Tenemos la responsabilidad de ganar la Patria para todos
Discurso en la inauguración del Congreso Ideológico «Arístides Calvani» del Partido Socialcristiano COPEI. 3 de octubre de 1986.
Un copeyano dijo que COPEI es el espíritu cristiano en marcha de la acción cívica. A ese compañero, presidente nacional del Partido y presidente honorario de este Congreso, quiero enviarle mi primer saludo en nombre de todos:
Señor doctor Pedro del Corral; compañeros presidentes honorarios del Congreso Ideológico, Luis Herrera Campíns y Godofredo González; compañero secretario general del partido, Eduardo Fernández; compañeros vice-presidentes del partido; compañeros coordinador general y coordinador general adjunto; representantes del sector público; representantes diplomáticos de países amigos; representantes de otras fuerzas políticas: Monseñor José Henríquez, secretario de la Conferencia Episcopal Venezolana; representantes de los medios de comunicación; compañeros delegados al Congreso Ideológico: amigos independientes, y en especial los del Centro Amistad; señoras y señores:
La convocatoria y realización del Congreso Ideológico es para el Partido Socialcristiano COPEI un gran compromiso. Un gran compromiso con el pueblo venezolano, un gran compromiso con su propia identidad y con su propio destino.
Un programa ideológico no es un programa de gobierno, un programa ideológico no es un programa electoral, pero un programa ideológico es la inspiración de los programas de gobierno y el compromiso de una conducta, porque de nada serviría proclamar ideas si la conducta no se ajustara a ellas para dar testimonio de la verdad.
El nombre de Arístides Calvani
Los organizadores del Congreso han tenido el acierto de darle el nombre de Arístides Calvani, el nombre de una figura excepcional, de un venezolano de limpias credenciales, puro en su conducta, claro en sus ideas, firme en sus principios; de un venezolano que amó al Partido Socialcristiano COPEI y a través de un proceso en que progresivamente se fue integrando a él más y más para identificarse con él mismo; de un venezolano que la Providencia dispuso marchar acompañado de su esposa ejemplar y de dos de sus hijas en un momento aciago para COPEI, aciago para la democracia venezolana, aciago para la democracia latinoamericana, aciago para la democracia cristiana mundial.
Se formó Arístides Calvani en el Colegio Saint Jean Berchmans de Bruselas y en la Universidad de Lovaina, de donde trajo una clara vocación social. Después de un breve tránsito por la Universidad Javeriana de Bogotá llegó a la Universidad Central de Venezuela, donde revalidó su título el año de 1942. Supo superar, vencer las dificultades de la adaptación a su medio, y se fue entregando cada vez más a la realidad venezolana.
Asumió la Cátedra Universitaria de Filosofía del Derecho en la Universidad Central de Venezuela y tuve la satisfacción de proponerlo, siendo yo miembro del Consejo de Facultad, para llenar la vacante dejada por el ilustre profesor español Domingo Casanovas. En la UCV fue modelo; fue insustituible presidente de la Comisión electoral, en medio del torbellino que significaron en un momento que no fue feliz para la universidad, las elecciones que se celebraban. En la Universidad Católica Andrés Bello fue el fundador de la Escuela de Sociología y le imprimió su fisonomía, su conciencia social.
Desde las filas de la Acción Católica fue sintiéndose cada vez más cerca de COPEI y hoy, cuando los independientes participan en este Congreso Ideológico, podrían ellos decir que tienen pleno derecho, porque la tradición de Arístides Calvani como «el independiente modelo» abrió caminos claros, luminosos, para esa participación en el análisis y formulación de los postulados ideológicos de COPEI.
Calvani fue abogado sindical en el contrato petrolero que con muchas dificultades los trabajadores venezolanos negociaron en los días oscuros de la dictadura. En 1958 fue electo como diputado independiente por el Estado Táchira en las planchas de COPEI. En 1968 fue uno de los principales redactores del programa de gobierno y en 1969 a 1974 aceptó compartir conmigo la dirección de la política internacional de Venezuela, y hay sobrados testimonios de que ha sido uno de los más brillantes Cancilleres que la República ha tenido en todos los tiempos.
Una vez, en Lima, en 1973, la señora del General Mercado Jarrín, para entonces Primer Ministro y que había sido durante algunos años Canciller del Perú, me dijo lo siguiente: «Cuando Edgardo, mi esposo, fue Canciller, hicimos amistad con todos los Cancilleres de América Latina; a todos los consideramos como nuestros amigos, pero Arístides y Adelita son cosa aparte».
Su entereza, su claridad, su firmeza en los principios lo calificaron como un digno, un ilustre forjador de los más nobles intereses de Venezuela en todas las reuniones del mundo. La nobleza de Arístides fue tal que cuando la mezquindad política se quiso cebar en el Protocolo de Puerto España, que él negoció con patriotismo, con inteligencia, con conciencia clara de las necesidades del país; cuando los voceros de los partidos a quienes él había consultado antes y le habían ofrecido su apoyo, encontraron un filón político que explotar, lanzando injustos ataques contra aquel documento, me pidió que yo me lavara las manos, que le dejara a él cargar con todo el peso del Protocolo; por supuesto, no lo pude aceptar, pero sentí en ese momento la generosidad de un hombre que fue todo servicio.
Precisamente él, que había tenido cierta resistencia ante la idea de la disciplina partidista, quiso mostrar esa vocación de servicio al solicitar su inscripción en COPEI, cuando perdimos las elecciones y entregamos el gobierno en 1974.
En la dirección del Instituto de Formación Demócrata Cristiano (IFEDEC) y en la Organización Demócrata Cristiana de América, puso todo su empeño, toda su entrega. Fue realmente un apóstol; y la víspera de la toma de posesión de Vinicio Cerezo como presidente de Guatemala, éste le hizo ante los demócratas cristianos del mundo el reconocimiento más categórico, más completo, a su maestro insigne.
De modo que no podía ser menos el que este Congreso Ideológico naciera bajo el nombre de Arístides Calvani. Eso lo compromete más. Lo compromete más en su honestidad, en su pureza, en su sinceridad. Un Congreso que invoca el nombre de Arístides Calvani tiene que ser una afirmación noble, recta, leal, de principios, de voluntad de servicio, de entrega generosa a las necesidades populares.
La ideología y COPEI
Este partido lleva cuarenta años en una afirmación justa y armónica de idealismo y realismo; al mismo tiempo en un combate sin cesar contra el ideologismo y contra el pragmatismo. Idealismo, no ideologismo; realismo, no pragmatismo; y para afirmar el idealismo y para combatir el pragmatismo estamos aquí reunidos en un momento solemne que nos compromete, como dijera al principio, muy gravemente ante nuestro pueblo y ante nosotros mismos.
De 1946 a 1948, fuimos el elemento indispensable para evitar una hegemonía partidista como la que algún país hermano, muy querido por cierto, está padeciendo desde hace no sé cuántas décadas.
De 1952 a 1958, hicimos válida la consigna, «escogemos la lucha», y supimos rehusar las oportunidades que se nos ofrecían para mantener el depósito de los principios, para mantener viva la llama del ideal.
En 1958, el «Pacto de Puntofijo» no fue simplemente un entendimiento de los partidos para gobernar juntos durante el primer período de la nueva experiencia democrática: fue la afirmación de un programa y el reconocimiento, por encima de los intereses de grupo, de un alto interés nacional.
En 1961 dimos en la Constitución todo lo que pudimos, sin arrogarnos nada, sin pedir para nosotros otra satisfacción que la de proclamar que la Carta Fundamental no es una carta de partido, ni representa ideologías parciales, sino que es la expresión más amplia de un inmenso consenso nacional.
Y en 1963, en 1968, en 1973, en 1978 y en 1983, cada programa de gobierno que se ofreció a los electores incorporó nuevas preocupaciones, nuevas ideas, nuevas formulaciones, que han ido enriqueciendo el acervo doctrinario de COPEI y que en cierto modo facilitan la tarea, la hermosa tarea que tiene el actual Congreso Ideológico.
Nunca se caracterizó COPEI por una actitud oportunista; nunca abandonamos el reconocimiento del pluralismo, para que los otros tuvieran de nuestra parte la declaración de que la verdad no es pertenencia exclusiva de uno solo; nunca pretendimos aspirar a actitudes hegemónicas; lo que hemos querido es ser en toda la medida posible los intérpretes del país nacional, dentro de una posición clara, destinada a fortalecer las instituciones. Hemos estado siempre prestos a cambiar las estructuras para que el cambio de las estructuras vigorice la concepción y la realidad institucional.
Hemos incorporado las novedades que han ido saliendo después de la proclamación de nuestro programa de 1948. La concepción de una sociedad personalista y comunitaria, que ha sido objeto de tergiversaciones y de ataques injustos, apareció en Europa en los años finales antes de la Segunda Guerra Mundial con los artículos de Mounier en el 34 y 35, en Esprit; con las concepciones de Jacques Maritain, que le habían dado al propio Mounier motivo y fundamento por considerar, y que se difundieron en América Latina a partir de la década del 50.
En materia de preocupaciones ecológicas, que en el mundo tienen tanta importancia, me bastaría decir que entre las muchas manifestaciones de preocupación que hemos tenido, la ciudad de Caracas (que no lo olviden los ecologistas) ha recibido de los demócratas cristianos los dos actos más esenciales para la conservación de la riqueza de su ambiente: la declaración del parque Nacional del Ávila, promovida por Héctor Hernández Carabaño como Ministro de Agricultura en 1958, y el Decreto de la Zona Protectora que me correspondió dictar en mi período presidencial.
Hubo que enfrentar muchos intereses; hubo que echarse encima esas enemistades que siempre surgen cuando uno quiere realizar la justicia. Estamos siempre claros en que no es nuestro propósito perjudicar a nadie, pero tampoco estamos dispuestos a retroceder o a dejarnos acobardar o acorralar por los intereses mezquinos que quieren impedir el cumplimiento de aquel lema con que COPEI nació, que fue «Por la Justicia Social en una Venezuela Mejor».
Especificidad de la Democracia Cristiana
Perdónenme ustedes que diga que yo me siento con derecho para venir aquí a hablar de principios ideológicos, a hablar de la identidad del Partido, a hablar del rescate de la imagen —a través del nuestro— de los partidos políticos ante la sociedad venezolana.
Pienso que el objetivo implícito de este Congreso Ideológico es fortalecer la especificidad de nuestro movimiento: que no se confunda con partidos mezquinos, electoreros e interesados, que no se crea que el pragmatismo puede borrar la sustancia de nuestra identidad.
Escribí un librito que lo intitulé, precisamente, Especificidad de la Democracia Cristiana. Ese librito lleva catorce ediciones y ha sido traducido al italiano, al alemán, al portugués, al inglés y al maltés; en castellano ha sido publicado en España, Colombia, República Dominicana, México, Costa Rica y, naturalmente, Venezuela.
Pero, podrán decir algunos: ¿hizo algo para que esos principios se cumplieran? No voy a hacer aquí, ni sería pertinente, una exposición o un análisis de la obra de mi Gobierno; pero sí quisiera decir, entre otras cosas, que la experiencia más positiva de lo que puede ser la propiedad comunitaria, sin dañar la economía, la producción, sin perjudicar a nadie sino aportando riqueza a la vida del país, fue el experimento de Montaña Verde, en el Distrito Torres del Estado Lara, y de la cual podría hablar nuestro compañero Víctor Giménez Landínez. En materia de reforma agraria, creamos 380 centros agrarios para atender a 25.641 familias.
Nombré a la inolvidable Adelita de Calvani, Secretaria de Estado para la Promoción Popular, y si no hizo más fue porque la mezquindad política creó contubernios en el Congreso para negarle las partidas presupuestarias a una obra directamente de beneficio para el pueblo venezolano. Sin embargo, lo que hizo Adelita está ahí: una experiencia de indiscutible valor, y cuando algún estudiante de la Democracia Cristiana pregunte cómo puede hacerse o qué puede hacerse en materia de promoción popular, se le puede contestar que estudie los escritos, los esfuerzos, los experimentos y los proyectos de Adelita de Calvani.
Luchamos contra la marginalidad. Asumí la presidencia el 12 de marzo y el 19 dicté el Decreto de creación del Departamento de Equipamiento de Barrios: se atendieron 343 barrios, que cubrían más o menos 190.000 familias. Ese Departamento de equipamiento de Barrios fue eliminado a los pocos días de tomar posesión mi sucesor en la Presidencia de la República, el señor Carlos Andrés Pérez.
Creamos la Defensa Civil, creamos «Fundasocial», tratando de darle realidad al postulado constitucional de la solidaridad social entre todos los venezolanos. He visto con tristeza, ayer o antier, que el actual gobierno ha eliminado a «Fundasocial», porque considera que es mucho darle dos millones o dos y medio millones de bolívares al año, y que basta con la atención que dé la Defensa Civil como un servicio público.
No quiero extenderme mucho más, pero quisiera recordar que hicimos la pacificación. La paz es objetivo fundamental de la Democracia Cristiana. Que nuestra concepción pluralista se refleja en el hecho de que el Partido Comunista de Venezuela, el Movimiento al Socialismo (MAS), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y quizás otros partidos, se legalizaron por un gobierno demócrata cristiano.
En toda nuestra acción, defendimos la tesis del «Nacionalismo Democrático», frente al coloso del Norte; sostuvimos la «Solidaridad Pluralista», frente a los países de América Latina; impulsamos la integración, firmamos el Consenso de Lima, a través del cual Venezuela ingresó al Pacto Andino, y levantamos en todo momento la consigna de la Justicia Social Internacional.
En materia de trabajo, el 31 de diciembre de 1973 se dictó el Reglamento por el cual, entre otras cosas, los trabajadores del campo, los peones del medio rural, entraron a gozar de lleno la ventaja de los trabajadores de la ciudad y de la industria.
Ahora un Bloque de publicaciones me ataca porque he presentado un nuevo proyecto de Ley Orgánica del Trabajo, que se está considerando en una Comisión Bicameral del Congreso de la República, que tengo el honor de presidir. Se ha dicho con grandes letras rojas que es «pura demagogia el Proyecto de Caldera». El país me conoce, sabe que no he pecado de demagogia, pero soy un hombre de principios. Tengo cincuenta años al lado de los trabajadores y en esa posición no estoy nunca animado del protervo deseo de hacerle daño a la economía venezolana o de causarles ruina a los empresarios.
He estado dispuesto desde hace más de un año a discutir mi proyecto y he solicitado todos los foros para que se demuestre la falsa idea de que con ese Proyecto —que sí beneficia realmente a los trabajadores— se causan daños que la economía venezolana no puede soportar.
Pienso que si estamos en momentos de crisis y si sobran argumentos para pedir que se liberen los precios, y si suben los artículos de primera necesidad, y si la gente está feliz por lo que llaman revolución agrícola —que no es otra cosa que aumentar los precios de los productos para que la gente se ponga a sembrar—, no es posible que los trabajadores no tengan derecho a algo que los compense en parte del grave daño que están sufriendo con la merma constante de su salario real.
Lo que el país espera
En este Congreso Ideológico el país demanda que COPEI vuelva a empaparse de los principios; el país demanda una renovación ética; el país demanda la comprobación efectiva de que no sólo es una maquinaria electorera, de que no tenemos una visión propagandística y publicitaria de la política; de que no estamos fragmentados en «ismos» y menos cuando esos «ismos» no responden sino a nombres personales de compañeros. El país espera y ansía que en este Congreso Ideológico salgamos con una mayor dosis de autenticidad, con una mayor dosis de sinceridad, con una mayor dosis de honestidad.
Son muchas las aspiraciones del país. El país está reclamando una «lucha por una democracia efectiva, por la libertad civil y política, por el respeto efectivo de los derechos de la persona humana», por la «efectividad de las garantías constitucionales», de la «libertad de prensa y radiodifusión». El país está pidiendo «elecciones populares limpias y libres» y la «elección popular y directa de los gobernadores estadales».
El país reclama «sinceridad gubernativa», demanda un «Poder Ejecutivo responsable, respetuoso de las leyes»; un «Poder Legislativo autónomo, eficiente, abierto ante la opinión de las minorías y atento a las necesidades nacionales»; un «Poder Judicial que sea la expresión del derecho y de la dignidad nacional, colocado por encima de los intereses de partido, garantizado en su imparcial función y en su estabilidad».
El país demanda como elemento básico de sus instituciones, una «Institución Armada profesional y apolítica», con «rigurosa selección de ascensos por mérito profesional», con «servicio militar obligatorio aplicado a todas las capas sociales, conforme a la ley, y preparación del soldado para su reincorporación a la vida civil».
El país está exigiendo el «fortalecimiento de las regiones mediante la descentralización administrativa», el «fortalecimiento del Municipio» y la «defensa de su autonomía», y una «acción municipal inspirada esencialmente en el mejoramiento de los servicios públicos y orientada según las peculiaridades del medio urbano o rural».
El país considera prioritario el «reconocimiento del trabajo como factor primordial para la economía en el progreso; la defensa de la persona humana del trabajador; el mejoramiento progresivo y constante de las condiciones de trabajo y vida de los trabajadores; una política de salario orientada a la satisfacción holgada de las necesidades del hogar obrero; el salario familiar mediante instituciones adecuadas; una seguridad social técnicamente organizada; la protección a la madre y al niño que trabajan; la estabilidad en el trabajo; la defensa del trabajador contra las maniobras que tienden a hacer del sindicato un instrumento para imponer determinadas consignas políticas; un régimen progresista de descansos y política de utilización social de las horas libres del trabajador; cultura obrera; instituciones de bienestar; colonias y facilidades de vacaciones; inspección técnica e imparcial del trabajo; cumplimiento estricto de las disposiciones sobre higiene y seguridad en el trabajo; simplificación de los procedimientos judiciales del trabajo; organización del sistema de colocaciones».
El país estima fundamental una «política tendiente al equilibrio de salarios y aumento de su valor real; al abaratamiento del costo de vida, la lucha contra la inflación, la estabilización razonable de los precios de los artículos de primera necesidad, la alimentación popular como preocupación gubernativa preferente; una acción decidida y eficaz, como lo exige el interés nacional, en defensa del derecho a la salud».
El país tiene derecho a una acción social de «protección a la maternidad, asistencia prenatal y postnatal, amparo de la madre soltera, protección al niño desde el momento de su concepción hasta el término de su desarrollo; fomento de la vivienda popular higiénica en proporción capaz de resolver satisfactoriamente el problema; lucha contra las anomalías sociales, fomento y planificación técnica del servicio social; incorporación de los grupos indígenas a la vida espiritual, política y económica de la Nación».
El país necesita el «fortalecimiento y coordinación de los distintos factores de la vida económica venezolana; respeto y estímulo de la iniciativa privada, dentro de las exigencias de la moral, del Derecho y del interés social; protección y fomento de las actividades productoras, participación efectiva de los sectores económicos a través del Consejo de Economía Nacional, de los problemas de la economía venezolana».
El país espera el «alivio progresivo de las cargas tributarias que recaen sobre los consumidores de artículos esenciales» y aspira a una «política monetaria que compense justicieramente la exigencia del abaratamiento de la vida y la obtención de divisas petroleras con la colocación de los productos de nuestra tierra en el mercado internacional».
El país siente la necesidad de un «fomento decidido de la producción agropecuaria; ambiente de seguridad y confianza en el medio rural; obras de riego; desarrollo de caminos hasta las fuentes productoras de la agricultura y la cría; facilitación del acceso de los productos agropecuarios a los mercados nacionales y extranjeros; impulso a la tecnificación de nuestros sistemas de cultivo; protección crediticia y ayuda oficial al agricultor o criador sin discriminación partidista; mejoramiento de las condiciones de vida en el medio rural; fomento y desarrollo de la vivienda rural; realización de las cooperativas en el medio rural; servicios sanitarios y asistenciales que lleguen a las grandes capas de la población campesina».
El país clama por una «reforma fundamental en los cuadros de la administración pública, para hacerla más capaz, más estable y socialmente provechosa»; por la «represión de los delitos contra la cosa pública; legislación severa contra el enriquecimiento ilícito de los funcionarios, con aceptación previa del control de bienes poseídos en el extranjero y con severas penalidades para los testaferros».
El país juzga perentoria la «reestructuración del presupuesto a fin de que responda a las exigencias de la técnica presupuestaria y a las necesidades nacionales».
El país está pendiente de un «gran plan, vasto y coordinado, de obras públicas»; del «impulso y adelantamiento de los sistemas de comunicación, plan técnico de carreteras, caminos y vías férreas»; «perfeccionamiento de nuestro sistema postal».
El país, al adelantar la «conservación y acrecentamiento de nuestro patrimonio cultural, defensa de nuestros valores históricos y artísticos, investigación y difusión del folklore y de las manifestaciones del alma popular venezolana»; la «defensa de los valores espirituales que fortalecen la nación venezolana y garantías para las tradiciones cristianas del pueblo venezolano y para la enseñanza religiosa».
El país quiere actuar en el ámbito internacional con el «fortalecimiento de los vínculos de amistad con todos los pueblos amantes de la paz; respeto al principio de autodeterminación de las naciones ante sus problemas internos; colaboración internacional con los organismos e instituciones y gobiernos amantes de la justicia y de la democracia; lucha contra el imperialismo y el totalitarismo en todas sus formas; lucha por la igualdad jurídica internacional de todas las naciones grandes y pequeñas; esfuerzo constante por la liberación económica como complemento indispensable y sólido sustento de la independencia política; política económica internacional basada en los principios de la cooperación, en el libre acceso de todos los pueblos a las fuentes de riqueza, a la libertad de los mares y la aplicación de los principios de la justicia social, que implican la defensa del más débil en el campo de las relaciones económicas internacionales».
Todo esto ha sido tomado y copiado entre comillas del programa de COPEI de 1948
Muchas de las otras consignas han sido realizadas en todo o en parte: la reforma agraria, la reforma administrativa, la educación popular, la protección al magisterio, la autonomía universitaria, el estímulo a la educación privada. Ha sido lograda la «incorporación de Venezuela, dentro de las posibilidades de la realidad nacional, al grupo de países que trabajan directamente su petróleo», lo mismo que la carrera administrativa, el «otorgamiento a los trabajadores al servicio del Estado y de los entes de carácter público, de derechos y garantías análogos a los que se reconocen a los trabajadores particulares en cuanto sean compatibles con el interés público». Y también la «sustitución del régimen unilateral de Patronato Eclesiástico por un régimen bilateral de armonía, concordia y mutuo respeto entre la Iglesia y el Estado».
En la oportunidad en que se constituyó la Comisión Organizadora de este Congreso Ideológico para una Democracia nueva, leí los principios que inspiran ese programa de 1948. Su vigencia nacionalista, democrática, humanista, progresista, solidaria, revolucionaria, es compartida por todos los asistentes a aquel acto. Hoy es oportuno reafirmarlo y proclamar con sus palabras introductorias que «COPEI sustenta la integral dependencia del hombre a las leyes morales y por ella rechaza la tesis de que la actividad política puede sustraerse a la moral. Si aspira a gobernar es para dirigir los anhelos del pueblo hacia el bien colectivo».
La nueva democracia
Pero el momento impone mirar hacia adelante, descubrir las bases de nuestro movimiento, reactivar la savia que nos ha dado vida, renovar los compromisos contraídos a través de cuarenta años con nuestra conciencia y con el pueblo, para impulsar hacia el futuro nuestras inquietudes, para buscar afanosamente y poner a su servicio nuestras intenciones y nuestras energías, para alcanzar el nuevo modelo de desarrollo que desborda linderos quinquenales y marca caminos claros y ofrece caminos firmes a las inquietudes de la nación venezolana.
Esto lo busca, lo debe buscar, lo debe realizar en la medida de lo posible, este Congreso Ideológico para una Democracia nueva. La ponencia oficial número 2 del Congreso, el «Programa Político Básico de Largo plazo», define la democracia nueva así: «nombre que hemos dado a la corrección, ampliación y profundización de la democracia limitada que hoy tenemos. El objetivo es preservar, corregir, renovar, crear. Hacer un cambio en profundidad en sucesivas etapas». La ponencia dice: COPEI asume el reto. Ligamos por ello el destino de COPEI al perfeccionamiento de la democracia en línea de hacerla más eficaz y más participativa».
Renovación, digo yo, renovación sin ruptura. No podemos alentar las frases, que quien sabe con qué intención se lanzan desde muchos ángulos, tratando de que los venezolanos pierdan su adhesión, que para mi modo de ver es indestructible, al sistema democrático que tanto costó, por el que tanta gente tuvo que sufrir y que hoy es motivo de orgullo para nuestro país, en América Latina y en el mundo.
El martes pasado, en el Senado de Lima, serví de motivo para que se rindiera un homenaje a la democracia venezolana. Allí hablaron Armando Villanueva del Camó, Presidente del Senado; Fernando Belaúnde Terry, expresidente, en nombre de su Partido Acción Popular; Ramiro Prialé, dirigente político de larga y valiosa trayectoria, en nombre de la fracción del Partido Aprista Peruano; Mario Polar, en nombre del Partido Popular Cristiano; Delgado Barreto, en nombre del Partido Demócrata Cristiano; Rolando Ames, en nombre de la Izquierda Unida, que reúne a todas las fuerzas de izquierda que fueron a las elecciones en la reciente consulta electoral en el Perú; Andrés Townsed, aprista disidente y Roger Cáceres, que tiene su propio movimiento campesino. Allí hubo un denominador común: la democracia venezolana, en discursos que no fueron de mera cortesía sino que tenían un profundo contenido. Nuestra experiencia democrática se exaltó como bello ejemplar.
Esta democracia yo la he defendido y la defiendo. Esta democracia la defendí el 23 de enero de 1986 en el Congreso de la República, cuando se cumplieron los 25 años de la Constitución. Yo estoy de corazón con la democracia nueva, renovada, sin rupturas, que preconiza el Congreso Ideológico; pero no quiero que quede duda ninguna de que pueda mezclarme como un oportunista, que pretenda destruir la más hermosa de las acciones políticas que se han realizado en nuestra historia republicana.
Por eso transcribo este otro párrafo de la ponencia del Programa Político a Largo Plazo. Habla de cuáles son los propósitos y dice textualmente: «Asegurar la continuidad histórica del Partido, reafirmando la línea doctrinaria trazada por los fundadores en los principios del programa aprobado por la Tercera Convención Nacional en 1948».
Y luego:
COPEI sostiene que la nueva democracia a la que Venezuela aspira y reclama, democracia nueva que el partido se compromete a impulsar, no puede construirse al margen de la Constitución. Aspiramos a su perdurabilidad, por cuanto ella traza grandes objetivos para ésta y las futuras generaciones. Creemos que el proyecto político en ella plasmado, en lugar de estar agotado, no se ha realizado todavía plenamente en todas sus dimensiones y es tarea de los años venideros su realización integral.
Ha dicho en términos muy loables Guillermo Yépez Boscán —que al lado de Eduardo Fernández, como presidente de la Comisión Organizadora, con el concurso invalorable de Enrique Pérez Olivares, Secretario General Adjunto del Partido, Oscar García Arenas, como coordinador adjunto y un grupo muy valioso de copeyanos e independientes, han elaborado las diversas ponencias y han realizado un gran trabajo para preparar este Congreso— que se me ofreció, y es cierto, la presidencia de su Comisión Organizadora.
No fue solamente el cúmulo de compromisos que tenía el que me hizo declinarla. Pensé que si asumía esa presidencia podría dar pie a que pudiera creerse que yo podría establecer allí una especie de control de las ideas renovadoras, contestatarias, que se plantearan en el curso de la elaboración. No quise ser obstáculo para que cada compañero o independiente que tuviera algo que decir se sintiera cohibido en decirlo por considerar que pudiera encontrar en mí alguna reacción desfavorable.
Se han presentado muchos trabajos, algunos muy valiosos; todos representan un aporte importante; pasarán, después de realizado el proceso del Congreso, desde ahora hasta el fin de noviembre, a las manos del Comité Nacional, para que seleccione las que constituyan una nueva tesis política que considere la Convención Nacional del Partido y las que deben servir como material de trabajo para un próximo programa electoral.
Quisiera de todas maneras, mejor dicho, no quisiera pero me siento obligado a ello, en relación a una ponencia que contiene muchos aspectos filosóficos, sociológicos, económicos interesantes (la correspondiente al primer tema, que habla de un «proyecto histórico»), que sobre ese documento preliminar de síntesis tengo dudas personales por algunos aspectos que allí se plantean, y quizás esas ideas personales puedan ser también las de otros compañeros, y todo eso trata de temas que requerirían un análisis y estudio más prolongado. Por ejemplo, debo decirlo con toda sinceridad (yo sé que tiene cierta proyección y un antecedente en el Brasil y ahora se anuncia en la Argentina): la idea de trasladar la capital de la República hacia el sur del país no la comparto. Abrigo dudas acerca de esta idea. Es cierto que Caracas ha ido extendiéndose y congestionándose. Durante mi gobierno decreté la creación de Ciudad Fajardo y Ciudad Losada para que fueran hacia allá grandes contingentes humanos. Creo que la metrópoli debe irse extendiendo, pero trasladar la capital hacia el sur supondría un esfuerzo muy grande, ya que toda la vialidad, todos los servicios, toda la infraestructura, toda la vida de Venezuela a través del tiempo ha sido construida en torno a esta Capital.
Tengo mis dudas también acerca una nueva división del territorio. Guzmán Blanco, a raíz de la Federación, estableció siete estados y después establecieron trece, y después establecieron once estados Crespo y Castro; y Juan Vicente Gómez, que no era un hombre culto pero que tenía mucho sentido común y conocía mucho este país, restableció los veinte estados en 1908 o 1909, y los mantuvo durante toda su larga dominación. Son muchas las sensibilidades que se afectarían con cambios que pueden ser racionales pero que van contra una tradición y una manera de ser de las distintas entidades federales.
Soy partidario del regionalismo y lo he tratado de impulsar con todas las medidas a mi alcance, y de la descentralización administrativa. Pero quisiera decir esto, porque pudiera alguien pensar y los medios de comunicación a los que lleguen estos documentos pueden creer que sobre esto está fijada ya una posición de COPEI: la idea de congelar la población de las ciudades satélites en 300.000 habitantes puede ser racional y sensata, pero difícilmente practicable. Los países socialistas han establecido medidas drásticas para impedir que las capitales pasen de un millón de habitantes y que las otras ciudades sean de un determinado número de habitantes, pero considero difícilmente compatible esta idea con las libertades públicas de nuestro sistema democrático. Creo que hay que ensayar otras soluciones para los problemas.
Y por lo demás —y que me perdonen los muy estimados compañeros autores de la ponencia, a los que tengo el mayor aprecio y a los que reconozco que han realizado un gran trabajo—, creo que a estas alturas no debemos darle preeminencia al término «iberoamericano», después de que a lo largo de muchas consideraciones, de muchas experiencias y de muchos análisis, nos hemos inclinado por el término «latinoamericano».
No quiero abusar exageradamente de la paciencia de ustedes, que ya ha sido grande, pero quisiera hacer otra observación: en la ponencia sobre el Proyecto Político a Largo plazo se habla del escepticismo de los jóvenes. Se dice: «Reconocemos que hay razones, más allá de las críticas oportunistas de mala fe, para fundamentar el escepticismo».
Quisiera decir que, en realidad, en muchos jóvenes hay escepticismo, especialmente en aquellos que se han formado una concepción política y han adherido románticamente a algunos movimientos políticos y han sido defraudados en el curso de su experiencia vital; pero yo he encontrado muchos jóvenes aptos para entusiasmarse, para emocionarse, para enfervorizarse. Lo que falta es el mensaje y es lo que yo pienso que debe salir de nosotros. Este Congreso Ideológico es una gran oportunidad para darles ese mensaje.
El pueblo se vuelve escéptico cuando se le hacen ofertas que no se cumplen, cuando se proclaman conductas que no se siguen, cuando ven una contradicción entre el lenguaje retórico que a veces emplea la clase política y la realidad que ellos confrontan.
No se debe a la insuficiencia de las normas, sino a la conducta de los hombres. El Libertador dijo: «hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados, constituyen las repúblicas».
Yo no creo que haya crisis de liderazgo: Hay crisis de autenticidad, hay crisis de confianza, hay cansancio de que se le diga a la gente cosas que no representan una verdad hondamente sentida y vivida.
Tenemos que devolverle al pueblo la esperanza. Tenemos que recuperar la confianza. Tenemos que ser cada vez más un gran Partido, grande por el patriotismo y lucha por la justicia, al servicio de la comunidad. Tenemos que rescatar la noble imagen del político.
Cuando se fundó COPEI, el 13 de enero del 46, el título de mi discurso fue: «Ganar la Patria, una responsabilidad mancomunada». Yo quisiera hoy decir: tenemos la responsabilidad de ganar la patria para todos. Que todos los venezolanos se sientan felices de haber nacido y de vivir en esta tierra y, rescatando el orgullo de ser venezolanos, podremos rescatar a plenitud el orgullo de ser copeyanos.