Yacambú es un derecho (103 años de Tomás Liscano)
Intervención de Ramón Guillermo Aveledo en la sesión solemne del Concejo Municipal del Municipio Autónomo Jiménez, Quíbor, estado Lara, con motivo del 103 aniversario del nacimiento del doctor Tomás Liscano, el 27 de agosto de 1988.
Me hace el honor, esta cámara municipal de invitarme por segunda vez.
Mi compromiso y mi humilde gratitud aumentan cuando aprecio, que he sido requerido por el Concejo en dos celebraciones eminentemente quiboreñas. Ello me dice que es correspondido mi sentimiento de considerarme uno de aquí, alguien de la casa.
Para mí, nunca ha sido de otra manera.
En Quíbor he dado y he recibido amistad, desde el primer encuentro en los días juveniles. He compartido sus aspiraciones y sus reclamos, sus protestas y sus esperanzas. He sido beneficiario de su hospitalidad.
En las dos puntas de agosto he venido a este salón de sesiones.
Hace unos años, en los primeros días del mes, con motivo del recuerdo agradecido y orgulloso al general Florencio Jiménez, prócer militar de la gesta independentista.
Ahora, en los últimos, en el aniversario del nacimiento del doctor Tomás Liscano, prócer civil de la edificación del Estado de Derecho. Tarea por cierto exigente, que amerita paciencia y determinación y que, larga como és e inconclusa como está, no ha sido exenta de pausas y retrocesos.
Personalmente, es grande mi satisfacción al participar en el homenaje de esta municipalidad a un quiboreño, por quien me siento orgulloso como larense, como abogado, y como ciudadano de este país.
Viva se mantiene en mí la memoria del centenario de Liscano, a cuyos actos centrales tuve el privilegio de asistir.
Y, se me antoja, que al rendir tributo a quiboreños de su talla lo hacemos a Quíbor. A Quíbor, trabajadora incansable en los brazos de sus hijos y sus hijas y de quienes, venidos del otro lado de los mares, han levantado en sus campos faenas de producción que son un monumento al esfuerzo humano.
A Quíbor, invencible en el aguante que no se rinde ante las dificultades.
A Quíbor, sedienta. Con una sed vieja y que sabemos remediable. Y está cerca el remedio, solo que ha sido alejado por la promesa incumplida y la inercia burocrática y el desinterés y la indiferencia.
El engaño reseca la garganta de Quíbor.
La demagogia cuartea la tierra de su valle.
La insinceridad es un enemigo mucho peor que las fallas geológicas.
Yacambú es una esperanza. Pero mucho más acá, más concreto, más tangible, Yacambú es un derecho.
Yacambú tiene que ser. Para decirle a Quíbor, como en la «Alabanza» del poemario «Áspero» del barquisimetano Antonio Arráiz:
«Que siempre se halle a tu alcance
el agua invisible y fresca
cuando quieras agua;
y las frutas expriman sus jugos,
y sus jugos dulces y raros y ácidos,
cuando quieras frutas».
Liscano: larense ejemplar
En 1885, con Crespo en la Presidencia y en vísperas de la aclamación guzmancista, nace en Quíbor tal día como hoy el doctor Tomás Liscano, a quien en discurso ante esta cámara, boceteara el doctor Alejando Graterol Marín así:
«… jurista eminente, abogado de alta talla… orador de nota en los estrados tribunalicios, doctrinario, publicista jurídico, senero magistrado judicial, investigador en la génesis de las instituciones y como tal legislador, académico y accidentalmente exaltado a la función pública en el poder ejecutivo.»
En la forja de su carácter y en la siembra de los valores que le acompañaron toda la vida, y de los cuales sería cultor y promotor, se reconoce la presencia de orientadores y maestros de calibre mayor.
Del huérfano se ocupa Monseñor Aguedo Felipe Alvarado. De familia quiboreña pero nacido cerca de Bobare, el eminente prelado ejerce su ministerio en Quíbor. Fue fecundo Obispo de Barquisimeto y había estudiado, a su vez, bajo la guía de Mateo Liscano Torres.
Apoyo, cuidados y consejos brindaría el sacerdote al joven Liscano, quien tiene también la ocasión de recibir la formación de los talentos de don Egidio Montesinos y del padre Eduardo Antonio Álvarez, Pepe Coloma.
Pertenece a las últimas camadas de alumnos del tocuyano en su prestigioso Colegio «La Concordia», aulas éstas entre cuyos frutos están, como ejemplos para la historia: el poeta Ezequiel Bujanda, el sabio Lisandro Alvarado y la rara inteligencia de José Gil Fortoul, llamado por su biógrafo Polanco Alcántara: «Una luz en la sombra».
Pepe Coloma, escritor y erudito, polemizó con Luis Razzetti sobre el origen de las especies. Dirigió periódicos como «El Pensamiento Católico», del cual fue colaborador mi tatarabuelo Agustín Aveledo, junto a José Gregorio Hernández y J.M. Núñez Ponte. Fue sacerdote y periodista y «… al morir no dejó más que cuatro bolívares en el portamonedas…»
La formación cristiana
Sin duda, en esos años tempranos de la existencia de Liscano está el origen de su acendrada devoción católica y su sentido cristiano de la vida.
Ellos se evidenciarán a cada paso. En su conducta personal, familiar y pública; en la doctrina que sostuvo como legislador y escritor y en la activa sensibilidad de su gestión de gobernante.
Inspiración cristiana presente en el mundo concreto de la vida práctica.
No es posible desdoblarse, aplicar morales distintas al pensamiento, la palabra y la acción.
Los valores son para vivir de acuerdo a ellos y para hacerlos valer en cada ámbito. Los valores cristianos son un enorme compromiso que no deja escapatoria.
En la línea de la defensa de la dignidad eminente de la persona humana y de la familia como núcleo por excelencia del edificio social, se sitúan convicciones de Liscano, reiteradamente asumidas.
Como su posición avanzada en relación a la condición de la mujer, a la significación del matrimonio y a la justicia en el seno de la comunidad conyugal. En este plano, la tendencia hacia la igualdad que se ve en la evolución de nuestros códigos civiles de 1922 a 1942, y a 1982, tuvo en él a un propulsor decidido.
Hay que promover la adopción
Como su preocupación por la niñez abandonada, drama que sigue presente –y hoy con más gravedad– entre nosotros.
En la respuesta a este factor de empobrecimiento moral y material, Liscano hace énfasis en el papel del hogar y en la necesidad de su fortalecimiento.
Ninguno de los cuidados del Estado sustituye al de la familia. Aquellos solo son admisibles como solución transitoria, alivio, recurso cuando no hay otro. Pero ir a la familia es ir al fondo. Años después de la prédica de Liscano, nuestra vigente Ley Tutelar del Menor incluye entre los menores abandonados a «Quienes habitualmente se vean privados del afecto o del cuidado de sus padres».
A propósito, encuentro oportuno insistir en la necesidad de una Política de Promoción de la Adopción por parte del Estado Venezolano.
En la misma fuente filosófica está el soporte de su sustanciosa defensa de la libertad. Desde la tesis para el grado de bachiller, en el Colegio Federal de Barquisimeto, sobre el libre albedrío, hasta su obra sobre la Libertad de Prensa, elemento constitutivo de una sociedad democrática. Dejando siempre claro que no hay libertad irresponsable.
Liscano trasmitió a su hijo la vocación de justicia social
La protección al débil forma parte de su concepto del Derecho y de la legislación. En obra suya que comentaremos con más detenimiento, habla de las exigencias éticas del juez, e incluye Liscano oportuna cita cervantina: la recomendación de Don Quijote a Sancho para el gobierno de la Ínsula Barataria: «Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia».
Esa dimensión social de lo justo, de esencia cristiana, que él acentuó en la condición de la mujer y en la niñez, supo trasmitirla a su hijo Rafael Caldera identificado como abogado, profesor, tratadista y político con Derecho del Trabajo y con la idea de la Justicia Social Internacional.
Recientemente, por cierto, concluyó sus labores la Comisión Bicameral por él presidida y animada, entregando al Congreso el Proyecto de Reforma a la Ley del Trabajo. La huella histórica de nuestro ex Presidente en la materia se profundiza, pues, mediando 50 años, participa señaladamente en la preparación de nuestra primera ley laboral cuando es apenas un estudiante, y ahora conduce todo el proceso para su puesta al día con aliento de futuro.
De Caldera, en emocionadas palabras al incorporarse a la Academia y ocupar el sillón que fue de su padre, es este justiciero perfil del hombre hecho «a golpe de voluntad en el taller del propio esfuerzo»:
«Se abrió un camino, pero no para lanzarse por él al desenfreno, sino para mantener como brújula perenne la moral. Venció obstáculos, pero llegado el momento de verificar que tenía a su alcance la elección de ruta, no buscó como meta el medro personal sino el decoro. Y así, cuando tuvo la satisfacción de sentir que estaba en su mano escoger, escogió: en vez de la ventaja propia, el honor y la paz de la conciencia; en lugar de riquezas, el amor por la ciencia jurídica».
Una vida larense útil a Venezuela
Y al repasar su tránsito vital, testimonio de lucha y empeño para vencer dificultades, es imposible no detenerse para homenajear la memoria de su fiel compañera, la dama yaracuyana doña María Eva Rodríguez Rivero de Liscano.
Abogado, Liscano recorre el largo camino desde el ejercicio libre en la provincia hasta la Magistratura en la Corte Federal y de Casación.
Servidor público, representa a Lara en el Senado de la República y su labor legislativa bien puede presentarse como modelo a la emulación de un parlamentario por nuestra región.
En 1942, recibe el encargo de gobernar el estado Falcón. Sin extendernos en el recuento de su obra de mandatario, destaquemos sólo un dato. Al tomar posesión, se va a la península de Paraguaná, acompañado de su secretario de gobierno y diputados falconianos. Impresionado por la pobreza y la aridez de la zona, en la cual aún no incidía el factor petrolero, decide darle un tratamiento preferente y ordena iniciar la perforación de pozos en busca de agua. El en el quiboreño, que sabe lo que es la sed, tratando de aliviarla cuando a sus manos es confiado el gobierno de un pueblo sediento.
A la Academia de Ciencias Políticas y Sociales llega precedido de obra escrita, la cual continuará desarrollando en nuevos trabajos. Sus títulos: «El parentesco por afinidad en el divorcio» (1925), «Tildes Jurídicos» (1932), «La Moral del Abogado y de la Abogacía» (1934), «La Responsabilidad Civil del Delincuente» (1941) y «La Libertad de Prensa en Venezuela» (1947).
Aunque es, de su producción, «Tildes Jurídicas» el volumen más celebrado al punto de considerarse que le abrió las puertas de la Academia, preferiría concentrar hoy nuestra atención en «La Moral del Abogado y de la Abogacía».
La Moral del Abogado
El tema, siempre vigente, de la ética profesional del abogado es tratado por Liscano como antes lo había hecho el español Ossorio, precursor de la política demócrata cristiana de su patria, en «El Alma de la Toga»; y más tarde, en 1949, lo haría el procesalista uruguayo Couture en «Los Mandamientos del Abogado».
Del libro de Liscano, sencillo y directo, diáfano en el lenguaje y en el propósito, dice nada menos que Gregorio Marañón: «Breviario admirable no ya para abogados, sino para todo hombre consciente».
Aborda, en textos especialmente dedicados a la juventud, los polémicos aspectos de la relación que debería ser indestructible entre ética y abogacía: el ejercicio libre, servicio a la justicia por intermedio de la defensa de los derechos del cliente; la magistratura judicial, quizás la más delicada de cuantas funciones asume el abogado; el deber primordial de conciliar antes que litigar; el gremialismo, cuyo norte ha de ser el bien común y no la persecución de privilegios odiosos; la indiscreción y el amor propio en los abogados; la relación directa entre autoridad y virtud; el contrato de cuota Litis; el sigilo profesional y la mujer en los estrados.
Al referirse a la función del juez, va el ilustre quiboreño al fondo:
«Si para el cuidado y representación de los intereses privados el abogado, necesita, según está dicho antes, probidad por encima de toda consideración, diligencia para el trabajo de que se encargue y odio absoluto a la prevaricación y demás triquiñuelas de mala ley, en tratándose del abogado juez, a éste corresponden en gloria y mérito y dignidad de su persona, elevar aquellas condiciones a la máxima potencia, asociando de una vez la imparcialidad a la probidad, la investigación de la verdad procesal a la diligencia y con el odio absoluto hacia la prevaricación, el absoluto enojo contra la concusión que es el delito que más asedia al funcionario judicial».
La crisis de la Justicia: diagnóstico y soluciones
La preocupación que inspiró a Liscano, hace 54 años, no ha pasado de moda. Tampoco han desaparecido las causas que seguramente lo motivaron. Al contrario, el país entero asiste con creciente desasosiego a un progresivo deterioro de su Administración de Justicia. El venezolano común confía, tal vez, menos que nunca antes en los tribunales como instancia segura para dirimir sus disputas y proteger sus derechos. Esa es la verdad.
El Poder Judicial ha retrocedido en estos últimos 30 años, precisamente cuando gracias al régimen de libertades que vivimos, debía haber alcanzado su mayor esplendor. Esa, es otra verdad.
Son verdades que duelen. Con dolor las siento y con dolor las pronuncio. Pero también con la certeza plena de que pueden ser corregidas.
Para comenzar, es inexacto hablar de corrupción en el Poder Judicial. Más bien, se trata de corrupción en el mundo judicial. Pues no se reduce a los funcionarios.
Entre las más venenosas consecuencias de la situación, está la de materialmente obligar a cualquiera que recurra al sistema a caer en la co-delincuencia. La corrupción ha ido pasando de anomalía a lubricante y de allí a combustible de la Administración de Justicia.
Pero, aun cuando tiene vasos comunicantes con las demás, la deshonestidad no es la única contaminación de nuestro sistema judicial. Nuestra justicia es, como muchos la sienten y como mucho se ha dicho: lenta, cara y frecuentemente parcializada.
Las oportunidades de corrupción abundan en un mecanismo que se presta para ellas.
Se sabe de cobros ilegales que van más allá del arancel. Y por cada uno que cobra hay uno que paga. Y por cada uno que recibe hay uno que ofrece. Y una diabólica complicidad va estableciéndose y extendiéndose.
Fuentes de hechos de tal naturaleza se presentan en los traslados, en las citaciones, en las figuras de la Depositaria Judicial, los Defensores Ad-Litem y los Relatores.
Se sabe de sentencias complacientes y han entrado en el diccionario popular, con su carga de exageración pero con su fondo de grave realidad, expresiones como «Terrorismo Judicial» y «Justicia Vacacional».
Para las demandas de idoneidad, eficacia, honestidad e imparcialidad hay ideas concretas. Porque todas tienen solución. Es mentira que debamos resignarnos.
A la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado se han llevado propuestas perfectamente realizables. Ha faltado, evidentemente, voluntad de cambiar. Pero eso, también, tiene solución.
Si se puede tener funcionarios más capaces. Estableciendo la selección por concursos de oposición de jueces y secretarios, fiscales, defensores públicos y procuradores de menores; reformulando y jerarquizando la Escuela de la Judicatura como Instituto Universitario para formar a los aspirantes y mejorar el nivel de quienes ya son jueces y funcionarios; creando el Año Sabático para el estudio con goce de sueldo completo de aquellos magistrados que se hagan merecedores.
Con una evaluación estricta y reconocimiento público y reserva del traslado y el ascenso para quienes más rindan y otorgamiento de primas por capacitación y rendimiento.
Si se puede lograr más eficacia. Reorganizando las circunscripciones; introduciendo reformas procesales para agilizar y modernizar, sin excluir las jurisdicciones agraria, del trabajo y contenciosa administrativa; reformando el Código Penal e incorporando a la Administración de Justicia los maravillosos avances de la computación, al margen de los cuales permanece.
Sí se puede alcanzar más honestidad. Con mejores remuneraciones y adoptando medidas de prevención como las reformas a las leyes de Aranceles Judiciales y Depósito Judicial y al Código de Comercio para consagrar la designación por sorteo de los síndicos; repartición rotatoria y jueces itinerantes que suplan las ausencias de los titulares. Y sanciones seguras, inescapables, dictadas por Tribunales Disciplinarios por regiones.
Sí se puede elevar la imparcialidad. Atreviéndonos sinceramente a despartidizar, por el bien de todos, la justicia. Garantizando la estabilidad, el respeto a la carrera judicial y el reconocimiento moral y material a quienes se distingan por la eficiencia y calidad de sus servicios. Eligiendo por mayoría de dos tercios al Fiscal General de la República y a los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. Y redefiniendo el papel, la organización y atribuciones del Consejo de la Judicatura. Al respecto, hay que destacar la visión que tuvo Rafael Caldera al poner todo el peso de su autoridad y los recursos constitucionales de la Presidencia para oponerse a la ley que concibió ese cuerpo, tal como lo conocemos hoy.
Sí se puede, claro que se puede. Con objetivos claros y conciencia de la urgencia nacional que nos reclama, podemos hacerlo. Se necesita, solo, buena y firme voluntad.
Cuando traemos a la memoria voces claras y fuertes como la del quiboreño Tomás Liscano, ningún recuerdo mejor que actuar para conseguir victorias para una noble causa que defendió.
Cuando rendimos homenaje a abogados eminentes como él, ninguna demostración mejor de nuestra gratitud que obrar según su ejemplo.
En el cumpleaños de Tomás Liscano, desde su Quíbor natal, tierra sedienta de agua que reclama ser oída, asumamos el compromiso de responder a la sed de justicia de todo el pueblo venezolano.