Rafael Caldera: Aquí en la tierra
Entrevista de Nelson Hippolyte Ortega para el suplemento Feriado (número 320) del diario El Nacional, del domingo 8 de enero de 1989.
¿Hasta cuándo Rafael Caldera? ¿No es hora de que se ocupe de los suyos?
–No, mira, gracias a Dios, siempre me he ocupado de mi familia. Ahora, lo que sí me llama mucho es una vocación académica, intelectual. Algunos me tientan a que escriba mis memorias o algo parecido. Y la verdad es que en estos últimos 50 años he visto todo lo que ha ocurrido en el país, tan cerca que, hablando en lenguaje de torero, cuando no he estado en el ruedo, he estado contra barrera.
–¿Y ahora?
–En contra barrera por razones obvias. Llamarme traidor cuando yo no quise usar esa palabra en el curso de la campaña. No, no, realmente es increíble, irresponsable… Y algunos recién llegados, gente que ha estado ensayando en otras toldas y que al fin encontraron acomodo en Copei y se sienten con derecho a borrar una vida, una vida de servicio completa, de renunciación, ¡caramba! su voz se quiebra.
–Y cuando uno se muestra como un ser humano y todavía mordiéndose la lengua, no diciendo sino lo que le sale porque no se puede contener, entonces, se erigen en jueces. He recibido cartas que dicen: «Yo lo admiraba, usted era para mí un ídolo, pero ahora me doy cuenta de que es un mezquino, un soberbio». Los que me conocen íntimamente saben que no lo soy, que si alguno oye observaciones y criticas muy duras soy yo. Todo el que habla conmigo me aconseja, me explica: «Has hecho mal en esto, has hecho mal en lo otro».
En mi propia casa cuando tengo una actividad cualquiera, los jueces más severos son mis familiares. Cada vez que fui candidato, que lo fui muchas veces, lo discutimos en reuniones de 50 o 60 personas y en ellas había opiniones: «Ya está bueno, hay que buscar otra fórmula». Bueno, en 1963, por ejemplo, en una de esas reuniones se llegó al acuerdo de que era necesario postular a un independiente, apoyado por los dos partidos de la guanábana, incluso fui comisionado para hablar con Rómulo Betancourt y proponerle a Ramón J. Velásquez. Betancourt me respondió que él quería mucho a Velásquez, pero que no era miembro de Acción Democrática y Acción Democrática no iba a apoyar a un candidato que no fuera del Partido. Si la unidad de Copei ha sido un ejemplo durante más de 40 años, ha sido precisamente porque ha habido una gran tolerancia, un gran respeto por las opiniones ajenas.
–¿Qué lo separa de Luis Herrera Campíns?
–Bueno, en realidad… Ahora menos que nunca deseo hablar de las diferencias que he tenido con Luis. Él ha sido muy noble y muy generoso conmigo en un reciente programa de televisión. Luis es un político inteligente, de garra, pero siempre se manifestaba un poco como cabeza de grupo, cosa que, desde mi punto de vista, muy inmerso en la idea de la unidad del Partido, me provocó alguna dificultad. Cuando se encargó de la Presidencia de la República, tal vez tenía un complejo de hacer sentir que su gobierno era diferente al mío y en las pocas ocasiones que me sentí en la necesidad de darle mi opinión, casi siempre su decisión fue contraria a la opinión que yo le di.
–¿Le molesta que le digan soberbio?
–A nadie le puede gustar.
–¿De dónde salió esa fama?
–No sé. Los adversarios califican de soberbia la firmeza.
Marcos Pérez Jiménez decía que yo era soberbio porque cuando me llamó, a raíz del 2 de diciembre, me planteó una situación que no acepté. Cuando les dije a mis compañeros:
–«Si el Partido no me da su confianza paso a la reserva», y mantengo mi palabra, a eso llaman soberbia.
–Inalcanzable. ¿Recibe sin previo aviso?
–El que no me avisa corre el peligro de no encontrarme.
–Estirado, distante, que da la mano engarrotada, como los reyes.
–¿Engarrotada? Eso es el Tigre.
Por culpa de Santa Clara
A las 5 de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos, el ex Presidente Rafael Caldera sale casi casi a la puerta de entrada de Tinajero, su casa en Los Chorros. Guardias, patrullas amarillas, cuatro secretarias, varias guacamayas y canarios viven con la famosa ex pareja presidencial. Él, como siempre, con su famoso pelo engominado, sin una arruga en el traje o un hilo colgando por ahí. Se agacha para conectar el enchufe de un Nacimiento y salta como un resorte: «No me vayas a tomar la foto así porque te mato». De rodillas. Camina por su pequeña Casona, muestra el jardín y los salones. En cada rincón hay un santo: San Rafael, San Pablo, San Diego de Alcalá, San Miguel… La Inmaculada, La Macarena, La Guadalupe, La Cieguita. Y una sala para los visitantes ilustres donde doña Alicia toca el arpa.
–¿Donde tiene a Santa Clara?
–Sólo tengo estampitas.
–¿Devoto?
–Creo en todas las advocaciones de María Santísima, pero hubo la coincidencia de que la primera vez que me trajeron a Caracas era un día de Santa Clara.
–¿Desde cuándo no reza un rosario?
–Soy un cristiano como cualquier otro. Y sobre esta materia me parece tonto que vaya a salir en un periódico que yo digo que rezo o no rezo el rosario tal cual día o no. ¿No te parece que le quita altura a la entrevista?
–¿Se confiesa?
–Sí, una vez al mes.
–Por fin, ¿vio El último tango en París?
–No lo vi, no lo vi. Yo no sé si es un pecado o no es un pecado, o si es un delito o no lo es, pero la censura prohibió la exhibición de esa película.
–¿Y en privado?
–No he tenido la curiosidad. No sé si es pornográfica, pero la pornografía no me atrae, entre otras cosas porque soy un ser humano. Yo no tomé personalmente la decisión de censurarla, pero compartí la responsabilidad y de acuerdo con los comentarios que oí, no había ningún beneficio en su proyección.
–¿Ha visto alguna película porno?
–No he tenido el interés. Y he pensado que el gusto que voy a tener, probablemente se va a convertir en un desagrado.
–¿Qué tangos le gustan?
–No sé, chico, los de Carlos Gardel: El día que me quieras, Melodía de arrabal… Y te voy a decir una herejía, a mí me gusta también la ópera, la ópera es una especie de tango superado, magnificado. Sus argumentos tienen mucho parecido con lo sensiblero del tango argentino.
–¿Ha llorado con alguno?
–Quizás sí, pero no lo tengo anotado en el recuerdo. Lo que sí te puedo decir es que he llorado muchas veces en la vida. El hombre que no sea capaz de llorar no es normal.
Ahora, yo he logrado muchas veces controlar mis pasiones, aunque hay cosas que lo laceran, lo impulsan a más allá de lo que uno quisiera.
–A veces es mejor contar hasta diez.
–Corrientemente uno tiene que pensar, pero a veces las mejores respuestas son las que salen de inmediato sin contar ni uno ni dos ni tres.
Dios ¿Yo?
No se ha movido de su biblioteca de 50 mil volúmenes y las fotos de varios papas. En una gaveta guarda como un gran tesoro papeles de Simón Bolívar, Andrés Bello, Antonio José de Sucre y hasta del mismísimo Juan Vicente Gómez. Una curiosa lista de su puño y letra con los nombres de todas sus amantes y sus 73 hijos. Era otra Venezuela.
–Para muchos copeyanos «Dios es Caldera».
–Todo eso es la burla, la sutil manera que han tenido los adversarios de tratar de ponerme fuera de la realidad. ¿A quién se le puede ocurrir? A uno que no crea, a un incrédulo, pero a un creyente, no. Eso lo que refleja es que a pesar de que hayan tratado de negarlo e ignorarlo a uno, se ha tenido un liderazgo por obra de la lucha y de las circunstancias, y que hay gente que se ha sentido tan interpretada, tan identificada que llega hasta el punto de ponerte en sus íntimos altares, al lado de sus objetos de veneración.
–¿Le piden muchos favores?
–Le escriben a uno: «Mire tengo un caso en un tribunal y el juez es copeyano. Quiero que usted hable con él». Y no puede ser. No pueden entender que yo les diga: «Mire, yo respeto mucho la función judicial». O te piden cuando no hay cupo en las universidades que trates de conseguirle uno. O si no sacó la puntuación, que lo incluyan en la lista. Y si salió sorteado en el Servicio Militar, que intervengas en eso.
–¿Cómo se libera?
–Es muy difícil.
–¿Le habrá traído enemigos?
–Algunos casos he tenido que me costaron mucho por negarme a gestiones de esas.
Cuando chiquito decían que iba a malograrse porque era pálido y flaquito. Su madre adoptiva, María Eva de Liscano–, la verdadera la perdió a los dos años y su padre se sintió perdido y se lo entregó a su tía– lo mimó mucho y hasta le ponía tres medias juntas para que se viera más gordito.
–Esos eran relatos de ella… Lo que sí es cierto es que tengo una enfermedad congénita que se vino a determinar cuando fui adulto. En general, todo el que ingiere alimentos produce en su estómago ácido, yo no, entonces la digestión era prácticamente una cosa imposible. Padecía de una anemia recurrente porque me faltaba lo que llaman los médicos «el factor intrínseco».
–Fue el niño modelo del Colegio San Ignacio.
–Bueno…
–Se ganaba todas las medallas.
–Esas reparticiones de premios acertadamente las han eliminado. Si tenían una cosa especial para mí era la satisfacción que le daba a mis padres. Ellos gozaban inmensamente con eso y me hacían retratarme, pero, por lo general, eso provocaba sentimientos de cierta hostilidad por parte de algunos compañeros. Una de las cosas que tuve que aprender en la vida fue cómo ganarme la amistad y el cariño de esos compañeros que por una reacción natural del espíritu humano veían con desagrado mi reconocimiento.
–¿Cuántas novias tuvo?
–Eso pertenece a una historia… Novias, novias, novias formales, no llegué a formalizar así, pero bueno, fui joven y encontraba muchachas bonitas, agradables, pero no las tengo numeradas.
–El padre de doña Alicia, no vio con buenos ojos su noviazgo.
–No es cierto.
–¿Qué le gustó de Alicia Pietri?
–Todo.
–¿Apoya las relaciones prematrimoniales?
–Mira, creo en la monogamia y así lo enseñé en mi cátedra de Sociología de la Universidad Central de Venezuela.
La naturaleza ha hecho las cosas para que un hombre se establezca con una mujer. Ahora te quiero decir esto porque has rozado el tema: para mí el sexo es solamente la parte fisiológica del coito, del placer, digamos corporal, ese es un elemento sin duda indispensable, pero el sexo es la complementación espiritual de dos seres. Cada uno de los cuales es un compuesto de materia y espíritu. La unión carnal con una prostituta no responde a la verdadera idea del sexo.
En esta vida indudablemente uno se encuentra con muchas mujeres hermosas, pero hay que mantener el control, darse cuenta que hay algo superior: el cultivo del respeto, el amor, la admiración por la persona con la cual uno se ha unido.
–¿Sigue dejándose retratar sólo el lado derecho, por recomendaciones de sus asesores?
–El izquierdo está más erosionado, me veo más calvo a pesar que uno tiene el orgullo de conservar su pelito sin gomina. Mucha gente me ha dicho cuando me ve: «¡Pero bueno! Usted en TV se ve más viejo y más gordo». Ese es un defecto no sé si de las cámaras o de los reflectores. Todo eso forma parte de la presentación pública. En la política ahora todo se está volviendo imagen. Entonces le obligan a uno a tratar de presentarla lo menos mal posible…
–Parece que ha sabido administrar muy bien lo que tiene.
–Nunca he tenido exceso de dinero, afortunadamente. Además, mi mujer es modesta y maneja todo lo de la casa. Me dice: «Necesito tanto» y yo se lo doy y si no tengo se lo busco, pero sé que ella no se va a exceder. Tenemos un nivel de vida desbalanceado porque las relaciones son muchas y hay semanas en que somos padrinos de cinco o seis matrimonios. Un ex Presidente, supone la gente, dispone de mucho dinero.
–Hay tantos políticos que se han enriquecido…
–¿Tú sabes cuándo la situación es grave? Cuando la gente empieza a pensar que el político que no se enriquece es un tonto. Y desgraciadamente pienso que grandes sectores de la población van hacia ese camino. Yo he tenido la fortuna de que he vivido en una época en que la propiedad inmobiliaria subió mucho, entonces en un momento dado compré un terrenito por un precio y me vi en la necesidad de venderlo, por otro, por mucho más de lo que me costó y sí pues… Por ejemplo, mi casa Puntofijo era un solar de una casa de la Calle Real de Sabana Grande que le dieron en pago a mi padre adoptivo. Bueno, ese solar me lo traspasó cuando me fui a casar. Juan Bautista Arismendi lo avaluó en 16 bolívares el metro. Mucho después se lo vendí al él mismo a 550 bolívares. Hoy dicen que vale varios miles de bolívares. No me duele porque con ese dinero y con el de un terreno que compré en Altamira, que también vendí, se construyó esta casa.
–En una oportunidad me metí a construir un edificio en la casa donde vivieron mis padres de Miracielos a Hospital y tuve que vender toda la torre de viviendas y varios locales comerciales. Sólo me quedan tres o cuatro y lo que cobro de alquiler no me alcanza para pagarle la mensualidad al banco al que le debo un dineral. Realmente mi madre, que era una persona de experiencia, me decía: «No seas tonto, hijo, no te pongas a construir. Véndelo y te lo comes y lo gozas». «No mamá –le respondí– yo quiero darle algo más a mis hijos» y resulta que ha sido la experiencia más dura porque parte del terreno de Club de Campo lo he tenido que ir vendiendo para metérselo a la deuda.
–¿Cuánto debe?
–Da angustia decirlo.
–¿Millones?
–Sí.
Eduardo: el Delfín repudiado
–Mira, yo no quisiera reincidir en esa cosa personal, tan dolorosa y tan lamentable con Eduardo Fernández. Los hombres tenemos el derecho a equivocarnos.
–¿Por qué se dio cuenta tan tarde?
–Eduardo es extraordinariamente hábil.
–¿Y no se dio cuenta?
– (Silencio). Él no era un compañero sino un miembro de la casa. Mi mujer se ufanaba de que era ella quien lo había llevado al Partido, pues lo había conocido en el colegio donde estudiaban nuestros hijos. Alicia lo estimulaba y decía que era un muchacho inteligente. Pero, Eduardo, en realidad, era amigo de mi hija Mireya.
–¿Su empate?
–No.
–¿Así pudo entrar a la casa?
–No podría decir eso. Es posible que en algún momento haya pensado en cortejarla. Que yo sepa pues, era una relación amistosa.
–¿Los eduardistas deseaban en realidad que usted interviniera en la campaña?
–Una persona muy importante que los apoyó en los últimos meses les dijo: «Ustedes deben llamar a Caldera y entregarle la dirección de la campaña». Ellos respondieron: «¿Después de habernos costado tanto quitarle el liderazgo se lo vamos a dar?» El asesor alemán de la campaña les había recomendado que para hacer la figura de Eduardo era necesario aplastarme a mí.
–¿Habría intervenido?
–Yo no estaba de acuerdo con la estrategia. ¿Cómo iba a estar de acuerdo cuando el país se estaba quejando de que Copei y AD eran lo mismo? Según esa campaña todos los gobiernos en estos últimos 30 años habían sido iguales. Francamente, no me quedaba bien.
–¿Terrible que el Partido que usted fundó quiera parecerse a AD?
–No sé si quieren o inconscientemente van hacia allá. Lo que no es posible es que Copei se transforme en una maquinaria electoral que con dinero, televisión y avisos de prensa quieran llevar la vida del país que exige tanto. En este momento hay un problema de definición. Cuando se realizó la campaña interna se dijo que no estaban buscando el liderazgo sino la candidatura. Al cabo de pocos meses dicen que hay un nuevo liderazgo y los liderazgos no se crean por decreto, son el resultado de un proceso. A uno lo llaman líder cuando un grupo humano ha atravesado situaciones difíciles y alguien lo ha conducido, ha señalado un camino, a veces en contra de la opinión de muchos o de la mayoría del grupo, y ha tenido éxito sin jugarle sucio a nadie.
–Sin darle paso a las nuevas generaciones.
–Esa es una cosa absurda. Yo goberné con gente de todas las generaciones y he tratado de promover a todo el mundo. Ahora, en un momento dado, la presidencia es una y el problema no está en el presidente sino en quienes lo acompañan. En la campaña electoral de 1988, el candidato que invocaba la necesidad de relevo generacional, lo rodeaba un grupo de políticos que han estado gobernando desde 1958.
–A usted siempre se le acusó de clasista.
–Ese es un truco del adversario que ha sido muy hábil en la propaganda y cuando se determina a formar una imagen negativa, la forma. Mi primera aparición en la lucha política fue la Ley del Trabajo, lo más anti-clasista, lo más anti-oligárquico que puede haber. Sin embargo, la campaña fue muy fuerte, muy insistente. Cuando hacen esas encuestas motivacionales, sale que yo fui un niño bien, que me sobraba todo el dinero y la verdad que fui pobre y hasta viví en un cuarto de pensión.
–¿Ha sido víctima de una «conspiración satánica»?
–Pudiera ser… pero no quiero tampoco asumir posiciones de mártir. Desde la campaña de 1983, lejos de destacar lo que parecía que había sido positivo, comenzaron a presentarle a los compañeros una imagen de hombre reumático, arteriosclerótico y pasado. De repente hasta hacían chistes de que tenía que tener el cardiólogo al lado porque me iba a dar un infarto.
–¿Luis Alberto Machado fue el artífice de esa campaña?
–No quiero hablar de él.
–En vez de haber «perdido el tiempo» con Eduardo Fernández, su delfín, ¿por qué no lo perdió con uno de sus seis hijos?
–No creo que habría sido el mejor camino. Juan José va a llegar lejos, Andrés, seguramente, y Tomás también. Mis hijas tienen su papel, pero eso lo van logrando por ellos mismos y no llevados de la mano de su padre.
–¿Padre castrador?
–No, nunca. Mis hijos son muy enteros.
–¿Ha pensado en fundar otro partido político?
–¿A estas alturas? Nunca me ha pasado por la cabeza esa idea. Yo soy copeyano y viviré los años que me quedan como copeyano, hasta el fin de mis días. Ahora, el grado de actividad y de participación dependerá de una serie de factores y circunstancias. Desde luego, no me podrán negar el derecho de dejar conocer mis observaciones, de hacer mis planteamientos, y estoy dispuesto a estimular todo lo que sea la búsqueda de la raíz genuina.
–Si Eduardo Fernández le toca la puerta como el hijo pródigo, ¿le abre los brazos?
–¿Y tú crees que va a venir?