Caldera en la intimidad

Reportaje realizado por David Pachano, con fotos de Carlos Flores, publicado en la revista Élite del 29 de noviembre de 1968.

¿Cómo es el hombre que va a ser, dentro de pocos días, Presidente de todos los venezolanos? Huérfano cuando sólo contaba 2 años, tuvo una infancia llena de privaciones y muchas veces llegó a pasar hambre. Dotado de un talento excepcional, sobresalió como escritor desde los 18 años, como político desde los 19, fue diputado a los 23 y conferencista extraordinario desde la adolescencia. Brillante y comprensivo profesor universitario, sus alumnos son sus amigos. Es un padre ejemplar y ha fundado un hogar modelo. Sus grandes fracasos en la vida los tuvo como futbolista y beisbolero: «Yo era un malísimo jugador», confiesa el gran líder de la Oposición.

Muy joven se adentró el doctor Rafael Caldera en el turbulento mundo de la política. Llegó a ser el Diputado más joven que tuvo el Congreso Nacional en 1941. Pero desde 1933, a los dieciocho años de edad, cuando junto con otros compañeros generacionales, fundara Acción Católica, se viene hablando del Caldera político. Para quienes se han ocupado de escribir retazos de historia venezolana contemporánea, a través de la prensa o de los discursos o conferencias públicas, la figura de Caldera se conoce ampliamente como fundador de UNE o como inspirador del Partido Social Cristiano COPEI, con sus casi 23 años en la arena política del país. Pero se ha ahondado poco, muy poco si somos exigentes, en los otros aspectos de la vida del gran líder socialcristiano. Su labor como parlamentario de elocuente verbo ha pasado un poco al desgaire. Su condición de profesor durante 25 años en la Universidad Central, ha pasado inadvertida. Y su destacada actuación en el mundo de la literatura, desde ese monumento que es el Tratado de Derecho del Trabajo, hasta la biografía de Don Andrés Bello, casi no se ha tomado en cuenta.

Porque a Caldera se le ha combatido siempre. Hombre de ideas claras en un medio caldeado de hipocresías, donde la palabra siempre ha estado divorciada de los hechos, su incursión en el ámbito político rompió un molde tradicional donde campeaban la mentira y las indefiniciones.

Con 35 años de vida política activa, Caldera ha sido combatiente indoblegable. Y esto no se lo perdonan sus adversarios políticos, tan dados a las transacciones y a las componendas. De allí que, desde su mismo inicio en la actividad política, se comenzó a tejer una leyenda en torno a la vida del doctor Caldera. De él se ha dicho que todo le ha sido fácil, que tuvo una educación sin contratiempos, que por ser rico tuvo acceso a las diversas actividades públicas y privadas, que todas las puertas se le han abierto al conjuro de su posición social o económica.

Todo es incierto. El doctor Caldera ha cumplido con diversos menesteres político, escritor, profesor– porque aúna a la disciplina y a la dedicación, una lúcida inteligencia y una vocación de servicio a Venezuela que nadie le podría regatear sin mezquindad.

Y el tiempo, que es el mejor termómetro para regular una etapa vital, ha comprobado que las virtudes ciudadanas, una educación sólidamente asentada, y unas convicciones profundas, sumadas a un esfuerzo constante por servir a su país, pueden dar buenos frutos. Bolívar dijo que la gloria consistía en ser grande y en ser útil. El doctor Caldera ha cumplido su parte para conquistar la gloria: ha sido útil a la Patria y a la sociedad.

La niñez infortunada

Los grandes dolores aceran el espíritu de los hombres. Alguien ha sostenido que el dolor es la fragua donde se tiemplan los caracteres. Cuando se analiza en detalle la vida de los hombres trascendentes, hay que buscar allá en lo más remoto de su infancia alguna circunstancia dolorosa.

El doctor Caldera tuvo la suya. A los dos años de haber venido al mundo falleció su progenitora. El chico era aún muy pequeño para calibrar tan terrible pérdida. No alcanzó a comprender entonces por qué aquella mujer amorosa, tierna y delicada, no continuaba dándole el calor de su regazo.

Su tía María Eva de Liscano, esposa del posteriormente célebre doctor Tomás Liscano, lo tomó a su cuidado. El matrimonio Liscano no había tenido hijos. Don Tomás se desempeñaba en actividades secundarias en San Felipe. Su esposa cuidaba de la casona, pero faltaba la alegría de un retoño. El pequeño huérfano llenó ese vacío. Con amorosa solicitud, su tía comenzó su formación. El niño era despierto. Su vivacidad y su inteligencia obviaron el camino de las enseñanzas. Realmente, al muchacho de San Felipe se le había muerto la madre, pero no había perdido un hogar.

Su niñez, por tanto, estuvo plena de los cuidados necesarios, pero había estrechez económica. Don Tomás devengaba un modesto sueldo con el que se cubría a duras penas las necesidades del hogar. No abundaba nada, excepto el cariño, que le era prodigado a manos llenas.

Su tía María Eva le enseñó las primeras letras. No era maestra, pero sabía, intuía quizás, una modalidad sui géneris para que el muchacho comprendiera bien cuanto se le enseñaba. Aunque éste, a decir verdad, percibía con facilidad. Cuando tuvo edad fue inscrito en el Colegio que para entonces dirigía Carlos J. Paiva, un señor honorable y un maestro capaz que llegó a ser luego presidente de una Convención de la Federación Venezolana de Maestros. Tanto cariño le tomó el maestro Paiva al niño Rafael que, muchos años después, le nombró padrino de una hija suya.

  • A este maestro lo recuerdo con cariño y lo llegué a querer mucho, porque es un hombre cabal y un maestro insigne, ha dicho el doctor Caldera.
En el despacho de su casa en Los Chorros con su eficiente secretaria.
Todo cuanto se ha escrito en favor y en contra suyo está debidamente archivado en la biblioteca del líder.

Una educación accidentada

En el Colegio de Montesinos cursó el primero y el segundo grado. Allí se interrumpió su educación primaria, porque Don Tomás tenía entre ceja y ceja culminar una carrera universitaria que, justamente, por las estrecheces económicas, no había podido continuar.

La familia Liscano decidió venirse para Caracas, trayéndose al pequeño, por supuesto, a quien inscribieron al llegar en el Colegio San Ignacio. Tuvo varios maestros, pero recuerda con singular cariño al Hermano Pepe, al Padre Gastaminza, quien daba con gracia y donosura clases de geografía e historia de Venezuela. Allí estudió hasta cuarto grado, sin terminarlo. Vivían en la pensión de la señora Eucarita de Delima. Era una vieja casa y el pago era económico. Las finanzas de los Liscano no alcanzaban para una pasantía más holgada. Y la siguieron a varios sitios donde la dueña de la pensión se veía obligada a mudarse. Donde estuvieron más tiempo viviendo fue de Truco a Caja de Agua.

Cuando aún no había finalizado el cuarto grado, la familia Liscano se vio precisada a viajar de nuevo a San Felipe, donde terminó la educación primaria en la Escuela «Padre Delgado», que dirigía el entonces Teniente Gabriel Reyes Zumeta, quien era ahijado del padre del alumno.

¿Quién fue su condiscípulo más íntimo? Preguntamos al doctor Caldera. Tuve muy buenos amigos en mi pasantía por cuarto hasta sexto grado, pero recuerdo con admiración al hoy farmacéutico Rafael Alberto Rodríguez. Fue y sigue siendo muy buen amigo mío, añade.

De nuevo a Caracas, y de nuevo al San Ignacio. Para esta fecha existía una mayor estabilidad en el hogar de los Liscano. Así pudo concluir sus estudios de bachillerato sin mayores zozobras ni interrupciones. Los profesores que perviven aún en su recuerdo son los padres Manuel Aguirre, Iriarte, Basauri y Arrizabalaga.

«Rafael, eso te lo manda Dios…»

En los colegios privados de Caracas fue donde primero se hizo deporte escolar, propiamente hablando. Sobre todo en los colegios católicos. Cuando el joven Rafael Caldera Rodríguez ingresó al San Ignacio, tuvo por fuerza que incorporarse a las labores deportivas, hasta entonces no practicadas por él. Se alineó en dos equipos: el de fútbol y el de béisbol.

Jugaba muy mal ambas cosas, recuerda ahora, sonriente.

En efecto, no se destacó propiamente por su destreza y habilidad deportivas. Jugaba centro-izquierda en el equipo de fútbol de su clase y jardinero en el equipo de beisbol. Su novena fue campeón inter-clases cuando estudiaba cuarto año de bachillerato, aunque no debido a los batazos o atrapadas suyas. Compañero de equipo era José Barnola Duxans, conocido laboratorista y profesor universitario hoy, quien está casado con una sobrina del general Medina Angarita.

Yo era tan malo fildeando –recuerda el doctor Caldera– que en una ocasión en que jugábamos surgió un batazo en fly que podría decidir el partido. Era un batazo elevado, altísimo, pero casi directo a mis manos. Cuando elevé el guante para tomar la pelota, oí una voz estentórea que me gritaba desde el cuadro: «Ese batazo es tuyo, Rafael; ese te lo mandó Dios». Era José Barnola quien así gritaba.

Nos reímos ahora recordando el incidente. Pero el entonces estudiante del San Ignacio también se rio aquel día, y casi deja caer la bola.

Testimonio de gratitud

Condiscípulos suyos en el San Ignacio, fueron entre otros Armando Michelangelli, ingeniero; Víctor Pérez Alfonzo, médico-veterinario; Remberto Bruzual Rivodó, Pedro Kleem y el doctor Eduardo Otero, hoy cardiólogo del senador Lorenzo Fernández.

Muchos de estos antiguos compañeros de Liceo me han acompañado en mis luchas políticas, excepto el doctor Otero, que está bien identificado como adversario a mis ideas. Aunque guardo alguna esperancita de que, en esta ocasión, vote por mí por la grande, dice nuestro entrevistado.

El doctor Caldera terminó sus estudios de secundaria y se inscribió en la Universidad Central de Venezuela, donde finalizó en 1938 y recibió el grado de Doctor en Ciencias Políticas y Sociales, el 25 de abril de 1939. Tenía 23 años.

Como se ve, pues, nada fácil resultó para el doctor Caldera su culminación en los estudios. Él mismo lo ha reconocido así: Algunos adversarios han hecho una imagen de mí como si hubiera sido un niño rico –ha manifestado– y me hubieran sobrado todas las cosas. Afortunadamente, no fue así; afortunadamente, porque creo que en la formación de la personalidad ayuda mucho tener conciencia de las dificultades.

Recuerda emocionado cuando su segundo padre –así llamaba al doctor Tomás Liscano– le compró la primera bicicleta.

Yo, más que su hijo –dice– era un amigo, porque el viejo Liscano era un hombre muy noble. Recuerdo el día en que me compró una bicicleta que vendían los Risuto en San Felipe; creo que le costó cien bolívares. Mis hijos, que no han tenido esas privaciones, no le dan importancia a cualquier objeto, porque hay que saber lo que cuestan las cosas para poder darles valor.

Los Liscano –repite–, mi segundo padre y su esposa, me dieron siempre un gran afecto y no me hicieron crecer amargado. Y compartí sus luchas. Se graduó de abogado después de viejo y recuerdo perfectamente la emoción que tuvo cuando pudo concluir sus estudios, y fue abriéndose paso. Le tengo gratitud y veneración y gran admiración, porque me enseñó a luchar. Me buscaba para salir con él, y me hizo conocer el país más íntimamente por esas tremendas dificultades que pasamos juntos.

El tercer hijo Juan José posa con el líder socialcristiano en la biblioteca de su residencia.
El doctor Caldera y su hijo menor Andrés, de tan solo 14 años. El líder dice sonriente: «Fíjese, es casi de mi tamaño».

El político activo

Aunque nuestra pretensión era elaborar una crónica sobre el Caldera humano –el profesor, el escritor, el padre de familia–, es tan dilatada su obra en el campo de la política, que no se hace una semblanza completa del líder si no se toca la actividad que lo ha mantenido durante 35 años en la palestra pública.

Siendo estudiante aún en 1933, funda el grupo Acción Católica. Tuvo vida efímera, es cierto –duró hasta 1935– pero sembró en el bachiller la inquietud por la problemática social.

Comprendí que la política debía desligarse completamente de lo confesional, argumenta hoy.

Doctor –interrogamos– ¿por qué existiendo la FEV en la Universidad, usted procedió a constituir la UNE?

Me gusta la pregunta porque sirve para aclarar algunas cosas, responde. En primer lugar, nosotros todos los que fundamos UNE militábamos en la Federación de Estudiantes de Venezuela. Las reuniones se celebraban en el Teatro Municipal, entonces. Prácticamente se nos discriminaba con frecuencia. Se convocaban asambleas y no se nos participaba. Y, en una ocasión, el hoy doctor Villalba convocó a una asamblea en la que se acordó pedir al gobierno nacional la expulsión de los jesuitas y varios sacerdotes más de otras órdenes religiosas. Yo me opuse, argumentando que nosotros no convalidaríamos esa medida.

En efecto, el doctor Caldera entonces hizo hincapié en la gratitud que les debía a los sacerdotes y en la extemporaneidad de la medida. Pero la mayoría jacobina de la FEV aprobó el acuerdo.

Quienes respaldaban ostensiblemente al bachiller Caldera eran unos 50 estudiantes, pero, debido al asunto que motivó la escisión, se fueron del máximo organismo estudiantil más de 500. El doctor Caldera busca un álbum de recortes y nos muestra tanto el acuerdo como las firmas de quienes respaldaron su actitud.

Fundaron entonces a UNE. Y por primera vez en la historia del país, una agrupación estudiantil fundó un Liceo completamente gratuito. Este Liceo funcionó de Fe a Esperanza, de Truco a Cardones y de San Martín a San Roque, en sus seis años de vida.

Este Liceo se fundó para ayudar a satisfacer el déficit escolar de entonces –dice ahora– y era dirigido y servido por miembros de la UNE.

Recuerda que de ese Liceo UNE salieron bachilleres como Juan Miguel Thula Campos y Víctor José Delascio.

Desde 1936, el líder socialcristiano comenzó a publicar artículos en la prensa capitalina. Como más tarde lo demostraría en ocasión de su tesis de grado, que versó sobre el Derecho del Trabajo, ese fue el principal tema planteado en sus escritos, sin olvidar otros aspectos de la problemática nacional. Debido a su labor periodística de entonces, sobre todo a partir de un artículo que intituló «Lo que permite hacer nuestra legislación obrera», el entonces Ministro de Relaciones Interiores, doctor Diógenes Escalante, lo nombró Sub-Director de la Oficina Nacional del Trabajo –pretendió nombrarlo Director, pero no era todavía mayor de edad–, desde donde elaboró un proyecto de Ley del Trabajo que fue aprobado por el Congreso Nacional con las adiciones que hizo el doctor Ibrahim García, quien junto con Nicolás Rolando y Jesús Rafael Rísquez, habían introducido otro ante-proyecto  que fue retirado tan pronto el Ejecutivo envió el suyo. Todo esto consta en los diarios de debates del Congreso Nacional, a partir del 28 de abril de 1936. De allí que lo afirmado por el doctor Prieto Figueroa recientemente, atribuyéndose la paternidad del proyecto, es completamente falso, como lo sostiene el doctor Caldera.

En 1941 es elegido diputado al Congreso Nacional por el estado Yaracuy. Entonces, los diputados eran elegidos por los concejos municipales. Sus intervenciones de esa época en la Cámara, oponiéndose a un proyecto de Ley de Educación introducido por el doctor Prieto Figueroa, le granjearon la amistad de Andrés Eloy Blanco.

Amistad invariable hasta su muerte –reafirma el doctor Caldera– de la cual siempre me sentí honrado.

Aunque había sido elegido en colaboración con votos de individuos afectos al gobierno, mantuvo una independencia absoluta en el Congreso, cuando se opuso a los términos en que fue aprobado el Tratado de Límites con Colombia y la libre navegación de buques de ese país en ríos venezolanos. El doctor Lara Peña lo acompañó en aquella actitud suya. Y su independencia lo llevó hasta adversar un proyecto de Ley Electoral, ya que sostenía los derechos de la oposición. Andrés Eloy apoyó los argumentos suyos y se solidarizó con él en su posición.

El profesor respetado

En febrero de 1943 fue designado profesor de Sociología en la UCV. Antes de encargarse, sus adversarios políticos comenzaron una campaña en su contra, tratando de insubordinar al estudiantado. Aunque desde 1935 había escrito un ensayo valiosísimo sobre Andrés Bello y su obra educativa y su tesis de grado era un valioso aporte a la bibliografía del país, sus enemigos lo acosaban.

Pero el profesor se presentó cuando tenía que hacerlo, y el estudiantado está allí llenando las aulas. Esa cátedra la ha mantenido el doctor Caldera desde entonces, con las interrupciones de su exilio y los lapsos de prisión que ha tenido.

Su mayor orgullo como profesor universitario es el de que en 1956, en plena dictadura perezjimenista, los estudiantes que se graduaron dieron su nombre a la promoción.

Entre mis alumnos ha habido de todas las tendencias políticas, incluyendo como es natural a quienes me adversan –manifiesta– y siempre he recibido de todos ellos testimonio de cordialidad, respeto y amistad.

Domingo Alberto Rangel, quizás el más combativo de sus adversarios, por ejemplo, ha tenido expresiones generosas para el doctor Caldera como profesor. Y a él le enorgullece tener como amigos personales a discípulos suyos ubicados en tiendas diferentes.

Por ejemplo –dice– para citar algunos nombres solamente: el mismo Domingo Alberto, Sánchez Mijares y Leopoldo Figarella, Alejandro Osorio, Reinaldo Leandro Mora.

Y otros como Andrés Aguilar, Pedro Tinoco, etc.

El doctor Caldera es, además, miembro de la Academia de la Lengua y miembro de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. A él tocó contestar el discurso de ingreso a esta última del doctor Uslar Pietri.

El hombre de carne y hueso

El doctor Caldera contrajo matrimonio siendo diputado en 1941 con doña Alicia Pietri Montemayor, quien ha sido una magnífica compañera en los años duros de continua lucha. Tiene 6 hijos. La mayor es Mireya, licenciada en Sociología, con postgrado en CENDES y quien trabaja en un Instituto de Recursos Humanos que funciona en la Universidad Católica Andrés Bello. Rafael Tomás es el segundo, graduado de abogado, cursa estudios superiores de Filosofía en la Universidad de Notre Dame, Estados Unidos. Juan José, el tercero, se gradúa de abogado este año lectivo en la Universidad Central de Venezuela. Alicia Helena, quien estudia arquitectura en la UCV, es la cuarta. Cecilia, estudiante de cuarto año de Bachillerato es la quinta. Y el benjamín de la casa, Andrés, estudiante de tercer año de secundaria en el Colegio San Ignacio, con 14 años de edad.

Este se llama Andrés en honor a su abuelo materno, Andrés Pietri, y de Don Andrés Bello, nos dice sonriente el doctor Caldera, cuando Flores le toma la foto.

Padre ejemplar, siempre está pendiente de todas las actividades de los hijos. Justamente cuando llegamos a su casa, nos pidió permiso para leer una carta de Rafael Tomás desde Estados Unidos. Y cuando requerimos la presencia de Juan José, a fin de tomarle una foto con su padre, aquél dice: es un honor para mí, doctor Caldera. El honor es mío, hijo, responde el líder. Ambos sonríen.

Existe una profunda compenetración entre el padre y los hijos. Las manifestaciones juveniles modernas son aceptadas por el comprensivo padre, porque –sostiene– «hay que canalizar las inquietudes de los muchachos, no frenarlas, a través de la comprensión».

¿Cuál es el día que recuerda con más alegría?

Bueno, un día como hoy, hace 11 años, responde. Era el 21 de noviembre de 1957. Yo estaba detenido en la Seguridad Nacional. Advertí una agitación inusitada: vehículos que llegaban y salían a todo vapor. Me acerqué a un empleado que, de vez en cuando, me facilitaba alguna información y por él supe que los estudiantes de las universidades, tanto de la Central como de la Andrés Bello, habían salido en manifestación jubilosa pidiendo libertad. Después de la frustración y la inercia en que estaba el pueblo, aquello produjo en mí una gran satisfacción.

El 24 de diciembre de ese año fue libertado y con los acontecimientos del primero de enero de 1958 tuvo que asilarse en la Nunciatura el día siguiente. Por cierto que 24 horas después se le acercó un empleado de la Nunciatura y le dijo: «Doctor, un señor ha venido a pedir asilo y me dio su cédula para que usted lo identifique y lo reconozca». Vio el documento que se le enseñaba y respondió: «En efecto, lo conozco y es acreedor por sus antecedentes al asilo que solicita». Era el entonces capitán y hoy general Roberto Moreán Soto, quien había sobrevolado Caracas con los militares rebeldes de Maracay.

El doctor Caldera está siendo solicitado continuamente por teléfono. También algunos visitantes desean hablar con él. Comprendemos que ha sido muy generoso al ofrecernos algunos minutos de su comprometido tiempo. Son los últimos días de la campaña electoral y sus ocupaciones son agobiantes. Debemos retirarnos, por tanto, pero le hacemos una última pregunta.

Doctor Caldera, ¿por qué desea usted ser Presidente de la República?

Porque quiero cumplir con mi país el deber de realizar una obra que, a mi entender, es urgente e indispensable para asegurar el porvenir: realizar el desarrollo dentro de la democracia, y demostrar así que la democracia no es guachafita ni fracaso, sino un sistema válido para lograr la armonía, la paz y el desarrollo.

La breve entrevista toca a su fin. Comprendemos, ante la sencillez y la receptividad del entrevistado, por qué es un líder aclamado por las grandes mayorías nacionales. Nada le ha sido fácil; todo lo ha logrado a través de grandes esfuerzos propios, y la infinita bondad de quienes le enseñaron el valor útil de la vida. Recordamos igualmente por qué un hombre como Don Chío Zubillaga Perera, diametralmente opuesto al líder socialcristiano, ideológicamente hablando, fue tan amigo suyo y dijo alguna vez: «A mí me interesa que se haga la Revolución en Venezuela; no me importa que la haga el doctor Caldera».

Ese es, en la sencillez de su intimidad, Rafael Caldera Rodríguez, el próximo Presidente de todos los venezolanos.

En el pequeño recibo de su casa en Los Chorros, posa con el reportero frente a una pajarera donde de casi 10 periquitos existentes 4 son de color verde.