Discurso en la Sesión Solemne del Concejo Municipal de Sucre

Por Elías López Latorre

11 de febrero de 2016

Es del gran escritor y poeta español Baltasar Gracián su conocida máxima: «lo bueno, si es breve, es dos veces bueno» y añadía Gracián una frase complementaria menos conocida: «Y aun lo malo, si poco, no tan malo». Quienes me conocen saben que mis discursos son cortos con la evidente intención de que quienes los escuchen o lean, puedan aplicar la primera máxima de Gracián si les parecen buenos o la segunda, si los consideran malos.

Así pues, quiero, en primer lugar, agradecer al Concejo Municipal del Municipio Sucre, a su Presidente y a sus concejales, en nombre de la Comisión creada para conmemorar el centenario del nacimiento de Rafael Caldera, esta significativa y nueva oportunidad para continuar cumpliendo con el propósito principal para el cual se formó la Comisión Centenaria: reponer en su lugar el profundo significado de las largas luchas de Rafael Caldera por Venezuela que muchas personas parecían haber olvidado.

En representación de la Comisión se encuentran hoy aquí su Coordinadora Saralilian Lizarraga y varios de sus miembros.

Me tocó a mí el privilegio de ser esta mañana el vocero de la Comisión ante este ayuntamiento que regenta uno de los municipios más importantes del país, pero debo decir que una vez que tanto la familia Caldera Pietri como nuestra Comisión anunciaron sus respectivos programas para celebrar los cien años del nacimiento de Rafael Caldera, se empezaron a organizar en todo el país comisiones con el mismo propósito y a programarse muchos y diferentes eventos. Más tarde nuevamente haré referencia a ello.

Así pues, ha sido para nosotros, para esta Comisión que integramos, motivo de mucha complacencia observar como el impulso inicial que se prestó al centenario del nacimiento de Rafael Caldera haya obtenido una respuesta que ha superado largamente nuestras aspiraciones.

En verdad, ha sido una gran satisfacción porque debo confesar que, en general, al comenzar las reuniones de la Comisión, nuestras expectativas eran moderadas y no exentas de algún temor en el sentido de que la acogida de esta conmemoración pudiera verse empañada al tropezar con una simple y conveniente infamia que fue creciendo en el país a medida que el gobierno de Chávez, y luego el de Maduro, fueron mostrando su inimaginable propósito de apoderarse del país para perjudicarlo, saquearlo y arruinarlo.

En efecto, mientras más autoritario, arbitrario y abusivo se mostraba el gobierno chavista, más se le daba vuelo a la inicua especie de que el culpable, el único culpable, de que Chávez hubiera llegado a ser Presidente de la República, era Rafael Caldera por su decisión de sobreseer su causa.

Pero esa iniquidad de responsabilizar a Rafael Caldera del daño que le han hecho al país los gobiernos chavistas, ha comenzado a ser desmontada por la fuerza de la verdad y de la razón.

Efectivamente, son muchas las voces que con vehemencia se han levantado para contradecir esa conveniente mentira nacida de la mala conciencia de muchas de las personas que, de diferentes y efectivas maneras, apoyaron al candidato Hugo Chávez a alcanzar la presidencia de la República y, también, del íntimo sentimiento de culpa de los millones de venezolanos que votaron por él.

En efecto, el momento, el entorno político y los  aspectos    legales que convergieron para que el Presidente Caldera tomara  de esa decisión, han sido analizados y descritos con contundente claridad en primer lugar por el propio Presidente Caldera, quien en una  entrevista televisada con Cesar Miguel Rondón en el 2003 (cuya versión escrita recoge Juan José Caldera en un trabajo denominado El sobreseimiento de Chávez que citaremos más adelante) en esa entrevista, repito, expresaba el propio  Presidente Caldera lo siguiente:

la libertad de Chávez fue una consecuencia de la decisión que se había tomado con todos los participantes de los alzamientos del 4 de febrero y del 27 de noviembre… esos sobreseimientos comenzaron a dictarse en tiempos del propio Presidente Pérez, que fue el Presidente que estaba en Miraflores cuando ocurrió la sublevación; continuaron durante el Gobierno del Presidente Velásquez y cuando yo asumí habían puesto en libertad a casi todos, por no decir a todos, los participantes de la acción… Sería contrario a todas las normas jurídicas que se hubiera sobreseído el juicio que se les seguía a los demás oficiales y se hubiera mantenido a Chávez en la cárcel por el temor de que pudiera llegar a ser presidente. Temor que nadie compartía en ese momento… (negrillas del orador)

Y de seguido glosa Juan José lo dicho por Caldera en los siguientes términos:

Claudio Fermín, Oswaldo Álvarez Paz y Andrés Velásquez, principales rivales de Caldera en la contienda presidencial del 93, se pronunciaron públicamente a favor de una amnistía general para todos los golpistas del 92 y se comprometieron a ponerlos en libertad. Era el reflejo de una opinión predominante en el país, que quería recuperar la paz interior y que veía mayor peligro en la prolongación de un clima de confrontación. (…)

Fin de la cita.

Fueron muchos los que hicieron posible el triunfo de Hugo Chávez y me siento obligado a decir en su descargo que, como Caldera, nadie podía adivinar el futuro y, menos aún, que serían millones los venezolanos que después elegirían a Chávez presidente, sin tener tampoco el don de predecir el porvenir y que, por supuesto, no podían imaginar el daño que le harían Chávez y su heredero a nuestro país.

Pero lo que si resulta inadmisible, es que más tarde muchos de esos venezolanos para lavar sus culpas y su mala conciencia adhirieron al cómodo expediente de compartir la especie de que el culpable era Caldera, sin admitir que fue una decisión de la mayoría tomada a la ligera la que condujo al error de llevar a Miraflores a un desconocido militar.

Pero las aguas están volviendo a su cauce a medida que, con ocasión del centenario de su nacimiento, se han realizado múltiples eventos que han concentrado muchos esfuerzos  dispersos para tocar la conciencia de muchos venezolanos que se han ido sumando progresivamente a la labor de refrescar la memoria de nuestros conciudadanos acerca de, por encima de la falacia descrita, la ingente y significativa obra de Rafael Caldera que dedicó su vida, desde su juventud, a servir a su país actuando siempre de buena fe e inspirado en sus convicciones cristianas.

Esa es una reivindicación histórica, necesaria, indispensable para ir recobrando la confianza en nosotros mismos, tan maltratada en estos amargos y difíciles tiempos; reivindicación que nos anime a recuperar el optimismo en nuestras posibilidades de superar como pueblo este obscuro presente y la convicción de que podremos hacerlo. Todos debemos recordar que tuvimos un país mucho mejor que éste.

Nos ha sorprendido positivamente, insisto, las numerosas convocatorias de sesiones solemnes que han hecho concejos municipales en muchos lugares de nuestra geografía, por supuesto, en aquellos donde la oposición tiene la mayoría que, por ahora, son los menos numerosos.

Igualmente, se han celebrado alrededor de doscientas misas en el país a la intención del homenajeado y en varias ciudades del exterior como en ciudad de México, en Nueva York, en Miami, Toronto, Bogotá, Panamá… y también el cómo se han constituido fácilmente en todos los Estados del país con sorprendente rapidez e integradas por destacadas personalidades, comisiones para celebrar, con diversas actividades, el centenario del natalicio de Rafael Caldera recibiendo los miembros de nuestra Comisión numerosas invitaciones para participar y compartir muchas de esas actividades.

 

Por otra parte, debo mencionar la misa oficiada en la iglesia de la Chiquinquirá el pasado 24 de enero, día en que conmemoramos el nacimiento de Rafael Caldera, por Monseñor Tulio Ramírez Padilla y las brillantes palabras que dedicó a su memoria y, también, la  enjundiosa conferencia dictada ese mismo día por el Dr. Alfredo Morles Hernández con el nombre de «Rafael Caldera, con orgullo de ser venezolano» en el acto central conmemorativo del Centenario realizado en la agencia Mar y en el cual se bautizó, con el mismo nombre, un libro iconográfico de gran formato bellamente impreso.

Debo destacar, también, el sobrio y documentado discurso que preparó Rafael Tomas Caldera para el centenario, titulado «La lección perenne de Rafael Caldera» y el libro de Juan José Caldera, Mi Testimonio, bautizado en noviembre de 2014.

De singular significación fue la extraordinaria conferencia que dictó Abdón Vivas Terán el pasado sábado 30 de enero en el Auditórium que generosamente cediera la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV), basada en un largo y denso ensayo escrito por el mismo Abdón para el centenario, con el sugerente título de «Rafael Caldera y la Inspiración Cristiana de su Acción Política», tema éste, indispensable para comprender el fondo y el sentido profundo de su ideario.

Por cierto, ese foro de Abdón Vivas Terán fue el primero de una serie de once más, programados para realizarse mensualmente a lo largo de todo este año 2016.

También se han publicado numerosos artículos de prensa, se han realizado entrevistas en la televisión y en la radio, tanto en Caracas como en el interior, que no solo han recordado sino reexaminado, ponderado y revalorizado las diferentes materias y disciplinas de trascendencia nacional en las cuales Caldera hizo grandes contribuciones.

Así se ha hablado de su precoz y profunda vocación social y de su estelar esfuerzo para, a la muerte del General Gómez, dotar al país de su primera legislación del trabajo y hacer de ese tema una de las más importantes y constantes preocupaciones de su vida.

También se ha recordado al abogado constitucionalista y diputado que dejó su impronta tanto en la Constitución de 1947 como en la de 1961. Al Dr. Caldera académico, Individuo de Número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales y también de la Academia de la Lengua; de su infatigable vocación docente como catedrático durante más de veinte años en las aulas de la Universidad Central de Venezuela y de la Universidad Católica Andrés Bello y por supuesto, al Rafael Caldera dos veces presidente de la república y a su ingente obra de gobierno.

Ante ese cúmulo de valiosos estudios y trabajos, me enfrenté al reto de procurar encontrar una perspectiva que me permitiera hacer un análisis novedoso de alguna de las distintas facetas de la obra de Caldera que contribuyera en alguna medida a la comprensión de la vida de un hombre que marcó de manera excepcional el devenir de nuestro país en el siglo veinte.

Dicho lo anterior, quiero con las palabras que siguen aproximarme a Rafael Caldera el político, el hombre que en mi época de estudiante inspiró mi decisión de incorporarme a la Juventud Demócrata Cristiana (JDC) de la Universidad Central de Venezuela que fue el punto de partida de mi prolongada militancia en el partido Copei y del compromiso de vida con el ideario socialcristiano.

Con ese objetivo en mente, empecé a buscar la punta de un hilo que me guiara, que me condujera en el tiempo a través de la madeja que Caldera fue tejiendo en la política a lo largo de su vida en medio de las dilatadas y complejas circunstancias históricas que le tocó vivir; todo con el objeto de encontrar, si ello fuera posible, el código de su extensa y exitosa carrera de hombre público.

¿Cuál sería ese hilo, que como el de Ariadna en el mito, me permitiera avanzar en ese afán con paso seguro?

Fue remontándome en el tiempo para hurgar en el pasado del  ancho y complejo discurrir de la vida política de Rafael Caldera, que fui observando y concluyendo que tal vez una forma de comprender y explicar los importantes logros de Caldera en las luchas políticas del pasado siglo XX en Venezuela, es adoptar como hilo conductor en el análisis de su trayectoria algunas de las diferentes y cruciales decisiones que Rafael Caldera fue tomando en los distintos momentos y circunstancias que le tocó vivir.

Esa manera de abordar y analizar la trayectoria política de Rafael Caldera a través de sus decisiones, es válida en mi opinión para analizar y entender también el desempeño vital de cualquier político.

Permítanme, antes de avocarme a recorrer algunas de las más trascendentes decisiones de la vida política de Rafael Caldera, hacer algunas consideraciones que justifican que haya adoptado ese método.

Desde que Aristóteles escribió un tratado sobre La Política, palabra que significa literalmente «las cosas referentes a la polis», es decir a la ciudad, grandes pensadores de todas las épocas la han convertido en un privilegiado objeto de sus estudios, al ser la política uno de los fenómenos más importantes y complejos de la vida en sociedad.

No voy a abrumarlos con extensas citas de los muchos y notables autores que se han ocupado de estudiar en profundidad la política y han propuesto, desde distintas perspectivas, muchas definiciones de la misma. Considero necesario, sin embargo, para las reflexiones que me propongo presentarles más adelante, traer a este discurso definiciones de algunos de los más relevantes pensadores que han estudiado ese complejo tema, cada una de las cuales, sin duda, ha significado un aporte a su mejor comprensión.

Max Weber, famoso filósofo, jurista y sociólogo alemán, la define como «…la aspiración a participar del poder o influir en su distribución entre los Estados, o entre los distintos grupos que componen un Estado».

Carl Schmitt, otro gran jurista y politólogo alemán, la define diciendo «la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción de amigo y enemigo».

Para Georges Burdeau, influyente jurista y politólogo francés, la política «incluye todo acto, hecho o circunstancia donde se de una relación de mando y obediencia dentro de un grupo de personas para alcanzar un fin común.», pero añade Burdeau con resignación que «La ciencia política posee una variedad de significaciones, enfoques, y metodologías que tornan prácticamente imposible invocar una definición univoca acerca de ella».

Yo no voy a intentar, de ninguna manera, definir lo que esas reconocidas y esclarecidas figuras del pensamiento universal han debatido y continúan debatiendo desde la antigüedad; lo que me propongo es, con cierta audacia, hablar de los hombres que actúan en la política, de los políticos, del político, con la finalidad de descubrir cuáles son los rasgos básicos que los definen y cuál es la clave de sus éxitos o fracasos.

Supuse que el tema también habría sido del interés de los estudiosos de la política, porque ya figura el «Político» en los diálogos de Platón para explicar que el mando o poder político necesita de un tipo especializado de conocimiento y que «El político era quien poseía ese conocimiento para gobernar correcta y justamente, además de representar los mejores intereses de sus ciudadanos».

Maquiavelo, por su parte, predica todo lo contrario y en su célebre libro El Príncipe aconseja a los gobernantes diciendo que lo único que debe interesarles es mantener el poder y para ello deben, cuando sea necesario, actuar «contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad y contra la religión.».

Sabemos de algunos gobernantes que en nuestro país han practicado y practican esa clase de política.

Baltasar Gracián, el ya citado escritor y poeta español, escribió una novela con el nombre de El Político Don Fernando el Católico donde lo exalta como un gran rey y pone de ejemplo para todos sus dotes políticas.

Como podemos observar, en esos escritos se describe y se aconseja a los políticos que ya detentan el poder, que don gbernantes.

Dicho lo anterior, surge naturalmente una interrogante:

Cuáles son las claves, me pregunto, que explican que una persona que ya ha confirmado su vocación y se asume a sí mismo como un político avezado en una sociedad democrática o, al menos, en una sociedad que tolere un cierto grado de participación ciudadana en los asuntos públicos, continúe avanzando y logre alcanzar el respaldo, la autoridad, la confianza y el respeto suficiente que lo coloque en la posibilidad de disputar las máximas posiciones de poder en una comunidad ya sea ésta local o nacional.

Pienso que he encontrado esa clave en el que considero es el rasgo esencial del carácter de un político, su atributo por excelencia, es decir, tomar decisiones, decidir

Por supuesto que un político se hace –permítanme el símil-   con algunos o todos estos materiales: liderazgo, formación, persistencia, responsabilidad, consecuencia… pero, sin embargo, el rasgo indispensable de su personalidad es la fuerza de carácter, el grado de firmeza para decidir y para algo más que me atrevo a añadir: asumir para bien o para mal las consecuencias de sus decisiones.

En la política interactúan y participan una infinidad de actores: asesores, amigos, militantes, financistas, periodistas técnicos y ciertamente esas personas están en la política y prestan útiles e indispensables servicios, pero el político es la persona a quien se le reconoce  –a veces sin que detente ninguna posición formal-  la autoridad para decidir, para optar, para decir la palabra final, para aprobar o negar y debo aclarar que no me refiero para nada a las personas que designadas para un cargo tienen unas funciones y asuntos que tramitar y decidir.

Me refiero a los hombres o mujeres, a los políticos que han llegado a un nivel donde cobran plena conciencia de que algunas de las decisiones que deben tomar son difíciles por la naturaleza de las opciones planteadas, que son cruciales porque afectan intereses, porque generan reacciones y, sobre todo, porque decidir puede afectar, para bien o para mal, su futuro.

Es en esos escenarios de riesgos donde se somete a prueba la intuición, el temple y el arrojo del político.

Hay ciertas disyuntivas que colocan al político en situaciones muy comprometidas porque decidirlas en un sentido o en otro, implica consecuencias impredecibles para el destino del propio político o su partido. A veces  el  político  simplemente  no decide o espera que el paso del tiempo resuelva sin su intervención, el o los problemas planteados para así librarse de responsabilidad.

Es cierto, decidir siempre, y en todos los campos, implica riesgos, pero en la política, por las consecuencias, el riesgo es mayor.

En fin, en mi opinión, la ruta de un político la trazan y la describen sus decisiones y si en alguna actividad humana es válida lo que expresa el conocido poema de Antonio Machado: «…caminante, no hay camino, se hace camino al andar…» es en la política.  Caminante, sigue Machado, «Son tus huellas el camino y nada más…».

Creo que detenerse a conocer las decisiones y las omisiones que han jalonado la trayectoria de un político, son la clave, la manera más objetiva de estudiarlo, de armar el código de su personalidad para explicar sus éxitos o fracasos.

Son ellas las que reflejan fielmente, más allá de sus palabras, la calidad de su intuición, la razón de su lucha, cuan consecuente ha sido, al enfrentar la realidad, con sus ideas y principios. En ellas se perciben sus fortalezas, pero también sus debilidades, sus aspiraciones, su integridad, sus compromisos.

Me corresponde ahora emplear el método descrito, para acercarme al político Rafael Caldera y escrutar algunas de las decisiones más importantes que tomó a lo largo de su vida que contribuyeron a que lograra la excepcional hazaña política de ser elegido presidente de la República por el voto popular en dos ocasiones.

La primera de esas decisiones, a la que por su importancia le vamos a dedicar varios comentarios, fue la de separase en el 36 -año partero de la Venezuela moderna- de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV) que nimbada por su papel en  los acontecimientos del 28, dominaba todo el espectro estudiantil y también ejercía gran influencia en el nuevo y agitado escenario político surgido después de la muerte del General Gómez, pero que fue radicalizándose a la izquierda llegando a atacar a la Iglesia y a la educación privada.

Esa decisión de Rafael Caldera y sus compañeros era una ruptura que implicaba, de inicio, un deslinde de la predominante ideología marxista entre quienes constituían el núcleo directivo de la FEV, después, la obligación de constituir una asociación estudiantil alterna, ideológicamente inspirada en la doctrina social de la Iglesia, que se fundó, luego, con el nombre de Unión Nacional Estudiantil (UNE) el 8 de mayo de 1936, y que sería la raíz de un movimiento político de inspiración cristiana que se consolidó diez años después con la fundación del Partido Socialcristiano COPEI el 13 de enero de 1946.

Rafael Caldera y sus compañeros sabían las consecuencias de separarse de la FEV. Era como abandonar un barco para abordar un esquife y pretender cruzar el océano.

Era la propia misión imposible.

Esa decisión concitaría con inusitada fuerza los ataques que ya recibían dentro de la misma FEV cuando todavía formaban parte de ella. ¿Soportarían el vendaval de descalificaciones, de insultos, de acusaciones? ¿Sobrevivirían a la campaña de injurias, de falsedades, de calumnias que por todos los medios disponibles en esa época los identificaba como falangistas, como fascistas, clericales, derechistas…?

En el editorial del primer número de UNE, el periódico de la asociación, se lee:

No se ha desperdiciado contra la Unión Nacional Estudiantil ni el insulto procaz ni la calumnia. «Se ha pretendido crear un estado de prevención contra nosotros» y poco después, en un artículo publicado en el mismo periódico se denunciaba: «…al nacer nuestra asociación entre el fragor de la lucha y el ambiente caldeado de las pasiones, antes que pudiese balbucir palabra alguna (…) le determinaron padrinos, le escogieron amigos, le vistieron ropajes y eso sí, le encerraron con siete llaves para que no pudiese nunca ponerse en contacto el niño (la UNE) con lo que era objeto de sus más caras afecciones: trataron de aislarlo del pueblo».

Ya desde sus inicios la UNE fue, con sus declaraciones y con su accionar, con sus decisiones, demostrando y especificando el carácter popular de su ideología que se nutría en los reclamos de justicia social contenidos en las encíclicas papales. Desde finales del siglo diecinueve, la Iglesia se había pronunciado contra los abusos a los trabajadores que cometía el sistema capitalista entonces en plena expansión.

Y la UNE predicaba con sus escritos: «Ni injusticia social ni lucha de clases»; «Contra Wall Street y contra el Kremlim».

Era parte de la lucha titánica, primero de la UNE y luego de COPEI, demostrar su compromiso con las luchas por la justicia social, su compromiso con la libertad, su profundo nacionalismo, poner en evidencia su auténtica filiación ideológica para romper los prejuicios y las etiquetas con las que quisieron, como bien lo decían en su periódico, aislarlo, satanizarlo.

Y así la UNE, contra todo pronóstico, se fue consolidando, creciendo, dando apoyo y ofreciendo útiles servicios a los estudiantes como cooperativas y otros, pero también  organizó cursos nocturnos para alfabetizar a jóvenes y adultos y hasta creo un liceo popular.

Esa labor la UNE la fue extendiendo al interior del país, a través de las filiales que se fueron organizando en Maracaibo, en Mérida, en San Cristóbal, Cumana, Barquisimeto, Coro, Valencia, Los Teques… La UNE se fue convirtiendo, gracias a la firme voluntad de sus fundadores, en una fecunda realidad que abría camino, siempre como una asociación estudiantil, al ideario social cristiano.

Más tarde, cuando sus fundadores se graduaron en la universidad, comenzaron los intentos para constituir un partido político que culminaron, como ya se dijo, con la fundación de COPEI en enero del 46, después de la llamada Revolución de Octubre.

Ya el Partido Acción Democrática (AD) que había sido fundado por Rómulo Betancourt en 1941, se había convertido rápidamente en una poderosa organización popular y, por su parte, el Partido Comunista ya había sido fundado, en la clandestinidad, 10 años antes.

Ambos partidos, ahora con AD (Rómulo Betancourt) encabezando la Junta Revolucionaria de Gobierno de composición cívico Militar luego del derrocamiento del gobierno de Medina Angarita, arreciaron sus ataques contra los ahora exuneistas, desde que supieron que se disponían a formar un partido político y, por supuesto, contra COPEI una vez fundado y lo hicieron no como adversarios sino como enemigos llegando hasta el punto de intentar sabotear el primer mitin de la organización realizado en el Nuevo circo de Caracas, que se saldó con la muerte de tres de los asistentes.

Como un grave error consideraría Rómulo Betancourt, al paso de los años, esa conducta de su partido.

Pero COPEI, a pesar de todo, nunca  perdió el rumbo y  declaró su plena identificación en el texto de su acta fundacional con «…los legítimos ideales de la Revolución de Octubre…» que implicaban varios cambios fundamentales  que se concretarían con la elección de una asamblea constituyente que dictaría una nueva Constitución para crear un sistema de gobierno ampliamente democrático que consagrara el voto universal directo y secreto, el voto para la mujer, los derechos sindicales y políticos, etc…

De esa manera audaz y contundente, dejo Caldera de lado a quienes dentro de sus propias filas y afuera, en su periferia,     creían que COPEI era lo que decían sus enemigos.

Por cierto, para esa Asamblea Constituyente Caldera fue elegido diputado e hizo aportes fundamentales en los debates que condujeron a la redacción y aprobación de la nueva constitución. (Constitución del 47)

Esas fueron decisiones iniciales y concluyentes para que COPEI bajo la conducción del recio liderazgo de Rafael Caldera desplegara velas en la política venezolana.

Fueron muchas las decisiones que siguieron a esas de las primeras horas que hemos comentado anteriormente y, de seguidas, vamos a mencionar algunas de ellas, pero nos detendremos solamente en las que juzgamos cruciales para que Rafael Caldera y su partido continuaran avanzando y creciendo en la aspiración, en el propósito de gobernar a Venezuela.

-La postulación por COPEI de candidatos a la Asamblea Constituyente del 46-47 y la elección de Caldera, Lorenzo Fernández, Edecio La Riva, entre otros, que con su brillante participación en los debates que allí se escenificaron, y que fueron transmitidos por radio, mostraron, tanto a sus colegas como al país, la fuerza y las convicciones del partido recién nacido.

Alguien llego a decir entonces: COPEI es el enemigo.

-COPEI lanza, por primera vez, la candidatura presidencial de Rafael Caldera, quien entonces contaba con 31 años de edad, para las elecciones de 1947 obteniendo 262.204 votos contra los 877.752 del escritor Rómulo Gallego y los 36.514 del candidato del Partido Comunista Gustavo Machado.

-Frente al derrocamiento del gobierno de Rómulo Gallegos, COPEI se siente obligado a afirmar que no le cabe ninguna responsabilidad en ese golpe militar y expresa su posición en un Manifiesto del 3 de diciembre de 1948.

– Rafael Caldera ratifica su oposición a la Junta de Gobierno, producto del derrocamiento de gallegos, en la coyuntura electoral de 1952 y denuncia el fraude del 30 de noviembre con un discurso inequívoco que tituló: «Escogemos la lucha».

-Caldera y su partido no cedieron ni un ápice durante los años del perezjimenismo y algunos de sus dirigentes fueron presos y exiliados. COPEI participó en la unidad político-partidista que colaboró activamente en el derrocamiento de la dictadura (La Junta Patriótica). Caldera, además, siempre condenó la existencia de «Guasina», un campo de concentración creado en el Delta del Orinoco para confinar opositores al régimen militar.

-Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba y Rafael Caldera se reunieron en Nueva York, aproximadamente el 21 de enero del 58, para anticipar las consecuencias de la inminente caída de Pérez Jiménez y gestar los acuerdos necesarios para restablecer la democracia y asegurar su estabilidad.

-A la caída de Pérez Jiménez, Caldera apoya a la Junta de Gobierno contra varios intentos de derrocarla por la fuerza, como el del propio ministro de la Defensa de la Junta General Jesús María Castro León.

-Las conversaciones entre los líderes de los tres partidos más importantes de la Venezuela de entonces, condujeron al Pacto de Punto Fijo (nombre de la casa de Caldera donde se firmó el día 31 de octubre de 58) y al llamado Programa Mínimo Conjunto de Gobierno.

Se comprometieron, en primer término, a respetar el resultado de las elecciones que tendrían lugar ese mismo año y a integrarse en condiciones igualitarias los dos partidos en el gobierno que presidiría el ganador y,  por supuesto, a cumplir con lo acordado en Programa Mínimo.

No fue fácil para Caldera convencer al propio COPEI de entrar en una alianza en la que estaba Acción Democrática; los copeyanos recordaban el sectarismo y el maltrato recibido de los adecos en los tres años –del 18 de octubre del 45 al 24 de noviembre del 48- en que estuvieron en el poder luego del derrocamiento del gobierno de Medina Angarita (el trienio, como sido llamado ese periodo de nuestra historia).

Caldera debió hacer uso de toda su auctoritas, reclamar la confianza que se había ganado entre sus compañeros a través de los años, tanto con sus actuaciones como con su reconocida intuición, y asumir todo el riesgo que implicaba esa decisión para que su organización, como un todo, lo respaldara. Esa fue una decisión crucial para el futuro de Caldera y de COPEI.    

Del «Pacto de Puntofijo», ha dicho Naudy Suarez Figueroa, uno de los historiadores que más han estudiado el Siglo XX venezolano, que «…dio lugar al periodo más largo de concertación en la historia política republicana de Venezuela, período en que el país conoció simultáneamente paz, libertad y progreso social».  

-Después, el 7 de diciembre de ese mismo año de 1958, se realizaron las elecciones que ganó Acción Democrática con la candidatura de Rómulo Betancourt que obtuvo 1.284.092 votos; la candidatura de Wolfgang Larrazábal, apoyado por el partido Unión Republicana Democrática (URD) liderado por Jòvito Villalba y por el partido Comunista de Venezuela, que contó con el respaldo de 903.479 electores y COPEI con Rafael Caldera en su segunda candidatura presidencial, con 423.262 votos.

-Se constituyó entonces el gobierno presidido por Betancourt en el cual, de acuerdo con los términos del «Pacto de Puntofijo», se integraron URD y COPEI. A este último le tocaron, además de otros cargos, las carteras ministeriales de Fomento, de Justicia y de Agricultura y Cría. La decisión de Caldera de suscribir y cumplir con el Pacto de Punto Fijo, y llevar a COPEI al gobierno le dio a COPEI una invalorable experiencia de gobierno y una proyección política nacional que, de otra manera le hubiera llevado mucho tiempo alcanzar. Esa decisión fue un gran paso en la dirección correcta para que COPEI y Caldera siguieran adelantando su proyecto de tomar el poder por la única vía legitima: las elecciones.

-COPEI permaneció en el gobierno de Betancourt los cinco años y fue un apoyo muy importante para enfrentar los varios intentos, tanto desde la derecha como desde la izquierda, que amenazaron gravemente la supervivencia del sistema democrático. Ya en 1962 la Dirección Nacional de URD había decidido retirarse del Pacto de Punto Fijo por las diferencias que había mantenido de manera continua con el gobierno de Betancourt, especialmente por el manejo de la política exterior venezolana con la aplicación de la Doctrina Betancourt. Grave error

-En las siguientes elecciones, Caldera fue nuevamente candidato presidencial de COPEI continuando en el esfuerzo de avanzar electoralmente. En esas elecciones se dispersaron los votos entre los cinco candidatos que participaron y ganó el candidato de AD Raúl Leoni con 957.574 votos, pero Caldera con 589.177 llegó segundo. En esas elecciones surgió un fenómeno electoral: la candidatura del prestigioso escritor e intelectual Arturo Uslar Pietri que con sus 469.363 impidió, en mi opinión, el triunfo de Caldera.

-Durante el gobierno de Leoni, que sucedió al de Betancourt, COPEI adoptó una línea política que se denominó Autonomía de Acción, la doble AA, que apoyaba las acciones del gobierno que consideraba positivas y se oponía a las que no compartía.

-Finalmente, Caldera gano las elecciones de 1968 aprovechando la división que se había producido en AD con el conflicto que surgió entre Rómulo Betancourt y Luis Beltrán Prieto Figueroa que se consideraba el candidato natural de AD. AD escogió como candidato a Gonzalo Barrios y Prieto Figueroa lanzó su candidatura dividiendo el voto blanco.

De esta manera, se completaba el difícil ciclo político que se había iniciado con la decisión de Caldera y sus compañeros de separase de la FEV.

Las decisiones que tomo Caldera en la siguiente etapa de su vida política, las que lo condujeron a alcanzar por segunda vez la presidencia de nuestro país no van a ser hoy objeto de mi análisis.

Solo me he referido en estas palabras a una sola de las decisiones que tomo Caldera en esa etapa: su decisión de sobreseer la causa de los militares golpistas de diciembre de 1992 y lo hice, como recordaran, para defenderlo ardorosamente de la infamia de querer hacerlo culpable de la elección de Hugo Chávez.

Quiero concluir mis palabras con una frase que esculpe  sobriamente la personalidad del político Rafael Caldera, frase que tomo del largo diario que escribió el escritor suizo Henri-Fréderic Amiel: «Actuemos siempre como si la patria fuera agradecida, como si la opinión fuera justa, actuemos siempre como si los hombres fueran buenos».