conversión, tuvo una influencia considerable en grupos de pensamiento que surgieron en Francia y en otros países de Europa y que obtuvieron repercusión en países de América Latina, especialmente en los países del Cono Sur: Chile, Uruguay y en cierta medida la Argentina, y que después se fue extendiendo más.
Hoy estamos –y esto parece extraño, pero no lo es–, en momentos en que pareciera amenazar el horizonte político de los países llamaos occidentales esa nueva duda acerca de la importancia, la vigencia y la fuerza de la democracia. Cuando el año pasado fui invitado a hablar en el Club Siglo XXI en Madrid y escogí como tema la defensa de la democracia, me sentí obligado a explicar que era un tema de suyo gastado, pasado, porque todos debíamos estar de acuerdo no solo que la democracia es teóricamente el mejor sistema de gobierno sino que en la práctica es el único compatible con las aspiraciones de los pueblos, con las necesidades del desarrollo, con las imposiciones de los tiempos.
Pero que, el hecho de que lo escogiera, reflejaba la angustia que en nuestros países sentíamos por la propaganda diaria que se realiza, no ya contra un gobierno u otro, no ya contra una corriente política cualquiera, sino contra el sistema democrático mismo. Una campaña que puede ser –y estoy seguro de que en muchos casos lo es de buena fe–, y que expresa una angustia, un descontento, una insatisfacción, porque la democracia no realiza todo aquello que se espera de ella, pero que también puede envolver ambiciones, rencores, resentimientos y puede servir de instrumento para una especie de desmantelamiento, de ablandamiento de las defensas, como en los días de la guerra lo realizaban los aviones, cuando descargaban una gran cantidad de explosivos para quebrantar las defensas, a fin de que después vinieran los cuerpos de infantería a la labor efectiva de imponer un determinado dominio.
Esto yo creo que explica el interés que en la figura de Maritain se despierta desde luego en los círculos cristianos, pero también en todos los círculos democráticos, sin denominación, sin inspiración de base religiosa, en el momento actual en nuestros países. Maritain representa para nosotros, dentro del campo de la filosofía política, una comprensión clara, una definición precisa del fenómeno democrático y una defensa implícita de la dignidad del ser humano, de la dignidad del ciudadano, para que el sistema democrático exista y sea vigoroso y activo.
Debemos reconocer que a veces nuestras democracias confunden los límites de la libertad y que los pueblos quieren una autoridad vigorosa. En 1979 tuvimos en Caracas una reunión de ex Presidentes de América Latina, convocada por el Instituto de Estudios Latinoamericanos, para hablar sobre la democracia. De esos Presidentes éramos pocos los que habíamos completado nuestro período constitucional: la mayoría no habían llegado al fin de su período porque habían ocurrido hechos de fuerza. Teníamos ideologías políticas diversas. Sin embargo, todos estuvimos de acuerdo en que los pueblos quieren que la autoridad se ejerza y reclaman que el Estado garantice los derechos y no vacile ante el grito demagógico que surge constantemente de los sectores afectados, o de los intereses políticos contrapuestos, cada vez que se toman medidas tendientes a proteger a la comunidad. Pero, al mismo tiempo se experimenta la necesidad de demostrar que democracia no es demagogia, que gobierno no es burocracia hipertrofiada e ineficaz, y que las necesidades elementales del ser humano tienen que ser satisfechas en la medida fundamental necesaria, con las imperfecciones inevitables, para que el sistema democrático subsista.
Hablábamos alguna vez de que los pueblos aceptan más fácilmente las tiranías que la anarquía. Yo no soy capaz de hacerle al pueblo la ofensa de creer que él es el factor, el garante, el promotor de los gobiernos de fuerza que nos han oprimido a lo largo de muchos episodios y de muchos tiempos de nuestra historia, en España y en América Latina. Pero es evidente que los regímenes de fuerza no podrían sostenerse sin cierta respuesta, sin una cierta conformidad, aún cuando sea pasiva y silenciosa, por parte de la comunidad; y que muchas veces, ese fenómeno deriva de esto de lo que antes hablábamos: de no realizar a plenitud la democracia, como gerente del bien común, como garante de los derechos fundamentales de la persona humana.
En el pensamiento de Maritain encontramos, por ello, una actualidad extraordinaria. Y yo quisiera hacer aquí una observación: se ha hablado de la vigencia y extensión de los estudios sobre Maritain en Europa y América Latina. De Europa, quizás, Italia es el país, y España también, que se preocupan por darle mayor atención a los estudios y a la difusión del pensamiento mariteniano. Francia viene a confirmar la regla que el Maestro estableció en el Evangelio, de que «nemo in patria sua vocabitur propheta»: todavía Maritain no es en Francia lo que tendría que ser, y los propios franceses se quejan de esta circunstancia.
Le he oído a Olivier Lacombe el dolor profundo de ver que todavía, en una gran medida, Maritain en Francia es extranjero. Pero los italianos lo tomaron con calor y han sido ellos en gran parte los promotores y los realizadores del Instituto Internacional Jacques Maritain. Aún teniendo que afrontar algunas posiciones muy respetables pero sin duda equivocadas de gente tan digna de afecto como el Hermano Heinz Schmidt, como la señora Grunellius, que con Olivier Lacombe forman el trío de los albaceas de Maritain para la publicación de sus obras, quienes no quisieran ver a Maritain demasiado envuelto en la política, muchos pensamos que sería contradecir el deseo y las aspiraciones de Maritain el negarle la proyección fundamental que su pensamiento y su figura tienen en el mundo político.
Pero, quería observar que el pensamiento mariteniano se está extendiendo de una manera impresionante en los Estados Unidos y en el Canadá. Yo tuve oportunidad de asistir en mayo de 1978 a un Congreso sobre los derechos humanos, iluminado por el pensamiento mariteniano, promovido por el Instituto Internacional Jacques Maritain, seccional de los Estados Unidos, al que ocurrió un alto y calificado número de profesores universitarios. Por supuesto, muchos de ellos de Universidades católicas, muy compenetrados con el pensamiento de Maritain y muy interesados en su difusión. Y después, tengo el testimonio de Roberto Papini, nuestro Secretario General del Instituto, de que la extensión, la propagación del pensamiento de Maritain en aquellos dos países del norte del hemisferio americano es algo muy impresionante y, en gran parte también, muy reconfortante. ¿A qué se deberá esto? Yo pienso que, en gran parte, a que dentro de los Estados Unidos y también del Canadá existe una insatisfacción muy grande por la democracia formal, que funciona a la perfección, con mucha regularidad y con mucha eficacia, pero que no representa a plenitud lo que la democracia debe ser y lo que ella es, y lo que está reflejado precisamente en el pensamiento de Maritain.
Por supuesto, que como Maritain no fue un político –ya lo hemos dicho antes– hay aspectos, incluso de su terminología, que a lo mejor desde el punto de vista de la lucha política no llegan a cumplir el papel que él esperaba que cumplieran. Me refiero, por ejemplo, a la expresión tan característica y a la cual él se refiere por cierto en el Campesino de la Garona, del «personalismo comunitario». Para las minorías enteradas de las cuestiones filosóficas y de la teoría política, los conceptos están muy claros; frente a las grandes mayorías es fácil tergiversarlos.
En la lengua castellana «personalismo» ha sido entendido muchas veces como sinónimo de egoísmo, de individualismo, de deseo de afirmar lo propio de cada uno en relación a los derechos de la comunidad. Y en Venezuela tenemos experiencia increíble de que la literatura adversa a nuestro grupo ha convencido a mucha gente de que la palabra «comunitarismo» envuelve una variedad de comunismo. Esto parece absurdo, pero llega un momento en que las necesidades de la lucha política imponen el no uso del vocablo y postergar una explicación, difícil de entender para muchos, porque, desde luego, no está hecha la campaña política exclusivamente para universitarios sino que los universitarios son una minoría de la vida social, y al pueblo es fácil confundirlo con ciertas similitudes fonéticas. Esto es indudable. Pero la idea de la dignidad de la persona humana, la concepción de los derechos humanos está profundamente vinculada al pensamiento de Jacques Maritain y es indudable que en las disposiciones constitucionales de muchos países se nota la huella de este pensamiento, aún cuando no sea exclusividad de Maritain y exclusividad del pensamiento cristiano.
Pero hay una colección de ensayos que ha publicado el Instituto Jacques Maritain sobre las disposiciones constitucionales en diversos países y de esas disposiciones constitucionales resulta realmente una gran afinidad con este tema básico de la dignidad de la persona humana. Y luego la idea de comunidad, que ya habíamos señalado que en el pensador y sociólogo alemán Ferdinand Tönnies: hay una diferencia sugestiva entre las ideas de comunidad y de sociedad. Es que la sociedad aparece como algo más formal, más dirigido a la extensión de determinados fines e intereses, mientras que la comunidad aparece como algo más natural, más espontáneo, más derivado del instinto de sociabilidad de los hombres. Y en este sentido, el empleo de la palabra comunidad se ha hecho mucho más asequible, mucho más extendido que el de la palabra comunitarismo, que lo seguimos empleando, desde luego con profundo respeto por su iniciador en los círculos de pensamiento y en las discusiones al respecto, pero que no podemos utilizar a veces en el debate político amplio hasta que no podamos llegar a crear suficientemente las bases para una correcta interpretación.
Hay, desde luego, también en Maritain, un elemento muy importante y muy actual, que es el concepto de «pueblo». Solo que a veces encontramos que muchos pensadores o políticos activos antidemocráticos se basan en esta concepción de que la democracia es el gobierno del pueblo, pero que el pueblo es algo distinto de la masa: es una comunidad consciente que tiene sus aspiraciones, sus ideas y su voluntad forjada de acuerdo con determinados ideales. Y la utilizan como un argumento en contra de la democracia, porque con frecuencia le dicen a uno: yo soy demócrata pero cuando el pueblo sepa lo que debe hacer, cuando el pueblo esté instruido, cuando el pueblo tenga suficiente capacidad. Ese es un argumento peligroso, que lo hemos escuchado muchas veces y lo hemos respondido con esta idea: ¿cómo puede aprender a caminar un niño si no es caminando? Si dijéramos que no debe caminar hasta el momento en que tenga todo el desarrollo necesario para no caerse, seguramente nunca caminará. Todas esas cosas, pues, y muchas otras que se me ocurrirían –ya estoy abusando del tiempo de ustedes– podrían invocarse al respecto.
Y ello me hace recordar una anécdota muy sugestiva de un gran escritor, orador, historiador y pensador político peruano que fue Víctor Andrés Belaúnde, tío del actual Presidente del Perú, Fernando Belaúnde Terry. El decía: lo que pasa es por la «maldición implícita». ¿Cómo es eso de la maldición implícita? Explicaba… pues bien, cuando el hombre pecó en el Paraíso y Dios le impuso su castigo, pronunció tres maldiciones explícitas, pero de ellas le dio redención. Le dijo, «comerás el pan con el sudor de tu rostro», pero le dio, a través del trabajo, la oportunidad de superación espiritual y material. Le dijo, «morirás», pero la muerte es el comienzo de una nueva vida. Y a la mujer le dijo, «parirás tus hijos con dolor», pero le dio la redención a través de la maternidad divina de María. Pero hubo una maldición implícita, que no está en el Libro y de ella el Creador no nos dio redención. Le dijo a Adán, «hombre, no has querido que yo te gobierne, de ahora en adelante te vas a gobernar tú mismo».
Esa estupenda anécdota de Víctor Andrés Belaúnde nos sirve para recordar que quienes gobernamos somos hombres y que nunca lo haremos a la perfección. Pero es preferible que lo hagamos a través del consenso y la voluntad de los propios gobernados y no porque nos sintamos inspirados o dotados de un poder sobrenatural, con el que pretendamos imponer nuestra voluntad por encima de los intereses de los pueblos.
Maritain, desde luego, habría querido una democracia perfecta, y en su pensamiento estableció las bases para que existiera; sin embargo, él mismo reconoció que no era él el llamado a realizarla; de ahí su alejamiento de la acción política. Sin embargo debemos destacar en él –y ya para concluir– un hecho muy importante: la conformidad del pensamiento y la conducta. Maritain no fue simplemente un creador de ideas para desentenderse de su prójimo, vivió un vida pulcra, limpia, humilde. Desempeñó la Embajada de la República Francesa ante la Santa Sede y la dejó por propia voluntad. Podía haber vivido en Estados Unidos con la más congrua retribución, con las mayores comodidades, y decidió volver a Francia para entregarse a estudiar y a escribir. Lo sorprendió la muerte de su amada esposa y compañera de meditaciones, Raiza, cuando había regresado justamente para entregar sus años finales a esta labor de contenido apostólico. Por eso, en medio de su desconcierto, la familia Grunelius, a la que él había convertido y de cuyo hijo era padrino, le ofreció el cementerio familiar de la pequeña población alsaciana de Kolbsheim, para que depositara el cuerpo de su amada esposa, ya que él acostumbraba ir los veranos a escribir, a pensar y a caminar allá.
Muerta Raiza, tomó el camino más conmovedor de su vida: el de la máxima humildad. Aquél filósofo de autoridad universal se fue a Toulouse, a vivir en la comunidad de los Hermanitos del padre Foucould, y concluyó su vida haciendo profesión religiosa. Tuvo de maestro de novicios un hombre de 40 años, el hermano Heinz, y lo respetó tanto que lo incluyó entre sus tres albaceas testamentarios. Murió en una humilde cabaña a la edad de 91 años, después de haber recibido, con motivo de su cumpleaños, grandes homenajes de reconocimiento en el mundo.
Quizás, la máxima satisfacción que tuvo en esa época, y realmente constituye un testimonio muy valioso de lo que él significó, fue haber recibido del Papa Pablo VI, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de San Pedro, en la clausura del Concilio Vaticano II, el mensaje a los intelectuales. En ese momento, el Papa entregó varios mensajes a los jóvenes, a las mujeres, a los trabajadores, y escogió, para el mensaje a los intelectuales, a Jacques Maritain. Fue un finiquito, y realmente que para cualquier católico que sepa valorar lo que esto significa, es un compromiso de la Iglesia con lo que representan las ideas del filósofo Jacques Maritain.
Por cierto, diez años después, al visitarlo los asistentes al Congreso Mundial de la Democracia Cristiana, y después de hacer un discurso en francés un poco convencional y fuera de lugar, porque era un discurso pastoral y entre los asistentes habían muchos que no eran católicos y hasta quizás algunos que no eran cristianos creyentes, el Papa Pablo VI, agregó a su discurso una rápida improvisación en italiano, que no fue recogida en las páginas del «Osservatore Romano». Y recuerdo que dijo más o menos estas tres cosas, que pido las reciban como conclusión de estas palabras mías aquellos de los presentes que sean Demócratas Cristianos, y que las acepten como una expresión de amistad los que no lo sean, dentro de esa concepción pluralista de Maritain.
Nos dijo: «Avete fatto la buona scelta»: han escogido ustedes bien. «Unitevi»: uníos, la unidad es indispensable. Y, después: la Iglesia no se mezcla en cuestiones políticas, pero sigue día a día, con cariño y con angustia, las actividades de ustedes.
Yo creo que, en cierto modo, estaba revoloteando aquella tarde en el Vaticano, el espíritu de Jacques Maritain.