Caldera durante la campaña de 1958.

Debemos demostrar que hay la voluntad de la unidad

Charla televisada por Radio Caracas Televisión, 4 de julio de 1958.

La charla de esta noche va a ser el planteamiento del asunto que ha dado lugar a tantas discusiones y que difícilmente se recoge en doce minutos de exposición, acerca de si es preferible para la República el que se postule en este momento un candidato presidencial de unidad, con el respaldo de las principales fuerzas políticas organizadas, o si conviene más que haya una postulación de diferentes candidatos que se presenten ante el debate electoral.

Mucha gente siente, y el sentimiento es explicable, que sería más agradable tener varios candidatos para escoger y que la postulación de un solo candidato podría equivaler a repetir el plebiscito de Pérez Jiménez. En realidad, la cuestión del plebiscito hay que verla también con cierto cuidado; hay que recordar que mientras Venezuela veía de una manera silenciosa e indignada la farsa plebiscitaria de Pérez Jiménez, Colombia realizaba con entusiasmo democrático su plebiscito, que trajo la reforma de la Constitución para establecer el régimen bipartidista y para asegurar un porcentaje sustancial del Presupuesto de la nación para la educación. Pero, aparte de esto, hay una distinción fundamental, como lo observaba Isaac Pardo en un artículo de esta mañana, entre un candidato impuesto desde arriba, que no dé opción ninguna al elector, y un candidato que reciba el apoyo de las principales fuerzas políticas de opinión y que no cierre el paso a la posibilidad de que otros grupos puedan, si no están satisfechos, presentar candidaturas diferentes.

Pero el problema se refiere en mucho, en primer lugar, a la situación del país y, en segundo lugar, a las consecuencias prácticas de la postulación de muchos candidatos. Para el país, la postulación de un candidato de unidad que contara con el respaldo de las principales fuerzas políticas significaría la garantía de que esas fuerzas políticas han llegado a un entendimiento para mantener la unidad de que tanto se ha hablado en estos meses, y para abrir campo a la organización definitiva de la vida constitucional; significaría la realización práctica de esta unidad de que se habla; significaría la demostración palpable de que las fuerzas políticas sí son capaces de entenderse; significaría al mismo tiempo dar un enorme respaldo mayoritario a la persona que vaya a encabezar un Ejecutivo, integrado con representación de las diversas fuerzas y que tendrá que hacer frente, de acuerdo con un poder legislativo para el cual tendrá que buscarse también una fórmula de armonía, a problemas de una gravedad indiscutible.

En cambio, la presentación de varios candidatos no puede hacerse  en otra forma sino asignando tarjetas diferentes a los diferentes candidatos, y estas tarjetas seguramente serán las tarjetas de los diferentes partidos. Esto trae consigo, inevitablemente, la lucha electoral y, por mayor esfuerzo que los dirigentes superiores hagan para mantener esa lucha electoral dentro de límites de mucha caballerosidad y de mucha finura, es imposible evitar que, como en todos los países del mundo, las bases partidistas, aferradas a las respectivas candidaturas, entren en agresiones verbales en referencia a los otros candidatos y a las otras planchas.

En definitiva, cuando se dice que la unidad puede mantenerse a base de una disputa electoral entre distintos candidatos, lo que se está proponiendo no es una unidad, ni siquiera una tregua o un armisticio, sino hablando con palabras de nuestra historia nacional sería una especie de tratado de regularización de la guerra. Ahora, yo estoy hablando desde un punto de vista puramente personal, pero al mismo tiempo reflejo el sentimiento de un grupo político, que no se ha caracterizado nunca por rehusar la responsabilidad y la lucha; no se piense que cuando nosotros auspiciamos la idea de una candidatura de unidad es porque no estemos acostumbrados a luchar o porque tengamos escrúpulos en la lucha; hemos ido a la lucha solos en muchas ocasiones y desde luego en ésta, en la cual el sentimiento de grandes sectores independientes coincide con el nuestro, no habría un temor para lanzarnos. Pero no se trata de eso, se trata de una cosa diferente, se trata de si vale la pena hacer un experimento para ver si nuestra democracia incipiente está en condiciones o no de soportar un fraccionamiento de las fuerzas políticas, que sería la consecuencia del debate electoral.

Yo quiero decir a este respecto también que soy optimista. Lo he repetido en todos los tonos y en muchas circunstancias: creo que la vocación democrática de Venezuela es tan firme que saldría victoriosa a pesar de que la sometiéramos a pruebas que no dejarían de envolver cierto riesgo. Ahora pregunto, ¿valdrá la pena soportar ese riesgo? ¿Valdrá la pena lanzar al país en la aventura de una lucha entre las fuerzas políticas organizadas y que representan los sectores de opinión, en momentos en que nada vigorizaría más nuestra democracia que el que esas fuerzas políticas organizadas demostraran la capacidad de entenderse y de llegar a un acuerdo?

Ahí tenemos al lado nuestro el ejemplo de la hermana República de Colombia, con una larga tradición de vida democrática, con partidos políticos que se han venido afirmando por generaciones, donde todo el país está prácticamente politizado, donde cada ciudadano nace miembro de un partido político. Sin embargo, el ejemplo de Colombia es digno de que lo pensemos: el doctor Alberto Lleras Camargo habría podido ser el candidato de un partido y el resultado electoral demostró que habría podido ganar las elecciones por un margen bastante amplio. Sin embargo, prefirió negociar, llevar una serie de situaciones muy difíciles en la palabra sensata y serena, para tratar de mantener, mediante un acuerdo con los dirigentes de los otros grupos, la idea de un gobierno nacional de unidad.

Entre nosotros, yo tengo la impresión de que deberíamos no dejar pasar este momento para demostrar que sí existe la capacidad de entendernos. La unidad la hemos estado tratando de defender, y la hemos defendido hasta ahora, pero debemos hablar con sinceridad: nos encontramos con el hombre de la calle, con el amigo, con el compañero de profesión, que se sonríe al preguntarnos por la unidad; si los dirigentes políticos somos sinceros, debemos manifestar una profunda alarma ante este hecho, de que venezolanos que no tienen una militancia política organizada ya hablan de la unidad como de algo que tiene una vida solamente aparente. Nosotros debemos demostrar que hay la voluntad de la unidad.

Debemos reconocer, por otra parte, y nosotros lo sabemos más que ningún otro, que hay brotes de sectarismo que se presentan en diversos lugares del país, y que de repetirse y de generalizarse harían imposible nuestros esfuerzos para mantener la unidad y el entendimiento. Yo creo que tenemos el deber de ir adelante ante esas manifestaciones. Sería la ceguera más criminal e insensata el que nos olvidáramos de los peligros y de los problemas que Venezuela ha atravesado. Hay un sentimiento nacional evidente, visible: queremos los venezolanos de todas las ocupaciones, de todas las actividades y modos de pensar, ver estabilizado el goce de nuestras libertades. Tenemos la profunda y secreta angustia de que el clima de libertades de que gozamos se puede perder totalmente por una imprudencia o por una falta de generosidad o de entendimiento entre quienes tienen la responsabilidad de dirigir la vida política de la nación. Los dirigentes políticos a este respecto tenemos que ir de frente y con mucha sinceridad.

Algunas veces se habla, por ejemplo, para buscar fórmulas, del Ejecutivo Colegiado. Yo sé que muchas personas mencionan el Ejecutivo Colegiado con buena voluntad, pero ¿no sería esto comenzar un debate nuevo, plantear una reforma de la Constitución, echar por tierra la Ley Electoral ya promulgada, y todo ello para lanzarnos a la aventura de un ensayo que no va a dar la sensación de un gobierno fuerte, que pueda estabilizar a la República? El caso actual de Francia es elocuente: un gobierno débil o inestable es lo más propicio para que puedan presentarse contingencias muy graves para la vida de una República.

Vayamos, pues, a la idea de si es posible salvar nuestra unidad. Nosotros estamos dispuestos, por nuestra parte, y lo digo con absoluta sinceridad, a realizar cualquier sacrificio, si este sacrificio se ve fundamentado sobre razones sólidas y sobre todo si es fructífero, si conduce a soluciones positivas. Pero es necesario que todos nos pongamos de acuerdo, nos despojemos un poco de los egoísmos naturales que surgen en el curso de los acontecimientos y que veamos por delante una meta.

Tenemos que organizar pronto en Venezuela un gobierno constitucional mediante el cual el problema político pueda resolverse y se puedan echar las bases y dar pasos firmes en la resolución de nuestros problemas sociales. Para esto, estoy profundamente convencido que sería más conveniente el acordarnos para respaldar una candidatura presidencial que cuente con la fuerza moral y política necesaria para hacer frente a los problemas, y en ponernos de acuerdo para buscar una fórmula adecuada para garantizar un equilibrio constructivo en los cuerpos deliberantes.

Ese es el camino que está abierto. Puede ser más agradable el ejercicio de la discusión electoral y la presentación de los diversos candidatos. Yo planteo nuevamente ante la conciencia del país esta interrogante: ¿vale la pena esta experiencia? ¿Vale la pena arriesgar lo conseguido por realizar esa prueba, ese intento? Yo sinceramente creo que sería preferible poner a un lado la aventura y asegurar directa y sinceramente la estabilidad que buscamos.

Buenas noches.