¿Cambio en el gobierno?
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 12 de mayo de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación en el diario La Esfera.
La actualidad política está llena en estos días con el tema del cambio de ministros y de gobernadores. Ya sabemos que en Venezuela, en todos los regímenes, ha habido siempre una esperanza latente en un cambio de figuras en el gobierno. Uno de los deportes que quizás predispusieron mejor el ánimo de los venezolanos al juego del «5 y 6» es éste de las «combinaciones» ministeriales. Yo no sé si en algún otro país del mundo se juega con tanto apasionamiento este deporte. Comienzan a darse los datos al oído y a mencionarse los «tajos», a darse informaciones, y cada uno hace su «cuadrito», y en esto se divierte un poco la atención general. Por supuesto, la cuestión, al fin y al cabo, depende de la decisión fundamental de una persona: el Presidente de la República.
Nuestra Constitución es de régimen presidencialista. Es el Presidente quien organiza su Gabinete y responde de él, y en última instancia, sean cuales fueren las combinaciones políticas que se realicen para el juego democrático, es el Presidente a quien le toca decidir, escoger y designar las personas que comparten con él la responsabilidad suprema del gobierno.
Hay en esta circunstancia una modalidad relativamente nueva en Venezuela: la de que se ensaya un gobierno de coalición. Y en este sentido, si bien el Presidente tiene un campo casi limitado para escoger candidatos entre sus colaboradores a título personal o dentro de su propio partido, existe la influencia de la opinión y de los planteamientos de los otros partidos respecto de la composición del Consejo de Ministros. Pero, en resumidas cuentas, el cuerpo gobernante sigue siendo –y tiene que ser así– una atribución presidencial.
El deseo de cambio
Ahora, con motivo de estos comentarios que todos los días aparecen y en los que se dan noticias de las más variadas: que si se realizaron tales o cuales entrevistas, que si tal o cual partido presentó a tal o cual candidato (con lo que muchas veces se dan informaciones que ni los propios supuestos actores conocemos) siempre hay un fondo un tanto más trascendente. Y en esta ocasión, a través de una maquinaria de propaganda bien montada y bien dirigida se ha puesto de manifiesto una palabra que envuelve una serie de planteamientos de carácter político que es interesante analizar: «el viraje». La necesidad de un viraje, es decir, la necesidad de un cambio de rumbo. La idea de que no se debe tratar de una sustitución de unas personas por otras, en número mayor o menor (de acuerdo con lo que en última instancia decida el Presidente) sino de modificar la orientación llevada por el Gobierno de la República.
En el fondo de este planteamiento encontramos, como una cuestión política –muy lógica, desde luego y muy dentro de los intereses del partido político respectivo, perfectamente reconocibles y explicables dentro de la actividad política en cualquier país del mundo– una presión directa o indirecta del Partido Comunista, que es el único de los cuatro grandes partidos nacionales que no forma parte del Gobierno, para que éste modifique su estructura en el sentido de un acercamiento mayor hacia él. Esto está evidente para todo el que sepa leer entre líneas, aunque no necesite para ello demasiada o muy aguda penetración. Y en este sentido, vale la pena analizar si el «viraje», si el cambio de rumbo que en el fondo reclama la opinión pública, es un cambio de política, o más bien un cambio en la Administración; si lo que la opinión pública exige es una modificación dentro del juego de las fuerzas que se disputan en el ejercicio de la democracia, o si más bien lo que la opinión pública reclama es el que se le imprima al Gobierno un sentido más vigoroso, más eficaz, más rápido y expeditivo para la realización de planes que vayan directamente a beneficiar a los venezolanos.
Desde el punto de vista de la línea política, la actualidad presenta una serie de aspectos que interesa señalar. No podemos decir, sin pecar de insinceros, y desde luego como fuerza política que tiene su propia conciencia estamos obligados a decirlo, que la línea política del Gobierno haya estado exenta de errores. Consideramos que errores ha habido y los hay. Encontramos en el propio mecanismo de la represión de las actividades conspirativas una incertidumbre que a veces aparece quizás demasiado tímida y otras veces quizás excesivo. En ocasiones actúa en forma precipitada para adoptar medidas represivas contra algunas personas que a la larga resultan inocentes y cuya citación a los cuadros de la DIGEPOL –sobre todo si se realiza con cierto aparato, a medianoche, de manera irritante para los hogares o para las familias– redunda en molestias que repercuten en desagrados e intranquilidades. Pero fundamentalmente, y manteniendo esta idea de que hay errores en la conducción de la línea política, debemos señalar cuáles son los hechos principales que a nuestro modo de ver deben ser aprovechados ahora, para obtener con ello un paso positivo en la orientación del Gobierno, y en ganar confianza en medio de la colectividad.
Aspectos positivos
Por una parte, es indudable que el deslinde frente a la oposición comunista se ha hecho más neto y más claro. Puede lamentarse que en algunas ocasiones el tono de la polémica se haya hecho demasiado áspero y que las circunstancias y las actuaciones hayan provocado una modalidad que no es la más deseable y más recomendable dentro del tono de alta discusión que ha prevalecido en Venezuela a raíz del 23 de enero, pero, el deslinde de la coalición gobernante frente a la oposición comunista, se ha hecho más claro. El Partido Comunista ha tomado, de manera abierta y clara, una actitud de oposición. Nosotros consideramos (y lo hemos dicho, no ahora sino muchas veces) que una oposición comunista, con todo lo que significa de peligro por la manera de movilizarse esas fuerzas y por el enorme influjo que a través de diversos recursos ejerce sobre la opinión, es conveniente para el gobierno y para la actualidad nacional. Todos estamos perfectamente de acuerdo, aún sin entrar en el terreno ideológico, en que a Venezuela en este momento no le conviene ni puede convenirle un gobierno comunista o filo-comunista. Por tanto, el hecho de que los comunistas actúen en la oposición despeja muchas suspicacias, coloca al Gobierno en un terreno más firme y, al mismo tiempo, lo acicatea para tener que hacerle frente a una serie de problemas, llenando en este sentido la labor de oposición una finalidad indispensable dentro de la vida democrática.
Ahora, a la oposición comunista ha venido a sumarse, recientemente, la oposición de los disidentes de Acción Democrática. El problema de la disidencia de Acción Democrática dejó de ser un problema meramente interno de un partido político, para tomar cierto contorno de problema nacional e interesa al mismo funcionamiento de la coalición. Nosotros hemos lamentado –y en mi Partido ésta ha sido una actitud firme–, el que en el seno de uno de nuestros aliados se haya provocado una crisis que ha alejado de la actitud común y solidaria a un grupo de personas del Partido Acción Democrática.
Ahora, planteado el hecho de la división, ya absolutamente clara e irreversible, esta misma circunstancia puede y debe aprovecharse de una manera positiva, en beneficio de la orientación de la política del Gobierno Nacional. Está ahora puesto en evidencia que dentro de Acción Democrática existía una grave discrepancia de puntos de vista. Algunos de los teóricos más calificados entre los disientes, en un artículo publicado hoy, ha definido la posición de su grupo como enmarcada típica y doctrinariamente dentro del «marxismo revolucionario». Ahora, si esta posición del marxismo revolucionario hubiera dominado dentro del Partido Acción Democrática, sería imposible la actual coalición de gobierno y realizar el programa mínimo común, que se fundamenta y afianza en otra actitud diferente.
Ahora, una discrepancia tan importante en el seno del Partido del Presidente de la República y que tiene mayoría en las Cámaras Legislativas, provocaba una incertidumbre, una desorientación y una vacilación de tal magnitud en la opinión pública, que todos los esfuerzos del Gobierno por señalar una línea determinada de acción, por marcar una orientación, desaparecían ante un murmullo de conjeturas y de dudas en los más variados sectores de la opinión pública. Eso de que el Presidente dijera una cosa, estableciera una línea, y de que gente de su propio partido, al día siguiente en la prensa o en el Parlamento, dijera algo completamente distinto, sembraba una confusión de tal naturaleza en la opinión pública que en más de una oportunidad lo manifestamos así, de una manera muy cordial, a los principales actores dentro de esta especie de drama que se estaba viviendo en la política venezolana.
Si la discrepancia se hizo insalvable, al menos el hecho de que se hayan deslindado los campos constituye un factor que induce a dar confianza en la palabra del Gobierno, a entender que el Gobierno, cuando está fijando determinadas actitudes, lo hace con entera sinceridad, y que las discrepancias no son de carácter interno sino externo, alineadas dentro de una actitud opositora.
Yo pienso que si la oposición de los disidentes de Acción Democrática se canaliza en forma responsable, constructiva y patriótica, si no se deriva hacia una actitud puramente negativa, de agitación por agitación, de crear conflictos por crearlos o por provocarlos, sino que se orienta, como lo espero y como debemos todos esperarlo, hacia un sentido de preocupación venezolana, que exprese con toda la energía que se quiere las diferencias conceptuales pero que al mismo tiempo esté dispuesta a llegar al convencimiento de que es necesario salvar esta experiencia de la República, esa oposición constructiva puede llenar una función útil y aún provechosa.
Y, por otra parte, el Gobierno, aunque ha ya disminuido el número de sus representantes en el Parlamento, y aunque haya engrosado el número de sus opositores en diversos sectores de la vida venezolana, puede sentirse más responsable y dar una mayor sensación de firmeza ante la colectividad venezolana. En este sentido, de un hecho en sí lamentable y malo, se pueden deducir consecuencias buenas. Todo depende de que en este preciso momento, en que la opinión pública está pendiente de lo que va a ocurrir, se dé la impresión –que la República está reclamando– de que hay en el timón una mano firme que guía la vida del país, con el consenso y el respaldo de una fuerza política compacta, hacia una determinada y constructiva finalidad.
Administración, más que política
Pero, quiero insistir en que el «viraje» de que se habla, el cambio de rumbo que se necesita, el deseo de una modificación de sistema que la gente está reclamando, no tiene propiamente un sentido político. Claro que está vinculado con causas políticas, pero tiene más bien un sentido administrativo, un sentido –podemos decir– de gobierno. La opinión pública: el que trabaja, lo mismo que el que tiene un negocio, el que estudia, lo mismo que el que enseña, el que participa de alguna forma dentro de la actualidad venezolana, está reclamando que se cree la sensación de que hemos vencido la etapa de interinidad, de que el país lleva un rumbo firme, sólido, que algunos pueden criticar, del que algunos pueden discrepar, pero que al fin y al cabo señale un cauce por el que todos nos podamos mover en el desarrollo de nuestras actividades.
La coalición, debemos reconocerlo, ha presentado dificultades en su funcionamiento; dificultades que es necesario vencer. Estamos dando la impresión de que el funcionamiento de la coalición en el reparto de las responsabilidades en parcelas que se interfieren las unas a las otras, que el mecanismo de la participación de hombres y mujeres de diversos partidos, representa para la Administración Pública la interferencia de cada iniciativa audaz por una serie de sutiles resistencias que no permiten obtener un eficaz resultado. Esta circunstancia se puede observar en más de una ocasión. Se tiene la impresión de que un ministro, por ejemplo, o un gobernador de Estado, concibe ideas provechosas que sus propios colaboradores inmediatos, por la circunstancia de ser de otros partidos, lejos de colaborar en su realización desarrollan más bien una resistencia pasiva, que por egoísmo, incomprensión o desidia interfieren en el mecanismo oficial e impiden que la acción eficaz del Gobierno remedie muchas necesidades colectivas.
Abundan casos que reflejan en la Administración un estado de ánimo difícil de entender. Hay algunos Despachos a los que corresponde la concesión de créditos que tienen que hacerse a través de institutos autónomos, y sus iniciativas en el desarrollo de un plan cualquiera tropiezan con dificultades imponderables (no una negativa franca sino un dejarlo para mañana u ofrecerlo para más tarde), que le dan al público la impresión de que el gobierno democrático de coalición no es eficaz. Casos he visto, como el de una persona, por ejemplo, que después de solicitar un crédito hace más de un año y tocar todos los resortes posibles para que se le conteste si el crédito se le va a conceder o no, todavía a estas alturas no ha logrado saberlo. Millares de apelaciones que en algunos Despachos se acumulan por los problemas políticos, que a diario absorben a sus personeros, van quedando sin resolverse.
El público siente que una serie de asuntos exigen una solución rápida, pero a pesar de estar nombres calificados y expertos en la Administración y de recibir buenas palabras, estas soluciones no llegan o no se obtienen oportunamente. La acción del Gobierno se siente como ineficiente, como si le faltara el alma que la mueva, para llevarla hacia una realidad inmediata.
Es el mismo caso que hemos comentado en muchas ocasiones del Plan de Emergencia. Este era una necesidad; pero ese Plan de Emergencia, con un sentido patriótico, motorizado por una gran corriente de voluntad y de optimismo, encauzado dentro de planes de trabajo, habría podido hacer maravillas dentro de Venezuela. Lo grave de ese plan fue el ejemplo de bajo rendimiento, de baja preocupación, de predominio de intereses políticos pequeños por encima de las necesidades nacionales, de despilfarro de un dinero, que había que gastarlo por justicia pero que para la Nación ha podido revertir en obras realizadas, en obras cumplidas.
Obstáculos en la acción del Gobierno
Hay una serie de cuestiones pequeñas. Allí tenemos el caso que hemos planteado ante el Gobierno Nacional acerca de la organización de la DIGEPOL en algunos Estados donde existe una diferencia de militancia partidista entre el gobernador del Estado y el respectivo jefe de la DIGEPOL. No se puede pretender que en un Estado –por ejemplo, el Táchira– el Gobernador y el jefe de la DIGEPOL, que es un funcionario local de policía, tengan la misma entidad y que por la circunstancia de pertenecer a distintos partidos sean como dos protestas colocadas frente a frente sopesando sus acciones. El Gobernador del Estado tiene la máxima responsabilidad en la política regional, y un funcionario de policía, por más que dependa de una organización nacional, no debe interferir en la acción y en la responsabilidad que el Gobernador del Estado tiene y que el Presidente de la República le puede exigir. Esto va en daño del Gobierno Nacional y en descrédito del funcionamiento del sistema de coalición. Si hay en el Estado un Gobernador, ese Gobernador debe merecer confianza y tiene que recaer sobre él la responsabilidad indispensable para que el mecanismo político del Estado, del cual forma parte la policía nacional, esté en cierto modo bajo su control, bajo cierta autoridad suya.
Y así como ocurre en este caso, ocurre en una serie de pequeñas situaciones en las cuales, a veces damos la impresión de que nos falta el deseo común de que la obra que estamos emprendiendo entre los diversos partidos se sienta como una obra verdaderamente nacional. Si los partidos coaligados no hacemos el propósito de aceptar que el funcionario deficiente de nuestras filas debe ser reemplazado (aunque sea por otro militante del mismo grupo), si no entiende que su labor es cumplir y servir a la colectividad, estaremos arruinando un gran momento nacional, estaremos perdiendo una gran experiencia y sobre todo no estaremos sirviendo al pueblo, que tiene derecho a exigirnos un mayor rendimiento.
El país sigue sumido en una serie de graves dificultades. El desempleo sigue siendo el gran problema. Claro, un problema que no es puramente venezolano. Sabemos que en todos los países de Latinoamérica, aun los que hayan podido realizar un esfuerzo más considerable en el campo social, sigue siendo gravísimo, y que existe en Europa y en Estados Unidos, y que a pesar de todas las declaraciones de principios, existe también más allá de la Cortina de Hierro. Pero nuestro pueblo lo que siente es el problema aquí, y que ese problema reclama un desarrollo económico impulsado vigorosamente.
Nuestro propio crecimiento nos exige una preocupación tremenda. Debemos recordar algo que hemos señalado como motivo de honda preocupación para los venezolanos: el Presupuesto ha disminuido para este año en mil quinientos millones de bolívares, más o menos. Unas disminución de mil quinientos millones de bolívares en la circulación de los dineros del Estado, en un momento en que las actividades económicas se comprimen, amenaza el aumento de la recesión que afecta las actividades económicas privadas. Es necesario hacer un esfuerzo para que las reuniones entre las autoridades y los representantes de las fuerzas vivas conduzcan a entendimiento efectivo en iniciativas provechosas para la colectividad. Es necesario que todos hagamos el empeño de ensanchar la vida económica, porque, de continuarse reduciendo, aumentarán el malestar y el desagrado colectivo.
Sabemos que en este momento es más fácil ser oposición que compartir responsabilidades de gobierno. Cuando a una cantidad grande de capas de población no llega el beneficio de la acción oficial, y cuando se ve la necesidad de sanear las finanzas públicas, hará que ese número aumente, que disminuya la remuneración de muchos empleados y que las oportunidades de trabajo sean menores dentro de la Administración Pública, es decir, la fuente de ocupación más importante en Venezuela, encontramos que sería mucho más cómodo señalar errores que estar dentro, sufriendo la angustia colectiva. Pero es necesario darnos cuenta de lo indispensable de fortalecer este ensayo. Y en este sentido pedimos y reclamamos insistentemente que el cambio de orientación en el Gobierno –sea cual fuere el número de personas que dejen unos cargos para ser sustituidos por otros, lo que complace momentáneamente a la opinión pero no representa nada sustancial– sea un cambio en el rendimiento de la maquinaria oficial. Si no nos comprometemos a hacer palpar en obras la acción del Gobierno, a dinamizar los servicios públicos, a adelantar los planes para que se vea andar el camino en la resolución de las grandes cuestiones, el cambio será ineficiente.
Hay en la opinión pública, en medio de tanta política, un cierto cansancio que se ha podido observar en algunos de los fenómenos externos de las últimas semanas. Se nota en el trabajador, en el hombre de la calle, en el venezolano común, una cierta fatiga de escuchar discursos, palabras y discusión de problemas y planteamientos partidistas, a veces en una forma exagerada, mientras lo que se desea íntimamente es sentir que la maquinaria oficial actúe de una manera provechosa. Eso no hay razón para que no pueda hacerlo un gobierno democrático, que si tiene mayores dificultades, tiene mayores recursos espirituales y políticos para lograr en los funcionarios pertenecientes a la Administración Pública, mayor efectividad.
Es en ese sentido en el que se nos está reclamando y exigiendo a todos abandonar la preocupación de las cosas chiquitas, de aprovechar oportunidades para ganar dos o tres puntos en un campeonato, que no va a terminar todavía, y ponernos de acuerdo para impulsar de una manera robusta, una actitud firme hacia adelante. Que si el pueblo siente que no le remedian de inmediato todas sus angustias y necesidades, por lo menos se llegue a convencer de que se está trabajando seria y eficazmente para lograrlo.
Buenas noches.