La democracia en la Argentina

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 14 de mayo de 1987.

Los acontecimientos ocurridos en la República Argentina durante la Semana Santa fueron vistos con ansiedad en toda la América Latina. Los habían precedido un momento de tensión en el Perú, cuando el presidente Alan García decidió sustituir al comandante de la Fuerza Aérea, y lo de Ecuador, donde el presidente Febres Cordero se encontró en una deplorable situación,  que hizo daño a la autoridad del Jefe del Estado y sacudió las propias estructuras democráticas.

El desenlace del Domingo de Pascua en Buenos Aires produjo una emoción incontenible, no sólo en los centenares de miles de personas –de todos los estratos sociales y de todas las corrientes políticas– que aguardaban en la Plaza de Mayo el regreso del presidente Alfonsín de su histórica salida en helicóptero, sino en los latinoamericanos amantes de la libertad, pendientes del fortalecimiento del sistema democrático en el Continente.

Quizás en la propia Argentina no se tiene idea cabal de la influencia que lo que acaece en ese país hermano ejerce en el resto de la familia latinoamericana. Así tuve ocasión de decirlo en las diversas oportunidades en que se me invitó a hablar durante mi reciente visita a aquella tierra austral. Lo cierto es que, si los sucesos de Semana Santa mantuvieron la atención colectiva en un hilo, el desenlace del Domingo de Resurrección produjo un hondo respiro de satisfacción desde el Estrecho de Behring hasta el extremo Sur.

Los aspectos más positivos de lo acontecido en la Argentina fueron, a mi entender, principalmente dos: Uno, la respuesta decidida y masiva del pueblo, que evidenció su propósito firme de defender la libertad y la democracia, a riesgo de lo que tuviera que enfrentar. Allá se ha comentado que lo tradicional, cada vez que se movían las Fuerzas Armadas de su cauce propio para incursionar en la dirección del Estado, era que las dueñas de casa se iban a los supermercados a proveerse de una cantidad suficiente de los alimentos esenciales, preparándose para refugiarse en sus hogares mientras pasaba la tempestad. Ahora fue distinto: la gente salió a manifestar con decisión, y hasta llevaban a niños de la mano para que aprendieran en la vida real su primera lección de lucha por la defensa de los derechos del pueblo.

El otro aspecto fue la solidaridad manifestada por todos los sectores, políticos y sociales, para respaldar al Gobierno legítimamente constituido: la oposición estuvo a la altura del Presidente, éste formulando categóricamente el principio de autoridad y la defensa del Estado de Derecho, y aquélla ofreciendo su respaldo, sin condicionarlo a negociar prebendas o beneficios y sin renunciar a su propia identidad.

Importantes politólogos que han analizado la actual transición de varios países de América Latina, desde el régimen de fuerza hasta la reinstalación de la soberanía popular, han coincidido en reconocer que dicha transición no es fácil ni sencilla. En la reunión de hace algunos meses en el Centro Carter de la Universidad de Emory, en Atlanta, la opinión coincidió en señalar que aquellos países atraviesan una situación difícil, se haya llegado al cambio «por consenso» o se haya producido «por colapso», como dijera un elocuente expositor. En Buenos Aires yo me sentí obligado a recordar las graves dificultades del proceso venezolano durante el régimen provisional de 1958 y el primer quinquenio constitucional, y a insistir en que sería una equivocación peligrosa creer que con la elección de los titulares del Poder Público y la colocación de la banda presidencial sobre el pecho de un Presidente electo por el pueblo, ya todo seguirá sobre ruedas. Una actitud vigilante, dispuesta al diálogo y a la común defensa de las instituciones es indispensable. Por supuesto, la determinación del pueblo es prioritaria, porque sin ella sería frágil la base del sistema; y la conducta de los partidos, porque son ellos los instrumentos indispensables para el sostenimiento de un régimen del que depende su propia existencia.

En la Argentina, como en todos los países que han vivido bajo el régimen militar, un aspecto crucial es la integración leal y operante de las Fuerzas Armadas en la sociedad civil. Es claro que nadie tiene el derecho de recetar sus propias fórmulas, puesto que ellas dependen de cada circunstancia nacional. Pero, sin duda, la solidez y estabilidad de la democracia, como es el caso de Venezuela, depende en gran parte de que los militares no se sientan acosados ni subestimados por los sectores de la vida civil –públicos, sociales y privados–, sino reconocidos en su papel profesional y en su propia elevada función; y de que el pueblo no vea en los militares otra cosa que una parte legítimamente suya que recibe de sus manos las armas para la defensa de las instituciones.

El presidente Alfonsín ha planteado la oportunidad de una reforma constitucional. La Constitución argentina es de 1853, reformada en 1960. Se comprende que un viraje trascendental en la vida nacional sugiere la necesidad o la conveniencia de nuevas definiciones constitucionales. Para discutir un temario relativo a los aspectos más importantes de una reforma constitucional y legal, en el actual momento de la vida hemisférica, se celebró un encuentro internacional los días 23, 24 y 25 de abril, convocado por acuerdo entre un instituto del Partido Demócrata de los Estados Unidos y varias fundaciones del Partido Radical y otros partidos argentinos. Nadie, por supuesto, tiene derecho a decirle a los argentinos lo que deben hacer, pero no podía resultar ocioso el que los asistentes a la reunión expresaran sus puntos de vista y analizaran la experiencia de cada uno dentro de su propio país.

Se reconoce que la Reforma no puede hacerse sin consenso, no sólo por razones de alta política sino por las normas vigentes que demandan el voto de dos terceras partes de ambas Cámaras para iniciar el proceso. La afirmación que hicimos de que una Constitución debe ser tal que permita pasar el gobierno de un partido a otro sin que haya necesidad de modificarla, parece tener amplia aceptación.

Lo cierto es que la concurrencia de quienes asistimos a la convocatoria sirvió, al mismo tiempo, para reiterar nuestro solidario respaldo a la democracia argentina. Este hecho fue destacado por todos los órganos de opinión. Por lo demás, Alfonsín ha salido de la crisis con mayor popularidad, y estimo que la oposición también ha resultado favorecida en su imagen por su inmediata y decidida alineación en defensa de la democracia. Ambos factores tienen un gran papel que cumplir en la consolidación de la democracia argentina, y los latinoamericanos demócratas debemos valorar su tarea.