El cambio y la especulación
Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 17 de noviembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión, y tomada de su publicación el domingo 20 en el diario La Esfera.
En medio de la expectativa general ha comenzado a operar la reglamentación de la venta de divisas. Hecho inevitable, dadas las circunstancias anteriores y, sobre todo, después del planteamiento que la nación conoció cuando se suspendieron por 48 horas todas las operaciones al respecto. Llegado, no propiamente como un bien, sino como un remedio transitorio y parcial a una situación delicada, ha dado lugar, como era de esperarse, a las especulaciones más detestables por parte de quienes tuvieron la mala intención y el mal cuidado de sacar dólares del país en tiempo anterior y de quienes pretenden aprovechar el desconcierto en la psicología colectiva para provocar un alza de precios que no tiene ninguna justificación.
Inconveniente del control
Desde luego, el control supone, como primer obstáculo, la falta de preparación del país para una medida de esa naturaleza. Desde los primeros días de la Guerra Mundial, cuando nuestras disponibilidades de divisas y nuestras necesidades nacionales eran mucho más pequeñas que ahora, no se había pensado siquiera en la emergencia de tener que apelar al control. Por otra parte, la aplicación de la medida tenía que tropezar, en sus primeros tiempos, con el pánico provocado en parte de una manera natural y fomentado también artificialmente por los que quieren pescar en río revuelto para beneficiarse de la medida.
Es conveniente, sin embargo, señalar algunas circunstancias y hechos que deben ayudar a restablecer la confianza, factor indispensable para que la recuperación pueda lograrse de una manera firme y sólida.
Me decía hoy un especialista muy versado en esta materia, que el control de cambios es solamente un medio, un instrumento que se emplea, no por deseo sino por necesidad (cuando se aplica es porque algo no está funcionando bien), para remediar de modo transitorio una situación que no ha podido remediarse en otra forma, pero que constituye un aspecto solamente parcial en la consideración del problema. El problema es mucho más complejo y más vasto. Y el control por sí mismo, no significaría nada definitivo, nada duradero como solución si no es acompañado de una política activa y de una respuesta amplia y positiva por parte de la colectividad, capaz de restablecer la economía en general, tanto en el sector privado como en el orden fiscal.
Muchas molestias, muchos inconvenientes tenían que surgir de esta situación, a la cual no estábamos acostumbrados. Pero esas molestias e inconvenientes han sido agravados por la precipitación de algunos que, dando oídos a las frases deslizadas por quienes quieren hacer su negocio, han salido violentamente a buscar dólares porque creen que el mercado de divisas se va a agotar. Afortunadamente, la comprensión de los hechos, hechos reales, tangibles, muy sencillos y fáciles de entender, puede bastar para conjurar ese peligro.
Cifras para restablecer el optimismo
Recordemos las cifras que se pueden encontrar en el documento económico más serio con que cuenta el país –según ha sido reconocido por todos los sectores de la vida política: gobierno, oposición, sectores productores, laborantes, universitarios y de cualquier otra índole–, la Memoria del Banco Central de Venezuela.
En el año de 1959 entraron al mercado de divisas controlado por el Banco Central, 1.591 millones de dólares. Como dijimos en la charla anterior, con esta cantidad basta para satisfacer las necesidades normales del país, en importación de bienes de consumo inmediato, en importación de bienes de consumo duradero, en importación de maquinarias para nuestro desarrollo industrial, de materias primas para nuestras industrias hasta de artículos suntuarios, y todavía queda una disponibilidad para atender a gastos del gobierno y a otras necesidades colectivas.
Pero hay otro aspecto que es conveniente señalar: el mismo año pasado –indica la Memoria del Banco Central– ingresaron al país dólares libres por la cantidad de 576 millones, con lo cual el mercado, si no hubiera habido evasión, la malsana y criminal evasión que hemos estado contemplando como un asesinato lento de la economía del país, no habría tenido razón ni motivo alguno para el déficit ni ocasionar ningún inconveniente en la balanza de pagos de Venezuela.
Esto es necesario recalcarlo, porque es muy importante para respaldar la afirmación de que el control de cambios debe ser transitorio: el déficit de la balanza de pagos es un fenómeno transitorio. Si nuestro país tuviera estructuralmente una situación deficitaria, si la cantidad de divisas de que se dispone fuera notoriamente inferior a las necesidades normales y de desarrollo del país, entonces tendríamos que decir que el control amenaza convertirse en algo permanente; pero si las disponibilidades de divisas son abundantes y firmes, y si el déficit de la balanza de pagos se debe a factores en que se mezclan lo político y lo económico y lo psicológico para provocar una evasión, injustificada a todas luces, podemos llegar a afirmar que este hecho desagradable y molesto del control, que se presta a una serie de perturbaciones dentro de la Administración y de la moral colectiva, debe ser un recurso fugaz, temporal, destinado solamente a conjurar un defecto del comercio exterior que necesariamente debe corregirse.
La especulación de divisas adoptó caracteres de escándalo. En los primeros días se nos avisó que se habían vendido dólares a siete bolívares, lo mismo en Caracas que en Cúcuta, donde hay un centro de drenaje de nuestra riqueza en moneda extranjera. Pues bien, la apertura de un mercado abierto de divisas, en el cual insistimos mucho cuando se habló del control (que más que control es reglamentación de la venta de divisas que el gobierno recibe a través del Banco Central y que en nada obstaculiza la existencia de un mercado abierto, no de bolsa negra, sino de operaciones libres y públicas, que tienden a buscar su nivel natural) y la experiencia de ese mercado de divisas en los días de ayer y de hoy ofrecen resultados de bastante interés.
En el día del miércoles se vendieron 195.000 dólares por valor de Bs. 870.000, con una cotización que empezó a Bs. 4,70 por dólar y que llegó a la hora de cierre a Bs. 4,25 por dólar. En el día del jueves se vendieron 288.000 dólares en la Bolsa de Caracas con un valor de Bs. 1.230.000, y la cotización, que empezó a Bs. 4,30 por dólar, llegó a Bs. 4,26 a la hora del cierre. No podemos decir que estos tipos sean definitivos ni estables. Tampoco podemos decir que ellos sean la verdadera expresión del valor del bolívar. El mercado abierto constituye un aspecto muy parcial de nuestro movimiento de divisas, y por tanto, en el mercado abierto siempre habrá un precio superior para la moneda extranjera, que el que de las que se obtienen a través del Banco Central.
El alza abusiva de precios
Pero lo importante es señalar esto (y es necesario insistir en ello, porque es fundamental para la orientación de la conciencia pública): no existe ninguna razón que justifique un alza de precios dentro de la economía venezolana. Precisamente, nos opusimos a la devaluación porque ella significaba automáticamente un recargo del 20% en los costos de todo aquello que proviene del extranjero (en lo que tenemos que incluir un millón de litros de leche por día, una cantidad elevada de huevos y las materias primas de una serie de industrias que están empezando a desarrollarse aquí).
Nos opusimos a la devaluación, entre otras cosas, porque ella implicaba un alza inmediata en el costo de la vida. En la actualidad, manteniéndose el suministro de todas las divisas necesarias para bienes de consumo y para el desarrollo de la industria nacional, no hay razón ninguna para que los artículos de primera necesidad hayan podido subir en los precios.
Es necesario condenar con profunda indignación la maniobra de los especuladores en este campo. Los sectores obreros han sido los primeros en responder al reto que los especuladores están lanzando a la conciencia pública de Venezuela. El miércoles, unas declaraciones de Antonio Valero, copeyano, representante del Ministerio de Agricultura y Cría en la Junta de los Mercados Libres, consignan un reclamo contra el aumento del precio en los artículos que van a los mercados libres, que son los que menos y por ningún respecto tienen razón para subir. Luego, unas declaraciones del ministro Víctor Giménez Landínez corroboran su actitud –que es la actitud del gobierno– contra toda maniobra que tienda al alza y a la especulación de los precios. Y también fue publicada una circular del Ministerio de Fomento, en que se declara el propósito de ejercer todas las acciones que sean necesarias, por drásticas que se requieran, para impedir el que los especuladores, en este difícil momento de la vida nacional, puedan echarse sobre el pueblo a tratar de lograr el encarecimiento de los artículos sustanciales.
Es indispensable, en este momento, una compactación de voluntades entre los trabajadores –la clase trabajadora en general–, los sectores económicos, por otra parte, y el Gobierno Nacional, para conjurar las maniobras que tratan de desquiciar, a través del alza de precios y de la especulación inmoderada en la Bolsa, la situación económica en un punto más grave del que todavía ha atravesado y atraviesa.
Somos partidarios de que la reglamentación de la venta de divisas, por lo mismo de que es y debe ser una medida transitoria, se realice en forma ágil y flexible. Es preciso que se den normas a los Bancos, para que no quede al criterio variable de unos y otros banqueros la distribución de las divisas. Pero urge también se haga sentir al público que el gobierno no piensa aprovecharse de esta circunstancia para crearle molestias indebidas o innecesarias.
Hay que dar una sensación de amplitud. Reconocemos que al gobierno (y es una falla más entre otras que en diversas ocasiones le hemos señalado) lo encontró impreparado el momento de implantar el control que la misma política oficial hizo inevitable.
No hacer el juego a los especuladores
El control debió estar mejor estudiado y mejor organizado. Sus fallas son visibles. Sin embargo, creemos que hay buena voluntad y capacidad y posibilidad para que ese control se ejerza tal como tiene que ejercerse: sin estrangular actividades, sino haciéndole sentir a los venezolanos que la medida se ha adoptado para impedir la fuga, la indebida fuga que se ha venido realizando sistemáticamente, pero en manera alguna para debilitar sino más bien para fortalecer el desarrollo de nuestra economía.
Pero, al mismo tiempo, la población debe darse cuenta de la necesidad de cooperar en estos fines con el gobierno y no con los especuladores. Cuando se crea una alarma y la población acude precipitadamente, desesperadamente, a buscar dólares con la disposición de pagarlos al precio que se le vendan, realiza una acción que se vuelve contra sí mismo. Quien no tenga la urgencia inaplazable de un giro, debe esperar más bien, para que se normalice y se regularice la situación después del impacto causado por el establecimiento del control. Esas colas que se forman, ese movimiento precipitado de unas personas de un lugar a otro, como si se fuera a acabar la entrada de divisas (lo que no puede ocurrir, a menos que las compañías petroleras se prestaran a hacer maniobras contra la vida y la economía del país, cosa que por ningún respecto podemos creer que ocurra y que sería no solamente ir contra el país, sino contra ellas mismas) debe cesar. La convicción de que no se cegarán las fuentes de divisas debe darles a los que no tengan una necesidad inmediata ni desesperada sino una necesidad normal de divisas, la serenidad indispensable para que los especuladores no se salgan con las suyas.
En esto, como en otras cosas, ocurre que la culpa de algunos recae sobre la colectividad. Si no hubiera habido la maniobra sostenida e infame de sacar de Venezuela fondos y depósitos para colocarlos afuera, en espera de la oportunidad de un negocio, o para guarecerse en una forma que es por cierto precaria, no habríamos tenido necesidad de establecer un control de cambios. Los que lo provocaron quizás estén sufriendo hoy las consecuencias, porque se beneficiaron momentáneamente, pero el daño que sufren al deteriorarse la economía en general supera con creces el beneficio que pudieron haber obtenido en operaciones de especulación.
Lo mismo puede ocurrir con el alza indebida de los precios. Los especuladores pueden provocar, en perjuicio de comerciantes honestos, de ellos mismos y de la economía en general, una situación que produzca algo tan indeseable, tan absurdo y tan dañino como sería un control de precios. Nosotros somos opuestos terminantemente al control de precios, porque creemos, en primer lugar, que sus dificultades son casi insuperables desde el punto de vista administrativo; y en segundo lugar, porque consideramos que sus daños son tan grandes que casi siempre exceden a los beneficios que de tal medida se podrían obtener. Pero es necesario, para ello, que todos formemos una especie de cordón sanitario contra la especulación de los precios y que los propios comerciantes honestos sean los primeros en desenmascarar y en dar frente a esas maniobras para que no caigamos en peores consecuencias que podrían ocasionar un grave daño para el país.
Perspectivas del reajuste
En este momento necesitamos llevar las cosas a su propio nivel. Venezuela ha estado disfrutando de la moneda más dura del mundo. Nos hemos estado aprovechando de la circunstancia de que el bolívar ha estado a un precio tan elevado y tan fijo con relación al dólar que nuestras disponibilidades y nuestras comodidades afuera se han ensanchado mucho. Pero es necesario admitir que el país no puede tolerar, ni menos aún estimular la situación que muchos crean cuando dicen: «he alquilado mi quinta por Bs. 2.000 y me voy a vivir a España, en donde se me convierten en 30 o 28 mil pesetas». Esos, que están realizando un acto evidentemente dañino y pernicioso para la economía del país, bien pueden y deben soportar la circunstancia de que en vez de obtener 600 dólares por el alquiler de su casa reciban sólo 500 dólares. Es justo que la diferencia de un medio u otro, favorezca a este país al que aquellos explotan sin darle en cambio la aportación de ninguna actividad ni ninguna energía.
Nosotros no podemos tampoco soportar como idea normal y lógica, la de que por inmigración se entienda el traslado de un hombre sin familia, cuyos deudos se quedan en su patria de origen, y que del salario que percibe, realiza en el país un consumo de un 20 o de un 30% para girar el resto y atesorarlo aprovechando las ventajas del cambio. No. Eso no puede ser. Y los propios inmigrantes que han venido con sus familias y han echado raíces en Venezuela, que viven con nosotros, que sufren y padecen nuestras alternativas angustiosas y que se ilusionan y ganan con los beneficios y ventajas del país, tienen derecho a que pongamos coto a aquella situación intolerable en la cual se explota nuestro país como un campo dentro del cual se viene a sacar lo que se pueda sin sentirse en la obligación de sembrar nada porque es más cómodo y más barato sembrarlo en otra parte.
En este sentido, pues, los inconvenientes y dificultades tienen su justificación. Y si vamos a viajar por el exterior comprando dólares a cuatro bolívares, de todas maneras viajaremos con más comodidad que nuestros hermanos de Argentina, Colombia, Chile o del Perú, cuyas disponibilidades de moneda los hacen sufrir rigores mucho mayores, que los harían añorar la comodidad que una situación como esta les ofrecería.
Ahora, lo que tenemos que lograr es que las ventajas de nuestra moneda, la firmeza que ofrece a nuestra moneda la circunstancia de recibir un chorro permanente y grueso de divisas, se emplee en satisfacer necesidades primarias, y especialmente en el desarrollo auténtico de una verdadera economía nacional.
La verdad es que el problema económico venezolano es complejo. Tiene tres facetas perfectamente señalables: una es la del cambio, otra, la del Presupuesto, y otra, la del sector privado. Pudiéramos decir que hay un problema propiamente cambiario, a que no se nos agoten indebidamente nuestras reservas, como se agotarían por el hecho de tener que venderle divisas a todo aquel que se antoje comprarlas por encima de la ancha disponibilidad que el país tiene; pero nos quedan un problema fiscal y otro económico, estrechamente inter-relacionados, los cuales no pueden resolverse sin una actitud enérgica, optimista y definida del gobierno y sin una respuesta amplia y comprensiva de los distintos sectores de opinión y de los diversos sectores económicos.
Ocurren, sin embargo, hechos que no dejan de llamar al optimismo. Antes me he referido al mercado abierto de divisas, cuyos resultados hasta ahora (con apenas breves días de experiencia) son mucho más propensos al optimismo que al pesimismo. Pero es conveniente, además, echar una mirada al cuadro de la Bolsa de Valores. En días pasados, alguien me señalaba que, por primera vez en mucho tiempo, las acciones de la Electricidad de Caracas, que hace un año estaban a Bs. 160 y más, se estaban vendiendo por debajo de su valor nominal, estaban por debajo de la par, cosa que sólo había ocurrido raramente en épocas anteriores en momentos de gran dificultad para el país. Pues bien, es muy curioso e interesante, y digno de señalar, que las acciones de la Electricidad de Caracas volvieron a subir por encima de la par y se vendieron esta semana a Bs. 102 y hoy a Bs. 105. Es decir, se ve una tendencia que corresponde a la idea de que el país puede y debe recuperarse; hay una circunstancia psicológica, mezcla de política y economía, que estamos todos en el deber de aprovechar.
No sé hasta dónde el cambio de Gabinete pueda en este sentido aportar un elemento positivo. La verdad es que en esta materia el Presidente de la República ha querido ejercer él sus atribuciones constitucionales y nosotros nos hemos manifestado en posición de respetar el ejercicio que él haga de esta facultad. Pero como lo ha dicho para la prensa un vocero de nuestro partido, para nosotros el problema, más que de cambio de hombres, es de cambio de política.
Es el momento, sí, para el viraje. Pero el viraje audaz, creador, constructivo, el enrumbamiento del país para que todos sientan que llevamos un camino y que este país tiene tantos recursos que los venezolanos, con todos nuestros errores, no podemos acabar ni agotar sus posibilidades.
Vamos, pues, a aprovechar estas posibilidades, y sigamos haciendo campaña por la recuperación de la confianza, que si nos ponemos de acuerdo en esto, estamos seguros de que el camino, con todas las dificultades que presenta, nos tiene que llevar a una recuperación satisfactoria; y esa recuperación satisfactoria no será la meta, sino apenas el punto de llegada a una estación, de donde podemos comenzar en forma la verdadera revolución, la verdadera transformación: el desarrollo de nuestro país hacia la conquista efectiva de su bienestar y de su riqueza propia, de la riqueza que llegue efectivamente a todas las clases sociales.
Nosotros creemos, pues, que este momento, esta coyuntura es para el país sumamente interesante. Y queremos hacer aquí un llamado al Presidente de la República y al Gobierno, por una parte, a los sectores económicos, por la otra, y a los sectores populares, por la otra, para que no sigamos buscando cada uno la ventaja inmediata y circunstancial, sino pensando en la ventaja común que es ventaja para todos.
Triunfos pírricos son aquellos en que obtenemos una pequeña victoria a cambio de causar el daño total de nuestra economía. Triunfos efectivos serán aquellos en que, mediante la colaboración y el entendimiento de todos, podamos echar una base sólida para que cada uno pueda desarrollar sus actividades y sus intereses.
Buenas noches.