El año decisivo

Charla de Rafael Caldera en el programa «Actualidad Política», trasmitida el jueves 29 de diciembre de 1960, las 10 pm, por Radio Caracas Televisión y publicada el martes 3 de enero de 1961 en el diario La Esfera

Empieza el nuevo año con cierto signo de optimismo y de alegría, que los observadores señalan en el ambiente general. Ambiente, por cierto, distinto del pesado y pesimista que en muchos se observaba en los últimos meses de 1960. Hay signos favorables de recuperación que es necesario aprovechar e impulsar. Desde el punto de vista económico, desde el punto de vista político, desde el punto de vista de los intereses comunes de la Nación y de las distintas clases sociales, hay circunstancias favorables, y la posibilidad de aprovechar esas circunstancias favorables y de enrumbarlas debe merecer la más ágil y efectiva decisión por parte del Estado y lo mismo por parte de los sectores privados.

El año clave del período

Tenemos una serie de objetivos para el año 1961. Podemos decir que es el año crítico del período constitucional. En un período de cinco años, el tercero es justamente el año decisivo. De él va a depender el signo final del gobierno que actualmente rige los destinos del país. En esta etapa van a definirse una cuestión política, una situación económica, la organización fiscal y las perspectivas sociales de Venezuela. No estamos exagerando. Lo dijimos siempre antes; en los propios días de la campaña electoral, pensamos que el año más importante, decisivo, desde el punto de vista de la organización del país, sería el tercer año del período.

¿Cuáles son los objetivos que debemos fijarnos para el próximo año? Evidentemente, se necesitan objetivos concretos y una voluntad fuerte y compacta para lograrlos. Vamos a tratar de fijarlos.

En el campo político, la definición ya franca y plena de la estabilidad constitucional. Este es el año en que la estabilidad debe dejar de ser una interrogación inquietante en el ánimo de los venezolanos. Es la ocasión en que la batalla por la confianza en la estabilidad política, en la firmeza del régimen democrático debe ganarse definitivamente. No es que no ocurrirán peligros después; seguramente habrá momentos de inquietud; y, así como los finales del año 1958 y los principios del año 1959 atravesaron momentos difíciles, entre las elecciones y la iniciación del régimen constitucional, y así como este mismo año 1960 ha habido dificultades, el año 1963, que será año electoral, si las cosas se llevan a un terreno de avidez y de combate demasiado vehemente, pueden presentarse factores propensos a la preocupación. Pero, esos factores, en definitiva, dependerán de lo que se logre conquistar y asentar en la jornada de 1961.

Lo mismo, desde el punto de vista económico. Desde este punto de vista el objetivo es la recuperación. Para el país es indispensable que en el ciclo económico quede ya señalado el final de 1960 como el punto más bajo de la recesión y como el principio de la recuperación. Debemos empaparnos todos de esa idea para hacerla marchar con toda la velocidad, pero sobre todo con la firmeza que el país reclama.

Naturalmente, esto supone un objetivo claro desde el punto de vista fiscal. Este es el año en que se debe lograr un presupuesto científicamente elaborado, un presupuesto estructurado de acuerdo con las necesidades reales del país; una reordenación de gastos que no puede ser definitiva, pero debe marcar un comienzo definitivo de inversión de los recursos fiscales en las necesidades más importantes del país.

Y luego, desde el punto de vista social, la delimitación clara y firme de los campos en el sentido de que no se piense en poner orden, restablecer el equilibrio, fomentar las actividades privadas, puede significar en modo alguno detener el progreso social del país. Es necesario recordar que en Venezuela la revolución que se está viviendo –revolución pacífica, incruenta y que debe ser constructiva no es una mera revolución política, sino una revolución social. Hay un cambio profundo en las instituciones para lograr la vivencia efectiva del sistema democrático, pero hay también un cambio profundo en las estructuras para lograr que la justicia social se abra camino en medio de los mecanismos que la democracia establece.

La cuestión del régimen

Querría insistir especialmente, esta noche, ante esos objetivos, en los que se deben conquistar en el campo político y en el campo económico, ya que estos aspectos han sido causa de la más viva preocupación en los últimos tiempos.

Desde el punto de vista político, en la campaña electoral hicimos hincapié especial en ese tema de la estabilidad democrática. Por asegurar la estabilidad democrática se llegó a una serie de fórmulas que se han venido ensayando, algunas con éxito, otras con dificultades y tropiezos, pero que al fin y al cabo se han venido experimentando para beneficio nacional. Esta cuestión, me atrevería a expresarla en la siguiente idea: hay algo que debe quedar totalmente resuelto en el año 1961 en la conciencia de todos los venezolanos, aun de los más adversos a los mecanismos de la democracia o de la democracia representativa: es la cuestión del régimen. Tenemos que asegurar definitivamente la idea de que estamos decididos a lograr que sea norma de vida en Venezuela el régimen democrático; en que, dentro de los principios fundamentales, vamos a remitir a la discusión de los sistemas, a la controversia entre los partidos, al voto de los ciudadanos, la decisión de las cuestiones planteadas en la orientación política del país. Los que no estén de acuerdo con el sistema, los que a la derecha o a la izquierda prefieran mecanismos de presión o de fuerza para lograr sus objetivos, tienen que, hablando con una expresión criolla, «entrar por el aro». Pueden pensar lo que quieran, pero es necesario establecer claramente la regla de que su actuación tiene que enmarcarse dentro del sistema democrático.

Algunas veces, en algunos países que han sido monárquicos y se convierten en republicanos, o que han tenido veleidades entre un sistema y otro, se plantea la cuestión del régimen. Italia, por ejemplo, la vivió después de la post-guerra y llegó un momento en que hubo que tomar una determinación para decir si Italia iba a continuar siendo, en teoría y en la práctica, una monarquía o si se iba a convertir en una república. El país decidió organizarse en república; hay un partido monárquico, pero ese partido monárquico está obligado a actuar dentro de los métodos, sistemas y principios que la República le señala. Puede buscar como aspiración lejana la coronación de un rey, probablemente, de la misma Casa de Saboya, pero sabe que la única manera permitida de aspirar a ese objetivo, aparentemente lejano y quizás inalcanzable, es someterse a las leyes que la República ha establecido y actuar dentro de las normas y delimitaciones que aquélla establece.

En Venezuela no hay monárquicos, porque la monarquía se acabó desde los tiempos de Fernando VII y no ha habido ni habrá nadie tan loco que pueda pensar de nuevo en semejante cosa, pero hay quienes piensan que la democracia no es un sistema de gobierno cónsono con la naturaleza del país, que no conviene a nuestras necesidades. Pues bien, piensen como piensen, lo cierto es que la voluntad nacional debe imponer respeto a la idea de que el pueblo venezolano quiere ser gobernado democráticamente. Ahora, para que esta cuestión se decida de una manera favorable y definitiva, tiene que ser inflexible al aplicar la norma, sin veleidades de ubicación. No se trata de mirar a la derecha o a la izquierda para ver cuál es la posición de los adversarios del sistema. Se trata de hacer que de una y de otra parte, de los que sueñan que el país vuelva a ser gobernado por la fuerza de un jefe, o de los que piensan que es necesario fomentar mecanismos de fuerza para romper fórmulas –que consideran vacías, pero que en realidad son los verdaderos caminos para obtener la transformación social–, tanto unos como otros deben saber que tienen que enmarcar su actividad, si han de desarrollarla, dentro de los principios básicos de la vida democrática y de las normas que las leyes establecen.

Y esto es muy importante. Es una cuestión fundamental en cuya dilucidación se avanzó mucho en los últimos días y en cuya consolidación tenemos que ir firmemente el próximo año. Todos los venezolanos que hemos sentido a través de los años las angustias y las inquietudes y hasta la vergüenza de ser gobernados dictatorialmente y que hemos puesto en la democracia una esperanza, no considerándola como un fin en sí, pero al menos como un medio indispensable para obtener otros bienes, y todos los venezolanos que sabemos que los mecanismos de fuerza no conducen sino a costosos objetivos, que sacrifican la libertad del hombre, que sacrifican sus fines esenciales, que hacen subalterna la dignidad humana y el bienestar social ante las metas que se señalan, estamos y debemos estar compactados en un gran bloque de voluntades para afirmar la existencia de las instituciones democráticas.

Conciencia de la responsabilidad

Decíamos que se ha logrado mucho en los últimos días y esto es conveniente repetirlo porque tiene proyecciones inmensamente favorables. En los últimos días, con los incidentes que se vivieron en Caracas y en algunos otros lugares de Venezuela, que repercutieron considerablemente en el crédito de nuestro país en el exterior –y no me refiero solamente al crédito económico, sino al crédito político, a la confianza en el futuro del desarrollo de Venezuela– en esos acontecimientos se obtuvo esta conclusión: primera, el pueblo , mayoritariamente –diríamos abrumadoramente– no quiere violencia, está cansado de la idea de remitir la decisión de sus asuntos a la fuerza bruta, al escándalo y a la destrucción. El pueblo no ha perdido su afecto por la paz fecunda, por la contienda civilizada entre los sistemas y los principios. Y si cada uno considera irrenunciable el derecho de pensar en favor de aquel grupo que más le simpatice, forjar sus ideas y expresarlas, cada uno considera también un derecho irrenunciable el de trabajar, el de actuar, el de moverse sin estar sujeto a la alternativa siempre infecunda del motín, de la rebelión o de la asonada callejera.

Pero al mismo tiempo, el otro resultado provechoso, fundamental para que la democracia exista y se consolide, es que se ha despertado en mucho indiferente la conciencia de la responsabilidad. Hay mucha gente en Venezuela que dice: yo no soy político, no me interesa la política, a mí no me interesa sino mi trabajo, no me interesa sino mi profesión, no se interesan sino en sus actividades. Pero han venido a darse cuenta, a través de los hechos, argumento objetivo, concreto, uno de esos casos en que las palabras obtienen poco resultado pero las verdades reales se meten en el fondo de la conciencia, de que hay algo dentro de la vida política que a todos nos incumbe y que fracasaría si no estuviéramos todos dispuestos a defender.

En este sentido, repito, ha habido en los venezolanos el despertar de un sentido de responsabilidad. Hemos sido inferiores a veces a otros pueblos por la indolencia con que individuos responsables han visto los problemas colectivos. A veces, vemos un incendio en el cerro y eludimos instintivamente la posibilidad de tener que contribuir a apagarlo. A veces, observamos una gran calamidad social y tratamos de evadirnos de la circunstancia de que se nos haga a nosotros partícipes en la resolución de esa necesidad social. En algunos otros países –entre los ingleses, por ejemplo– encontramos un sentido de deber común, de obligación de servicio, que es sumamente fecundo y provechoso. Eso de que en Estados Unidos haya millonarios que consideran un deber jerárquicamente superior el asumir una responsabilidad política que el seguir amasando millones, honra aquel pueblo. Eso existe en Inglaterra, existe en algunos países europeos y también en países latinoamericanos. Aquí hemos estado bastante lejos de eso. Nos ha parecido inconcebible que un millonario, ocupado en hacer balances de centenares de miles o aún de millones por año, comprenda en un momento dado que su deber con la colectividad es superior a la ganancia que puede obtener. Pero los últimos acontecimientos van despertando un sentido de preocupación, lo que es fundamental.

El obrero, el industrial, el empresario, el sacerdote, el literato, el artista, todos tenemos una responsabilidad. Y debemos agradecerle en parte al Partido Comunista el que nos haya ayudado a despertar ese sentido de responsabilidad. Porque el Partido Comunista no es como los viejos partidos tradicionales, que se reunían para las cuestiones políticas en tiempo de elecciones: es casi una religión, es una mística que absorbe a los individuos en cualquier actividad en donde estén. En un equipo de fútbol, si hay dos comunistas, forman una célula que obedece consignas del Partido. En una orquesta musical, si hay comunistas, están allí obedeciendo las órdenes que el Partido les dicta. Y el Partido está presente en los círculos literarios, en las reuniones científicas, en las actividades económicas, en todas las actividades de la vida. Eso en Venezuela, donde todos los partidos son nuevos, donde algunos dirigentes se formaron en los propios cuadros comunistas y otros en combate diario y constante con el Partido Comunista, ha hecho comprender que la obligación política no es la mera función de reunirse para ganar una elección, sino la obligación de estar presente en todas partes. De sostener unas ideas, unos principios, en el sindicato, en el círculo literario, en la reunión científica, no para subordinar aquellos intereses al interés político, pero por lo menos para representar allí determinados conceptos, ideas y finalidades.

Debemos, pues, para 1961, como una meta de gran importancia, despertar más vivamente ese sentido de responsabilidad. No todos podemos ser políticos profesionales. Aun los que nos hallamos dedicados a las actividades políticas, muchas veces hemos tratado de conservar un reducto –la cátedra universitaria, por ejemplo, o una profesión– para sentir que no somos políticos a tiempo completo, que hay algo nuestro que no está subordinado a la política. Pero todos sí tenemos un deber político en cuanto a salvar las instituciones, a defender determinados principios y determinadas convicciones, normas de vida que a todos nos corresponden y nos incumben.

El impacto económico

Desde el punto de vista económico, el impacto psicológico que se ha producido en forma favorable en los últimos días debe aprovecharse. Pero él exige también un esfuerzo conjunto de todos los sectores públicos y privados. Una cosa que está clara en la situación actual de Venezuela es que el Gobierno, ni es el responsable de todos los males, ni es el que puede asegurar todos los bienes. El Gobierno tiene sus culpas –y algunas veces las reconoce con una sinceridad y valentía que en sectores privados es difícil lograr– pero no toda la culpa es suya, sino que los particulares también deben reconocer las propias. Y, hay que tener presente que el Gobierno no es quien puede remediarlo todo, que el remedio deben compartirlo los diversos sectores, gobernantes o no gobernantes.

Y si algo debemos sacar en claro como un objetivo para la recuperación económica es la necesidad del entendimiento entre el sector público y el sector privado, y dentro del sector privado, entre el sector empresarial y el sector laboral. No creemos que en este tiempo pueda sobrevivir o prosperar la vieja especie del empresario que creía que su finalidad era ganar dinero en mayor cantidad, regatear a los trabajadores sus derechos y menospreciar los intereses de los otros. El que tenga hoy dos ojos para ver y un poco de cerebro para pensar tiene que darse cuenta de que el beneficio de cada empresario está en función del beneficio de toda la economía general y del beneficio que reciban las clases trabajadores, que son la mayoría del país y las que en definitiva van a determinar el rumbo de la nación.

Lo de que ganar más dinero desconociendo los derechos de los obreros sea un buen objetivo está definitivamente descartado. La recuperación económica no puede lograrse simplemente con la mejoría de los negocios privados. Estamos en un camino franco de obtener las mayores ventajas posibles para los trabajadores. Los empresarios se quejan de que en los pliegos conflictivos se plantean a veces reivindicaciones que resultan exageradas en comparación con las posibilidades del momento, con las circunstancias que vive la empresa. Pero algunos se agarran también a veces de esos detalles para no reconocer a la clase trabajadora en general reivindicaciones fundamentales que tiene que obtener y que son básicas para que la economía se salve, no en el momento actual sino de un modo sólido y estable.

Y es bueno recordar que la democracia venezolana que estamos defendiendo no puede ser ni debe ser una mera democracia política: tiene que ser una democracia social, donde se garanticen los derechos del empresario, donde no sea un delito construir un negocio y llevarlo adelante con éxito, donde no sea mirado con odio el que triunfe en la vida, pero donde se imponga, por el esfuerzo mancomunado del Estado y de los sindicatos y el reconocimiento inteligente de los empresarios, el beneficio creciente de las clases trabajadoras, en cuyo estímulo está el verdadero factor y fuente de producción. Una clase trabajadora contenta, bien orientada y estimulada, es fuerza pujante que determina el porvenir y el desarrollo de un país. Una clase trabajadora descontenta, una clase trabajadora a la que no se estimule y a la que no se corresponda como debe corresponderse, será una rémora, y no habrá empresario, por hábil que sea, ni gobierno, por poderoso que se presente, que sea capaz de llevar a término una labor de desarrollo y de reconstrucción como la que se necesita.

La solidaridad social

Dentro de este orden de cosas, nos parece de gran importancia el principio cuyo reconocimiento ya se apunta de cómo hay una solidaridad indestructible entre el Gobierno y los particulares. Eso de pensar que la riqueza fiscal es una cosa y la riqueza privada otra, completamente descoyuntadas, que el Gobierno puede hacer lo que quiera y los particulares llevar un rumbo completamente contrario y que eso marche satisfactoriamente, si ya los principios lo negaban, la experiencia lo ha destruido totalmente. Es necesario un entendimiento. El Gobierno tiene que regular y estimular la actividad privada; la actividad privada tiene necesidad de la actividad pública y tiene también que alimentarla y estimularla. Si no se logra esto, todo lo demás está perdido.

El Presidente y los Ministros y los dirigentes políticos pueden decir todos los discursos del mundo, pueden ocurrírseles las más hermosas ideas y los más hermosos planes: a veces, las frases de un banquero o de un experto económico bastan para poner una lápida a la confianza que renace. Es necesario que dentro de los sectores privados se dé el gran ejemplo. Ellos están animados con el cambio de rumbo en la política oficial en materia económica; son ellos los que pueden hacer que ese cambio sea definitivo, lanzándose con energía y optimismo a un esfuerzo creador, no llenando de pesimismo y de amargura las conciencias de venezolanos y extranjeros, sino con el ejemplo, con la palabra y con la acción; reactivando un país que, como ya lo hemos dicho muchas veces, no tiene razones valederas para atravesar malas situaciones, porque tiene factores naturales y constantes que aseguran una base conveniente y satisfactoria que ya desearían para sí muchos pueblos tenidos por felices.

Con este programa por delante, que más que programa es estado de ánimo, si priva el deseo de lograr la recuperación definitiva del país, el anhelo de empujar hacia adelante esta nación que tiene grandes elementos para superarse, nos debemos presentar ante 1961 con franco optimismo.

Al desear un feliz año para todos, lo hacemos desde el fondo de nuestro corazón, con la disposición de poner de nuestra parte todo lo que podamos, para fomentar ese entendimiento básico, esa lucha por objetivos comunes, ese fortalecimiento de propósitos que debe hacer de Venezuela, ya sin más sombras ni más vacilaciones, la nación enrumbada definitivamente hacia el progreso.

Buenas noches.