Caldera: Libertad y Justicia

Por Demetrio Boersner, internacionalista, doctor en Ciencias Políticas y profesor universitario.

La desaparición física de Rafael Caldera entristece, a la vez que inspira y anima a quienes lo quisimos de corazón y tuvimos la alegría de que nos honrara con su amistad personal. Mi familia y yo mismo recibimos las primeras pruebas de su estima y su afecto en la época de su primer gobierno, de 1969 a 1974, pese a que no militábamos en su tolda ni fuimos sus seguidores incondicionales. Posteriormente, a nuestra cordial relación humana se le añadió un mayor acercamiento en el plano de las ideas y los principios políticos y morales con referencia a Venezuela y al mundo, y tuve el honor de servirle activamente en su segundo gobierno (1994-99), primero como director general de política internacional de la Cancillería y luego como embajador de Venezuela ante la República de Austria y los organismos internacionales con sede en Viena.

Al pasar definitivamente de este mundo a la historia, Caldera nos deja una sensación de optimismo y de coraje. Tan completo y tan convincente fue su ejemplo de co-fundador de la democracia venezolana, de gobernante sabio y progresista, y de paladín ideológico de la libertad y la justicia, que no cabe duda de que las futuras generaciones mantendrán viva y engrandecerán su memoria.

Lo más ejemplar en Rafael Caldera fue su inmutable lealtad a sus principios religiosos, morales y políticos. Entre estos últimos, la libertad y la justicia siempre ocupaban los puestos dominantes, con perfecto equilibrio entre ellas.

Libertad y justicia sintetizadas en el ámbito de la política interna: un inquebrantable respeto a las libertades ciudadanas y los derechos humanos individuales y colectivos, junto con una ejemplar tolerancia ante las disidencias y oposiciones, pero al mismo tiempo, el más firme apego a la idea de la justicia social en términos de derechos de la clase trabajadora, de libertad y poder sindicales y de legislación laboral progresista. Caldera respetaba la propiedad privada, pero estaba convencido de que todo privilegio económico conlleva el deber de aceptar sacrificios en aras de la equidad y la dignidad humana de las mayorías.. Aquel hombre surgido del tradicionalismo católico, y de un movimiento político cuyos «leitmotiv» en los años treinta eran el antimarxismo y el antiliberalismo, resultó a la postre ser más demócrata y más «laborista» que algunos presuntos socialistas democráticos.

Igual en su política exterior: el afán liberador, plasmado en la doctrina del «Nacionalismo Democrático Latinoamericano» opuesto tanto al imperialismo clásico como al social-imperialismo colectivista, iba unido a la causa de la «Justicia Social Internacional», sinónimo de lucha de los países en desarrollo por un nuevo orden mundial de mayor equidad económica y política. En ese ámbito Caldera, asistido del canciller Arístides Calvani, dio pasos audaces en el sentido de una auténtica liberación nacional venezolana, caribeña y latinoamericana. El tema merece ser retomado en otro artículo futuro.