Ganar la Patria: una responsabilidad mancomunada
(La fundación de COPEI)
Palabras en la clausura del acto de la instalación del COPEI, Caracas, domingo 13 de enero de 1946.
Está reciente, pero es necesario machacarlo insistentemente, el recuerdo de la noche inolvidable del 18 de octubre: la profunda tensión espiritual que en todos los hogares de Venezuela se sentía en aquella memorable oportunidad. No creo que haya habido ningún venezolano que hubiera podido dormir aquella noche. El pueblo no sabía con certeza de lo que se trataba, pero sentía una profunda conmoción interna. Su instinto infalible comprendía que se estaba cumpliendo alto trascendental. Era una transformación radical lo que ocurría; no un simple tiroteo, no un cuartelazo anónimo como algunos interesados quisieron presentarlo. Se sentía algo distinto a todo lo anterior. Se sentía llegada una oportunidad acariciada profundamente por todos los venezolanos honrados desde hacía mucho tiempo.
Y ese sentimiento como la mayor parte de los sentimientos humanos, tenía un aspecto dual: una inquietante angustia, y un profundo optimismo traducido en el júbilo popular más intenso que esperarse pudiera, y que no se atrevieron a negar ni aun aquellos que, en las propias horas en que se rendía el Presidente, todavía vilipendiaban a los héroes de la democracia venezolana, que habían jugado su vida, su honor y la tranquilidad de sus familias en una aventura decisiva.
El pueblo se lanzó a la calle por la revolución; y los cartelones preparados, y los discursos repetidos a través de la radio policial por quienes desnaturalizaban sus funciones excitando al odio de las clases, por quienes pedían a todos los venezolanos una posición de anarquía espiritual y moral, no pudieron apabullar el sentimiento del pueblo, no pudieron con toda su propaganda, impedir que los hombres humildes corrieran a las calles a empuñar el fusil y dar sus vidas con ignorada valentía, por una causa que no se conocía pero que se sentía patriota y generosa.
Ese doble sentimiento de fe y de inquietud
Ese doble sentimiento de fe y de inquietud, de optimismo y de angustia, de esperanza en las realizaciones que exigía el momento e inquietud ante el tremendo interrogante de si no iría a sepultarse una oportunidad que no se volvería a repetir, ese doble sentimiento tenemos que mantenerlo vivo. Tenemos que mantener la fe en la revolución para que ella pueda cumplir sus promesas. Tenemos que mantener la inquietud en todos los sectores, porque el fracaso de este momento revolucionario sepultaría por varias generaciones toda esperanza de salvación en Venezuela.
Y el problema lo comprendemos todos. De que lo comprendemos da fe esta Asamblea preparada en muy poco tiempo, prueba evidente del deseo vivo en cada uno de los presentes, de sumarse a un movimiento que tienda a plasmar el porvenir de la Patria y a mantener vivos aquel optimismo y aquella inquietud. Porque a eso precisamente ha venido el «COPEI». A decirle a cada venezolano que es por la responsabilidad de todos y cada uno de nosotros, por la acción mancomunada y solidaria de todos los sectores sociales, como puede salvarse este momento histórico. A decirle que la desidia, la indiferencia, el egoísmo, harían pasar el golpe del 18 de octubre como un golpe de audacia feliz que no logró cumplir una transformación radical en nuestra Patria.
A decirle que solo la colaboración, el esfuerzo, la responsabilidad solidaria de todos y cada uno de nosotros en la empresa, puede hacer que la Revolución del 18 de octubre sea el comienzo definitivo de una era de trabajo, de normalidad, de decencia, de respeto a las instituciones, que permita cumplir en pocos años la obra que se ha venido postergando por un siglo.
Todos, absolutamente todos, seremos responsables
Y en este sentido, todos, absolutamente todos, tenemos una responsabilidad política. Hay que decirlo claramente: el apoliticismo en Venezuela, en el momento actual, es una deserción.
No estoy pretendiendo que el comerciante abandone su empresa, que el industrial olvide su fábrica, que el obrero deje de prestar su labor diaria a la reconstrucción del país; eso sería una traición mayor. Pero dentro de la atención propia y de la propia actividad, manteniéndolas y superándolas, si cabe, para corresponder a las esperanzas del momento, tenemos que mantener también una viva, actuante, generosa preocupación por la organización social. Porque, señores, ya tenemos experiencia elocuente.
El obrero no encuentra trabajo, no encuentra justicia, no tiene redención ni esperanza, si la organización política está corrompida. El industrial no puede desarrollar sus proyectos, el agricultor, el criador, el comerciante no pueden encontrar confianza en sus actividades, el profesional no puede lograr el cumplimiento satisfactorio de sus propias e individuales preocupaciones, si existe un orden político alterado, que utiliza los recursos nacionales para el sostenimiento de una camarilla, para el enriquecimiento de los favoritos, y para la tergiversación de las obligaciones administrativas.
Ni es posible lograr que el estudiante sienta el optimismo de una Patria, ni pueda responsabilizarse en su tarea, si la política no marcha. Y cuando hablo de los estudiantes quiero repetir claramente, porque aquí hay muchos universitarios, lo que explicó el compañero bachiller Páez Pumar. En el «COPEI» tenemos muchos estudiantes inscritos: estudiantes de las diversas fracciones estudiantiles, que con entusiasmo y generosidad han venido a trabajar en nuestras filas. Pero no pensamos llevar la política a la Universidad, pues entendemos que lo estudiantil es una función nacional que está por encima de las diferencias de matices, y que las luchas de los estudiantes como ciudadanos, tienen que realizarse en la calle, de las puertas sagradas de la Universidad hacia fuera, para que se mantenga adentro un solo espíritu y una sola verdad.
Y vosotras, mujeres, ¿creéis posible que vuestro hogar pueda encontrar la tranquilidad y la alegría, creéis posible que se puedan educar vuestros hijos por la senda de la rectitud y del bien, creéis posible que se pueda pensar en una Patria serena y pacífica y próspera, como la deseáis para cada uno de vuestros hijos, si la política y el ejercicio del poder se desnaturalizan, si desde arriba se combate con la inmoralidad todo intento de regeneración de la Patria, si desde las alturas del poder se obstaculiza toda iniciativa honrada, y si en vez de sembrarse un ambiente de honradez lo que se hace es preparar semillas constantes de inquietudes, de zozobras, de revoluciones, de luchas, de destrucción? No. No es posible contar con hogares sanos, no es posible pensar en una Patria próspera, no es posible aspirar un ambiente donde decorosamente cada uno de nosotros pueda entregarse a su tarea, si no tenemos un orden político legítimo, un orden político sano y respetuoso por el que debemos luchar.
Es Venezuela misma quien debe señalar el rumbo
El momento exige una transformación. Esa transformación es de nosotros: somos nosotros quienes podemos cumplirla. No podemos mantenernos en la incuria para dejar que las cosas marchen bien o mal, según la buena voluntad ocasional del gobernante de turno. Es Venezuela misma, todos sus hombres responsables, quienes deben señalar el rumbo. Somos todos, los que tenemos que hacer definitivo este camino, los que tenemos que cumplir una mutación definitiva para que podamos trabajar, construir, construir infatigablemente nuestra destruida nacionalidad. Necesitamos un régimen sincero, un régimen genuinamente democrático, y tenemos que construirlo nosotros a través de la sinceridad.
La democracia no puede existir con un solo partido. La democracia no puede existir sin el juego libre de las opiniones. La democracia no puede existir si acecha en cada uno de nosotros la preocupación de que agruparnos, de que expresar nuestras convicciones es exponernos a insultos, es exponernos a la agresión de quienes tratan de sembrar un ambiente fatal para la democracia venezolana; de quienes con su prédica diaria, tendiendo a que ningún ciudadano honrado esté tranquilo con su honradez, buscan un ambiente que prepare y permita la dictadura social, objetivo fundamental de sus aspiraciones.
Por eso, señores, porque creo en la necesidad de una democracia sincera, porque creo en la urgencia de que se abra campo limpio y decente a la discusión de los problemas ciudadanos, por eso es que he aceptado la responsabilidad de clausurar este acto. He meditado mucho sobre si yo debía venir aquí, en esta Asamblea de carácter político, a decir las palabras que estoy pronunciando. Circunstancial y transitoriamente, e inmerecidamente también, estoy desempeñando un alto cargo en la maquinaria política del país: quizás esa circunstancia debía impedir que me presentara a esta tribuna. Pero creo indispensable que se vea y se palpe la posibilidad de que a las altas filas políticas no vayan los hombres de un solo partido político; creo que ningún servicio mayor puedo prestar en este instante a mi Patria y al Gobierno establecido, sino el de hacer que suene y que se oiga, y que se sepa, que en las altas esferas políticas, cumpliendo allá su deber como venezolano integral, cabe un hombre afiliado a una agrupación política distinta de la que está manteniendo la responsabilidad del poder.
Hay urgentes motivos comunes
Los promotores del «COPEI» creemos que el momento actual exige el implantamiento definitivo de ciertas mínimas conquistas. Que la discusión de problemas relativos a la posición ideológica de cada uno de nosotros tiene que postergarse. Es necesario consolidar el orden, consolidar la posibilidad de que la democracia venezolana exista. Individuos de las más variadas ideologías y de las más variadas posiciones debemos coincidir, por ejemplo, en la aspiración de que se acabe el robo en las esferas administrativas. Que al enemigo se le aplauda, deseamos eso, y al amigo se le castigue y se le recrimine, para que por encima de las banderas y de los compromisos personales, se imprima en toda la colectividad la convicción profunda de que los dineros de la Nación a la Nación pertenecen, de que esos dineros no son el patrimonio personal que se disfruta y se maneja al antojo de los gobernantes.
Nosotros consideramos urgente el que la democracia se establezca a base de instituciones y por eso hemos apoyado y apoyamos la conquista, ya hoy definitivamente lograda, de la incompatibilidad entre las funciones ejecutivas y legislativas: porque no es posible mantener la mentira de un poder soberano como el legislativo, mediatizado y dirigido, con grave daño hasta de la misma administración. Y nosotros creemos que es necesario abrir el cauce de la discusión con toda la energía posible, arrostrando el granizo de los ataques por mampuesto. Hacer que en Venezuela se vea con el respeto más sacramental y absoluto la expresión de las honestas opiniones.
Y sobre todo, señores, creemos urgente en el momento actual hacer un llamado para que cese la lucha anárquica entre los diversos sectores, porque así no se puede construir. Es necesario que el obrero y el patrono discutan sus problemas, pero en un ambiente de serena tranquilidad. Los obreros saben que en nosotros tendrán los defensores constantes de sus mejores reivindicaciones. Que es en defensa de sus propios derechos que sostenemos que no es por el vilipendio de un sector hacia el otro, por donde puede llegarse a la solución de sus problemas. Creemos que todos los venezolanos debemos sentirnos por alguna vez una sola familia. Que los individuos de las diversas regiones, el andino, por ejemplo, que representa una región plena de reservas imperecederas para el país (y no me ruborizo en reconocerlo aunque no soy andino) y el occidental, y el oriental, y el insular y el central, todos debemos sentir que por encima de nuestras propias aspiraciones, caras, legítimas, porque son aspiraciones naturales de beneficio de la región nativa, estamos unidos sin reticencias, sin restricciones mentales y con el solo objeto de hacer una Venezuela como la que todos debemos estar empeñados en crear.
Nosotros queremos plena sinceridad
Nosotros queremos sinceridad. Sinceridad en el Gobierno, sinceridad en los partidos, sinceridad en el pueblo. He tenido la satisfacción de oír en estos mismos días, de labios de políticos distinguidos de diversos sectores, la afirmación de que debemos desterrar el concepto de que política es engaño, de que política es traición. De que debemos implantar la convicción de que un genuino político es el hombre que tiene una idea, que profesa esa idea, que la echa a andar a los cuatro vientos de la opinión y que es capaz de jugarse su bienestar y su tranquilidad en defensa de esa convicción.
Nosotros pensamos que sin la sinceridad colectiva la estabilidad es imposible. Diez años de experiencia nos demuestran que no puede mantenerse un régimen a base del engaño; que no puede sostenerse una democracia que no se practica, que no puede preconizarse una honradez que no se cumple. La insinceridad es la ruina de los regímenes hipócritas, y tarde o temprano marchan forzosamente al precipicio.
Nosotros por los ideales de la Patria damos la cara abiertamente. No nos importa la calumnia. Ningún recurso nos importa, de propaganda que se ejerza en contra de nosotros. Queremos inculcar en la conciencia de cada venezolano la verdad que estamos diciendo, de que es urgente trabajar, preocuparse, de que esta oportunidad perdida sería por mucho tiempo la ruina colectiva.
Por eso estamos organizando este «COPEI». Es un principio de organización, es un Comité de Organización Política Electoral Independiente que marcha hacia la estructuración de fuerzas nuevas en el país. Queremos sembrar en todos los campos y ciudades estas ideas, sin egoísmo, sin restricciones. No vemos con temor el que se formen otros grupos: los queremos, los estimulamos. Estamos ansiosos de entrar a la emulación honrada y limpia; queremos que florezcan en los diversos sectores de opinión, diversos grupos políticos, para que poco a poco se vaya superando la conciencia política del país. Se irán depurando los campos, se irán calificando los hombres por su honradez y por su decisión en la defensa de los ideales. Y de esa evolución que nosotros debemos apresurar pero no precipitar jamás, surgirán los grandes grupos políticos, los grandes partidos que puedan darle a Venezuela como a otros países, una etapa de tranquilidad, de orden y progreso.
Y la etiqueta que nos den no nos preocupa
Y la etiqueta que nos den, esa etiqueta en realidad no nos preocupa. Derecha, izquierda, centro, reacción, progreso, son palabras que se repiten sin sentirlas. Son palabras que a menudo se dicen sin saber qué es lo que significan. ¿Qué quiere decir derecha? Para unos, derecha es defensa de la tradición, defensa de ciertos principios fundamentales en la vida de los pueblos. Si eso fuera así, nosotros seríamos derechistas. Para otros, derecha es negación de progreso, injusticia con el trabajador, mantenimiento de métodos caducos. Si eso fuera así, nosotros seríamos izquierdistas. ¿Qué es izquierda? Para unos, la izquierda es el progreso, es la reforma, el bienestar de los pueblos. ¿Quién sería más izquierdista que nosotros si la interpretación fuera esa? Para otros es destrucción, es lucha, es fomento del espíritu de combate de unos contra otros. Si eso fuera así, ninguno de nosotros sería amigo de ese concepto de izquierdismo.
Quizás en cierta manera nuestro programa podría corresponder al de centro, no en el concepto de mosaico de abigarrados egoísmos, sino en el sentido de reconocimiento de la necesidad de que se imparta justicia por igual para unos grupos y para otros, de que se acerquen todos los sectores nacionales. Pero tampoco queremos llamarnos así.
Como no nos preocupa tampoco la etiqueta que quiera acordársenos en la terminología de «reaccionarios» y «progresistas». Los grupos comunistas se empeñan especialmente en esta terminología. Reacción, para los comunistas, es anticomunismo. Progreso, para los comunistas, es filocomunismo.
Ya lo dijo un compañero en la defensa del ideario del «COPEI» en fecha muy reciente. Para nuestros enemigos no importaba que un hombre tuviera la más negra historia política, no importaba que un hombre representara en el poder el abuso y el robo más desenfrenado: si mantenía una actitud complaciente para los grupos comunistas se le llamaba progresista.
No importaba la honradez; y no importaba que algunos individuos como yo —y perdóneseme, en gracia a la defensa, esta personal alusión— lucháramos casi desde nuestra infancia por obtener las mejores reivindicaciones para los obreros, no importaba que se luchara para que cristalizara una Legislación del Trabajo que es una de las mejores de América; no importaba que se combatieran el abuso y el robo, no importaba que se pidiera el voto para la mujer y la incompatibilidad de las funciones legislativas y ejecutivas: si éramos anticomunistas, éramos reaccionarios, pues reacción se consideraba todo obstáculo bueno o malo que se opusiera en la marcha del Partido Comunista. Nosotros no creemos en esos calificativos.
En justicia, creemos que progresista es el hombre que quiere el mejoramiento, el cambio, el progreso material y social de nuestra Patria. Que reaccionario es el que añora la vuelta al pasado, la reacción hacia los métodos antiguos, la resurrección del General Gómez con sus métodos de gobierno, que se pensaron definitivos en la estructura social.
Si se aplica este justo criterio, nosotros podemos medir nuestro progresismo con el falso progresismo de aquellos que se dedicaron a arrojar incienso a los pies de los gobernantes y a apoyar los abusos y la arbitrariedad, y a sostener un régimen que marchaba a pasos agigantados hacia el regreso de lo más detestable y lo más corrompido, y lo más repudiado por todos los venezolanos en la historia política del país.
Nosotros no queremos divisiones
Nosotros no queremos etiquetas. No somos un grupo de «derechas», ni de «izquierdas», ni de «centro»; no somos una agrupación «reaccionaria» ni «progresista». No queremos dividir a los venezolanos en buenos y malos, con barreras infranqueables. Queremos medir la posición de cada uno, pesar su capacidad de comprender la necesidad de sacrificios que impone el momento actual. Queremos hacer de todos los venezolanos una sola familia, una familia que discute, con ardor pero con serenidad, los derechos de cada uno de sus hijos, que pone siempre por encima de la discusión los intereses del grupo familiar.
Queremos reforma social, la queremos; una reforma profunda, sentida y practicada por todos. Queremos paz social, esa paz que significa solidaridad, conciencia nacional, comprensión, ya que en pleito constante, infecundo, no haríamos sino acabar los pocos recursos humanos que nos quedan. Predicamos la necesidad de compactarnos, precisamente para que podamos resolver problemas que ya otros pueblos de América Latina resolvieron hace más de cincuenta años, y que nosotros, en este perpetuo tirarnos de las greñas, no hemos querido ni sabido resolver.
El trabajo realizado por los promotores del «COPEI» representa hoy un resultado plenamente satisfactorio. Tenemos el derecho de estar contentos por el éxito de esta magnífica y compacta Asamblea. Pero no lo queremos para mera satisfacción: lo queremos para estímulo. Ya lo dijo el vicepresidente del «COPEI» y lo señalaron otros oradores: este es el comienzo de una labor, el comienzo de una responsabilidad. Tenemos que ganar la Patria para la Patria. Tenemos que trabajar con energía. Merecen nuestro agradecimiento los señores de la Comisión Organizadora de esta Asamblea. Han sacrificado muchos intereses personales y han desatendido en mucho sus negocios; han sido capaces de todos los esfuerzos, con entusiasmo verdaderamente juvenil para obtener este resultado. Pero su ejemplo más que todo debe servirnos para formalizar nuestro compromiso.
Tenemos, amigos y miembros del «COPEI» una grave tarea. La Revolución de Octubre se salvará si no la dejamos perder por la senda infecunda de nuestros anteriores golpes de Estado. Si queremos salvar este golpe hermoso realizado por un grupo de jóvenes abnegados, si queremos corresponder a la responsabilidad que un grupo de ciudadanos han echado sobre sus hombros, es necesario que nosotros hagamos nuestra la Revolución, hagamos nuestros los propósitos, los ideales formados por la Revolución, que no podrían hallarse más hermosos en nuestra historia política. Hagamos nuestra la preocupación de esta hora. Si la hacemos, la Revolución será de todos los venezolanos y habremos salvado a la Patria. Pero si para mal de la Patria fracasara, tendríamos que decir, sin que nada nos sirviera de excusa, que hemos sido nosotros mismos los asesinos de nuestra propia madre.