Lo de Corea
Columna Consignas de Rafael Caldera, publicada en el diario El Gráfico, el 23 de julio de 1950.
Ha caído en mis manos una hoja volante en la que un grupo comunista vernáculo difunde «por considerar que su contenido contribuye a aclarar el carácter de la guerra de Corea, deformada por las informaciones emanadas de agencias de noticias controladas por el imperialismo norteamericano» un «llamamiento de la Federación Sindical Mundial a los trabajadores del mundo con motivo de la guerra de agresión contra el pueblo de Corea».
El «llamamiento» está escrito en el típico lenguaje usado por los bolcheviques de todos los lugares. Aunque parezca sorprendente, la terminología es la misma de los tiempos en que el imperialismo soviético era ingenuamente ignorado en el mundo. Recomienda «a todas las organizaciones sindicales pronunciarse contra la agresión armada de los norteamericanos en Corea. Las protestas de los trabajadores y trabajadoras del mundo entero, tendrán el carácter también de expresiones de solidaridad concreta y activa con el heroico pueblo de Corea».
El descaro con que se dicen ciertas cosas podría parecer hasta pueril. Pero la propaganda comunista, organizada por el Cominform y dirigida a través de misiones diplomáticas por todos los canales comunistas del mundo, machacará mil veces, un millón de veces, determinadas frases… y no sería raro que anticomunistas decididos acabaran por creer que en Corea han sido los norteamericanos agresores salvajes y por servir de «ablandadores» contra el alerta inquietante de la hora.
«Al intervenir militarmente en Corea, los imperialistas norteamericanos han hecho públicos sus objetivos criminales. Por todos los medios, inclusive la guerra, ellos apoyan los regímenes fascistas, semejantes al que imperaba en la Corea del Sur». Esto afirma el peregrino «llamamiento» y esto repiten sin cesar, en todos los tonos, los músicos de la orquesta staliniana. El objetivo es claro.
En cuanto al término «fascista», es viejo truco. Lo emplean comunistas y comunistoides de todos los talantes. Las palabras pierden su sentido ante la propaganda; y como no vacilan en motejar de «democracias», regímenes en los cuales el pueblo soporta una opresión totalitaria, tampoco dudan en llamar fascistas a todos los anticomunistas, aún aquellos que defienden y proclaman los derechos de la persona humana.
A un mismo tiempo que la hoja comunista, llega a mis manos, en la «Serie Legislativa» de la Oficina Internacional del Trabajo, la Constitución de la República Democrática de Corea (esa Corea del Sur que tildan de «fascista» los comunistas internacionales), de 12 de julio de 1948.
En oídos soviéticos tienen que reventar muchas de sus disposiciones. Porque allí se proclama que «todos los ciudadanos gozarán de libertad personal»; «de libertad de culto y de conciencia»; «de libertad en los órdenes científico y artístico»; que «la pureza del matrimonio y la salud de la familia merecerán especial protección del Estado». Se afirman principios de libertad política, incompatibles con la tiranía comunista. Y no por refugiarse en anacrónico liberalismo, porque también se proclaman principios como el de que «el ejercicio del derecho de propiedad deberá conformarse al bien público»; el derecho y deber de trabajar; la protección legal de los trabajadores; el derecho de negociación y acción colectivas; la participación en las utilidades; el postulado de que el ordenamiento económico «tendrá por principios la realización de la justicia social, la satisfacción de las necesidades esenciales de los ciudadanos y el desarrollo de una economía equilibrada»; la distribución de las tierras de cultivo «a los campesinos que realicen personalmente las labores agrícolas»; la administración oficial de las empresas de servicio público, y el gran principio de que «todos los ciudadanos tendrán derecho a iguales oportunidades en materia de educación».
Se podrá disentir de otras disposiciones coreanas, pero tenemos derecho a creer que el calificativo de «fascista» ha sido empleado en el sentido preciso de obstáculo en el frente comunista. Graves problemas confrontan los pueblos de Asia, pero es el comunismo el que no quiere verlos resueltos por el camino de la democracia y de la justicia social.
Insensato sería que los Estados Unidos fueran a esta guerra en plan de realizar negocios. El costo y los riesgos de la operación militar emprendida superan a todo cuanto beneficio pudiera imaginarse en la lejana península oriental. La guerra coreana, decretada por la ONU con solidaridad sólo rota por el bloque soviético, no es una guerra de agresión: es una guerra defensiva, ante el desbordamiento descarado que los distintos grupos comunistas nacionales han venido ensayando en Asia, puestos los ojos en Europa, bajo banderas de guerra civil y con el abierto apoyo militar de los rusos.
Sólo quienes desean la dominación soviética mundial pueden cerrar los ojos a la gravedad del momento. Tonto sería abrir oídos a disquisiciones históricas sobre el imperialismo norteamericano, cuando se está librando una batalla decisiva contra un imperialismo más agresivo, frío y cruel, negador de los reductos más íntimos del espíritu humano, que el otro ni en sus peores momentos osó violentar. El problema es mundial; y acecha en todas partes la docilidad de «comandos» soviéticos para rebasar en cada país el «paralelo 38» que mantiene a raya el comunismo.
El «llamamiento» de la FSM llega al extremo como «tarea de honor para los trabajadores del mundo y particularmente para los trabajadores de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Holanda y demás países capitalistas, emprender inmediatamente acciones de solidaridad compatibles con sus posibilidades nacionales para hacer fracasar los planes ‘diabólicos’ de los norteamericanos provocadores de guerras».
El sabotaje a su propio país aparece allí, en su descarnada repugnancia, como «tarea de honor» para los comunistas. Si hay todavía quien dude, Dios quiera que la realidad de la tragedia no lo despierte de su sueño. Lo de Corea es la muestra.