Parece un sueño
Discurso pronunciado en la Plaza Diego Ibarra, en El Silencio, Caracas, el 1 de febrero de 1958, al regresar al país, derrocada la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Le dio la bienvenida Fabricio Ojeda, en nombre de la Junta Patriótica.
Día hermoso de libertad
Parece un sueño. Hace menos de dos semanas dejaba yo la Patria por imposición de la tiranía, en medio de una noche que parecía negra y tenebrosa, y hoy estoy encontrando la Patria en este día hermoso de libertad.
Era negra la noche, pero ya los relámpagos amenazadores de justicia y de ira habían puesto presente la voluntad del pueblo, que iba a la conquista de su dignidad. Y cuando Venezuela salió, y cuando Venezuela hizo acto de presencia, y cuando Venezuela se ganó el cariño de los pueblos de América y la admiración del mundo, fue porque el pueblo de Venezuela ya tenía hecha hace mucho tiempo su decisión y estaba esperando con paciencia, pero no con cobardía ni con complicidad, el momento de la revelación.
Yo no quiero entrar en el lugar común, abusado por todos los tiranos, de querer poner los regímenes maltrechos junto a la gloria de los libertadores; pero sí puedo decir, porque es una convicción honda que tengo, que nunca, después de los días gloriosos de la Independencia, Venezuela ha estado tan presente, tan admirada y tan querida en el continente americano.
El milagro de Venezuela ha marcado la hora de América; el milagro de Venezuela ha causado la admiración de todos. Y se preguntan: « ¿De dónde salió aquel bravo pueblo del Himno Nacional, que parecía perdido? ¿De dónde salieron las jornadas gloriosas en que niños, mujeres, hombres de todas las clases sociales, con botellas y piedras, en La Charneca o en El Guarataro, como aquí me decían? » Ese bravo pueblo ofrendó su tributo de sangre y de vidas anónimas, para ganar un puesto de decoro ante las naciones del mundo. Ese pueblo, el que hizo el milagro de enero del 58, ese pueblo estaba aquí, trabajando afanosamente por la causa de su libertad.
Cuando aquí venían periodistas extranjeros, cuando llegaba gente de otros climas y manifestaban la impresión de que Venezuela estaba muerta, de que estábamos entregados de manos y pies, ante la voluntad caprichosa del tirano, podíamos decirles, y decíamos con optimismo que nunca se vencía, que el pueblo de Venezuela estaba entero, rebelde, firme, soportando y esperando el momento con una clarividencia maravillosa.
Día a día, año tras año, la lucha de Venezuela fue constante por su libertad. Y cuando sale la macabra historia de los crímenes del régimen pasado, hay que decir, con la frente muy alta, que más que la historia de esos crímenes, ésa es la historia del heroísmo anónimo de un pueblo, que dio víctimas sin cesar a las fauces de la tiranía, y que tras cada baja tenía reemplazo para asumir el puesto del riesgo, el del sacrificio y el de la renunciación.
Estuvieron llenas las cárceles porque había carne pura y noble para llenarlas. Estuvieron a merced de los que quisieron cometer crímenes, los cuerpos pero no las almas rebeldes de los venezolanos, que estaban labrando, día a día, la batalla de su porvenir. Cada estudiante, cada trabajador, cada dirigente que iba a la cárcel era víctima de atropellos, de torturas y de indignidades, pero nunca quedó un puesto vacío; tras de él estaba otro, dispuesto a correr el mismo riesgo, a sufrir la misma suerte, a ratificar la misma actitud, hasta ganar para siempre esta democracia que tenemos.
No es, pues, el milagro de una semana ni de dos: es el milagro de largos años de sufrimiento y de rebeldía, de ignorada y callada rebeldía, porque ni siquiera nosotros, a veces, podíamos saber cuántos y quiénes estaban en las cárceles. Era el esfuerzo diario, era la resistencia constante, era la actitud insobornable y anónima, frente a los millones del Fisco puestos en función de deformación y de vergüenza para un pueblo que tiene derecho a una vida mejor.
Y ese pueblo, que supo conservarse en medio de la noche; y ese pueblo maduro que supo esperar el momento propicio para salir y vencer en heroísmo claro toda la reserva de nobleza que tenía, ese pueblo está ahí, disfrutando, para siempre, de esta atmósfera de libertad.
Por ello, la consigna básica de los venezolanos tiene que ser en este instante: «Pérez Jiménez fue el último tirano». Fue él, el que cerró la historia de la ignominia, y no habrá nunca nadie tan ciego, tan perverso, que sea capaz de repetir la aventura suicida, sabiendo que Venezuela en casos como éste sabe dar al mundo la lección más hermosa, más íntegra, de una absoluta y total unidad.
Los estudiantes fueron la llama de la libertad
En esa unidad, los estudiantes fueron la llama de la libertad. Ellos salieron a la calle a librar las primeras batallas, cuando el triunfo parecía imposible. Ellos salieron a aprender la lección de la Patria, porque no puede ser un estudiante un elemento constructivo para la nacionalidad si no sabe aprender la primera lección, la básica lección, que es la lección de la decencia y de la ciudadanía.
Los estudiantes de todas las universidades, oficiales y privadas, hermanados en un solo abrazo, salieron a dar el toque de clarín; salieron a avisarle a Venezuela que ya el momento había llegado. Ellos fueron el canto del gallo en la madrugada de la libertad. Y si de alguna cosa debemos sentirnos hoy felices, es de haber rescatado una generación. Si el régimen depuesto hubiera continuado, ésa hubiera sido la generación del rock and roll, la generación de la ruleta rusa, la generación de los actos de corrupción, la generación que estaba preparándose para asaltar organizadamente el Tesoro Nacional.
De la conciencia de esa generación no se podrá borrar ahora el recuerdo de estos días memorables; no habrá ninguno de ellos que sea capaz de apartar en su conciencia, ante el camino, el recuerdo de este imperativo de Patria, que se hizo presente en ellos en el alborear de la nueva Venezuela.
Las mujeres
Y luego, las mujeres, las madres que tenían hogares que cuidar, las esposas que tenían maridos a quienes atender, las maestras, las estudiantes, todas las que salieron a las calles a demostrar que, cuando tenían iguales derechos era porque estaban convencidas de que tenían iguales deberes, y que si habían reivindicado para sí el derecho supremo del voto, también estaban dispuestas a afrontar ante la barbarie desencadenada y a presentar sus carnes limpias ante el plan de machete, para aportar con ello una piedra más en el monumento de la nueva Venezuela.
La Iglesia Católica
Y luego, la Iglesia, la Iglesia Católica en Venezuela, que no es, ni puede ser, ni será nunca un partido político, pero que es, ha sido y tendrá que ser la depositaria de una doctrina; porque si en el mundo se habla hoy de los derechos de la persona humana, si en el mundo se habla hoy de civilización cristiana, es porque hay una doctrina que tiene una depositaria; y cuando la Iglesia sale a defender la base de la libertad, está cumpliendo su deber.
Que haya sido la señal de los tiranos la que haya llevado a las personas de los eclesiásticos a las cárceles y la que haya atropellado las iglesias, mejor para Venezuela y mejor para la Iglesia venezolana.
La Iglesia está al lado del pueblo sin denominación de partidos, al lado de los humildes, convencida y demostrando para siempre que la religión no es una planta que puede desarrollarse con lozanía a la sombra corruptora de los poderosos; que la religión es una planta que necesita sol de caridad y que necesita el riego y la sangre del corazón de los humildes para que pueda ser grata al apóstol de los pastos abandonados de la humanidad.
Los que no militan en partidos políticos
Y luego, los hombres y mujeres que no forman parte de partidos políticos; los que no habían querido, por razones más o menos valederas, someterse a la disciplina de organizaciones partidarias. Ellos salieron también a asumir su responsabilidad, y se ha ganado en esta jornada la ratificación del principio: profesionales, economistas, industriales, hombres de la calle, empleados y trabajadores, sin denominación política, todos tienen un deber político fundamental. No pueden apartarse del deber de luchar para que haya una vida decente dentro de la nación.
Ellos han cumplido su deber, y yo no les pido que abandonen su posición de no ingresar activamente en el profesionalismo político; que lo vayan haciendo aquellos que se sientan convencidos de ser llamados a esa actividad; pero los que siguen siendo independientes, los que sigan diciendo que no les interesa la política, tienen que entender, que hay, como ellos supieron entenderlo en estas jornadas de liberación, un deber fundamental: el de establecer la garantía de los derechos humanos, el respeto a la persona de cada uno, para que se pueda vivir con paz y con seguridad.
Las Fuerzas Armadas
Y luego, venezolanos que me oís: las Fuerzas Armadas. No creo que haya ninguna institución que ha sufrido más en el quinquenio de Pérez Jiménez que las Fuerzas Armadas Nacionales. Las Fuerzas Armadas, para un tirano no son sino el instrumento de opresión, y son propuestas como una especie de mampara para atraer el odio popular. Pérez Jiménez destrozó el Ejército. Y fue la voluntad de los militares, de los oficiales de la Aviación y de la Armada, al ponerse del lado del pueblo, la que ha salvado la institución armada y la que la coloca donde debe estar: como una institución profesional, noble y legítima, compacta y unida, firme en sus postulados, defendiendo las libertades y respaldando la voluntad popular.
Los dictadores creen que pueden hacer del Ejército una máquina que no sienta ni oiga, ni vea; un autómata, un robot en sus manos, dispuesto a cometer todos los atropellos; los dictadores no entienden que los militares son hombres que callan por jerarquía y disciplina militar, pero que oyen, porque no pueden menos que oír el latido del corazón del pueblo; son hombres que tienen familia, que tienen mujer e hijos, que tienen madre y hermanos, que tienen amigos y que tarde o temprano tienen que reflejar el sentimiento que domina en la nación. Por eso, cuando se trata de buscar explicación al movimiento armado, que comenzó el primero de enero en Maracay y continuó el nueve de enero en la Marina y culminó el 23 de enero en la salida de Pérez Jiménez, la única explicación que hay que darle es ésta: es que el sentimiento nacional fue tan grande que no podía menos de penetrar en el seno de la institución armada, era el reflejo del sentimiento nacional. Era el reflejo del sentimiento nacional que no podía menos que llegar al corazón de venezolanos que también eran venezolanos. Y de los militares, los más militares, los que sienten más su vocación, los que tengan más orgullo de su uniforme, tienen que ser precisamente los más respetuosos con su pueblo y los más garantes de los principios fundamentales. Porque la institución armada tiene que ser para respaldar esta base fundamental de la Patria, y todos los que estudian a fondo la defensa militar de un pueblo, entienden que el Ejército sin pueblo no puede nada y que el Ejército es fuerte cuando es la expresión de la voluntad del pueblo y tiene detrás de sí a un pueblo para respaldarlo.
Que Pérez Jiménez sea el último tirano
Todos, pues, venezolanos; todos, pues, pueblo hermoso y noble de Caracas, que ha salido por la defensa del Himno Nacional, no sólo porque volvió a ser el bravo pueblo, sino porque volvió a tocar la clarinada, volvió a vivir la consigna: «seguid el ejemplo que Caracas dio». Todos, pues, pueblo de Venezuela, estudiantes y obreros, profesionales y comerciantes, sacerdotes, mujeres, artistas, periodistas, todos los que han luchado para ganar esta jornada inmensa, el compromiso fundamental que tenemos es el que había dicho antes: que Pérez Jiménez sea definitivamente, para la historia de Venezuela, el último tirano.
Y para que sea Pérez Jiménez en la historia el último tirano, el deber de cada uno no está cumplido todavía: tenemos que destruir la tesis sociológica del gendarme necesario, tenemos que acabar la idea de que este pueblo es incapaz de hacer su grandeza si no gime bajo la bota de un tirano; tenemos que ganarle a Vallenilla la pelea con nuestro ejemplo, creando un orden legítimo y noble, demostrando que la paz no es resultado de la imposición de la voluntad de los bárbaros, sino emanación espontánea de la voluntad libre y soberana de un pueblo. Y ése es, venezolanos que me estáis escuchando, ése es el mensaje fraterno que yo traigo para todos en esta hermosa hora de júbilo para la Patria venezolana.
Hemos ganado la batalla de la libertad. Tenemos que ganar ahora la batalla de la paz. Tenemos que ganar la batalla del trabajo. Tenemos que ganar la batalla de la grandeza de la Patria.
Hace algunos años, un venezolano ilustre, colocado en una alta magistratura; un hombre, por cierto, de ideas políticas distintas de las mías, pero que me profesaba y a quien profeso una gran simpatía personal, me decía con una expresión terrible de desencanto: «Este pueblo sabe temer, pero no sabe obedecer». El pueblo de Venezuela se ha lavado esa mancha: el pueblo de Venezuela ha demostrado que no sabe temer. Ahora tiene que demostrar, como ha empezado a demostrarlo, que sabe obedecer.
El pueblo que no pudo ser dominado por la fuerza, ni con los miles de millones del presupuesto nacional, es el pueblo que tiene que respaldar ahora a sus autoridades legítimas, a sus dirigentes políticos, a los hombres que al frente de los sindicatos, de las organizaciones económicas y de todas las fuerzas nacionales tienen la responsabilidad de discutir y de trazar un camino.
Este pueblo, noble y heroico, tiene que ser el pueblo vigilante y sereno. Que no se diga que porque Pérez Jiménez se fue ya nadie trabaja en Venezuela; que no se diga que el manguareo es enfermedad de la democracia y que es necesario el sable desnudo, inclemente sobre el cuerpo, para poder cumplir con el deber de hacer la grandeza nacional.
Tenemos que entregarnos al trabajo, trabajar más que antes, ahora que los dineros del pueblo deben invertirse en beneficio del pueblo. Ahora es cuando debemos demostrar que Venezuela no era grande por Pérez Jiménez: era grande a pesar de Pérez Jiménez.
Los partidos políticos
Es un hermoso y noble deber el que tenemos, y los partidos políticos, creo que hemos entendido la responsabilidad que tenemos en este momento en Venezuela. La propaganda de la dictadura quería hacer de un partido una especie de lepra política que manchaba al que estaba adhiriéndose a él. En los corredores de la Seguridad encontramos gente que decía, como para justificar su historia: «Yo no he pertenecido nunca a un partido político», como para decir «yo no he cometido nunca semejante delito».
Y mientras tanto, los partidos estaban cumpliendo su deber serenamente, silenciosamente, abnegadamente, en algunos casos heroicamente, soportando la persecución y manteniendo el clima de resistencia espiritual que hizo posible las jornadas brillantes de enero. Esos partidos políticos, a la hora de la liberación, no han venido a Venezuela a repartirse los despojos de la tiranía; no han venido a ver quién va a sacar la tajada más grande; no han venido a pedir puestos ni prebendas; no han venido a atizar odios ni venganzas, están presentes, deponiendo diferencias legítimas y tratando de encontrar una fórmula que nos una a todos para dar otro ejemplo que sea digno del ejemplo de enero, diciéndole al mundo: Venezuela fue a unas elecciones y organizó su período constitucional y los partidos políticos fueron lo suficientemente nobles, lo suficientemente generosos, para acallar diferencias y ponerse todos de acuerdo y darle a la Patria la paz que ahora necesita.
Este pueblo que ha sufrido y gozado también, porque sintió el dolor de la amargura pero sintió la satisfacción de su triunfo incomparable; este pueblo que ofrendó héroes anónimos en los barrios y en las calles de Caracas y de toda Venezuela; este pueblo tiene que ser ahora el mismo pueblo que le obedece a los boy scouts en las calles y que sin policía mantiene el orden público.
Este pueblo debe saber que el mejor monumento que podemos levantar -que se levantarán sin duda monumentos hermosos artísticamente- pero, a pesar de todo, el mejor monumento que puede levantar a los mártires de la liberación es crear en Venezuela un pedestal sólido de verdadera y efectiva grandeza.
Venezuela tiene derecho a ser gobernada democráticamente
El mundo, venezolanos, está pendiente de Venezuela; el mundo, venezolanos, está admirado de Venezuela; el mundo espera que Venezuela ahora sepa decirle que no sólo por la sangre, sino por el tesón y la voluntad, tiene derecho a ser gobernada democráticamente. Tenemos que inspirar confianza; que los hombres de empresa que vengan a establecer negocios, negocios lícitos, que no vengan a pretender manejarlos con la corrupción y el fraude; que los hombres que vengan a establecer negocios lícitos y a conformarse con ganancias justas, tendrán de nosotros apoyo, respeto, simpatía y consideración. Necesitamos desarrollarnos, necesitamos inspirar confianza, necesitamos demostrar a todos que hay un clima suficiente, y que la tierra venezolana es suficientemente amplia para que quepan todos, siempre que vengan animados de una buena intención.
Debemos reconocer que el régimen lo manchó todo con sus negociaciones y maniobras. Por eso hubo violencia. Por eso desgraciadamente se produjeron algunos actos tumultuosos, que pudieron crear un momento de alarma en los inmigrantes extranjeros. El régimen no tuvo una política inmigratoria. El régimen quiso valerse de los que venían buscando en Venezuela una tierra ancha y generosa para utilizarlos como instrumento aparente de sus maniobras y de sus perversiones.
Nosotros debemos decirles a los extranjeros que están en Venezuela, y a los que sigan viniendo, que nuestros puertos están abiertos, que hay mucha tierra para trabajarla, que hay mucha oportunidad para hacer la grandeza del futuro, que aquí tienen un país libre y digno, que no acepta los que vengan a comerciar con la vergüenza nacional, pero que tiene los brazos abiertos a los que quieran venir a echar su sudor para mezclarlo con el nuestro; a los que quieran poner su brazo con el nuestro, a los que quieran encorvarse sobre nuestra tierra como los venezolanos. A los que quieran aportar su inteligencia, sus iniciativas, sus energías en el comercio, en la industria o en la agricultura, procediendo como hombres dignos de ganarse el cariño, la simpatía y la voluntad de los venezolanos.
Las tiranías ofrecen una paz falsa
Y luego, los hombres de empresa, espero que no olvidarán esta lección: la paz que ofrecen las tiranías es una paz efímera y falsa. Las tiranías se ufanan que ofrecen a los hombres de empresa un clima favorable para desarrollar sus negocios, y los hombres de empresa pueden sucumbir a la tentación de apoyar las tiranías mientras sus balances anuales les representan cual jugosas partidas de utilidades.
Es necesario que sepan que la tiranía da una paz falsa de pozo en que las aguas se pudren. Que la tiranía crea un clima de rencores, que se necesita la generosidad y madurez política de un pueblo como el de Venezuela para que, a raíz de ganar su libertad, como compró una tiranía, dé este ejemplo de pacifismo, de orden y de comprensión que los venezolanos están dando.
Que sepan, pues, los hombres de negocios que deben buscar la paz en la realidad de la vida espontánea del pueblo; que deben discutir sus asuntos con los trabajadores, que deben someterse a las leyes, que deben reconocer los principios básicos que inspiran la vida nacional.
Que los trabajadores están en plan de reorganizar sus sindicatos, de organizar su fuerza que los represente y defienda; pero creo que la lección ha sido lo suficientemente dura como para que los trabajadores organicen sus sindicatos sin sectarismos, sin banderías políticas, entregados a la defensa de los genuinos derechos del trabajador y, al mismo tiempo, dirigidos por hombres ya maduros, que han visto en otros pueblos y han podido estudiar cómo los sindicatos fuertes no se hacen de la guachafita irresponsable, sino del trabajo circunspecto, serio, firme, ordenado y solidario de las masas obreras.
A la conquista de la nueva Venezuela
Todos, pues, venezolanos, a la conquista de la nueva Venezuela. Vamos a inspirar confianza. Habrá hondas reformas que hacer, pero sería insensato comenzar a hacerlas a la loca, irresponsablemente, para sembrar pánico, crear inconformidad y plantear crisis económicas que puedan ser pretexto de nuevas perturbaciones nacionales.
Vamos a hacer que los hombres que entienden de los problemas fundamentales se reúnan y los estudien. Dirigentes de partidos, dirigentes sindicales, hombres de empresa, técnicos de la economía: vamos a estudiar nuestros problemas y vamos a afrontar los más necesarios y los más fundamentales y vamos a irlos llevando con calma, con serenidad y con conciencia, sin apresuramiento, porque esta libertad que hemos conquistado, sería muy triste si se nos fuera a acabar en unos meses.
Sólo puedo decir a ustedes que la impresión que traigo es en ese sentido también de honda satisfacción. Todos estamos dando muestras de que lo que teníamos adentro estaba muy adentro, de que no estamos jugando un carnaval político que va a acabar miércoles de ceniza. De que estamos echando las bases de una patria grande, cuya grandeza no puede reposar sino sobre la libertad.
Yo les confieso a ustedes que he leído con satisfacción las declaraciones de la Junta de Gobierno. La Junta Patriótica, que ha sido la expresión de la voluntad popular, que ha sido la representación de las angustias, deseos y aspiraciones del pueblo, ha hecho bien en ir dando su confianza a quienes le ofrecen lo que están obligados a cumplir.
No debemos pensar en que pueda haber mala fe en esas promesas; pero más que esto, ya que la política no vive de
confianzas en personas o seres que accidentalmente desempeñan cargos públicos, debemos crear un clima civil que haga imposible que se desvíe el camino que se va trazando. Aquí estamos, venezolanos, con la alegría de podernos mirar cara a cara, con la alegría de poder decir: hemos sido fieles a la verdadera causa de la Patria grande.
Aquí estamos nosotros, y podemos decirle al mundo que si en Venezuela hubo hechos de violencia, todos esos hechos de violencia recaen sobre la cabeza del dictador y de sus consejeros.
El pueblo esperó con serenidad ejemplar
El pueblo de Venezuela llegó a la violencia cuando le cerraron todas las puertas de la transición pacífica. El pueblo de Venezuela esperó con serenidad ejemplar, y estaba dispuesto a allanarse a cualquier solución que abriera campo a sus anhelos y que restableciera las bases de la dignidad nacional.
Pérez Jiménez se fue encargando de cerrar, dándole con la puerta en las narices a todo aquel que quería abrirle una salida decorosa, la que menos costara a la Patria, la que menos zozobra causara. Cerró todas las puertas, y fue cuando todos los caminos pacíficos se cerraron, cuando el pueblo provocado e injuriado, y vejado desde los voceros oficiales, hizo acto de presencia para demostrar que los pantalones estaban muy bien puestos en quien no estaba jactándose de ello.
Día tras día los editoriales de El Heraldo provocaban al pueblo, diciendo que la prueba de que el pueblo de Venezuela no tenía una preocupación política era que aceptaba los vejámenes oficiales sin haberse rebelado en la calle. Y el pueblo de Venezuela soportó una provocación tras otra, hasta que llegó el momento de confrontar la hombría de cada quien, y ahora es a Venezuela a quien le toca contestar: ¿Dónde estaba la hombría? ¿En el pueblo sufrido, que soportaba la injuria en silencio, o en aquellos hablachentos a quienes les faltaron alas en los aviones para poner mar de por medio en el momento de la verdad?
Yo recuerdo, y ya para terminar estas palabras que están largas -perdonen ustedes que la emoción ha desbordado por mis labios y no he podido contenerme-, en uno de esos editoriales dijeron que los partidos en Venezuela no alcanzaban juntos para llenar el cine Pastora; por lo visto el cine Pastora como que se ha ensanchado un poco en pocos días.
El régimen pasado, señores, murió de cobardía. El plebiscito fue una cobardía. La negación de toda lucha fue una cobardía. El encarcelamiento y el exilio de los dirigentes políticos fue una cobardía. El régimen tenía miedo. No quería atreverse ni siquiera a unas elecciones amañadas, porque sabía que sin propaganda, con censura, sin mítines, con que nos dieran el derecho de meter una tarjeta en el sobre y de mandar un testigo a las urnas electorales, los habríamos derrotado sin remedio.
Ahora, en este momento en que yo debo dar gracias, agradecerles a ustedes este recibimiento magnífico. Agradecerle a la Junta Patriótica el honor que me ha hecho de venir a este acto, presidirlo y darme tan hermosas palabras de bienvenida. El honor que me ha hecho Jóvito Villalba y su gente; el que me hiciera Rómulo Betancourt y su gente también, recibiéndome juntos en manifestación de venezolanidad en el aeropuerto de Nueva York, haciendo que yo no pudiera sentir mis pocos días de exilio, porque encontré a Venezuela allá viva y bulliciosa y unida.
Vamos a ganar la batalla
En este momento de dar gracias a los que han sufrido y han luchado; en este momento de rendir mi tributo de homenaje a los héroes caídos en la liberación; en este momento de hacer llegar mi voz de simpatía a los hogares que están huérfanos, donde hay viudas o madres que lloran hijos, hermanos, esposos, caídos por la libertad; en este momento de dar gracias, yo vengo a pedir, doy las gracias pidiendo, y vengo a pedirle a mi pueblo: vamos a ganar la batalla del trabajo; vamos a ganar la batalla de la libertad; vamos a ganar la batalla de la economía próspera de Venezuela.
En los periódicos del mundo, pagados por el erario nacional, se ha venido sembrando la leyenda de que la riqueza de Venezuela, aquella riqueza aldeana, de nuevos ricos, con que se nos quería presentar para ofender a los demás, era producto de la tiranía. Es necesario que mostremos que esa riqueza es producto de los dones que Dios puso en las entrañas de la tierra y del músculo y del cerebro de los venezolanos, sobre esta misma tierra generosa. Esa riqueza la vamos a desarrollar ahora, no para que se la cojan los ladrones, sino para satisfacer las necesidades de los humildes.
La libertad es la base de la grandeza
Es el momento de volver, dentro de la alegría, a la necesaria serenidad. Es el momento de demostrar de nuevo la madurez política del pueblo de Venezuela. Es el momento de tener confianza en los hombres que tienen que ocuparse, en los partidos, en los sindicatos, en los ministerios, en los cargos públicos, en los cargos técnicos, en las empresas, de los problemas nacionales.
No todo será perfecto desde el primer momento, pero por lo menos tenemos, de ahora en adelante, el derecho de hablar, el derecho de reclamar, la tranquilidad de ir por la calle sin que nos sigan los espías; la seguridad de nuestros hogares.
El régimen decía que estaba trabajando por una Venezuela grande y próspera. La Venezuela grande y próspera no podía existir mientras no existiera la Venezuela libre. La libertad es la base de la grandeza y de la prosperidad.
Hemos conquistado, venezolanos, el don inestimable de la libertad. Ahora nosotros mismos debemos conquistar el don de la prosperidad y de la grandeza de la Patria.
Unidos todos, no con amapuches de embuste, cada uno en su posición, cada uno con sus ideas, cada uno con su sinceridad; pero todos encontrando que por encima de las propias ideas hay ideas superiores. Que por encima de las propias aspiraciones, hay aspiraciones comunes, y esas aspiraciones comunes se representan en la grandeza verdadera, digna y libre de la Patria amada de Venezuela.