La posición Social-Cristiana
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política» del 3 de diciembre de 1959, trasmitida los jueves a las 10 pm por Radio Caracas Televisión.
He venido en todas mis charlas televisadas tratando asuntos de carácter nacional y enfocándolos, naturalmente, desde mi punto de vista, pero en la forma más objetiva y más partidista posible. Esta noche, sin embargo, creo llegado el momento de hacer ante mis amables televidentes una exposición-aclaración, que en el fondo es ratificación, de la posición social-cristiana en su contenido programático y en su realización actual. Al hacerlo, a pesar de tratar un tema referente a la posición y al ideario de mi partido, creo que estoy enfocando también un problema de carácter nacional, porque son muchos los que en este momento preguntan, comentan, critican, aplauden, censuran, de acuerdo con sus peculiares posiciones, la actitud de COPEI en el actual momento venezolano.
Una gran responsabilidad
Sabemos perfectamente que el social-cristianismo venezolano tiene en este momento histórico una gran responsabilidad para con el pueblo, para con la patria. Consciente de esa responsabilidad, siento la obligación de recordar algunas cosas y de plantear otras, para que se vea a cabalidad, por aquellos que no entienden quizá algunos matices de la vida pública, cómo estamos andando sobre el terreno firme de nuestra convicción y ratificando la idea profunda que tenemos de nuestro programa.
Nosotros tenemos un programa, y lo hemos expuesto en reiteradas ocasiones. Hemos dicho, como lo han dicho todos los políticos en Venezuela y en otras partes, frases de reafirmación de esos principios en los momentos en que la euforia de la agitación política pone vocablos en los labios y pone la obligación de recorrer campos y ciudades predicando las ideas que se llevan por dentro. Pero resulta que en la vida política, mucha gente piensa que las palabras son para decirlas y no para respaldarlas con la conducta. Nosotros tenemos la convicción de que las ideas no valen la pena cultivarse si no tienen por detrás la decisión de una vida para respaldarlas y cumplirlas.
Cuando se realizó la campaña electoral del año pasado, dijimos, como todos, muchas cosas, y en este momento estamos, simplemente, dando cumplimiento a aquello que dijimos y a aquello que ofrecimos a la opinión venezolana. Dijimos que estábamos dispuestos a defender la constitucionalidad fuera quien fuera el que estuviera en el ejercicio del gobierno. Dijimos que estábamos dispuestos no sólo a reconocer sino a respaldar con toda decisión el resultado de la jornada electoral del 7 de diciembre. Eso estamos haciendo. Y lo estamos haciendo con la profunda convicción de que el aporte de todos es indispensable en este momento, pero que también, por muchas circunstancias históricas, el aporte de COPEI constituye un elemento de gran importancia en la solidez del sistema democrático de gobierno que Venezuela está ensayando de nuevo.
Por qué somos demócratas
Hemos dicho, y está en nuestro programa, que somos demócratas. El régimen político que sustentamos es el de la democracia. Sabemos no sólo que en teoría la democracia es el mejor sistema de gobierno, desde luego que ningún hombre nace ni adquiere por circunstancias extrañas el derecho a gobernar a los otros hombres, si no es por la voluntad de ellos mismos, lo que es atributo fundamental de la persona humana, sino también la sostenemos como sistema práctico, porque tenemos experiencia en nuestro país y en el mundo que la democracia, con todos sus defectos, es hasta ahora el sistema menos malo que los hombres han llegado a practicar en el ejercicio del poder. Y cuando digo «menos malo», no me coloco en una posición necesariamente pesimista. Recuerdo la historia de mi buen amigo Víctor Andrés Belaúnde, actualmente presidente de la Asamblea de las Naciones Unidas, quien refiriéndose a la expulsión del hombre del paraíso terrenal, decía que Dios nos había dado una maldición implícita de la cual no podemos redimirnos. Que cuando el primer hombre no quiso obedecer al mandato de Dios y fue echado del Paraíso, junto a otras maldiciones explícitas contra las cuales Dios permitió el camino de la redención, iba esta maldición implícita de la cual no tenemos redención posible: «Hombre, no has querido que Yo te gobierne, te gobernarás desde ahora tú mismo». Y esa maldición que nos echó sobre la cabeza de nuestro primer padre el Creador del Universo, al decirnos que nos gobernaríamos nosotros mismos porque no habíamos aceptado el gobernó de Dios, es el peso de que todos los sistemas de gobierno ensayados, hermosos en teoría, tienen graves defectos en la realidad.
Pero la realidad nos dice que si la democracia tiene múltiples inconvenientes, los remedios que se han intentado contra la democracia son más graves que la enfermedad. Para curarnos de los males de la democracia, llegó aquel régimen que por la voluntad del pueblo venezolano se liquidó el 23 de enero. Preferimos soportar los inconvenientes del sistema democrático y luchar dentro de ese sistema para corregir sus defectos, antes que dejarnos marear por los redentores que se nos ofrecen para venirnos a curar de las incomodidades, de los obstáculos, de los inconvenientes que el ejercicio de la democracia trae en todo pueblo, y más en éste, que no ha tenido nunca la posibilidad de experimentarlo por un tiempo suficientemente largo y sólido.
Nuestra idea de democracia
Somos demócratas, y no creemos que la democracia sea solamente la mitad más uno, el resultado de un conteo más o menos sincero en una jornada electoral. La democracia es mucho más: es el derecho de pensar, de expresar el pensamiento, es el respeto a las minorías, que constituye en este momento una de las conquistas más positivas que estamos a punto de vincular definitivamente a la vida venezolana. La cuestión de que las minorías tienen derechos y de que la mayoría con sus triunfos no adquiere la capacidad o título para desconocer las legítimas aspiraciones y atributos jurídicos de otros grupos, constituye uno de los elementos sustanciales de la concepción orgánica de democracia que tenemos, que arranca de la idea de pueblo, que para nosotros no es la masa amorfa y vociferante, sino el conjunto de ciudadanos organizados a través de sus diversas empresas, de sus diversas actividades responsables: sindicatos, grupos profesionales, organismos políticos, fuerzas vivas, grupos culturales, constituyen la serie de organismos a través de los cuales se expresa la realidad de un pueblo.
Somos, pues, demócratas, y estamos dispuestos, porque lo dijimos, porque lo pensamos y porque lo creemos una necesidad de Venezuela, a defender el sistema democrático. Lo habríamos defendido con la misma entereza si la mayoría electoral nos hubiera correspondido. Las circunstancias que han influido en la vida del país –que son complejas y que vale la pena analizar algún día, pero que me tomaría mucho tiempo esta noche- trajeron como consecuencia el que el triunfo correspondiera a otro grupo político; pero era el momento preciso de demostrar pedagógicamente a nuestro pueblo que nuestra posición democrática era sincera. Y por eso estamos dispuestos a defender este régimen, que se constituyó contra nuestra lucha abierta y amplia en los comicios, contra nuestra propaganda sincera y noble en la campaña electoral. Estamos dispuestos a defenderlo porque es el resultado de la voluntad popular y porque estamos seguros de que una caída de este gobierno, una interrupción de la normalidad constitucional sería el más grave de todos los daños que en este momento podría sufrir Venezuela desde el punto de vista político.
Somos un partido sinceramente democrático. Lo hemos demostrado y estamos dispuestos a seguirlo demostrando. Los cantos de sirena de los conspiradores no van a adormecernos, y cualquier intento de perturbación de la vida democrática, del libre juego de las instituciones, nos encontrará de frente, decididos, y estamos seguros de que toda Venezuela será un solo hombre, una sola voluntad y un solo corazón para defender las libertades conquistadas después de tanto sacrificio y de tantas penas.
La Democracia Cristiana
Dentro de nuestra posición democrática somos cristianos. Sentimos al cristianismo como un estado de conciencia, como una forma de vida. Ni queremos especular ideas religiosas como motivo de actividad política, ni estamos dispuestos, en nombre de nuestro cristianismo, a desnaturalizar lo que el mismo cristianismo significa, lanzándonos a la siembra de odios, rencores y venganzas. Si hemos asumido, después de mucha reflexión, la responsabilidad de llamarnos social-cristianos, sabemos que al decirnos cristianos no estamos negando a los demás el fondo de cristianismo característico de nuestra civilización occidental, pero sobre todo estamos contrayendo el deber de comportarnos según las ideas cristianas fundamentales que implican el fomento de la paz, del entendimiento de la armonía y de la concordia entre los hombres.
Por ser consecuentes con estos principios, debemos y podemos jactarnos de que en un momento tan difícil que Venezuela ha vivido, en que las pasiones –cuyo encono fue fomentado durante años– tienden a hacer eclosión por la inevitable transición social y política, no hemos sembrado rencores, si bien no hemos negado ni negaremos nuestra contribución a la justicia. Estamos dispuestos a decir la verdad, pero estaremos ausentes en todo lo que sea el cultivo de los odios o de las incomprensiones, que nos parece grave y dañino y sobre el cual ninguna realidad sólida podría edificarse.
Somos también, en esta posición, clara y francamente anticomunistas. El sistema comunista es totalmente incompatible con el sistema socialcristiano que nosotros sostenemos. En nuestro programa está una clara, abierta y categórica condenación del comunismo, y de esta posición no nos hemos retractado ni una línea. Pero no somos anticomunistas por odio, ni somos anticomunistas cerriles que consideran como la única forma posible del anticomunismo insultar y atacar, y aliarse con todo aquello que vaya en alguna forma a combatir la doctrina comunista. Nosotros creemos que mucho daño le ha hecho a la genuina reflexión de la humanidad contra la doctrina comunista el pregonado anticomunismo de grupos que no tienen autoridad para hablar porque no practican el respeto sustancial a los derechos de la persona humana.
Cuando un Embajador de la República Dominicana o de Nicaragua se hace vocero del anticomunismo en un concierto internacional, desacredita la lucha contra el comunismo. Porque la lucha contra el comunismo, si ha de calar en el alma de los pueblos, debe ofrecerle a éstos justicia, redención, verdad, libertad, reconocimiento de sus derechos sustanciales. Y aquellos que atropellan todos los derechos, que vulneran todos los principios, si aparecen como campeones del anticomunismo, engendran automáticamente simpatía en el alma de los oprimidos, y al comerciar en su propio interés, le hacen un daño fundamental a la causa que dicen defender.
Somos anti-imperialistas y anti-dictatorialistas. Y en este sentido estamos dispuestos a no caer en contradicciones. No vamos a clasificar a los dictadores en amigos o enemigos de tales o cuales ideas. No vamos a medir la violencia de un sistema ni a condicionar la defensa humanitaria de un prisionero por el hecho de que estén alineados o no en determinada trinchera. Creemos que si se ha de cimentar el respeto a los derechos fundamentales del hombre, hay que tener altura suficiente para pedir y defender la libertad, ya se trate de nuestro amigo o de nuestro adversario. Y consideramos precisamente que uno de los aspectos más positivos del gran ejemplo que COPEI dio en la vida venezolana después del 24 de noviembre de 1948, fue el de levantar su voz en defensa de aquellos contra quienes encarnizadamente habíamos estado combatiendo en el trienio anterior. La defensa de la libertad en ese caso se imponía por encima de todo, como una cuestión de principio, como una cuestión de humanidad y como una cuestión de patriotismo.
La Reforma Social
Desde el punto de vista social, hemos dicho una y mil veces que queremos una honda reforma. Y es necesario que ello se recuerde, y que se crea que cuando hablamos de la defensa de los intereses populares, la verdad es que no estamos haciendo demagogia, no estamos haciendo juego de palabras: queremos el bien del pueblo, y por el bien al pueblo estamos dispuestos a afrontar todas las enemistades y todas las incomprensiones.
Estamos perfectamente convencidos de que el mundo reclama una honda reforma social. Esa reforma hay que hacerla, en primer lugar, por justicia, porque cada hombre, por el hecho de serlo, tiene derechos esenciales que la sociedad está en el deber de asegurarle; en segundo término, por interés común, porque si no se hace una reforma justa y sana, la acción de las fuerzas sociales desbordadas vendrá a buscar el camino de la violencia, para no lograr, al fin, es posible, ningún resultado favorable; pero ello vendrá como uno de esos cataclismos que se presentan cuando no ha habido visión suficiente para abrirle cauce en la dinámica social al impulso natural de los pueblos en su lucha hacia la justicia.
Nosotros queremos una reforma social. Estamos dispuestos a luchar por ella. Al mismo tiempo decimos que esa reforma social hay que hacerla con conciencia, para que pueda tener un sentido verdaderamente eficaz, porque lo que nosotros buscamos no es el mal de los que tienen, sino el bien de los que no tienen. Nuestro objetivo principal no es la destrucción de los que han logrado algo en la vida, sino en la medida en que ello sea necesario para lograr el progreso y el bienestar de los que no han tenido ocasión y posibilidad de obtener sus aspiraciones esenciales.
En la discusión en la Cámara de Diputados del Proyecto de Ley de Reforma Agraria, podíamos observar, por ejemplo, la posición del Partido Comunista, perfectamente comprensible dentro de su actitud. Un vocero comunista dijo: «Para nosotros lo esencial es quebrantar el latifundio, no la ubicación de los trabajadores en los campos». Y nosotros pensamos al contrario. Comprendemos que la posición comunista es consecuente con su doctrina, pero para nosotros lo esencial no es destruir el latifundio. Para nosotros la destrucción del latifundio es un medio para lograr otro fin. Para nosotros lo esencial es lograr el acceso a la tierra de las grandes masas de campesinos y de trabajadores rurales. Para nosotros la finalidad positiva es lo esencial, y la parte destructiva un medio que sólo tiene justificación en cuanto sea indispensable para lograr aquélla.
Nosotros, cuando creemos que los ricos tienen que desprenderse de muchos de sus beneficios y que ya no es el momento de pensar en utilidades del 15, del 18, del 20%, sino en utilidades más modestas, lo hacemos porque consideramos necesario elevar la participación de los que menos tienen en el producto del ingreso nacional. Pero, por lo mismo de que queremos elevar esa participación, no auspiciamos medidas que puedan traer como consecuencia el desaliento de la actividad económica, indispensable para que Venezuela pueda hoy desarrollarse.
Es lo que hemos dicho, por ejemplo, ante el problema de los alquileres. Sabemos que una legislación sobre alquileres es indispensable en cualquier país del mundo, porque el déficit de vivienda en todas partes es tan grande, que todos los capitales públicos y privados no alcanzarían en un número relativo de años a satisfacer el desequilibrio, a restablecer la compensación entre la oferta y la demanda. Sobre todo, estamos convencidos de que si hay viviendas desocupadas de un precio relativamente alto, viviendas desocupadas para familias pobres no se consiguen en Caracas, ni en ninguna ciudad del mundo.
Es necesario que la ley ampare, a través de un mecanismo bien estudiado, el caso de los inquilinos: para que ese desequilibrio permanente entre la oferta y la demanda no nos produzca un encarecimiento injustificado en uno de los renglones esenciales de la vida. Pero al mismo tiempo hemos dicho y sostenemos, y estamos dispuestos a sostener en las Cámaras Legislativas, que una legislación sobre alquileres debe hacerse con prudencia y dominio sobre la cuestión económica, para no desalentar la inversión de capitales en la construcción de viviendas, indispensable para ayudar precisamente a remediar el déficit de habitaciones y, al mismo tiempo, para ofrecer ocupación a muchos brazos venezolanos que no tienen por el momento otra actividad en qué ocuparse.
La situación actual.
Estamos, pues, en la actual situación de Venezuela firmes en nuestra posición de defensa de los principios democráticos y a una idea de reforma social. Sabemos, como lo saben todos los venezolanos, que en el momento actual hay infinidad de problemas, muchos de ellos heredados de la Dictadura, otros agravados por errores cometidos tanto en la provisionalidad como en el lapso que llevamos de gobierno constitucional. Ni tenemos por qué cerrar los ojos ante esos errores, ni tenemos por qué cubrirlos con un manto piadoso; estamos en el plan, no sólo de reconocerlos, sino de proclamarlos y de pedir que ellos se corrijan.
En más de una ocasión hemos señalado explícitamente nuestra discrepancia con medidas o actitudes tanto en el campo político como en el económico, del actual gobierno constitucional, del cual forma parte una representación de nuestro partido. Pero estamos dispuestos a defender este gobierno constitucional, a decirle a nuestro pueblo que aunque su impaciencia es explicable y legítima, tiene que haber un margen para estabilizarse el actual ensayo democrático, ya que de ello puede depender el que Venezuela vuelva o no a caminos de regresión o a terribles catástrofes de destrucción social.
Si se dice que COPEI con su respaldo, con su adhesión, con su voluntad inquebrantable de cumplir los compromisos ha sido un factor decisivo en la estabilización del actual régimen constitucional; si se dice, como dicen algunos, que somos los copeyanos los que estamos sosteniendo el actual gobierno, nosotros eso no lo podemos aceptar como un reproche sino más bien como un reconocimiento a la sinceridad de nuestra actitud.
No nos hacemos responsables de los errores que se cometan. Estamos dispuestos a sumar nuestro esfuerzo y a pedir la colaboración de todos los grupos políticos y del pueblo para que una acción administrativa cada vez más intensa pueda remediar problemas muy urgentes, sobre los cuales hemos venido hablando y machacando con verdadera insistencia.
Estamos dispuestos a luchar para que la confianza se restablezca plenamente, para que las actividades económicas se desarrollen, para que se reoriente la inversión de los gastos públicos de manera que ellos vayan a satisfacer las más hondas necesidades. Estamos dispuestos en toda la medida de nuestras fuerzas –y entregando no sólo nuestro tiempo hábil, sino más del tiempo hábil que tenemos, horas y horas y sin conocer días de descanso, semana tras semana– a contribuir en la medida de nuestras fuerzas –repito– a que se pueda orientar de una manera positiva y fecunda la actual situación nacional. Todo esto estamos dispuestos a hacerlo. Pero estamos dispuestos también, y en ello no hacemos sino cumplir nuestro programa, en ello no hacemos sino dar cabida al ideal que hemos venido sosteniendo, a defender en Venezuela el sistema democrático de gobierno, porque consideramos que si en este momento no lo defendemos, el fracaso sería para todos, para toda la colectividad.
El dilema
Tenemos un dilema por delante: o sostener este Gobierno para tratar de ir corrigiendo sus defectos y de luchar dentro del sistema democrático hacia su superación y hacia la progresiva y rápida atención de los grandes intereses populares, o nos colocamos en las barricadas de la oposición, en las cuales no tendríamos fuerza suficiente para contener la verborrea desatada, la terminología agresiva, el encono de las pasiones, que nos llevarían fatalmente a romper la convicción de nuestro pueblo en la defensa de sus libertades y nos pondrían a un paso de caer bajo las fuerzas de regresión, que siempre acechan en la sombra y que maquinan hoy desde el exterior, con dinero, con facilidades y con el apoyo de regímenes que son vergüenza de la América, por arrancarle a Venezuela la libertad conquistada en las jornadas memorables de enero de 1958.
Y que no se haga la propaganda de la Dictadura. Que se recuerde que entre los problemas que actualmente está viviendo Venezuela, si es cierto que ha habido muchos errores y que todavía falta la sensación de un camino claro, la mayor parte es fruto de los errores de la Dictadura. Dos mil quinientos millones de bolívares pagados en un año, de deudas acumuladas por la Dictadura, es un peso muy grande para cualquier economía. La situación que estamos viviendo es en gran parte consecuencia de una serie de locuras que mucha gente vio en los años anteriores, con la convicción de que iban a conducir a verdaderos desastres. No debemos, pues, en este instante lanzarnos a formar coro de jeremiadas y de llantos que conducen a un pesimismo fatal. Tenemos todos la obligación (y nosotros nos hallamos en el firme propósito de cumplirla) de animar a nuestro pueblo. No hay dos caminos que escoger, porque el otro camino es el de la regresión y la violencia. En el camino del deber hemos de trabajar todos con entusiasmo. Demostremos, por fin, ante la historia, que sí sabemos vivir en libertad, no por un mes, ni un año, o pocos años, sino como un sistema de vida permanente.
Buenas noches.