Pequeña meditación ante la hora actual
Artículo de Juan Liscano publicado en el diario El Nacional, el 11 de octubre de 1958.
Dos hechos políticos rigen la semana que concluye ahora: el mitin de COPEI efectuado la noche del 7 y el pleno de la Dirección Nacional accióndemocratista que empezó ayer.
Rafael Caldera quedó oficialmente postulado como aspirante a la Presidencia de la República por su partido. El mitin de COPEI fue todo un éxito: pese a la lluvia, la asistencia llenó el Nuevo Circo. Los discursos mantuvieron un tono de altura. La intervención de Rafael Caldera, según la opinión más generalizada, constituyó una extraordinaria exposición tan ponderada como sincera, tan doctrinaria como elevada, tan rica en definiciones y conceptos como en aspiraciones unitarias. Fue un discurso de hombre de Estado. Caldera se alzó al nivel exacto del destino que ambiciona. Fijó posiciones doctrinarias frente a todos nuestros problemas fundamentales.
El editorialista del vespertino «El Mundo» advierte que esas eran «as consignas que los sectores avanzados de Venezuela vienen remarcando, desde hace veinte años, hasta formar conciencia nacionalista en la opinión pública». Lo cual confirma, de manera elocuente, mis propias afirmaciones cuando escribía, recientemente, que los lineamientos programáticos de partidos como AD, URD y COPEI, con matices más o menos similares y que ya no cabía la diferenciación funesta entre derechas e izquierdas. En efecto, la única izquierda venezolana en función filosófica es el Partido Comunista, pues tanto AD, como URD y COPEI, con matices más o menos sensibles, sostienen postulados democráticos y aspiraciones económicas y sociales semejantes. Son partidos poli-clasistas, nacionalistas, respetuosos del juego parlamentario, adversos a la ideología comunista y a la rapacidad imperialista. En relación con el PCV o con las facciones derechizantes que aspiran a la dictadura, todavía realengas y emboscadas, quedan situados en un centro más o menos tendiente a la derecha o a la izquierda. Cabe advertir que dentro de AD, el partido que compacta el mayor número de militantes y de criterios diversos, existen sectores que se inclinan francamente hacia la izquierda, pero dentro de la disciplina y la unidad compleja que caracteriza a los partidos mayoritarios poli-clasistas. En cambio, ni URD ni en COPEI parecen haber alas izquierda o derecha.
El mitin de COPEI, pues, reveló un partido en pleno ascenso, consciente de los problemas venezolanos, inclinado hacia posiciones avanzadas, definido ante los dilemas que plantea la explotación petrolera, respetuoso de la tradicional separación entre el Estado y la Iglesia, inclinado a las reformas de la legislación tributaria, resuelto a sostener gobiernos parlamentarios con garantías plenas para todos los partidos, inclusive el Comunista.
Caldera definió la posición de su partido frente al materialismo dialéctico con una altura de miras, un respeto a las ideas contrarias y un sentido de equidad nunca alcanzados, hasta entonces, en Venezuela. Lo cual motivó que Jesús Faría, el gran dirigente comunista que pasó 8 años preso durante la Dictadura, escribiese lo siguiente, en un artículo publicado ayer: «Si el Dr. Caldera fuera un candidato de unidad, yo votaría tranquilamente por él para Presidente de la República. Es un político audaz y bien aconsejado, sin duda. Yo creo en la sinceridad de los propósitos copeyanos. En lo que no creo es en la capacidad del Copei para evitar el rompimiento de la tregua política. No por el Copei, sino porque ésta sufriría a pesar del Copei mismo».
Ese «sí», en verdad, es el único «no» que se le puede decir a Caldera. Porque pese a su honestidad, a su deseo de no quebrantar la tregua, al apoyo que le prestan nutridos sectores de independientes a las legítimas razones que le asisten para pretender ser un candidato de Unidad Nacional –ha sido, es y seguirá siendo, hasta después de las elecciones, el natural candidato unitario de mis más razonadas convicciones y de mi mejor sentido democrático- la postulación que ha hecho su partido de su persona, prepara la ruptura de la tregua política y hace el juego pleno a las candidaturas de partido. Estas últimas constituyen el primer paso para la abertura de un debate electoral que, pese a las promesas y afirmaciones unitarias de los dirigentes que se van a encarar unos con otros, no tardará en derivar hacia vituperios y ataques personales. Creer lo contrario equivale a desconocer la naturaleza profunda de las militancias venezolanas, más inclinadas a responder a los incentivos de la diatriba y de la demagogia, que a las razones de la concordia y de la verdad. Caldera, en la intervención memorable que hemos comentado, levantó el tono discursivo hasta la altura de la mayor hidalguía y pureza doctrinaria, pero temo que, en el desarrollo de las campañas partidistas electorales, naufraguen gradualmente, esa tónica y ese estilo desusados en nuestras luchas políticas.
La trágica contradicción de la hora presente estriba en que la única manera de conservar el debate de altura, es evitando el debate de calle, así como la única manera de mantener la Unidad y la tregua políticas, es postulando un candidato único de unidad. Y según se desprende de las actuales circunstancias, y sea dicho sin mala intención, los tres dirigentes de partido con vocación de Poder, tan sólo parecen ponerse de acuerdo, en un solo punto: el de lanzar candidaturas partidistas. URD fue la primera organización que dejó traslucir esas intenciones. COPEI, después de haber sido la que mejor defendió la tesis unitaria, ha asumido la responsabilidad inquietante de ser la primera que postula oficialmente a un candidato de partido: Rafael Caldera. Acción Democrática, después de haber sido la responsable del fracaso de la candidatura que estuvo más cerca de lograr la unidad, aparece en estos momentos, como la organización que está agotando todos los medios para mantener la unidad a través de formas colegiadas y rechazar las candidaturas partidistas. Las decisiones de su Pleno van a demostrar al público, sus intenciones definitivas. Lo más probable es que, habiendo fracasado sus esfuerzos por lograr formas colegiadas de gobierno –tesis harto aceptable y preferible mil veces a las candidaturas plurales sobre todo si son de partido- adopte la solución más temida: la de postular a Rómulo Betancourt como Presidente de la República. Será el término de una etapa que empezó en enero de 1958.
Parecería que ningún camino político, en Venezuela, pudiera conducir al sacrificio generoso, en aras del prestigio y del bienestar nacional. Parecería que no cabe en mente de político venezolano alguno, la posibilidad de la renuncia airosa, de la retirada estratégica para ganar las victorias del futuro. La apetencia, de Poder inmediato, parece preferible a toda estabilidad fecunda. En medio de las corrientes crecidas que conducen nuestro país al debate funesto de las candidaturas de partido –Larrazábal por URD, Caldera por COPEI, quizás Betancourt por AD- se elevan las advertencias de unas minorías lúcidas, decididas partidarias del mantenimiento de la Unidad o convenidas adversarias de las candidaturas de partido: el PCV, el Comité Sindical Unificado, la Junta Patriótica, la prensa responsable, numerosos grupos independientes representantes de la economía o de la intelectualidad y, hasta un sector con militancia en una organización política, esa admirable Juventud acciondemocratista formada en la Escuela de la clandestinidad, de las torturas, de las cárceles, de los campos de concentración, que ha sido capaz de mirar por encima de las ambiciones naturales de las banderías, las conveniencias legítimas de la Patria.