Un trece de enero

Columna de Rafael Caldera «Panorama venezolano», escrita para ALA y publicada en diversos diarios, entre ellos El Universal, del cual extraemos su texto, del 13 de enero de 1993.

A pesar de que ya han transcurrido 47 años, todavía es difícil hacer una apreciación justa y serena de lo ocurrido el 18 de octubre de 1945. En lo negativo sobresale, sin duda, la asunción de las Fuerzas Armadas a un papel protagónico en la vida política, que desembocó en el golpe del 24 de noviembre de 1948 y casi un decenio de dictadura. Aunque también hay que reconocer que lo militar continuaba todavía en el 45 como un elemento fundamental en la realidad política, no obstante que los generales López Contreras y Medina Angarita (que habían pasado sin solución de continuidad del Ministerio de Guerra y Marina a la Presidencia de la República) habían hecho un esfuerzo por transferir el mando al elemento civil.

Por lo demás, el sistema no había llegado a la plenitud democrática: la selección del candidato del PDV a sucederlo y de los que irían al Congreso la hacía el jefe del Estado personalmente, a la manera del PRI mexicano. Como decía Jóvito Villalba, «el 18 de octubre pasó algo». Se abrió innegablemente una nueva etapa, sobre todo al establecer el voto universal, decisión que resultó irreversible, Se levantó un dique y las corrientes populares fluyeron: surgieron los nuevos partidos políticos, llamados a ser constructores y conductores de la ansiada y hasta entonces no lograda democracia venezolana. Si Acción Democrática no hubiera desbordado su inmadurez en impaciencia arrolladora con intolerancia desmedida, quizás el desenvolvimiento posterior habría sido diferente.

Los muchachos que habíamos iniciado nuestras luchas en la Unión Nacional Estudiantil (UNE) veníamos tratando desde 1936 de plasmar nuestro «compromiso para toda la vida» en una organización política inspirada en el ideal social cristiano. Habíamos hecho diversos intentos y hasta tuvimos con «Acción Nacional» una pequeña representación parlamentaria, que se recuerda, sobre todo, por la oposición al Tratado de Límites y Navegación con Colombia, así como por la participación en la Reforma del Código Civil en 1942 y en la Reforma Constitucional en 1944. Pero fue la demolición de las estructuras anteriores, hecha por la llamada «Revolución de Octubre», la que nos presentó el momento decisivo para dar forma a aquel proyecto en el que durante diez años habíamos venido trabajando.

Éramos bastante jóvenes. El suscrito, uno de los más viejos del grupo, estaba precisamente cumpliendo 30 años. Nos acompañaron algunos honestos patriotas, mayores que nosotros, hombres y mujeres, de limpias credenciales; entre ellos el inolvidable Pedro Del Corral, a quien elegimos presidente del partido, cargo en el cual permaneció hasta su muerte dando ejemplo de rectitud y de bondad. Escogimos como figura inicial la de un simple «Comité» con la idea de que posteriormente se reunieran todos los creados en el país para adoptar definitivamente la forma de partido. El nombre (propuesto por Pedro José Dib Espejo): «Comité de Organización Política Electoral Independiente» fue acogido, entre otras cosas, porque la sigla COPEI le daba una personalidad diferenciada en el mar de siglas de las otras organizaciones; y tuvo tanto éxito que hubo que mantenerlo en lo adelante, porque en la lucha que comenzó el propio año de 1946 quedó incrustado en el ánimo popular, tanto favorable como adverso.

Las conversaciones preliminares celebradas en el Liceo UNE (donde profesores uneístas daban educación gratuita a venezolanos que después lo han recordado con cariño) culminaron en la Asamblea del domingo 13 de enero de 1946. (La gente suele decir que el número 13 trae mala suerte, pero los dos partidos venezolanos que han logrado alcanzar mayor éxito celebran su aniversario en un día 13: AD en septiembre y COPEI en enero). Estaban suspendidas todavía las garantías constitucionales. Teníamos que reunirnos en un local cerrado. El Dr. Celestino Aza Sánchez, un distinguido jurista que fue leal militante de COPEI, consiguió que un señor Ugarte, cliente suyo, nos cediera por ese día un edificio que se acababa de construir y donde iba a montar una lavandería. En la planta baja cupieron unas 500 personas, que integraron la asamblea constitutiva. El mismo día, por iniciativa de Víctor Giménez Landínez, se instalaba otro COPEI en el estado Yaracuy, y después continuaron instalándose en toda Venezuela.

Concurrimos a las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente y dimos una hermosa batalla. Las sesiones se trasmitieron por radio, aunque sólo por onda larga de la Radio Nacional, lo que circunscribía la audiencia al área metropolitana. Pero en Caracas la sintonía era casi total: se abrió una modalidad nueva en la política venezolana.

Para las elecciones presidenciales de 1947, consideramos obligante presentar una candidatura de oposición. Buscamos un candidato que compensara con su madurez nuestra excesiva juventud y al que por sus antecedentes pudiéramos apoyar sin reserva. Pero fue infructuosa la búsqueda. El poder al que teníamos que enfrentar desplegaba una agresividad sin límites. AD era un coloso en cuyo puño estaban el gobierno civil y el militar y la mayoría absoluta en todos los sectores de la sociedad. Uno de los ilustres venezolanos a quienes visitamos para ofrecerle la candidatura fue el gran zuliano, doctor Néstor Luis Pérez, quien había pasado sin doblegarse largos años en las cárceles gomecistas, y fue en el gobierno del general López Contreras un ministro reconocidamente honesto y capaz. El doctor Pérez nos dijo francamente que no encontraríamos el deseado candidato. «A usted le toca, Caldera, asumir esa responsabilidad». Y así fue. A la campaña, realizada de punta a punta del territorio nacional, con escasos recursos y grandes obstáculos, pero con coraje y delirante entusiasmo –no obstante que de antemano se descontaba el triunfo de don Rómulo Gallegos– se debió que el partido hubiera podido soportar después nueve años largos de dictadura, sin que la persecución, que al final nos había reducido prácticamente a la clandestinidad, lo hubiera destruido y dejado en condiciones de tener que fundarse de nuevo en la alborada de 1958.

La perseverante lucha continuó al paso de la transformación del país y fue logrando la receptividad creciente del pueblo. En 1947 obtuvimos 262.204 votos presidenciales (22,36%). En 1958, cuando la campaña se polarizó entre Betancourt y Larrazábal, bajamos al tercer puesto (15,18%), pero aun así, en cifras absolutas, subimos a 396.293 votos. En 1963, los votos presidenciales fueron 589.177 (20,19%): quedamos en un segundo lugar y para alcanzarlo hubo que realizar la proeza de superar en votación a ciudadanos tan eminentes como Arturo Uslar Pietri, Jóvito Villalba y Wolfgang Larrazábal. En 1968 llegamos al poder, con 1.083.712 votos (27,1%). En 1973 perdimos, pero obtuvimos 1.605.628 votos presidenciales (35,12%). En 1978 llevamos a la Presidencia a Luis Herrera Campíns con 2.487.318 (46,68%). En 1983 obtuvimos 2.298.176 votos presidenciales (34,54%). En 1988, 2.963.015 (40,41%). Lo demás es historia conocida.

Y ¿ahora? El país político y el país nacional están viviendo una profunda convulsión. Hay una honda desazón con los partidos políticos y COPEI no está exento de ella. El país reclama que los partidos revisen su funcionamiento, vuelvan a su papel de servidores del pueblo y restituyan la jerarquía de los valores justificativos de su existencia. Se siente un vigoroso anhelo por una gran convergencia nacional para un cambio que, reuniendo sin delimitaciones grupales las mejores voluntades e incorporando al esfuerzo colectivo una generación verdaderamente nueva y capaz, abra amplias vías a una real democracia de participación y devuelva a Venezuela la confianza en sí misma y en los responsables de su destino.

En memorables ocasiones, los copeyanos han sabido interpretar la voluntad nacional. El que lo hagan en la nueva etapa que se inicia el 13 de enero de 1993 será decisivo para la Democracia Cristiana y constituirá un aporte invalorable para la patria.

Estoy convencido de que esto es lo que siente, en el fondo de su corazón, la militancia socialcristiana.