Palabras de Alicia Pietri de Caldera al recibir la distinción Mujer por la Paz
Roma, 8 de mayo de 1995.
Al dar las gracias por habérseme conferido en compañía de muy destacadas personalidades la distinción «Mujer por la Paz» de la Fundación Together for Peace, quiero ante todo hacer un reconocimiento a la labor humanitaria de esta Fundación en la persona de su infatigable Presidenta, la muy apreciada señora Mariapía Fanfani. Su iniciativa al promoverla en el año de 1988; su sensibilidad, abierta a todos los horizontes del planeta; su múltiple actividad para aportar ayuda a tantos seres humanos en la necesidad, han logrado ya una admirable cosecha de frutos en los escasos siete años de vida de Together for Peace.
Este acto coincide, por otra parte, con algo que ha sido una gran alegría para todo el pueblo de mi país, así como motivo principal de mi visita a Roma, acompañando a mi esposo, el presidente Caldera: la elevación a los altares –por su Santidad el venerado Papa Juan Pablo II– por primera vez de una persona nacida en Venezuela, una mujer sencilla y humilde, genuina expresión de nuestra tierra, que por amor a Dios consagro su vida al servicio de los huérfanos, de los enfermos y de los ancianos. Menudita de estatura, de una frugalidad inverosímil, la Madre María de San José, con su rostro mestizo, con su abnegada y silenciosa labor, representa también una afirmación de los valores que dan sentido a la labor humanitaria de Together for Peace, y estoy muy contenta de la feliz coincidencia del acto de hoy con la declaración universal del valor de la vida de esta venezolana egregia, que nos sirve de inspiración y a cuya intercesión ante Dios nos acogemos.
Quiero pensar que la distinción que se me ha otorgado se debe a lo único de lo que en verdad podría gloriarme: mi amor por los niños. Siempre junto a mi esposo en su dilatada y –permítanme decirlo– abnegada lucha por la democracia, la justicia social y la paz en nuestro país y, desde nuestro país, en el mundo, he podido dedicar también mis esfuerzos a promover e impulsar iniciativas para que los niños de Venezuela, sobre todo los de escasos recursos, puedan tener un crecimiento armónico: por la atención a su salud y el cuidado que reciben, pero también por el conocimiento de las diversas regiones del país en planes vacacionales o por el acceso a la ciencia, el arte y la tecnología en el ambiente entretenido de una actividad donde ellos pueden ser protagonistas.
Suele decirse que en los niños está el futuro. Pienso que podemos decir aún más: los niños son como un talismán para devolver confianza y alegría a la vida. Son como una promesa, una reafirmación del valor incondicionado de la vida humana, que triunfa en cada una de sus personitas y se asoma al mundo con una inédita capacidad de conocer y amar. Son a la vez un compromiso, que nos obliga a superarnos, con su necesidad de cuidado y cariño y que sobre todo nos conmueve a diario con su inquebrantable confianza en la bondad, con su fe en la verdad de la palabra, con su cotidiana admiración por la maravilla de la Naturaleza.
Todo lo que hacemos por los niños –en cualquier rincón del planeta y aunque no reciba publicidad alguna– es un acto por la humanidad, es una defensa efectiva de la paz. La paz brota y se arraiga en el corazón del hombre, allí donde de algún modo vive en todos nosotros un niño.
En nombre de mis conciudadanos; en nombre de todos los niños de mi país, muchas gracias.