La vida municipal en Canarias
Columna de Rafael Caldera «Panorama», escrita para ALA y publicada en El Universal, del 13 de julio de 1988.
En estos días están visitando Venezuela varios alcaldes de distintos municipios canarios. Las relaciones entre Venezuela y Canarias han venido haciéndose más frecuentes en los últimos años y me cabe la satisfacción de haber aportado algo para ello. Durante mi administración se inauguraron el monumento a Bolívar en Garachico, la estatua de Miranda en Puerto La Cruz, el busto de Vargas en Arucas. En el período siguiente, tuve la satisfacción de lograr la erección de un hermoso monumento a Andrés Bello en el campus de la Universidad de La Laguna, en la explanada frente al antiguo Rectorado, y asistir a la creación del Instituto de Filología Andrés Bello, que es, en su género, una institución de mérito reconocido.
La presencia del ancestro canario en Venezuela y en otros países de América es notable. Entre nosotros comenzó a mostrarse desde los días de la Conquista; se acentuó con la Compañía Guipuzcoana en el siglo XVIII (los vascos traían en sus naves a muchos isleños que se dedicaban de lleno al cultivo de la tierra), y una oleada inmigratoria fuerte se realizó en el presente siglo, en una etapa en que coincidieron la crisis económica en España y la toma de conciencia en Venezuela de que era indispensable abrir compuertas a la gente venida de ultramar.
La visita actual de los alcaldes viene a renovarnos la impresión que desde nuestro primer viaje al archipiélago nos causó la vigorosa realidad de la vida municipal en Canarias. El municipio es allá una realidad firmemente arraigada. No es creación ficticia de las leyes ni simple demarcación política de jurisdicciones. El municipio vive y actúa, manteniendo a troche y moche su propia identidad.
En el recorrido desde Santa Cruz de Tenerife a Garachico, por ejemplo, se va pasando de municipio en municipio, algunos de ellos a distancia de pocos kilómetros, pero muy celosos de no perder su personalidad comunal. Icod de los Vinos y Garachico están tan cerca que geográficamente parece difícil delimitarlos: sin embargo, cada uno tiene sus características, cada uno tiene su organización institucional, cada uno tiene sus propias manifestaciones artísticas y está orgulloso de sus tradiciones. El gran conjunto de «Los Sabandeños», orgullo de todo el archipiélago, tiene una sede y un origen municipales y su director ha sido elegido alcalde por el voto de la comunidad.
La vida municipal canaria ha superado las barreras políticas. Alcaldes he conocido que fueron elegidos durante el régimen franquista y los reeligió su pueblo, una y otra vez, cuando advino la democracia. Porque allí cuenta, por encima de la ubicación en partidos políticos –que, como es natural, se incrementa a medida que el ejercicio de las actividades democráticas se va intensificando– prevalece el sentido de la vida local, el sentimiento de vecindad trasmitido de generación en generación.
Como en todas partes, el Derecho Municipal en España ha variado considerablemente a través de las diversas épocas. Hubo tiempos en los cuales se puso empeño en una corriente de uniformidad y centralización. La legislación actual, basada en la Constitución democrática de 1978, ha vuelto a poner acento en la autonomía del gobierno y administración local. Tengo la idea, no obstante, de que cuando la vida municipal en la península padeció de los males que se atribuyen a aquella corriente, en las islas afortunadas continuaba firme la sustancia de la vida local.
Dice la Carta Fundamental española: «La Constitución garantiza la autonomía de los municipios. Estos gozarán de personalidad jurídica plena. Su gobierno y administración corresponde a sus respectivos ayuntamientos, integrados por los alcaldes y los concejales. Los concejales serán elegidos por los vecinos del municipio mediante sufragio universal, libre, directo y secreto, en la forma establecida por la ley. Los alcaldes serán elegidos por los concejales o por los vecinos. La ley regulará las condiciones en las que proceda el régimen de concejo abierto» (artículo 140). Y la Ley Estatal Reguladora de las Bases del Régimen Local empieza por esta afirmación: «Los municipios son entidades básicas de la organización territorial del Estado y cauces inmediatos de participación ciudadana en los asuntos públicos, que institucionalizan y gestionan con autonomía los intereses propios de las correspondientes colectividades».
En los municipios canarios estas definiciones se tienen como cosa propia.
La Constitución venezolana, en su capítulo respectivo, tuvo muy en cuenta la experiencia española, y aun cuando es anterior a la de España, presenta notables coincidencias en sus aspectos fundamentales. «El postulado de que los municipios –rezaba nuestra Exposición de Motivos– constituyen la unidad política primaria y autónoma dentro de la organización nacional, constituye una reafirmación de la importancia que el proyecto atribuye a estas entidades. Así mismo, se consagra su carácter de personas jurídicas, confiriéndose su representación a los organismos que determine la ley orgánica».
Cuando se plantean entre nosotros los aspectos relativos a la reforma del Estado, implícitamente se siente la necesidad de empezar por una reforma del régimen municipal, con la finalidad de fortalecer su autonomía y personalidad y la vinculación del municipio con los vecinos que lo integran. Vale la pena, para este propósito, tomar en cuenta la experiencia canaria, sus características, las modalidades que la fortalecen, así como los problemas y dificultades que la experiencia puede allá indicar.
No es por mera aproximación por lo que estoy invocando el ejemplo canario. Somos, en buena parte, la misma gente y tenemos mucho en común en cuanto al modo de ser. Un gran periodista canario, lamentablemente desaparecido, Ernesto Salcedo Vílchez, gran amigo de Venezuela, cuando hablaba de nuestro país hablaba de «la octava isla», porque teniendo el archipiélago siete islas mayores, nuestro país es para el sentimiento general canario como una isla más, la isla mayor, en la que todos sueñan y con la que todos, de un modo u otro han tenido alguna relación.
Un brillante escritor joven, J. J. Armas Marcelo, ha escrito sobre «El Otro Archipiélago», «el Archipiélago imaginado», «el Universo caribeño de Cuba, Santo Domingo, San Juan de Puerto Rico y Venezuela». Y se pregunta: «¿no nos están codificando a los isleños canarios como los parientes españoles más cercanos a los americanos o –dándole la vuelta al razonamiento– como los parientes americanos que nos hemos quedado en España como españoles sin dejar de ser americanos?
Es preciso que esa relación sea cada vez más estrecha. Y entre los muchos ejemplos que podemos aprender de las Canarias, le atribuyo no poca importancia a la realidad operante de su vida municipal.