Homilía en el novenario de Rafael Caldera
Homilía del Padre Rafael Baquedano, S.J., en la Misa Final del Novenario en memoria del Presidente Dr. Rafael Caldera, Colegio San Ignacio – Caracas 12 de Enero de 2010.
Nos convoca esta tarde en oración el recuerdo justamente en términos bíblicos de un hombre ilustre, de un hombre recto que fue el Presidente Rafael Caldera. Y como nos lo recordó Juan Pablo II cuando proclamó a Santo Tomás Moro, Patrono de los Gobernantes y de los Políticos, podemos ahora nosotros decir con toda verdad aquellas mismas palabras pronunciadas por el gran Canciller Tomás Moro al subir al cadalso poco antes de que le cortaran la cabeza: «Muero como buen siervo del rey, pero ante todo de Dios», es decir «Muero como buen siervo de la república, pero ante todo de Dios». O en las mismas profundas y entrañables palabras de despedida del Presidente Dr. Rafael Caldera:
«Me voy de este mundo en la fe de mis padres, la fe de la Santa Iglesia Católica.
Creo en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; creo en Jesucristo, Nuestro Señor, Dios y hombre verdadero. Creo en el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna.
A la Virgen Santísima, Nuestra Madre, acudo ahora, como tantas veces a lo largo de los años: ruega por nosotros, pecadores, en la hora de nuestra muerte».
Esta es la sentida profesión de fe de un auténtico y valiente caballero cristiano que cimentó conscientemente su vocación política como verdadero siervo e hijo de Dios.
Y así como Tomás Moro tuvo como fin supremo de su vida y fuente de inspiración el servicio a la persona humana y del auténtico bien común, es decir de la consecución del bien común de la sociedad y del supremo ideal de la justicia, también desde su juventud Rafael Caldera buscó como político de acendrada fe católica trabajar desinteresadamente, no por la propia utilidad ni por la de su propio grupo o partido, sino por el bien de todos y de cada uno y en primer lugar el de los más desfavorecidos de la sociedad. Su vida, como la de Santo Tomás Moro, y la de esos tres grandes políticos de la Democracia Cristiana Alcide De Gasperi, Robert Schuman y Konrad Adenauer, nos enseña que el verdadero gobierno es, antes que nada ejercicio de virtudes y por eso la actividad política en palabras del Dr. Caldera bien entendida fue la búsqueda de la «paz política y social», «la promoción del hombre a través de la libertad, para realizar la justicia» y «el desarrollo económico y social», lo cual constituye en opinión de algunos teólogos un lugar de santificación y medio privilegiado para lograrla.
Por eso en la política, y en todos los ámbitos de la vida pública hacen falta sí y con toda urgencia hombres rectos. Y el Dr. Rafael Caldera era de esa misma estirpe de políticos rectos como estos tres grandes colosos, un italiano, un francés y un alemán, que reconstruyeron Europa en ruinas por la segunda guerra mundial y fundaron la nueva Europa, la Unión Europea. Dos de ellos Schuman y De Gasperi están ya en el camino de la beatificación hacia los altares.
El Papa Benedicto XVI en su encíclica «Caritas in Veritate», que es una relectura maravillosa de lo que solía llamarse la «Doctrina Social de la Iglesia» subraya precisamente que el desarrollo de los pueblos es imposible sin hombres rectos, sin políticos «que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común».
Y el joven Rafael Caldera ya en la Universidad, recién salido de su Colegio San Ignacio, sin mezclar la religión y la política, respetando lo que es del César, pero dándole a Dios lo que es de Dios, ya tenía muy dentro de su espíritu la inspiración y certidumbre de que la política está al servicio del bien común, que hay un estado de cosas bueno de la organización social que ayuda a las personas a ser buenas y que por tanto la política era para él más que una profesión, más que el dinero y el poder, era una vocación, un llamado a participar en la vida política con una fuerte sensibilidad hacia el bien del hombre, dejándose guiar por categorías de arraigada fe. Ya no se trata de una llamada de la sola voluntad, sino que depende de Otro que llama, y así la persona quedaba impregnada por el bien del hombre y la voluntad de Dios. Para un joven idealista como Rafael Caldera se trató por supuesto de un reto muy importante y así alentó también a seguir ese camino a aquellos jóvenes con ideales y con capacidad e interés para la política. Esta vocación depende de la voluntad de Otro y hay que entrar en este mundo motivado por la fe y por su relación con Dios. Y en medio de no pocas dificultades supo prodigarse eficazmente por el bien común y formado desde el Colegio y la Universidad en la escuela del Evangelio, fue capaz de traducir en actos concretos y coherentes la fe que profesaba. Y por eso espiritualidad y política fueron las dimensiones que convivieron en su persona y caracterizaron su compromiso social, político y espiritual. Y supo además enraizarla en la familia en la que el amor a Dios constituía el pan de cada día y la rectitud norma de vida.
Y no quisiera pasar por alto de modo especial a la persona que le acompañó a lo largo de toda su vida y sin la cual su perfil humano, espiritual y político sería incompleto: Doña Alicia, su esposa. Ella lo ha sido todo en su vida, mujer ejemplar, compañía constante, atenta, cuidadosa, vigilante. Gracias a su inteligencia y alegría le hizo feliz en su vida y nos ha hecho admiradores a quienes hemos tenido el privilegio de conocer a algunos o todos de los miembros de esta hermosa familia.
El 4 de noviembre del año 2000 Juan Pablo II recibió a nueve mil políticos de todo el mundo. Era una mayoría de católicos, pero también había protestantes, judíos y musulmanes. Y como antes he mencionado proclamó a Santo Tomás Moro Patrono de los Políticos y de los hombres de Gobierno. Y el Papa señalo las cuatro virtudes que, en su opinión, debían de manera especial acompañar al político: fortaleza, ¡buen humor!, paciencia y perseverancia. Y habló, como la primera de las virtudes, de la fortaleza. Hay que tener mucha fortaleza, porque están sometidos a unas presiones tremendas. ¡Y buen humor, paciencia y perseverancia!.
Yo creo que el Dr. Rafael Caldera fue un paradigma de esas virtudes. No sólo sus amigos, sino que hasta humoristas actuales, alguno de los cuales solía imitarlo, han dado cariñoso testimonio de su humor.
Pero por encima de todo y no me canso de repetirlo fue un hombre recto y un hombre leal a Venezuela, nunca traicionó sus principios, valiente para defender con sabiduría las propias ideas y convicciones, sin nunca doblegar la cabeza frente a los abusos del poder, llámese dictaduras, tiranías o totalitarismos. Fue un hombre fiel a la democracia y a la libertad.
Al mismo tiempo se caracterizó siempre por su eficacia, su equilibrio, su serenidad. En un pasaje del escritor Stefan Zweig se evoca el símbolo de los témpanos de hielo de los mares árticos que por mucho que rompan en ellos las olas, permanecen siempre enhiestos porque solo una parte de la masa sobresale a la superficie; lo importante es que su base está protegida de las aguas que azotan el exterior.
Así era también el Dr. Caldera un hombre de principios y fundamentos que sobrevivió en algunos momentos de su vida a las peores tormentas con dignidad y grandeza, profesando la verdad –caritas in veritate- aún a costa de sacrificios e incomprensiones. La seguridad y solidez profundamente humana y espiritual del Dr. Rafael Caldera provenía de su honradez y coherencia interna propias de un hombre que actúa basado en sus propias convicciones y en los valores firmes que hunden sus raíces en los cimientos del espíritu.
En una famosa oda del poeta latino Horacio encontramos lo que podría ser una hermosa semblanza del Dr. Rafael Caldera.
Al hombre justo y tenaz de propósitos («Justum et tenacem propositi virum») no conseguirán hacerle desistir de su firme pensamiento ni el ciego furor de ciudadanos violentos (non civium ardor prava iubentium) ni el fiero rostro del amenazador tirano (non vultus instantis tyranni).
Este es el hombre ilustre (Eclesiástico 44, 9-13), el esposo, el padre, el abuelo, Presidente, el político recto y humano, a quien el Señor, el Buen Pastor (Salmo 23) lo acompañó a lo largo de toda su vida por las praderas verdes y las cañadas oscuras, que al llegar a los brazos del Señor pudo decir tras caminar por el sendero recto, como San Pablo (Carta a Timoteo 4,6-8. 17-18): he combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe, ahora me aguarda la corona merecida. Amén.