Pluralismo e Integración

Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 23 de marzo de 1988.

Bajo el nombre ilustre del insigne pensador brasileño Alceu Amoroso Lima, conocido también a través de publicaciones por el seudónimo Tristán de Athayde, se celebró recientemente en Brasil un importante encuentro sobre Democracia, Desarrollo e Integración en América Latina. Fue patrocinado por cuatro instituciones: el Centro Alceu Amoroso Lima para la Libertad, ubicado en Petrópolis; el Instituto Latino Americano, con sede en Sao Paulo; el Instituto de Formación Demócrata Cristiano Arístides Calvani (IFEDEC) de Caracas, y el Instituto Brasilero de Estudios y Apoyo Comunitario (IBEAC).

Los tres conceptos indicados: democracia, desarrollo e integración, guardan, sin duda, relación estrecha. Es difícil determinar a priori si la democracia es necesaria para el desarrollo o el desarrollo para la democracia; si la integración se requiere para salir del subdesarrollo o para fortalecer el sistema democrático. En cuanto a la integración, debemos recordar que no es un fin sino un medio: la consideramos necesaria, tanto para que la democracia se consolide como para que el desarrollo se pueda alcanzar, en el mayor grado posible, superando los obstáculos que se le oponen. Así mismo, sostenemos que la democracia debe ser instrumento fundamental del desarrollo: rechazamos indignados la afirmación que hiciera una vez el destacado historiador inglés Arnold Toynbee, cuando años atrás opinó que el desarrollo en América Latina era imposible con gobiernos democráticos. La democracia, definida como gobierno «del pueblo, por el pueblo y para el pueblo» obliga a luchar para que el pueblo obtenga las condiciones indispensables que el desarrollo implica, mientras que el autoritarismo suele servir sólo a grandes intereses y pone poco acento en las aspiraciones y exigencias del conglomerado popular. Democracia, pues, para el desarrollo, pero también desarrollo para la democracia, porque ese objetivo prioritario en la vida de una nación constituye, a su vez, en la medida en que se logre, un elemento básico para sustentar las libertades y derechos humanos, el sufragio y la participación popular, que caracterizan una genuina democracia.

En todo caso, volviendo a la integración, cada vez se hace más patente que sin ella será difícil asegurar los elementos que caracterizan el desarrollo y la democracia. Esto aparecía claro en la propia convocatoria del encuentro, pero se añadió una condición: la integración no es sólo una empresa de los estados, ni mucho menos de los gobiernos, sino que para ser efectiva debe ser resultado de un concurso plural.

Fue el tema «pluralismo e integración» el que se me pidió desarrollar a la iniciación del encuentro. Soy un convencido de la importancia y necesidad del pluralismo, y lo estimo indispensable. Señalé tres aspectos: el pluralismo que podría llamarse institucional, que implica el concurso de las distintas instituciones y grupos sociales en el proceso integrador; el pluralismo ideológico, que supone el concurso de las distintas opiniones y corrientes, políticas y de todo género; y, como una modalidad especial, el pluralismo continental, que corresponde a lo que he denominado la solidaridad pluralista de América Latina.

El pluralismo institucional se hace sentir cada vez con mayor urgencia. La integración no puede ser un mero acuerdo por arriba entre los que ejercen el poder. Se ha observado en la actualidad una cierta displicencia, un cierto escepticismo acerca del movimiento integracionista, y se ha achacado esto a falta de voluntad política en los encargados de impulsarlo. La verdad es, como lo hemos dicho en otras ocasiones, que esa voluntad política necesita tener como soporte la voluntad de los pueblos y éste, a su vez, es la resultante de las aspiraciones, intereses y propósitos de los diversos componentes del tejido social. En el Grupo Subregional Andino, por ejemplo, se ha reconocido la necesidad de dar participación al sector privado (empresarial y laboral); del Protocolo de Quito, que ha modificado el Acuerdo de Cartagena, ha sido aplaudida le creación de un Consejo Empresarial Andino y un Consejo Laboral Andino (lo comenté en un artículo anterior). Pero son también los educadores, las familias, los municipios, los organismos profesionales, etc., los que deben participar en el proceso. En cuanto a los educadores, cuando estuve en Bolivia recibí una importante correspondencia de la Confederación de Trabajadores de Educación Urbana, pidiéndome reclamar para ellos una presencia más importante en todas las deliberaciones, por sostener –con razón– que son los docentes quienes pueden y deben formar el espíritu de las nuevas generaciones en una disposición favorable y entusiasta por la integración.

En cuanto al pluralismo ideológico, los hechos demuestran no sólo la conveniencia, sino la necesidad, de lograr que las diversas corrientes tomen parte en los consensos fundamentales. Ellas pueden disputar sobre aspectos del proceso integracionista y algunos de esos aspectos pueden ser de trascendencia; pero es indispensable el acuerdo en cuestiones fundamentales para que los cambios de gobierno y hasta de régimen no hagan naufragar los esfuerzos en la marcha hacia la integración. En el Grupo Andino, por ejemplo, se han experimentado diversos cambios de gobierno en los países que lo forman; sólo uno, Chile, tomó la decisión de separarse, y es posible que hoy sus propios gobernantes lo lamenten, aun reconociendo que las relaciones no habrían sido fáciles con el régimen del general Pinochet.

La cuestión del pluralismo nos lleva también a la tesis de la solidaridad pluralista de América Latina. Bolívar sostuvo, en su célebre carta a O’Higgins, la urgencia de hacer de nuestros países «una nación de repúblicas». Vale decir, una sola nación, en su unidad esencial, pero integrada por diferentes repúblicas, o sea, por comunidades soberanas dispuestas a gobernarse por sí mismas.

Las diferencias de gobierno, de régimen o de orientación que existan o puedan existir entre las diversas repúblicas latinoamericanas, no pueden ni deben ser óbice a la solidaridad. Así se demostró en el conflicto de las Malvinas. Países con gobiernos democráticos y autoritarios, enrumbados a la derecha o a la izquierda, todos coincidimos en apoyar –quizás con algunas variantes en el tono o intensidad del respaldo– a esa nación hermana. La Primera Ministra de la Gran Bretaña, en una conversación que sostuve con ella en 1982, me dijo que extrañaba el respaldo dado por Venezuela, gobernada democráticamente, a «esos gorilas argentinos». Le respondí que el respaldo no era de un gobierno a otro gobierno, sino de un pueblo a otro pueblo hermano. Y aunque la señora Thatcher parecía no entenderlo, nosotros lo comprendíamos así perfectamente.

Otro ejemplo. Cuando se iniciaron las conversaciones para el Pacto Subregional Andino, todos los gobiernos del área eran democráticos. Cuando se suscribió el Acuerdo de Cartagena, tres de los cinco países firmantes tenían gobiernos militares. Ello no impidió la celebración del Acuerdo. Y debo reconocer que después fue la actitud decidida a última hora del general Velasco Alvarado lo que hizo posible la suscripción por parte de Venezuela del Protocolo de Lima, el 13 de febrero de 1973.

Debemos, pues, admitir que el pluralismo es un elemento indispensable para que la integración se haga viable y sólida. Vale la pena tenerlo claro, para ayudar a resolver las cuestiones que se plantean ante quienes con sinceridad aspiren a una integración capaz de abrir caminos al desarrollo y fortalecer la democracia.