La lucha armada

Artículo de Rafael Caldera para El Nacional, del 19 de mayo de 1967.

 

Las resoluciones del VIII Pleno del Comité Central del Partido Comunista, sobre las cuales se hiciera recientemente una sorpresiva rueda de prensa, aparecen íntegras en un comunicado del Buró Político de dicho Partido. Podía esperarse que en dichas resoluciones, para adoptar una línea de «paz democrática» y un reintegro a la lucha legal, se formulara una condenación de la violencia y la manifestación de enmarcarse dentro de los cánones constitucionales. Al contrario, la lectura del texto no permite llegar a aquellas conclusiones, que por discutibles que fueran permitirían concebir la esperanza de ver al comunismo venezolano colocarse dentro de una posición formalmente democrática.

A lo mejor, hay quienes cuentan con que llegarán allá. ¿Conversaciones, principios de entendimiento, o acaso un tácito «gentlemen’s agreement»? Tal vez se admite que todavía no lo pueden hacer francamente, por la necesidad de atender al frente interno: no dejar que sus grupos radicales se vayan todos con el grupo disidente douglista, con el MIR duro y con la política desorbitada de Fidel Castro. Pero lo cierto es que el documento de los camaradas no contiene ni una condenación de la violencia insurreccional ni una renuncia a continuarla usando, sino todo lo contrario. Esto envuelve innegable gravedad.

Respecto al juicio histórico de hechos pasados, el comunicado con las Resoluciones del VIII Pleno tiene gran importancia; porque, después de tres años de concluido el anterior período constitucional, el PCV ratifica su actitud subversiva, justifica la decisión de apelar a todas las formas de lucha, incluida la armada y promover el derrocamiento del régimen. «En las rebeliones de Carúpano y Puerto Cabello, en los heroicos destacamentos guerrilleros y en las valientes UTC de las ciudades (es decir, unidades tácticas de combate o núcleos terroristas), en las jornadas insurreccionales donde participaron numerosos contingentes de las masas populares, a todo lo ancho y largo de Venezuela, el PCV y la Juventud Comunista se batieron con bravura ejemplar». De manera, pues, que su autocrítica no afecta al medio empleado. «Sin renegar de las grandes luchas libradas», el «sincero balance crítico y autocrítico» tiene sólo por fin «desentrañar los errores que condujeron a la derrota del movimiento insurreccional». Se trata, podríamos decir, de reconocer errores de táctica, pero en ningún modo condenar la estrategia: el Partido Comunista asume de nuevo la plena responsabilidad de aquellos hechos.

En cuanto al futuro, inmediato o remoto, también asume valientemente una posición inequívoca. «La lucha guerrillera en nuestro país, dice, enmarcada en las peculiaridades de la revolución venezolana, está llamada a desempeñar un papel que el Partido valora en toda su magnitud». Más aún: «la experiencia lograda por el Partido en este sentido constituye un capital inapreciable que es preciso conservar y enriquecer». Si bien «en este momento el movimiento armado no está en capacidad de jugar un papel decisivo debido al estancamiento que sufren los frentes guerrilleros y la lucha armada en general; situación agravada por las falsas concepciones políticas y operacionales prevalecientes en el grupo anarcoaventurero y antipartido», la afirmación más categórica y central del documento es la siguiente: «El Comité Central ratifica las tesis del III Congreso sobre el carácter no pacífico de la vía venezolana hacia la liberación nacional y el socialismo».

Desde cierto punto de vista, es un favor el que nos hacen los máximos dirigentes del PCV al disipar las falsas conjeturas que tienden a elaborarse sobre su decisión de reintegrarse sinceramente a la lucha legal. Quien se confunda es porque quiere engañarse. Cuando el PCV habla de participar en el próximo proceso electoral lo hace con el propósito de lograr lo que por un error táctico no se pudo obtener en el período pasado: «crear un amplio movimiento de masas de la izquierda, ensanchando el campo de apoyo insurreccional y sentando bases para la prolongación de la lucha en mejores condiciones después de las elecciones».

Por eso, aun cuando no ataca a AD sino «a la dirección reaccionaria» de dicho partido y elude toda agresión frontal al gobierno del doctor Leoni, es lógico se ubique contra el continuismo de la «camarilla militar-civil gorilo-betancourista». Pero, al ir contra el continuismo se coloca también contra la única perspectiva viable con que cuenta el país para el cambio: la fórmula planteada por las fuerzas socialcristianas, que cuenta cada vez con mayor respaldo de los sectores independientes. De ahí la consigna: «ni continuismo ni Caldera». Mi candidatura no les agrada a los comunistas. Saben que mi Presidencia significaría una garantía al respeto pleno de los derechos humanos, pero nunca un complaciente celestinaje para los preparativos insurreccionales que, ahora con mayor experiencia contempla reanudar. El PCV, sabe cuán vehemente es mi condenación de esa propaganda de violencia que ha llevado a tantos jóvenes a inmolarse en la trágica hoguera del crimen, en vez de dar sus vidas a la tarea de desarrollo que el país reclama. Esas vidas no se compensan con fríos «balances autocríticos» sino con una rectificación valiente.

La frase «ni continuismo ni Caldera» es, desde muchos puntos de vista, el mejor reconocimiento que desde filas contrarias se ha hecho a mi campaña electoral.