Autoridad internacional para la deuda
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 1 de junio de 1988.
No me puedo explicar el poco o ningún interés que en América Latina, en medio de una preocupación a veces angustiosa por el problema de la deuda exterior, se ha dado a los planteamientos que el Congreso de los Estados Unidos ha incluido en la Ley de Comercio (Omnibus Trade and Competitiveness Act) en torno a tan grave problema. ¿Descuido? ¿Falta de suficiente información? ¿Ausencia de fe en el resultado? ¿O, tal vez, otras causas?
Desde que vi el primer despacho cablegráfico en que se comentaba la iniciativa del representante Bruce Morrison, demócrata de Connecticut, y de otros miembros de ambas Cámaras norteamericanas, me pareció de una gran importancia. Proponía incluir en la Ley de Comercio una recomendación al secretario del Tesoro, de entrar en comunicación con sus colegas de los otros países capitalistas, a fin de crear una Autoridad Internacional para el Manejo de la Deuda (International Debt Management Authority). Me puse de inmediato en comunicación con el representante Morrison. Lo invité a venir a Caracas. Dictó una conferencia en el Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA), e hizo amplias exposiciones ante la Comisión de Finanzas de la Cámara de Diputados, ante los medios de comunicación social y ante altos funcionarios del ramo fiscal, económico y financiero. No he visto después los comentarios que esperaba.
La trascendencia de la iniciativa es notoria por diversas razones: 1) los Estados Unidos son el país donde tiene su sede la mayoría de los bancos acreedores; 2) ellos son, por otra parte, el país que comparte con la Gran Bretaña la mayor renuencia a buscar una solución política para el problema, entre los países acreedores; 3) la proposición Morrison fue finalmente aprobada por el Congreso en ambas Cámaras, lo que evidencia un consenso de los dos grandes partidos políticos que se disputan el poder en Norteamérica; 4) el veto del presidente Reagan a la Ley de Comercio se refiere a otros aspectos de la misma, sin que haya hecho la menor alusión al título correspondiente a la deuda exterior; 5) las disposiciones normativas pertinentes se basan en declaraciones que fortalecen la posición que deben sostener los gobiernos y las fuerzas vivas latinoamericanas.
Señalemos, haciendo una rápida e imperfecta traducción, que «el Congreso encuentra que: 1) el problema de la deuda internacional amenaza la seguridad y la salud del sistema financiero internacional, la estabilidad del sistema comercial y el desarrollo económico de los países deudores; 2) la ordenada reducción de los desbalances comerciales internacionales requiere un crecimiento muy sustancial de la economía en todas partes del mundo, particularmente en los países en desarrollo; 3) el crecimiento en los países en desarrollo con deudas externas sustanciales ha sido significativamente constreñido en los últimos años por una combinación de las elevadas obligaciones del servicio de la deuda y un flujo insuficiente de recursos financieros a estos países; 4) el pago de sustanciales intereses provenientes de países deudores, combinado con nuevos ingresos inadecuados de capital ha producido una transferencia significativa de recursos financieros de los países deudores a los países acreedores; 5) las transferencias negativas de recursos a los niveles presentes deprimen severamente la inversión y el crecimiento de los países deudores, y fuerzan a los países deudores a reducir sus importaciones y expandir sus exportaciones en orden a enfrentar sus obligaciones en el servicio de la deuda; 6) las políticas de reajuste actuales en los países deudores, que deprimen la demanda doméstica e incrementan la producción de exportar, ayudan a deprimir los precios mundiales de los productos y limitan el crecimiento de mercados de exportación para las industrias de los Estados Unidos; 7) los Estados Unidos han cargado con una desproporcionada parte del peso de absorber crecientes exportaciones de los países deudores, mientras otros países industrializados han aumentado sus importaciones de países en desarrollo sólo ligeramente; 8) los enfoques actuales del problema de la deuda no deberían limitarse solamente a nuevos préstamos como una solución del problema, y deberían enfocar otras alternativas, incluyendo una reducción de las actuales obligaciones del servicio de la deuda; 9) deben explorarse nuevos mecanismos internacionales para mejorar el manejo del problema de la deuda y para expandir las posibilidades de opciones financieras accesibles a los países en desarrollo; y 10) los países industriales con fuerte superávit tienen una parte desproporcionada de los recursos mundiales de capital y tienen una responsabilidad adicional para contribuir a una solución viable a largo plazo para el problema de la deuda».
Lo que la ley dispone es que el secretario del Tesoro estudie la conveniencia y posibilidad de establecer una autoridad internacional para el manejo de la deuda y, a menos que se determine su inconveniencia o imposibilidad, inicie conversaciones con aquellos países industrializados y en desarrollo que pueda determinar como apropiados para el intento de negociar el establecimiento de esa autoridad internacional; la cual: «A) compre la deuda pública de los países menos desarrollados de los acreedores privados con un descuento apropiado; B) entre en negociaciones con los países deudores con el objeto de reestructurar la deuda, para el fin de: (I) aminorar la carga del servicio de la deuda actual en los países deudores, y (II) proveer oportunidades adicionales para el crecimiento económico de los países deudores y en los industrializados; y C) asistir a los bancos acreedores en la disposición voluntaria de su cartera de préstamos al Tercer Mundo».
Esto, en forma parecida, lo he venido sosteniendo como única vía para encontrar una solución definitiva al problema de la deuda. Hay algunas diferencias, sin duda, entre lo que dice el Congreso de USA y lo que proponemos, pero no se puede negar que este gesto ofrece una base ancha de negociación. No es comprensible que los países de América Latina no hayamos entrado de lleno al análisis de este planteamiento y a las discusiones que necesariamente supone una cuestión de tanta magnitud. Es natural que los proponentes norteamericanos hayan incluido como propósitos específicos por sostener en las conversaciones, el de que «todo préstamo de asistencia y reestructuración provisto por tal Autoridad o cualquier nación deudora debe incluir compromisos sustanciales por parte del deudor de adoptar (A) políticas económicas destinadas a incrementar la utilización de los recursos y minimizar la fuga de capital, y (B) preparación de un plan de gerencia económica calculado para proveer crecimiento económico sustancial y permitir al deudor hacer frente a sus obligaciones deudoras reestructuradas».
También se explica su idea de «que el apoyo para la referida autoridad debe venir de los países industrializados, y el mayor apoyo debe esperarse de los países con fuertes superávit». Así mismo, «que esa autoridad debería tener una estrecha relación de trabajo claramente definida con el Fondo Monetario Internacional y con el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo y los varios bancos regionales de desarrollo».
Se propone, además, que dicha Autoridad funcione como una entidad autónoma y auto-sostenida, tenga una fecha definitiva de terminación «y un propósito claro de restauración de la posibilidad crediticia de los países deudores dentro de esa fecha límite».
¿Por qué no llevar multilateralmente a la mesa de negociaciones esta posibilidad, en vez de continuar un viacrucis de financiamientos y re-financiamientos (que las contingencias hacen cada vez más imposible cumplir) con lo que se repite aquel interminable juego de palabras de nuestros pasatiempos infantiles, del «cuento del gallo pelón»?
De no encontrar el verdadero camino habrá que poner a los países latinoamericanos un epitafio que hemos recordado mucho en estos días, el de un distinguido venezolano que indicaba a sus familiares le colocaran sobre su tumba: «vivió pagando y murió debiendo». Pagar, pagar, pagar, para siempre deber, deber, deber, no es el mejor sistema para despejar el mundo de los nubarrones que lo acechan.