Caracas, una ciudad a medio hacer
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 26 de mayo de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión.
El domingo pasado fui con mi familia a pasar un rato al Parque Nacional del Este. Todavía la obra está desarrollándose, pero tuve una impresión tan agradable, una especie de sensación de alivio al ver aquella zona verde llena de gente que iba a buscar aire y sol, a defenderse un poco de la opresión de la ciudad, que me siento obligado a hacer un alto en el análisis de los grandes temas políticos nacionales, para referirme a uno que a mi modo de ver es muy importante también y que quizás en la lucha intensa de la política no le damos suficiente atención.
Vivimos en una ciudad a medio hacer. La sensación que da Caracas es de angustia, de algo no acabado, de un grupo humano ubicado en una zona que pudo aprovecharse al máximo y que sin embargo todavía no encuentra para sus moradores un cauce satisfactorio para la vida. Es una sensación de tal inquietud, que Janio Quadros –el candidato a la Presidencia del Brasil, que ha actuado principalmente y tiene su centro de actividades en una de las metrópolis de vida más intensa de toda la América del Sur, como Sao Paulo, y que es en sí mismo un hombre de movilidad extraordinaria- nos confesaba que no se atrevería a vivir en Caracas, pues sentía que la vida aquí exigía de cada uno un esfuerzo tan grande y lo sometía a una actividad tan continuada, que resultaba dura la existencia.
Servicios públicos para Caracas
Últimamente, ante la reacción de la opinión pública contra el derroche de la Dictadura en obras suntuarias, hay peligro de que se deje como si fuera de lujo todo lo que vaya o deba hacerse en Caracas. Y no es así. Es cierto que los hombres de la Provincia –entre quienes estamos la mayor parte de los pobladores de esta ciudad capital- consideramos indispensable que la acción del Estado se dirija en mucho a la vitalización del interior de la República. Es cierto que el gasto que haya de hacerse debe buscarse en obras de sentido social y de verdadera significación, pero menospreciar la situación de un 18,5 % de la población del país, de una concentración humana de cerca de un millón trescientos mil habitantes, que representa al mismo tiempo el centro focal de actividad donde converge toda la vida de Venezuela y de donde arranca la mayor parte de sus iniciativas, un centro de trasmisión de impresiones y de estados de ánimo que necesariamente se extienden a todo el territorio de Venezuela, que lleva el bienestar o el malestar, el optimismo o el pesimismo a toda la República, merece una intensa y grande preocupación.
Vivimos en una ciudad sin servicios públicos. Es verdaderamente angustioso el estado de los transportes colectivos urbanos en Caracas. Yo no sé si a fuerza de ver un cuadro tan alarmante, llegamos a acostumbrarnos a él. No hay autobuses suficientes. Los que hay no son limpios, ni cómodos, ni adecuados, no están a la altura de una ciudad medianamente decente. El transporte para un trabajador cualquiera, desde su domicilio al sitio de trabajo, supone un derroche de tiempo, supone un gasto de energía,, supone una creación de malestar en su interior, que necesariamente tiene que repercutir en plano negativo. Es angustioso ver las colas. El desarrollo hipertrófico de los servicios de automóviles de alquiler, la cuestión –candente en estos días- de los automóviles por puesto, en el fondo derivan de que no se ha enfrentado seriamente el terrible problema del transporte colectivo urbano de Caracas.
Es verdaderamente heroico tener que soportar todos los días (cuatro veces al día, porque en nuestra ciudad conservamos todavía la sana costumbre, en un gran porcentaje, de ir a almorzar a la casa, lo que parece incompatible con la vida de las grandes metrópolis, pero no deja de constituir un factor que ayuda a mantener la vida de familia) hacer estas cuatro jornadas con la incomodidad, con la lentitud, con la desatención con que aquí se vive el servicio colectivo de transporte.
Las paradas de autobuses son sitios de intemperie, donde la estrechez de la acera, el ruido de la calle, la angustia de la población hacen de la espera un ejercicio de paciencia digno de admiración. Y esto, no porque la ciudad esté demasiado poblada. En Londres existen nueve, quizás once, trece millones de habitantes, en un área metropolitana más o menos extensa, pero que al fin y al cabo mantiene una gran concentración, y ello no ha impedido que haya en las aceras magníficas paradas de autobús, sitios donde la gente puede esperar sentada en cómodos bancos, con un techo que las resguarda del sol o de la lluvia, que les da un cierto beneficio mientras toman autobuses decentes, bien servidos, rápidos, que reflejan la voluntad de servicio al público, de servicio al pueblo, que aquí siente en estas cosas grandes molestias y exterioriza sus reacciones a través de manifestaciones distintas.
Ni peatones ni estacionamientos
No tenemos en Caracas, por ejemplo, consideración ninguna para un ser que en todas las demás ciudades del mundo existe y que aquí está absolutamente descartado: el peatón. En Caracas no puede andarse a pie. Se puede andar a pie en New York, en medio del torbellino humano que se desarrolla por aquellas avenidas. En Caracas, ¿quién se atreve, a cualquier hora, a andar por unas calles estrechas, rotas, irregulares, con aceras angostas, donde no existe para él el menor sentido de protección, ni el menor atractivo? El resultado es el aumento desmesurado en la compra de automóviles. Esa compra de automóviles no se remedia solamente con aranceles, ni con licencias de importación, ni con medidas restrictivas, cualesquiera que sean.
Cualquier estudiante universitario o cualquier empleado modesto siente la necesidad de comprar un automóvil –que le crea después terribles problemas- porque no se encuentra con las facilidades indispensables para moverse dentro de la ciudad, para ir de su casa a la universidad, de la universidad al trabajo, para desplazarse con facilidad.
No hay estacionamientos. Y cuando vemos los abusos tremendos que se forman porque la gente deja sus automóviles mal colocados, entorpeciendo el tráfico, porque irrespeta a los vigilantes del tránsito y no atiende a las boletas de citación, pensamos en el drama del ciudadano que no quiere estacionar su vehículo contra la ley y comienza a recorrer lentamente las calles centrales y no encuentra a distancia asequible, con suficiente protección, el espacio necesario para dejar su vehículo con toda comodidad.
Tenemos una ciudad en construcción. Y yo estoy enteramente de acuerdo en que no la extendamos, en que no estimulemos el crecimiento de una población que ya de por sí representa un porcentaje respetable; pero, por lo menos, tenemos que hacer que esta población que aquí vive, viva una vida más o menos humana. Y como se acerca la gran oportunidad del Cuarto Centenario de la Fundación de Caracas, que debemos forzosamente celebrar dentro de siete años, es indispensable hacer un plan para que en forma razonable, sin exagerar las inversiones, pero con decisión sensata y activa, pueda desarrollarse la ciudad en sus servicios públicos, para que la gente pueda llevar una vida adecuada.
Un hermoso programa de parques
Estas reflexiones, suscitadas por la visita al Parque Nacional del Este, me recordaban –y me hicieron buscarlo para revisarlo- el programa de Parques de Caracas que una Comisión nombrada por el exgobernador Carrillo Batalla y encabezada por el arquitecto doctor Tomás Sanabria, presentó hace algún tiempo. Se publicó en la prensa, y no he visto después que se le haya dado la importancia que reviste. Una de las cosas hermosas, razonables, verdaderamente humanas que se han elaborado en estos tiempos, es este Programa Recreacional de Parques.
Muy sugestiva encuentro la concepción del Plan, cuya estimación total, según la misma Comisión, puede apreciarse en unos ciento cuarenta millones de bolívares, mucho menos de lo que se ha gastado en dos o tres hoteles de turismo y con utilidad social inmensamente mayor. Se concibe allí –y aprovechando el que la ciudad propiamente está por desarrollarse- un sistema de parques metropolitanos y de parques urbanos. Cada parque metropolitano dispondrá de más de 100 hectáreas de extensión, para recreación verdaderamente activa, no solamente con senderos para caminar o para andar a caballo, con canchas de fútbol y de béisbol en abundancia -para que nuestros muchachos dejen de tener que jugar en la calle porque no encuentran un espacio donde poder desarrollar su energía y actividad-, con lugares de picnic y con piscinas, con espacio vital que le permita al hombre reconciliarse con la naturaleza.
Ocho parques metropolitanos, de más de 100 hectáreas cada uno, se distribuirán alrededor de la ciudad, estratégicamente, en distancias que no presentan para su acceso más de 20 o 25 minutos en cualquier vehículo como tiempo máximo para alcanzarlos: uno, en la carretera vieja de La Guaira; otro, en la carretera de El Junquito; otro, en la carretera vieja de Los Teques; otro, en la carretera Panamericana; otro, en la Autopista Central; otro, en la proyectada Avenida o Carretera de Circunvalación; otro, en la carretera de Santa Lucía; y otro, en la carretera de Guarenas. Hay allí la concepción de todo un conjunto armónico, sencillo, fácil, que le permita a la gente, en el fin de semana, vivir, compensar con la expansión que esto provoca, ese ambiente cerrado que la ciudad, el gran edificio, el apartamento pequeño, el local cerrado de oficina, van creando en el espíritu y que causa no pocos trastornos nerviosos, no pocas de las psicopatías que tanto abundan y que llegan a hacerla una enfermedad de nuestro tiempo.
Por otra parte, la Comisión presenta un programa de parques urbanos que contempla los aspectos pasivo y activo, para distribuirse en los cinco sectores que el Plan de Urbanismo contempla como integrando la unidad urbana de Caracas: en el espacio central, la zona comprendida entre Los Caobos, San Bernardino, etc.; en la zona del Oeste, la región de Catia; en la zona Suroeste, El Paraíso, La Vega, Antímano; en la zona Sur, Las Acacias, Santa Mónica, El Valle; en la zona Este, Sabana Grande, Petare, Baruta, con su centro en el Parque Nacional del Este, que se encuentra ya en construcción.
Algunos de estos parques se están desarrollando, y es verdaderamente grato observar la impresión que produce en la gente llegar a un espacio como el de La Carlota, cuando pierde esa noción de valla, de barrera, a su expansión, que provoca la distribución interna de nuestra ciudad, la cual para quienes no tenemos ningún conocimiento técnico, pero podemos juzgar un poco por intuición y un poco por lo que hemos visto en otras partes, demuestra que la arquitectura no ha encontrado todavía una fórmula adecuada y grata para la ciudad de Caracas. Muchas veces hemos criticado en Caracas, por ejemplo, la concepción de la avenida Bolívar tal como la desarrollaron. Lo que pudo ser un gran boulevard –como algunos arquitectos proponen-, algo que diera sensación de amplitud, de aliento, de ciudad grande, se convirtió en un desfiladero angosto que lo lleva a uno hacia aquellas dos torres que están como dos centinelas diciendo: «aquí no puede pasar». Cuando se sube por la calle de Sur a Norte, que viene desde La Glorieta hacia el Municipal, aquella pared es como un muro que dice: «La ciudad dejó de ser un lugar de expansión y se convirtió en un lugar estrecho donde la vida discurre por cauces difíciles». ¿Por qué lo hicieron así? Los arquitectos tendrían sus razones, pero la reacción en los espíritus, la sensación general, no es la de que la ciudad se agrandó en el sentido de que se hizo más habitable, sino de que la ciudad se aglomeró y se reconcentró para hacerse más difícil el movimiento de sus habitantes.
Obra de utilidad social
Esa idea de los parques es algo que sinceramente entusiasma a quien tenga preocupación social. Pensar que, por ejemplo, en el Hipódromo del Paraíso, donde no se hacía sino tomar alcohol y jugar dinero al «5 y 6», en aquella zona que quedó libre por la ejecución de aquella otra obra suntuaria, inmensa, del Hipódromo La Rinconada –que no representa nada de función social si se compara con el programa de parques que se puede llevar a efecto-se pueda incrementar una sana actividad recreacional, es estimulante.
Ver los planos y observar cómo puede desarrollarse un lugar donde la gente pueda ir, donde varios equipos de fútbol simultáneamente puedan efectuar competencias variadas, donde varios equipos de béisbol puedan celebrar competencias, donde haya canchas de tennis, piscinas para adultos y para muchachos, kioskos para picnic, eso sembrado alrededor de la ciudad, le da a uno la visión de un mundo distinto, de una cosa diferente de la que hasta ahora ha estado acostumbrado a ver a través de las realizaciones suntuarias de los gobiernos.
Al verlo, yo hacía mentalmente una comparación entre el dinero que cuesta el Hotel Humboldt –con toda su belleza, que después de construido hay que conservar y tratar de aprovechar de la manera más útil posible- y lo que habría significado ese dinero gastado en hacer del Ávila un gran parque nacional, tal como se concibe también en el Plan elaborado por la Comisión. Me decía el arquitecto Sanabria que de este lado, de la Fila del Ávila hacia Caracas, el desarrollo de un parque no es posible por lo escarpado del terreno, por lo poco firme del piso, por una serie de circunstancias adversas; pero, que de la Fila hacia El Litoral hay una bella y suave extensión, donde se puede incrementar, con el mayor servicio para la población que vive en el área metropolitana de Caracas, un gran parque, un parque extenso, activo, recreacional, donde a la vez que aire puro, pueda encontrar la población una recreación adecuada.
El desarrollo de Caracas
Hay que ver estas cosas con sentido humano, y en cierto modo tenemos que curarnos de esa especie de odio o rencor que puede alimentarse contra la construcción urbana, por la deformación que se le dio al desarrollo de la ciudad en la etapa de la dictadura. Tenemos que rectificar los errores de la dictadura, pero no tenemos que incurrir en la equivocación de, por ir contra lo que de malo hizo la dictadura, desconocer que deben hacerse otras cosas, en un sentido diferente, pero para atender también, en la medida de lo lógico, a la capital de la República. Pensemos en que Caracas, que en veinticinco años aproximadamente ha modificado su población desde doscientos mil a un millón trescientos mil habitantes, representa un gran problema nacional. Recordemos que a Caracas vienen todos los días millares de venezolanos de todos los lugares de la República, que de aquí se llevan la impresión de si el Gobierno hace o no, de si construye o no, de si la población está contenta o no, de si hay o no administración activa y eficaz para el remedio de las grandes necesidades sociales. Pensemos además que una metrópoli de más de un millón de habitantes provoca muchos problemas, pero tampoco podemos reducirla a la expresión de puros aspectos positivos. Un gran Estado moderno necesita forzosamente de una gran metrópoli, de una ciudad capaz, por su población, por su concentración, por sus servicios, por su desarrollo cultural y técnico, por las actividades que en ella se desempeñan, de movilizar y de dar gran impulso a la estructura de Venezuela.
En Caracas se desarrolló una gran industria de la construcción. Esa industria de la construcción –ya lo hemos dicho muchas veces y es necesario no olvidarlo- llegó a ser la primera en el orden de número de trabajadores colocados en toda Venezuela, más importante en cuanto a mano de obra que la propia industria petrolera, que ya sabemos que sólo es capaz de colocar a menos del 2% de la población económicamente activa de toda la República. Esa industria de la construcción –es cierto- derivó en una forma irregular, muchas veces aventurera, hacia construcciones suntuarias o inútiles, pero no podemos dejar que esa industria languidezca, desaparezca, se extinga y deje cesante a un gran número de trabajadores que más bien deben encontrar allí una ocupación más estable, más regular y mejor remuneradora de lo que fue en anteriores oportunidades.
El programa de parques, por ejemplo, o la construcción de avenidas, representan una verdadera necesidad. Yo tengo el temor de que se abrigue la idea absurda, aldeana, retrógrada, de que la construcción de una avenida es una obra suntuaria. No. La construcción de una avenida puede hacerse con criterio suntuario, pero puede hacerse con criterio social. ¿Cuántas horas de trabajo se pierden cada día en el área metropolitana por falta de avenidas que le den circulación fácil a los distintos vehículos que recorren de un lado a otro? ¿Se piensa en el ahorro que representa, no sólo desde el punto de vista del combustible, y de los neumáticos, y del desgaste de los motores y de las carrocerías, sino en general de capacidad productiva, el aprovechamiento de los dos canales de El Pulpo que se han puesto en servicio? ¿En lo que representa solamente el paso de la Plaza Venezuela a la autopista en dos minutos, cuando antes había que gastar cinco, diez o quince minutos con una irregularidad total, según las circunstancias del momento en el cual pretendiera hacerse el viaje?
Estas son cosas en las que es necesario pensar. Y cuando nos ahogamos demasiado en el criterio de lucha puramente política, y cuando para defender una erogación comenzamos a atacar a todas las demás, o a señalar con argumentos demagógicos la inutilidad de ciertas cosas, es necesario que abramos los ojos y que reivindiquemos también para esta ciudad, dentro de la cual vivimos, el derecho a que la República, de la que es centro y motor, le preste debida atención.
Yo creo necesario que se entre de inmediato y de lleno a resolver el problema de la circulación, del transporte urbano de pasajeros en el área de Caracas. Sobre esta materia lo único hecho que haya visto es el Informe Bingham y la idea del Ferrocarril subterráneo que el gobernador Carrillo Batalla daba como un hecho y que en realidad parece una idea que está totalmente en sus fases previas, aún de deliberación. Si es que se deba construir el Ferrocarril subterráneo o no, no soy yo quien pueda decirlo, son los técnicos quienes deben discutir sobre el particular. Algunos piensan que la mejor manera de descongestionar el centro es esta vía de tránsito muy rápido, que del Este al Centro y en los dos ramales hacia el Noroeste y hacia el Suroeste pueda movilizar la población. Otros piensan que sería mejor hacer de una vez el ensayo de completar el sistema de grandes vías que están previstas en el plano regulador de la ciudad: desahogar la autopista del Este, encontrándole su salida ya prevista hacia el Oeste; hacer la avenida Cota Mil completa, para que vayan por ella todos los vehículos que tengan que viajar desde cualquiera de las zonas del Este hacia La Guaira, hacia la salida de la autopista; desarrollar la avenida Libertador, enlazar a través de dos o tres vías Norte-Sur que están previstas, la avenida Bolívar con la Andrés Bello y la avenida Libertador.
Lo que haya de hacerse, que se discuta, que se aclare, pero lo grave es que nos empeñemos en hacer de la política un puro ejercicio negativo, que nos reduzcamos exclusivamente a escribir sobre temas puramente políticos, puramente intencionales y que vayamos olvidando estos grandes problemas, porque el pueblo está pendiente de ver que el sistema democrático de gobierno es capaz de estudiar y resolver problemas.
Yo quiero a este respecto insistir en la necesidad de ponerle un poco de atención al pueblo de Caracas. ¡Quién sabe cuántos descontentos, quién sabe cuántas expresiones de malestar, quién sabe cuántas desviaciones de mucha gente de esta ciudad tienen su causa en la irritación constante, en el malestar sistemático de una ciudad dislocada, distorsionada, ruidosa, ineficiente donde la vida de cada habitante es una lucha continua desde el mismo momento de levantarse hasta el de retirarse a su casa! Hay una situación que irrita, que dificulta, que hace imprecisa la vida de todos nosotros, que nos hace salir un día contando con que vamos a echar en el trayecto media hora, y así como un día podemos hacerlo por casualidad en veinticinco minutos, otro día lo hacemos en una hora o aún más, porque hubo cualquier interrupción que hubiera podido evitarse si se hubiera logrado un sistema mucho más eficaz.
Estas palabras las quiero decir en favor de esta ciudad de Caracas, no de su materialidad –no nos impresionan tanto los edificios altos que se pueden construir, que suelen ser bastante causa de incomodidad-, sino de su población, formada por los caraqueños de Caracas y por los caraqueños que hemos venido de la Provincia. Que todos vivimos aquí y padecemos las incomodidades de una ciudad en construcción, y por lo menos tenemos la aspiración de que se acabe de construir, de que se acabe de hacer vivible en un sentido realmente humano.
Buenas noches.