En la presentación de
Rafael Caldera: estadista y pacificador
Por Rafael Arráiz Lucca
Universidad Metropolitana de Caracas, 23 de noviembre de 2016.
Este volumen que dejamos en manos de los lectores es el cuarto de una serie de libros colectivos en los que ofrecemos una visión plural sobre la vida y obra de personajes de nuestra historia contemporánea. Convocados desde la Universidad Metropolitana, un conjunto de académicos e intelectuales ha respondido favorablemente a la tarea de colocar la lupa en aspectos esenciales del quehacer de estos venezolanos excepcionales. Publicamos Miguel Otero Silva: una visión plural (2009), compilación y prólogo de nuestra autoría; Arturo Uslar Pietri: valoración múltiple (2012), compilación de Edgardo Mondolfi Gudat (prólogo) y nuestra, ambos en co-edición con Los Libros de El Nacional. Luego, dimos a la luz pública Juan Liscano: aproximaciones a su obra (2015), con el exclusivo sello editorial de la Universidad Metropolitana y compilado y prologado por quien esto escribe. Ahora, entregamos Rafael Caldera: el estadista pacificador. Centenario de su nacimiento 1916-2016, en co-edición con Ediciones B y la Fundación Konrad Adenauer. Al igual que los volúmenes de Otero Silva y Liscano, este ha sido convocado y organizado con motivo del centenario de su nacimiento. Por su parte, el de Uslar Pietri se compiló en tributo al epónimo del Centro de Estudios Latinoamericanos Arturo Uslar Pietri de la Universidad Metropolitana, creado a partir de la donación que hizo el escritor de su biblioteca personal.
La organización interna de los volúmenes guarda similitudes que solo varían en razón de la singularidad de los personajes. Cada vida y obra trae consigo sus exégetas, aunque algunos han sido comunes a más de un libro colectivo, ya porque se trate de profesores de la Universidad Metropolitana o porque sean académicos de tan acendrada solvencia que pueden abordar diversos análisis con absoluta pertinencia. En esta oportunidad, además de la casa de estudios convocante (Rafael Arráiz Lucca, Guillermo Aveledo Coll, Beatriz Rodríguez Perazzo, Rafael Mac-Quhae, Ramón Guillermo Aveledo, Edgardo Mondolfi Gudat, Laura Febres) contamos con profesores de la Universidad Central de Venezuela (Tulio Álvarez, Paciano Padrón), Universidad Simón Bolívar (Rafael Tomás Caldera, Hernán Castillo), Universidad Católica Andrés Bello (Horacio Biord Castillo, Jair De Freitas, Tomás Straka, Francisco Javier Pérez, Manuel Donís Ríos), Instituto Pedagógico de Caracas (Rafael Ángel Rivas Dugarte, Napoleón Franceschi) e Individuos de Número de la Academia Venezolana de la Lengua (René De Sola) y de la Nacional de la Historia. Igualmente, enriquecen el volumen venezolanos que desempeñaron tareas de gobierno con el Presidente Caldera (Abdón Vivas Terán, Asdrúbal Aguiar Aranguren, Julio César Pineda, Fernando Luis Egaña, Andrés Caldera Pietri) dándonos una visión cercana del laberinto político que compartieron con el hombre de Estado.
Permítanme ahora una digresión personal. En 1993 dirigía Monte Ávila Editores y le propuse al entonces Expresidente Caldera la reedición de su libro Bolívar siempre para que integrara la colección popular El Dorado, la destinada a los estudiantes. El doctor Caldera aceptó y a la vez formuló una invitación que me sorprendió hondamente, por lo imprevista: me solicitó un prólogo para la obra. Entonces, yo sumaba 34 años y la distinción me conmovió particularmente. Por supuesto, acepté el desafío y redacté el prefacio. Allí, afirmé:
Una de las facetas principales de la personalidad del Libertador fue ésta de llevar a su punto culminante la tarea de la acción y un pensamiento que la acompañe. No abundan ejemplos de hombres públicos que hayan hecho lo mismo. Curiosamente, podrían encontrarse más en el siglo XIX que en el XX venezolano. Sin embargo, en la centuria que termina, Rafael Caldera es un ejemplo insoslayable. Desde la publicación en 1935 de su estudio sobre Andrés Bello hasta nuestros días, el hombre público Caldera ha sabido acompañar sus pasos con la escritura, con la reflexión. Centrando sus desvelos en la sociología y las ciencias políticas y jurídicas, sus páginas revelan los intereses de un humanista, de un luchador político y, sobre todo, de un hombre de Estado.
Si esto pensaba en 1993, ahora todavía más, cuando a la experiencia de Rafael Caldera se sumó otro período quinquenal de ejercicio de la Presidencia de la República. Bastante más complejo que el primero, por cierto. De modo que lo reitero, entre los poquísimos hombres de Estado que ha habido en Venezuela, Caldera ocupa un lugar destacado. No es el momento de listar taxativamente los venezolanos que calzan en esta denominación, pero entre ellos seguramente estarían Juan Germán Roscio, Cristóbal Mendoza, Pedro Gual, Antonio Guzmán Blanco, Juan Pablo Rojas Paúl, en el siglo XIX.
No huelga señalar que el Presidente Caldera tuvo una relación estrecha con la Universidad Metropolitana, ya que ésta abrió sus puertas el 22 de octubre de 1970, durante su primer quinquenio, con su beneplácito, y autorizada por el Ministerio de Educación de su gobierno. Entonces, afirmó el presidente Caldera en su discurso inaugural de la Unimet:
Aquí en esta tarde, sentimos que se da un nuevo paso de avance dentro del proceso de la educación superior. Sentimos que se está iniciando un nuevo experimento y tenemos que reconocer la calidad e intensidad del esfuerzo cumplido por muchos hombres que habían realizado ya, actos de significación indiscutible, dentro de nuestra existencia común. A la cabeza de ellos, Eugenio Mendoza, hombre cuya capacidad se ha probado con el éxito de las empresas que ha creado y cuya preocupación colectiva se ha manifestado en una serie de iniciativas de indiscutible trascendencia, que están cumpliendo tarea útil dentro de las necesidades de Venezuela. Debo decirle a Eugenio Mendoza, al felicitarlo por este acto –que es la culminación de la primera etapa de una gran labor- que de todas las obras que ha iniciado, ésta es la que, por su propia naturaleza, está más llamada a proyectarse en el tiempo y por ello estoy seguro que el éxito de esta Universidad y su perduración dentro del ambiente científico y cultural de Venezuela, constituirá a la larga el mejor testimonio de sus empeños y el mejor homenaje con que podrán recordarlo los venezolanos del porvenir.
La licencia para la creación de la casa de estudios superiores fue decretada por el Presidente Raúl Leoni el 27 de febrero de 1965, y tomó años hacerla realidad. Pero no fue este el único vínculo del doctor Caldera con la Unimet, no olvidemos que su amigo muy cercano y bellista profundo, Pedro Grases, donó su biblioteca a la universidad, y durante el gobierno socialcristiano de Luis Herrera Campíns, fue ofrendada por el Estado la construcción del edificio sede de nuestra biblioteca, obra magnífica del arquitecto Tomás Sanabria. Además, no fueron pocas las veces que asistió a actos académicos el doctor Caldera en nuestra universidad. Como es sabido, el ámbito universitario le era familiar: fue profesor en la Universidad Central de Venezuela en la Facultad de Derecho de dónde egresó en 1939, con la distinción Summa Cum Laude, y de la Universidad Católica Andrés Bello. En la primera impartió las cátedras de Sociología y Derecho del Trabajo, entre 1943 y 1968; en la segunda, las mismas asignaturas desde su fundación en 1953 y hasta 1968. De modo que el profesor Caldera estuvo en el aula durante 25 años ininterrumpidos, con altísimo sentido de la responsabilidad, según certifican sus miles de alumnos a lo largo de un cuarto de siglo. Imposible no recordar en estas palabras prologales que nuestro Hombre de Estado fue un profesor universitario con la jornada completa.
También fue Individuo de Número de dos academias nacionales. Se incorporó a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales en 1953, ocupando el sillón 2 que dejó vació su padre adoptivo, Tomás Liscano. Entonces, contestó su Discurso de Incorporación el académico Edgar Sanabria. A la Academia Venezolana de la Lengua se incorporó en 1967, ocupando el sillón letra Q que dejara vació José Manuel Núñez Ponte. A su muerte lo sucedió su hijo, Rafael Tomás Caldera, incorporándose en el año 2010. Como es evidente, fueron muchos los vínculos del profesor Caldera con las universidades y con las academias nacionales. De tal modo que este libro analítico de su vida y obra es sobre un primus inter pares, ya que las distinciones alcanzadas por Caldera fueron las mayores en estos ámbitos.
No pasamos por alto un hecho que consideramos de la mayor significación. Nos referimos al papel protagónico que desempeñó Caldera en la construcción de la Democracia Liberal Representativa venezolana. No sólo con la fundación de Copei y su participación en la Asamblea Constituyente de 1947, sino a partir del 23 de enero de 1958, cuando se dieron los pasos necesarios para la firma del Pacto de Puntofijo, instrumento de consenso político que permitió la instauración y consolidación del sistema democrático nacional. Sin el acuerdo de estos tres factores políticos (AD, Copei y URD), encabezados por Betancourt, Caldera y Villalba, el experimento democrático habría hecho aguas, como ocurrió en 1948, cuando se inició la década de los gobiernos de facto. De modo que no dudamos ni un segundo en reconocer este aporte histórico de Caldera y sus compañeros firmantes del Pacto, y lo abonamos al renglón de sus aciertos políticos. Lo hacemos, además, con gratitud de amantes de la democracia, como único sistema de gobierno que garantiza la libertad, la igualdad ante la ley, y el respeto de los Derechos Humanos.
Por último, nuestra profunda gratitud a todos los autores de este libro colectivo por su respuesta entusiasta e inmediata a nuestra invitación. Creemos que se trata de un primer trabajo que aborda la vida y obra del personaje de forma global y plural. En este sentido, nos sentimos satisfechos de haber abierto la puerta de las interpretaciones, de los análisis, con este libro convocado con motivo del centenario del nacimiento de Rafael Caldera Rodríguez, un venezolano excepcional cuya obra democrática, jurídica, docente y ensayística, apenas comienza a examinarse.