Caldera
Por Atanasio Alegre
Publicado en su libro El ojo del mundo no está en su sitio. UCAB–Fundación CELARG, 1998, pp. 221–223.
Cuando Caldera inició sus labores de gobierno, escribí una nota –una de las raras notas políticas que pasan por mi pluma en todo caso– sobre las dificultades que iba a confrontar este hombre en la Presidencia de la República. Identifiqué algunos de los temas que iban a convertirse inmediatamente en problemas, pero nunca sospeché que una parte de la opinión pública calificada iba a ser tan mezquina con él. Titulé aquel artículo, El viejo y el mar, en abierta alusión a la novela de Hemingway.
Si no es pagado, o proviene de gente del gobierno, es escaso el reconocimiento que se hace a Caldera de algún éxito, pero muy expedita la disposición para pronosticarle fracasos antes de que emprenda cualquier iniciativa, como sucedió con la Agenda Venezuela. Hubo quienes invocaron, desde el comienzo, su mala salud aliada a su edad, hasta llegar a la desconsideración de pasar por fax, después de publicado, aquel diagnóstico de una enfermedad irreversible e incapacitante. Y ante la evidencia de todo esto que ha significado la Cumbre de Presidentes Iberoamericanos, observando la lucidez de conceptos de Caldera, la coherencia de un discurso dicho y no leído (…). Leer no crea desafíos. Enfrentarse a un público a cuerpo gentil es otra cosa. Eso hizo Samper, por ejemplo, y lo hizo muy bien. Eso hicieron Aznar y Menem y estuvieron muy bien. Eso hace Castro (aunque leyera su declaración esta vez en la Plenaria de los Presidentes). Se puede decir que esto es un asunto de memoria, pero sucede que la memoria es la única forma de estar ligado a lo que se sabe. Y entonces la conclusión es muy clara. Al menos Caldera, Samper, Castro, Aznar y Menem sabían la lección.
¿Cuál fue esta vez la lección de Caldera? Pues muy sencillo y muy de admirar para quienes en algún momento hemos tenido que explicar temas de filosofía: exponer de una manera cristalina y con las palabras del pueblo un tema tan abstracto como el de los valores éticos (ética y axiología) que constituyen ineludiblemente la esencia de la democracia. Porque el pueblo no sabrá definir lo que es la ética, pero cuando lo necesite, vaya que sabe lo que es y significa un juez honesto, una distribución equitativa en el estado social. El pueblo sabe muy bien, como sabe el alumno, aunque no le entienda, cuándo un profesor sabe o no sabe. Pues a mí me parece que tanto de entrada, es decir, en la apertura de la Cumbre de Presidentes Iberoamericanos e igualmente en el cierre de la misma, ninguno de los asistentes, ninguno de los protagonistas, en este caso, pudo explicar con tanta sencillez, con tanta profundidad al mismo tiempo, sobre qué iba el tema que los había reunido y, naturalmente, la importancia que el mismo reviste frente a los acontecimientos que vienen. (…)
Si esas reuniones periódicas logran llegar a construir ese NOSOTROS iberoamericano, como ha sucedido con las naciones de la Unión Europea, habrá que dar las gracias, cuando ello ocurra, a quienes como Caldera tuvieron una visión de estadistas más allá de las pequeñas contingencias de la vida cotidiana de cada nación. (…) ¿Dónde quiere llegar Caldera? Dado lo que ha sucedido en esta cumbre, dada la atención con que le escucharon, entre otros el Rey de España o el Presidente de Portugal, la deferencia de todos en general y el respeto que genera a su derredor, Caldera es hoy uno de los líderes latinoamericanos con las ideas más claras, con la cabeza mejor puesta. Y esto, en definitiva, para lo que venga en algún momento, es decir, cuando se plantee de una vez por todas, la ineludible unión latinoamericana. La van a acelerar la globalización, la van a acelerar la vigencia de los valores éticos. La va a acelerar la valentía de decir la verdad cuando haya que proclamarla.
Para este momento, Rafael Caldera habrá cumplido con su misión y habrá entrado en la historia, no sólo como el presidente que capeó en Venezuela una de las crisis más graves de ingobernabilidad, como fue la situación que encontró cuando se propuso desde altamar, como el viejo de la novela de Hemingway, la tarea de arrastrar el enorme pez a tierra. De momento, ya las luces plantadas en tierra iluminan el sendero de las aguas por las que el viejo pescador conduce la embarcación hacia puerto seguro.