Caldera: Cien Años
Por Guillermo Aveledo Coll
Un modesto rincón venezolano —la población de San Felipe, Yaracuy— fue testigo del nacimiento, un 24 de enero de 1916, de Rafael Antonio Caldera Rodríguez. Criado desde muy temprano en Caracas por su tía materna Eva Rodríguez y el Dr. Tomás Liscano, cursó bachillerato entre las primeras cohortes del colegio San Ignacio de Caracas, bajo la égida jesuita. Allí, junto con otros jóvenes de distintos colegios católicos, accedió a sus primeras nociones sociales y políticas, en los cursos de Acción Social Católica dictados por el sacerdote y promotor de los derechos obreros, Manuel Aguirre Elorriaga. En esa labor doctrinaria juvenil, viajó a Roma en 1933 al Congreso Iberoamericano de Estudiantes Católicos, donde conoció a otras noveles y promisorias figuras del continente como Mario Polar Ugarteche y Eduardo Frei. Ingresó de seguidas a la Universidad Central de Caracas, donde cursó con excelencia en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, y escribió bajo el exhorto de su maestro Caracciolo Parra León, a la corta edad de 19 años, su primer libro: una biografía filosófica de don Andrés Bello, el humanista hispanouniversal que compartimos Venezuela y Chile. Desposó en 1941 con la joven caraqueña Alicia Pietri Montemayor y de esa unión nacieron seis hijos: Mireya, Rafael Tomás, Juan José, Alicia, Cecilia Antonia y Andrés, todos de destacada figuración pública.
Desde el impulso educativo y laboralista impreso en su alma cristiana, optó Caldera por una carrera política, un triple reto en un país históricamente dominado por las charreteras caudillistas, donde la religión había sido abatida por el liberalismo y el positivismo, y ante la juventud universitaria seducida por diversos marxismos. Atento a las demandas de sus compañeros, lideró entre 1936 y 1939 la Unión Nacional Estudiantil, movimiento que promovía un reformismo social antimarxista y nacionalista, denunciaba las influencias pertinaces de la violencia dictatorial y el imperialismo, y defendía la autonomía de la educación religiosa ante el materialismo pedagógico, bajo el principio del pluralismo ideológico.
Le sucedieron movimientos propiamente político-electorales como Acción Nacional, de éxito limitado bajo un sistema electoral cerrado por los gamonales locales, aun si lograba una mínima presencia parlamentaria. En 1946 fundó, con compañeros de la UNE y AN el Comité de Organización Político Electoral Independiente (Copei), del cual fue su primer secretario de Orientación Política y, con su declaratoria como partido socialcristiano, su secretario general hasta 1969. El partido se incorporó además al movimiento internacional del humanismo cristiano en ODCA y fue uno de los fundadores de la Unión Mundial Demócrata Cristiana.
Caldera vivió estos años de transición hacia la democracia en una agitada carrera de organización política, debate parlamentario y productiva vida académica. Lo que pudo ser la cómoda vida de un abogado exitoso en un país henchido por la bonanza petrolera, dio paso al activismo para enfrentar los autoritarismos del sectarismo civil y militar y la desigualdad experimentada por las masas campesinas y obreras en su éxodo depauperado a las ciudades, ante lo cual redactó la primera ley laboral moderna. Fue uno de los pocos referentes civiles en el país durante el régimen militar de Marcos Pérez Jiménez y, a la caída de la dictadura, promovió junto con Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba el pacto de pluralismo político, reformas económico-sociales y civilidad electoral conocido como Pacto de Puntofijo —por el nombre de la residencia de Caldera en Caracas—, guía de la alternancia democrática y el desarrollo social de Venezuela consagrada en la carta constitucional de 1961, sobre cuya redacción tuvo gran responsabilidad.
Los socialcristianos venezolanos tienen el mérito de ser el único movimiento político en la historia venezolana que logró el poder sin estar apalancado por el prestigio o la violencia de un hecho de fuerza (y es el mérito de los socialdemócratas haberlo aceptado pacíficamente). Tras tenaces intentos, Rafael Caldera triunfó electoralmente en dos ocasiones (1968 y 1993), sin contar nunca con respaldo parlamentario mayoritario, y en la segunda ocasión separado de Copei, tras un profundo conflicto generacional, político e ideológico. Logró en sus mandatos, de retos disímiles, pacificar el país luego del período de guerra de guerrillas marxistas contra la democracia representativa en la década de los sesenta, y calmar la inestabilidad política tras el cruento período de protesta social y golpes de Estado a inicios de los noventa, manteniendo la continuidad en el interés social del régimen que contribuyó a promover para estímulo de Venezuela y de América Latina.
Toda larga vida deja resabios, decepciones y heridas, pero la transformación social promovida y defendida por Rafael Caldera tiene un saldo positivo cuyos efectos, pese al afán destructor del socialismo chavista, se proyectan sobre el presente y sirven de salvaguarda para el futuro. Académico, humanista, padre y jurista, Caldera fue ante todo un estadista demócrata y cristiano, orientada su vocación en la imperfecta y azarosa de las furias políticas bajo un claro y constante ideal. Como señaló en su último mensaje, divulgado póstumamente ante su muerte en la navidad de 2009: «Tenemos una larga lucha por delante. La lucha es hermosa cuando la guía un ideal. Por eso la nuestra —que creemos en la persona humana, su libertad, la solidaridad y la justicia social— no aminora sino más bien alimenta la alegría, esa alegría interior que constituye la mayor fuerza para la constancia y predispone al éxito». Recordemos, pues, con alegría a Rafael Caldera.
Celebramos con los compañeros socialcristianos venezolanos en su más reciente aniversario, el número setenta. Más allá de su atribulado presente, en medio de las renovadas expectativas de la oposición democrática venezolana, no caben duda los méritos de su legado.
Copei, fundado como organización electoral en enero de 1946, impregnó sus principios de pluralismo político y justicia social sobre la transición hacia la democracia en Venezuela, y ha sido también agente promotor de la democratización de nuestro continente, con el pensamiento y la acción de figuras como Rafael Caldera, Luis Herrera Campins, Lorenzo Fernández y Arístides Calvani. En su liderazgo, su militancia y sus simpatizantes esta herencia puede servir de acicate para encontrar, ya dentro de sí o reunida hacia la opinión democrática venezolana, el camino recto hacia el impulso del ideal perenne que lo anima.