Un nuevo modelo de desarrollo para América Latina
Palabras de Rafael Caldera en el IX Congreso Iberoamericano de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, en Bogotá, Colombia, el 7 de abril de 1986.
Tengo que dar las gracias muy sincera y cordialmente al ilustre y eficiente organizador de este Congreso, el doctor Hernando Franco Idárraga, por sus palabras generosas de presentación y agradecerle de veras el amistoso reclamo que me ha hecho, y que lo llevaré muy clavado, para asignar en medio de tantos compromisos el tiempo necesario para completar la edición de mi obra. En realidad, fue publicada inicialmente hace tantos años que prefiero no decir la fecha, y cuando comencé a trabajar en una reedición, cité textos de Nipperdey, de Paul Durand, que habiendo publicado sus obras en fechas parecidas, al preparar una nueva edición dijeron de concierto que más que una revisión de la obra anterior, habían tenido que escribir una nueva obra. Tal es el dinamismo del Derecho del Trabajo, la rapidez con que se manifiesta. Y en verdad la deuda que tengo, imputable a los compromisos que he adquirido en la vida política de mi país, la tengo pendiente porque me siento obligado conmigo mismo y con la comunidad laboralista, muy obligado. Muchas gracias doctor Franco.
Voy también a dar las gracias —y no digan que tengo casi una manía obsesiva de hacerlo, porque tengo que agradecerle— a Mozart Víctor Russomano la oportunidad que me da de hablar esta tarde, porque en el programa del Congreso se previeron unas conferencias y se asignó la mía para el próximo jueves. Era materialmente imposible quedarme para esa fecha en Bogotá y entiendo que Russomano, anunciado para hoy, amablemente accedió a dejar la oportunidad para mí y hacer su conferencia el jueves. Muchas gracias Russomano, y ustedes tienen que conformarse por la decisión adoptada.
Cuando me pidieron que fijara un tema pensé que, aunque no es estrictamente de tema y técnica juslaboralista, es una materia tan vinculada a nuestro esfuerzo, a nuestras preocupaciones, al contenido de nuestra disciplina, que valdría la pena expresar unas ideas acerca de un nuevo modelo de desarrollo para la América Latina.
Sobre este tema se habla con frecuencia y se precisa poco, y considero que ya deberíamos estar nosotros pensando muy en serio en cuál es ese modelo de desarrollo que debemos buscar para nuestros pueblos, a fin de llegar al siglo XXI con una concepción clara de lo que queremos y de lo que debemos hacer.
Estamos convencidos de que, en medio de muchos progresos y muchas iniciativas, de muchas modificaciones en nuestro modo de ser, no hemos encontrado esa especie de piedra filosofal. Y para quienes tenemos o hemos tenido alguna participación en la vida de nuestros pueblos, es angustioso pensar que todos los esfuerzos por hacer, por producir, por crear, por organizar, tropiezan con una insatisfacción muy acentuada por parte de grandes sectores de la sociedad. Y encuentran en nuestras propias conciencias el resultado de que no hemos podido ofrecerles a nuestros pueblos, en el sentido en que debiéramos, la posibilidad para cada uno de desarrollar su propia personalidad. Por supuesto que esto nos lleva inicialmente a plantear el concepto de desarrollo porque se ha confundido desarrollo con industrialización.
Desarrollo e industrialización
Se habla del desarrollo económico cuando se anuncia una nueva planta siderúrgica, una nueva central hidroeléctrica, un nuevo conjunto industrial de cualquier naturaleza, o cuando se construyen obras de infraestructura material, como autopistas y puentes, al precio que sea. En el Brasil admira uno el puente de Río a Niterói, que tiene dieciséis kilómetros de largo y debe ser causante de no pocas de las angustias actuales del gobierno brasilero por el pago de la deuda externa. En Venezuela estamos orgullosos del puente sobre el Lago de Maracaibo, de ocho kilómetros de largo, que ha constituido un verdadero progreso pero que también ha supuesto un sacrificio importante como estamos experimentando ahora. Pero realmente, ¿cuál es el desarrollo que queremos? ¿Cuál es el desarrollo que debemos tratar de obtener? El concepto no puede limitarse al ámbito puramente económico y mucho menos, dentro de lo económico, en forma exclusiva al ámbito de la industrialización. Tiene un alcance más amplio.
Ya nos dijo el papa Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, sobre el desarrollo de los pueblos, que va a cumplir veinte años de emitida el 26 de marzo del próximo año de 1987, que el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico; que para ser auténtico debe ser integral. Es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre. Es una frase de Lebret, citado en el texto de la propia encíclica. «De todo el hombre», es decir, el hombre estómago y materia, pero también el hombre cerebro, corazón, pensamiento, sentimiento. Esto desgraciadamente lo han olvidado algunos que se llaman desarrollistas y creen que todos los esfuerzos de la comunidad deben dedicarse con exclusividad al desarrollo económico.
La misma encíclica Populorum progressio tiene al respecto un párrafo que considero muy elocuente: «verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones que hacen ilusorio este legítimo deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la independencia nacional sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones» (n. 6).
Hay infinidad de definiciones de desarrollo. Yo creo que en todas las ciencias, los conceptos fundamentales constituyen un verdadero banquete para los científicos, porque se comienzan a acuñar definiciones, muchas veces muy complejas, difíciles y con un punto de vista muy peculiar y hasta limitado. Sin embargo, algún concepto deberíamos tratar de formular. Hemos hablado de la posibilidad de ofrecer a todos los hombres, a todos los miembros de una comunidad; y a todo el hombre, es decir, en todas las diversas manifestaciones que lo integran, como materia y como espíritu, la posibilidad de incorporarse al proceso social, económico, cultural y político, y de desarrollar su propia personalidad.
Justicia Social Internacional
Justamente, este tema, trasladado al ámbito internacional, supone en mi concepto la obligación para los países desarrollados de remover los obstáculos que impiden el desarrollo de los otros pueblos, de los que se llaman subdesarrollados o en vías de desarrollo. Y en la medida de lo posible, ayudar, cooperar para que logren su propio desarrollo. Esta no es una concepción paternalista. No pretendemos que los países desarrollados nos tomen de la mano para llevarnos a una situación de desarrollo. Lo que pretendemos es que no se nos pongan obstáculos fundamentales para que ese desarrollo lo podamos obtener por nosotros mismos.
De allí una serie de principios que vienen envueltos con una idea a la que he sido muy afecto y que he sostenido en numerosas ocasiones, incluso en mi incorporación a la Academia Iberoamericana de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, que es la idea de la Justicia Social Internacional. Si la justicia social, adoptándola en la definición más simple, la que está en la encíclica Quadragesimo anno, que —dice— «es la que exige lo necesario para el bien común», la trasladamos al ámbito internacional y creemos que hay una comunidad internacional, la justicia social demanda de todos los miembros de la comunidad internacional el reconocimiento de los deberes que son necesarios para el Bien Común Internacional. Este concepto sería muy fecundo.
Dentro de cada pueblo nos encontramos con que la justicia social ha sido aceptada y en una forma increíble. A pesar de tratarse de un concepto de pura estirpe filosófica, las filosofías más contrapuestas, todas, han acogido la justicia social y le dan su propia definición. Definen la justicia social los países del mundo occidental; definen la justicia social los países del mundo comunista. En los distintos continentes se habla de la justicia social y esta sirve de base y fundamento para nuestro esfuerzo por la liberación del hombre y por la realización de su plena personalidad. Pero ¿cómo lograr esto? ¿Qué es lo que efectivamente deseamos? ¿Cómo podemos definir a un país como en vías de desarrollo?
A veces encontramos contradicciones que nos revelan que no es simplemente el hecho de la riqueza lo que caracteriza el desarrollo. Kuwait ha tenido quizás el ingreso per cápita más alto en todo el universo y nadie dice que es un país desarrollado. En cambio, otros países con una riqueza menor se consideran como países desarrollados. En cuanto a los recursos naturales, su utilización, la explotación de los recursos naturales es un índice de desarrollo, pero hasta qué punto, en qué medida. Porque el Canadá tiene recursos naturales inmensos, tiene una superficie mayor que la de los Estados Unidos, tiene una cantidad de posibilidades en su seno que no han sido explotadas, tiene una población relativamente pequeña y lo consideramos un país desarrollado. Entonces, más o menos, para no caer en la manía de las definiciones y adoptar una muy sencilla podríamos decir —me atrevo a pensar— que el desarrollo es la «utilización adecuada y armónica de los recursos naturales, de los recursos financieros y de los recursos humanos». Cuando esa armonía se logra, podemos hablar de desarrollo. En cambio, podemos tener una gran riqueza financiera, podemos tener inmensos recursos naturales, y los recursos humanos no logran la plenitud de su aprovechamiento, no podemos hablar de desarrollo.
¿Cuál es el modelo de desarrollo para América Latina?
Ahora, ¿cuál es el modelo de desarrollo que los latinoamericanos debemos escoger? Esto nos preocupa inmensamente. Sin duda, no es una copia al carbón. He dicho algunas veces y no para hacer propaganda a una firma mercantil sino por poner más a la moda la frase, no es una copia xerográfica del proceso de desarrollo que realizaron los países industrializados de hoy. La Revolución Industrial es un fenómeno no repetible. Tuvo sus características propias, algunas de ellas incompatibles con nuestros conceptos de la justicia y de la moral.
La industrialización se realizó a base de jornadas de trabajo inhumanas, de la explotación inmisericorde del obrero, de la mujer, del niño; del aprovechamiento de la mano de obra esclava. La lacra más grande de la civilización cristiana está en que la esclavitud haya existido diecinueve siglos después de la muerte de Cristo.
Este aprovechamiento de la mano de obra esclava, después del aprovechamiento de la mano de obra colonial y luego el aprovechamiento de la producción de los países productores de materias primas, todo esto contribuyó a crear una riqueza que después ha sido bien manejada y que constantemente aumenta, haciéndose cada vez mayor la distancia entre los países que mucho tienen y los que tenemos mucho menos.
Este proceso nosotros no lo podemos realizar ni lo queremos realizar tampoco. No querríamos nosotros lograr el desarrollo de nuestros pueblos a base del sacrificio inhumano de nuestra gente, o a base de la explotación indebida e injusta de otros pueblos en el mundo. En cierto modo, podríamos hablar de este fenómeno en los tiempos modernos en el régimen estalinista de la Unión Soviética. Había que desarrollar la industria pesada, había que crear una economía que se sintiera con pujo para competir con la economía de los Estados Unidos o del mundo occidental, y no importaba que murieran millones de personas de hambre o de frío o se hacinaran las familias, o que tuvieran un estándar de vida incompatible con la vida humana. Había que realizarlo al precio que fuera. Esto, indudablemente, no puede ser nuestra idea ni podemos admitir en América Latina esa tesis.
Por cierto, debo decir que nos ha preocupado muchas veces el que algunos economistas, sociólogos o historiadores europeos asomen la idea de que el desarrollo en América Latina no se puede realizar dentro de la democracia; que se supone la necesidad de un autoritarismo para que imponga las injusticias que puedan dar el resultado de ese enriquecimiento, de esa industrialización.
Algunas veces hemos tenido que protestar contra eminentes pensadores en la esfera universal porque han llegado, incluso en nuestros países, a soltar esta idea: la incompatibilidad del desarrollo con la libertad y con la democracia.
Nosotros tenemos que buscar, y debemos buscar, a través de la libertad ese objetivo del desarrollo, pero tenemos que empezar por plantearnos cuál es en efecto el desarrollo que queremos, y ese desarrollo —como decíamos— no es solamente tendiente a tener más sino a ser más y a lograr una mayor armonía.
El caso Brasil
El Brasil es un país admirable. La Casa de Braganza se ha ido ganando con el tiempo la mayor admiración de todos nosotros. Tuvo la inteligencia que no tuvo la Casa de Borbón. Mantuvieron la unidad de sus colonias en América al precio que fuera necesario, hasta a la división del padre y el hijo. Esa unidad que mantuvo a las colonias portuguesas en una sola estructura política y social le ha dado, sin duda, una gran preeminencia en relación a los otros países de América Latina, porque cada una de nuestras repúblicas, de nuestras naciones, se dejó llevar de esa tendencia al exagerado autonomismo, que se convierte casi en un individualismo de pueblos entre nuestros países. Muchas veces he pensado en esto. ¿Cómo es posible que con todo el arrastre fulgurante de Bolívar, con todo el brillo de sus hazañas, no solamente no pudiera unir en un solo Estado a Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, Panamá (que formaba parte entonces de la Nueva Granada), sino que no pudo consolidar la Gran Colombia con la Nueva Granada, el reino de Quito y la Capitanía General de Venezuela, a pesar de que hubo diez años de prueba? Porque desde el 17 de diciembre de 1819 en que se establece la Gran Colombia (después vino la incorporación de Quito), hasta el año de 1830 en que se produce la separación, hubo tiempo suficiente como para que las instituciones se consolidaran y lográramos la unidad.
No creo que Páez en mi país, ni Santander en la Nueva Granada ni Juan José Flores en el Ecuador fueran más populares, tuvieran más arraigo, más inteligencia o más capacidad que Bolívar. Pero representaban el sentimiento de la gente que quería estar cada uno en lo suyo y no quería someterse a las exigencias de la unión. Esta es una digresión con motivo de la expresión admirativa que tenemos todos para el Brasil.
Nos dicen que el Brasil, mientras muchos países rebajaban el ingreso nacional, creció en su PTB 6 o 7% el año pasado. Pero el crecimiento del PTB en el Brasil y la industrialización, que lo ha llevado a esferas muy altas y hasta delicadas, sofisticadas, en la informática, la electrónica y otros aspectos, convive con un porcentaje de marginalidad que asombra, que provoca una especie de pánico en quien lo analiza. Debe haber algo en ese proceso de desarrollo que no corresponde a los objetivos fundamentales. Porque más crece la industria, más crece el ingreso y más aumenta, o por lo menos sobrevive, el índice más elevado de marginalidad.
El problema existe en el mundo entero. Se plantea en la Europa occidental, se plantea en la Unión Soviética. Algunas veces digo que hemos tenido una decepción grande en los últimos tiempos porque el Estado de Israel era para nosotros una especie de escaparate de muestra de hasta dónde se puede llegar con la capacidad, con la técnica, con el buen manejo. Y resulta que Israel tiene los problemas de la inflación, también del desempleo, de las dificultades a medida que el ingreso de un pago que viene del exterior por indemnizaciones empieza a desaparecer o que disminuyen las contribuciones de quienes se sienten unidos espiritualmente a aquel fenómeno político en los países capitalistas del mundo.
Hoy leí en un periódico colombiano algo que me impresionó. Un planificador y filósofo social, teórico del desarrollo y catedrático de la Universidad de California, nacido en Colombia y colombiano, expresaba unas ideas que, en forma diferente, reflejan esta misma noción del fracaso de una determinada idea de desarrollo, que busca imitar o repetir lo que ha sido el desarrollo en los países industrializados. Dice el periódico: asegura el investigador que debido a la mala interpretación de la palabrita ‘desarrollo’ nos hemos creído el cuento de que somos un país subdesarrollado. Yo no creo que sea exactamente el que no seamos países subdesarrollados sino que se nos planteaba como programa un objetivo de desarrollo distinto, dice aquí, para llegar al reino. Leo: «el investigador caldense enfatiza entonces que cuarenta años de desarrollo no han producido los resultados más felices». Y más abajo: «asegura que esta visión del desarrollo sometió a nuestras poblaciones a patrones de comportamiento, racionalidades y formas de vida propias de los países desarrollados. Se olvidó que somos únicos y necesitamos programas acordes a nuestras necesidades y realidades». Dice aún —ya esta es una cuestión de la política actual—: «y lo más grave es que las banderas políticas de los actuales candidatos a la Presidencia de la República se guían por este molde».
Somos países pobres
Es verdad. Tenemos que encontrar un modelo de desarrollo propio. Pero no basta que lo digamos. Tenemos que estudiarlo. ¿Cuál sería este modelo propio de desarrollo? Indudablemente cuando nos quejamos de que se ve en el desarrollo solo el crecimiento del ingreso o criticamos una concepción desarrollista orientada exclusivamente hacia la industrialización no es que neguemos la necesidad e importancia de ese aumento. Somos países pobres. Escribí en Venezuela la semana pasada un artículo, con motivo de una conferencia que dicté en un Instituto de Estudios Superiores de la Empresa, y lo titulé «Una ilusión de riqueza». Porque allá publicaron un libro llamado «Venezuela, una ilusión de armonía», y les preguntaba si no podría publicarse otro que dijera «una ilusión de riqueza».
El daño más grande que se le ha hecho a Venezuela en los últimos tiempos es la fama de nuevos ricos que nos hicieron. Entró un dinero del petróleo y creímos realmente que éramos muy ricos.
El ingreso per cápita está en unos 2.738 dólares. En los Estados Unidos, las cifras oficiales del Bureau del Censo para 1980 consideran el límite de pobreza crítica el de 3.688 dólares. Es decir que el país riquísimo tenía un ingreso per cápita de 2.738 dólares mientras los pobres de solemnidad, que son objeto de la asistencia social y suman unos 25 millones de personas en los Estados Unidos, son los que están por debajo de los 3.688 dólares. Nos consideraban ricos porque nuestros hermanos eran más pobres que nosotros. Simplemente. Como cuando me decían —estando en el gobierno y quería hacer negocio con nuestro petróleo, que estaba a 1.79 dólares por barril— los países amigos, Italia y Alemania: no podemos porque nosotros compramos petróleo más barato en el Medio Oriente, en el Norte de África y hasta en la Unión Soviética. Para 1984, promediando la venta de dólares en el mercado libre y en el mercado regulado, en Venezuela es de 2.379 dólares; en Colombia 1.047 dólares; Brasil 1.758 dólares; Argentina 1.919 dólares. Somos países pobres. Tenemos que producir. No somos contrarios al aumento de la riqueza; al contrario, tenemos que ver cómo aumentamos la riqueza.
La producción de riqueza
Ahora bien, ¿en qué rubro la vamos a aumentar? Por de pronto, estamos de acuerdo en que tenemos que lograr una industrialización que nos permita incorporar el valor agregado a nuestras materias primas. No podemos estar siempre vendiendo nuestras materias primas a precios miserables para que las elaboren y nos las devuelvan manufacturadas a precios sumamente altos. Tenemos que aumentar nuestra producción agropecuaria para asegurar la alimentación de nuestros pueblos, para depender en ello lo menos posible del exterior. Estos dos aspectos son importantes, muy importantes.
Pero hay algo que debemos tomar en cuenta fundamentalmente. Nosotros estamos en la ilusión de que la industrialización y el desarrollo rural van a traer un aumento del empleo y no es así. Ayer escuché un excelente discurso del Ministro del Trabajo, pero encontraba una cierta contradicción porque por un lado hablaba de la necesidad de crear setenta millones de empleos y, por otro lado, ponía su esperanza en el desarrollo de la agricultura, en la mecanización de la agricultura, en el desarrollo de la industria. No nos da el número de empleos que necesitamos.
En Venezuela tenemos unas cifras que me han impresionado terriblemente. En el polo de desarrollo de Ciudad Guayana, donde hay un sistema hidroeléctrico, un complejo siderúrgico, un complejo alumínico; donde ha surgido una ciudad de trescientos mil habitantes que hace apenas treinta años era un pueblecito de tres mil habitantes, se han invertido en total 63.275 millones de bolívares para darle empleo a unas treinta mil personas. Es decir, que cada trabajador supone una inversión de 2.140.000 bolívares. Si deducimos el complejo hidroeléctrico que es el que da menos empleo, y nos limitamos a lo que llamamos las «industrias básicas» —siderúrgica, alumínica, etc.—, la inversión se reduce a 32.625 millones de bolívares para un empleo de 24.220 personas, lo que supone una inversión de 1.150.000 bolívares por cada trabajador. Es decir que, para darle empleo a cien mil trabajadores, y suponemos que todos los años acceden al mercado de trabajo cien mil trabajadores que demandan ocupación, habría que invertir entre cien mil y doscientos mil millones de bolívares, cantidades de las que no disponemos. Si se nos conceden en préstamos relativamente benévolos, suponen un servicio de la deuda con los acreedores extranjeros de una dimensión increíble y terrible.
La agricultura y el éxodo rural
Y en cuanto a la agricultura. Tenemos que desarrollar la agricultura. Tenemos que modernizarla. Tenemos que estar conscientes de que el progreso de la agricultura supone un aumento de productividad, es decir, una producción cada vez más capital-intensiva y cada vez menos trabajo-intensiva. Por cada trabajador obtendremos mucho mayor rendimiento con fertilizantes, con riego, con maquinaria, con todo lo que el capital nos puede dar; pero no será una fuente generadora de nuevos empleos.
Hay un tema en el que no sé si a alguno de ustedes le ha pasado lo que me pasa a mí. Me desconcierta el tema del éxodo rural. Se abandonan los campos. Hay un fenómeno de urbanización. Crecen increíblemente las ciudades, pero los campos no se quedan solos. En cifras absolutas, en los campos —en mi país, en este y en otros países— hay la misma cantidad de gente que hace treinta, cuarenta o cincuenta años. Ha disminuido porcentualmente pero es porque, como es natural, la posibilidad de empleo está limitada y la gente marcha necesariamente hacia la ciudad. Algunos llegaron a hablar de retorno de la ciudad al campo. Movimientos para lograr que la gente que vino del área rural a la ciudad regresara al campo. Después de estar en la ciudad y tener hospitales y escuelas, y las ventajas de la vida urbana, por más que logremos urbanizar el campo, no van a regresar. Lo más que podemos hacer es contener allá la marcha y, desde luego, establecer agroindustrias: que la primera elaboración de las sustancias agrícolas de materia prima se haga cerca de donde se produzca y no en el centro urbano respectivo.
Hay cifras que a uno lo impresionan mucho. Los Estados Unidos, con una población de doscientos treinta millones de habitantes, produce para alimentar a su población, para venderle cereales a la Unión Soviética cuando la cosecha en el otro lado es deficitaria, hasta para regalar en algunos programas de cooperación y de asistencia, y a veces tienen que limitar la producción para evitar mayores problemas. Y el porcentaje de la población activa ocupada en la agricultura y en la cría, según las cifras últimas que he podido consultar, es de 2,8%. Es el 2,8% de la población activa el que produce para alimentar a aquellos doscientos treinta millones de habitantes. Y esa cifra va bajando: en 1960 era el 7,9%. Pero va bajando y va aumentando la inversión, porque la inversión en agricultura en los Estados Unidos es mayor per cápita que la inversión en la industria, con tratarse del país más industrializado del mundo. Naturalmente, incluyendo en la inversión el valor de la tierra, el precio de la tierra, que siempre tiende a aumentar.
En diciembre estuve presidiendo una mesa redonda del Instituto Jacques Maritain, en la abadía de Praglia, cerca de Padua, y un profesor de la universidad de Lovaina nos hablaba de que en Bélgica se ha producido un éxodo rural y la población activa ocupada en la agricultura es menos del 3%. Y en proporción a su población, Bélgica es quizás el país de mayor rendimiento agropecuario en Europa. En Yugoslavia, hace año y medio, visité el valle de Voivodina donde se hicieron grandes obras de riego. Me llevaron a una granja, motivo de orgullo para ellos, y me explicaban que esas tierras antes estaban ocupadas por varios centenares de campesinos, a los que tuvieron que evacuar y darles otra cosa que hacer; ahora, con unos cuarenta trabajadores, muchos tractores, mucho fertilizante, muchos alimentos artificiales, tienen una producción fabulosa. Unas matas de maíz de gran altura. Y unos establos, que me causaron hasta horror. Sé que no lo hacen solo ellos, sino que también se hace en Europa: esos establos donde alimentan a un centenar de becerros, que no ven el sol, que no salen de allí, que están presos durante un año, a los que echan el alimento con tractores, los engordan, los hacen crecer y los venden cuando tienen un año, con un mecanismo que a nosotros, que somos mucho más simples, nos causa un cierto escozor. Era una especie de reforma agraria al revés. Y el propio director de los servicios de la central de riego decía que al funcionario que no daba rendimiento, lo despedía.
El empleo
Pero volvamos a la agricultura. Tenemos que fomentar la agricultura. Tenemos que desarrollar la agricultura, pero eso no nos resuelve el problema del desempleo, el problema de la marginalidad. El desempleo no es un fenómeno meramente coyuntural. Es un fenómeno estructural. La coyuntura lo agrava en algunas circunstancias, pero hay factores y causas más profundas. En Venezuela nos encontramos con estas circunstancias. El petróleo no ofrece empleo en forma directa sino al 1% de la población activa. Son industrias extractivas, muy tecnificadas, donde la mano de obra es un factor de menos importancia cuantitativa. El Estado, que comienza a transformarse también con la idea del moderno Estado de servicios, va absorbiendo mano de obra hasta el punto de que llega a tener un 25% o más, algunas veces con un crecimiento acelerado.
Cuando comenzó el experimento democrático había, si no recuerdo mal, unas doscientas o doscientas cincuenta mil personas al servicio de la administración pública. Cuando entregué el gobierno, es decir tres períodos y un año provisional, dieciséis años después, la cifra llegaba a trescientos cincuenta mil. Es decir, había aumentado ciento cincuenta mil en dieciséis años, un poco menos de diez mil personas por año. Cuando vino el auge de los precios del petróleo pasó en cinco años de trescientas cincuenta mil a ochocientas cincuenta mil y hoy está por encima del millón de personas. Algunos de estos crecimientos en el índice de ocupación son indispensables y necesarios, especialmente en lo que se refiere a la educación, a la salud y a la seguridad pública. Son tres rubros que demandan un aumento creciente. Pero llega un momento en que el Estado copó su capacidad de empleador y ahora ya no está en condiciones de seguir absorbiendo mano de obra en forma indefinida, es decir, de dar por vía indirecta la colocación que el petróleo por vía directa no puede dar.
Los problemas son realmente graves. A amigos míos colombianos, cuando Colombia no tenía petróleo, les decía: ustedes tienen el café, que les produce mucho menos dinero que el petróleo; pero el café genera mucho más empleo. Tengo entendido que en Colombia un millón doscientas mil familias viven del café. Y ese café, que lo han tratado, cultivado y defendido con esmero, complementado con granjas agrícolas, con huertos de cítricos, puede dar un nivel de vida relativamente alto y satisfactorio. Es una bendición que todavía la mecanización no haya podido desplazar al trabajador manual en la actividad cafetalera. Como sucede también con la producción de flores en la sabana de Bogotá, que tiene la bendición de que las flores no se pueden trabajar con máquina. Necesitan de mano de obra para cultivarlas y recogerlas. Pero, realmente, este problema lo vemos seriamente planteado y nos va a llevar a otro punto.
Por cierto, permítanme ustedes esta digresión. Cuando he tenido ocasión de dialogar con altos dirigentes de la vida colombiana, siempre les he dicho: yo creo que no hay nadie más interesado en que Colombia encuentre petróleo en cantidad que yo. Porque estoy convencido de que el día en que Colombia tenga petróleo los pocos problemas que existen entre los dos países desaparecen automáticamente. Se acaba el problema, el encandilamiento del bolívar petrolero para los indocumentados, se acaba la atracción para que tanta gente deje este bellísimo país, que tanto aman, por la idea de que pueden tener un mejoramiento económico sustancial. Bueno, creo que hemos entrado ya en un camino en que Colombia produce petróleo para su consumo y ya se está alineando en el orden de los países exportadores de petróleo. Pero, caramba, ¡qué mala suerte ha tenido Colombia con el petróleo!
Se quejaban algunos de que se tiraba una raya de delimitación con un país hermano, el Ecuador por ejemplo, del lado allá había petróleo y del lado acá no. De tal manera que al hablarse de cualquier problema de delimitación siempre aparecía la idea: bueno, y si trazamos esa línea y resulta que el petróleo está del otro lado… Pero Colombia ha encontrado petróleo, está produciendo. Va a exportar petróleo y baja el precio del petróleo. No puede ser, ¡caramba! Algo tiene que haber allí, increíble, inexplicable. Porque en el momento en que estaba en su mejor nivel el mercado petrolero, se incorpora Colombia al grupo de los países exportadores de petróleo y encuentra esta dificultad. Esto nos lleva a la segunda parte.
Un programa de desarrollo supone un esfuerzo para generar empleo estable
Un margen considerable de desempleo es lo más grave que nos está pasando y que nos amenaza con pasar en los años inmediatos. Porque evidentemente podemos mejorar la situación actual pero no podemos resolverla y quizá no podemos impedir que se acentúe. Tengo aquí unas cifras de Helio Jaguaribe. Helio de Matos Jaguaribe es uno de los economistas latinoamericanos que merece mayor respeto por su seriedad, por su voluntad de estudio. En una conferencia que dio en Caracas, en un simposio sobre América Latina: Conciencia y Nación, decía esto: el gran problema, por supuesto, son los países en donde predominan las masas marginadas y donde los costos de incorporación de esas masas son extremadamente altos, como es el caso de Brasil, México, Perú, Colombia. Él miraba con ojos más piadosos la situación de otros países, como Venezuela. Temo que con los acontecimientos posteriores estos casos también lo llenen de preocupación. Cita las cifras que da Oscar Altimir en La dimensión de la pobreza en América Latina, publicación de la CEPAL en 1979.
El porcentaje de población que vive por debajo de la línea de pobreza, para ese momento y según esta fuente, es para el Brasil 49%, casi la mitad de la población. Para Colombia, el 45%; para México, el 34%; para Venezuela, el 25%. Esto como promedios nacionales. Pero esta información señala además que en el medio rural en Brasil llega al 73%, en Colombia al 54%, en México al 49% y en Venezuela al 35%. Esto es en la línea de pobreza. Por debajo de la línea de indigencia da: 25% para el Brasil, 18% para Colombia, 12% para México y 10% para Venezuela.
Un modelo de desarrollo que se dedique a generar más recursos financieros y a construir obras de infraestructura o a levantar grandes factorías no sería suficiente. Por lo demás, las grandes factorías entran en obsolescencia con una rapidez alarmante por el desarrollo tecnológico. Se hace un gran esfuerzo para montar una fábrica estupenda y resulta que a los diez o veinte años ya han inventado procedimientos que hacen antieconómica e inconveniente esa fábrica. No podemos tampoco acoger una teoría que estuvo en boga una vez y se difundió mucho en la India, la de usar tecnología atrasada para dar ocupación a más gente. Ese es un paliativo que conduce a peores consecuencias porque en los mercados modernos, con las posibilidades de la producción, con las necesidades del intercambio, una tecnología superada hace tiempo coloca al país respectivo en una situación de inferioridad que después no puede vencer. Yo creo que tendríamos la obligación de estudiar cuáles son las actividades que pueden ayudarnos a enfrentar este problema estructural del desempleo.
Desde luego, la pequeña industria y el artesanado son una fuente. En estos días se ha estado hablando mucho, y con muy interesantes conferencias, sobre la economía informal, que tiene mucho que ver con esto y con lo que llaman el subempleo. ¿Qué es el subempleo? Una ocupación por debajo de los niveles naturales, pero que es el único recurso que muchas veces tiene una persona que no encuentra de qué vivir. Les habrá ocurrido a ustedes. A mí me pasó muchas veces. Recorriendo los barrios más pobres de los alrededores de Caracas o de otras ciudades de Venezuela, encontrarme a muchos jefes de familia que me dicen: doctor, no tengo trabajo.
Quiero trabajo. Y si le pregunto desde cuándo estás desempleado, hace un gesto: no sabe desde cuándo. Ha estado desempleado siempre. Pero, bueno, ¿cómo vives, cómo vive tu familia? Bueno, usted sabe, un compadre mío tiene un carrito de alquiler y él me lo da para que lo maneje los domingos; y mi mujer hace arepas —no sé cómo diríamos aquí— y las vende a algunos familiares. Y lava la ropa de una familia. Y está el fenómeno de los buhoneros en América Latina. Diría hoy más que nunca en Lima. Esa bella ciudad está tomada por los buhoneros, muchos de ellos venidos del medio rural, indígenas, que ocupan las calles, impidiendo que la gente transite y creando problemas de estética e higiene sumamente graves; pero ¿de qué vive esa gente si no, de qué vive?
Turismo, servicios y vivienda
Hemos mencionado la pequeña industria, el artesanado. Diría también el turismo, que ha sido llamado la industria sin chimeneas. El turismo es una especie de mecanismo compensatorio, una especie de vaso comunicante. Los países ricos van a hacer turismo a los países pobres. Y dentro de un mismo país las regiones de mejor nivel económico hacen turismo en las áreas de menor nivel económico. Hay una especie de trasvase de recursos de un lugar a otro. El turismo requiere inversión. No basta tener unas playas muy lindas, un clima muy agradable, una gente muy simpática, unas montañas extraordinarias. Hay que invertir para que el turista vaya cuando se quiere tener realmente al turismo como un renglón importante de ingreso y de ocupación. España, en una crisis tremenda, se fue por el lado del turismo y llego a tener tantas divisas por ese concepto como Venezuela tenía por su exportación de petróleo.
Y los servicios. Este es un punto donde lo social y lo económico parecen chocar. Los economistas rigurosos no aceptan que el sector terciario se desarrolle sino después de que se han desarrollado sólidamente el sector primario y el secundario. La verdad es que nosotros no podemos esperar a tener un sector primario, un sector secundario muy fuertes para que aparezcan los servicios. Tenemos que estimular los servicios, admitir que el Estado moderno es un Estado de servicios y que la calidad de vida es un reclamo fundamental por parte de la población.
Hablando de la calidad de vida, sin duda que no podemos olvidar el programa de la vivienda que, a la vez, da a la familia una sede y una posibilidad humana de desenvolverse; y da ocupación a la industria de la construcción. Se van constantemente renovando sus planes y es una de las más capaces para absorber suficiente mano de obra. El señor Ryzhkov, Primer Ministro de la Unión Soviética, en el informe que hizo el 3 de marzo, hace un mes, como complemento al informe del Secretario General Gorbachov, afirma que en los cinco años anteriores —hace un análisis del plan quinquenal— han entregado diez millones de apartamentos, lo que representa dos millones por año. Dos millones por año para una población de trescientos millones da una idea tal que en Venezuela sería equivalente a las cien mil unidades de vivienda por año de que hemos hablado algunas veces, lo que ha dado motivo a mucha controversia y a no pocos ejercicios del humorismo político. Pero, después de decir eso, plantea que darle vivienda, apartamento o casa independiente, a cada familia soviética para el año 2000 requiere un esfuerzo inmenso, que tienen la obligación de hacer.
Yo creo que un modelo de desarrollo para América Latina, tiene que contemplar esto de la calidad de vida y dentro de eso indudablemente que tiene importancia la vivienda.
Seguridad social
Vamos ahora a un aspecto complementario y final, que es la seguridad social. Lograr la eliminación total del desempleo parece un objetivo imposible. Hay una literatura en los países socialistas sobre el pleno empleo. Los que hemos viajado a los países socialistas, la Unión Soviética por ejemplo, encontramos en los museos a unas señoras de cierta edad, sentadas en los rincones, que están llenando las formalidades, cumpliendo un empleo. Y si estamos en un hotel, encontramos a una señora que está en un escritorio en cada piso, tomando nota del que entra y sale de su habitación. Dicen que esas son actividades policiales. No creo en realidad que los turistas estén controlados allá como para que eso sea indispensable.
Es que tienen que darle ocupación a la gente. En Venezuela hubo un gobierno que para fomentar el pleno empleo ordenó que en cada ascensor hubiera un ascensorista aunque el ascensor fuera automático. Muchas veces dañaban el ascensor por no saberlo operar. Se consideró como un recurso importante para el empleo que en cada baño, de cada establecimiento, hubiera sentada allí una mujer o un hombre, como cuidadores. Desde el punto de vista higiénico, eso tiene sus ventajas; pero eso no es realmente lo que puede darnos la solución para el problema del desempleo. Caemos en la seguridad social. Hemos recordado que la República Federal Alemana tenía millones de trabajadores hace poco tiempo para atender su industria; hoy está confrontando el problema del desempleo y abriéndoles camino para que se vayan. Y no ocurre solamente allí. Ocurre en Francia, en el Reino Unido. En todas partes existe esta cuestión latente, que es necesario enfrentar.
El adelanto tecnológico
Tenemos por otra parte la necesidad de incorporarnos al adelanto tecnológico. No creo que sea muy seria la posibilidad de que alcancemos a los países adelantados, industrializados, en el grado de desarrollo tecnológico. Lo que tenemos que hacer es cubrir las fallas fundamentales para poder lograr lo nuestro propio dentro de esa situación de dificultad. En mayo de 1984 tuve el honor de asistir en Cali a una reunión de una semana promovida por el Instituto Intergubernamental de Informática, con el apoyo del presidente de Colombia, y se creó una organización llamada Club de Cali para fomentar la preocupación, el interés en los programas de desarrollo de la informática en América Latina.
Pero, indudablemente, todo esto llega y al mismo tiempo influye en el problema del empleo. Hay una situación que se nos está planteando en Venezuela y temo que en cualquier otro país de América Latina también. El desempleo de profesionales universitarios. Ya habíamos encontrado en Europa algo de esto, ya en España me había dicho un señor que tiene una venta de artículos de escritorio: tengo dos hijos graduados de ingeniero y los tengo vendiendo por las calles porque no encuentran ocupación. La explicación elemental era política. No hay empleo sino para los del partido en el poder. No es una explicación suficiente pero de todas maneras el índice de desempleo existe. Graduados universitarios que no encuentran trabajo crean una angustia muy grande. Quizás un millar de profesionales desempleados, desde el punto de vista social, constituye un factor más peligroso que diez o cien mil trabajadores u obreros manuales que no encuentran trabajo. Todo esto supone un esfuerzo para incrementar los servicios, para crear conciencia de la necesidad de esos profesionales de que se planifique su formación de acuerdo con las necesidades del país.
La integración
Finalmente, todo esto ha de estar orientado hacia nuestra verdadera autonomía, nuestra independencia. La interdependencia es un hecho y resulta absurdo pensar que las autarquías puedan existir hoy; pero para tener nosotros la conciencia de que podemos manejar lo nuestro, debemos orientar nuestro esfuerzo hacia la creación de recursos y de sistemas más sólidos, más eficaces y más adecuados a nuestra realidad. Este ya sería un tema muy extenso en el cual no debo entrar, pero la integración es precisamente el camino para fortalecer nuestros pasos hacia la independencia.
No he pretendido hoy presentar un programa ni definir el nuevo modelo de desarrollo. No he querido propiamente dar una conferencia sino suscitar el tema. Lo que pretendo es que este tema se tome con interés, con pasión, con cariño, y que se revisen muchos lugares comunes, muchos mitos que se ponen a circular y que a veces no resisten un análisis, un encuentro con la realidad. Creo que los laboralistas estamos obligados a esto. Al fin y al cabo, la verdadera demostración de que se ha logrado un proceso de desarrollo es la de que existe posibilidad de acción, de trabajo, de ocupación para todos, y por eso este tema no nos puede resultar indiferente.
Me pareció, pues, que esta estupenda reunión de laboralistas podía sin duda interesarse bastante y dar su contribución para que no lleguemos al año 2000 pensando todavía que tenemos que desarrollarnos, y creyendo que desarrollarnos es aumentar un renglón en la producción de acero, de aluminio o de lo que sea, o simplemente aumentar los índices de lo positivo, tratando de olvidarnos de los índices de lo negativo que tanto nos inquieta.