Eleazar López Contreras: Lindero y puente entre dos épocas
Palabras ofrecidas por el presidente Rafael Caldera en el Salón Elíptico del Palacio Federal Legislativo, durante las exequias del general y expresidente Eleazar López Contreras. Caracas, 4 de enero de 1973.
Al eminente venezolano cuyos despojos mortales devolvemos hoy al regazo de nuestra tierra tocó el destino singular de ser, a la vez, lindero y puente entre dos épocas. Con él finalizó el pasado; con él se inició aquella transformación que ha hecho decir que para Venezuela el siglo xx comenzó en 1936.
Los noventa años de su existencia fueron representando el acontecer contradictorio de una nueva fenomenología nacional. Nacido el 5 de mayo de 1883, en Queniquea, en el corazón del Táchira, se hizo partícipe a los dieciséis años de una aventura cuyas consecuencias no podían calcular ni sus protagonistas ni el resto de la comunidad nacional, agotada para entonces en controversias, claudicaciones, inconsecuencias y desangramientos periódicos. Cuando la invasión de los sesenta, se lanzó tras el magnetismo de un caudillo cuya determinación de imponer por el modo ya rutinario de la fuerza un nuevo orden de cosas, produjo un balance, en el cual si hay algo de positivo es la consolidación de la unidad nacional.
No fueron solamente hombres de montonera los protagonistas de la llamada Revolución Restauradora. El propio General Cipriano Castro, que hizo vibrar hasta a la Universidad Central con su consigna de «nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos», había hecho incursiones en las letras y en la filosofía y se ha dicho de él que fue seguidor entusiasta de las ideas de Krause, filósofo alemán de más influencia en la cultura hispánica que en la de su propio país y de ascendiente más extenso que profundo en la historia del pensamiento. Algunos de sus acompañantes habían trajinado las aulas. El joven López Contreras, todavía adolescente, tuvo la fortuna de educarse en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús, de Monseñor Jesús Manuel Jáuregui Moreno, eximio sacerdote, gran ciudadano, notable pedagogo, cuyo nombre distingue hoy al Distrito Municipal que tiene por capital La Grita y cuya figura de gran autenticidad, honra la cordillera andina. En el elogio que de Monseñor Jáuregui pronunció en 1948, dijo Su Eminencia el Cardenal Quintero: «No es, pues, extraño que muchos de aquellos alumnos, andando el tiempo, llegaran a figurar con brillo como médicos peritos, abogados sagaces, literatos excelentes, políticos hábiles, diplomáticos finos o militares decorosos. Al hacer este somero balance, el mismo doctor Jáuregui me reprocharía la injusticia si, por las circunstancias del momento, callara que uno de éstos ocupó el sillón de la Primera Magistratura Nacional y con acierto presidió desde allí el difícil y peligroso paso del régimen dictatorial de la espada al régimen republicano de la Ley y de la libertad».
Con un acto de arrojo comenzó, pues, aquel muchacho a hacer su primera incursión en la historia. Vino siguiendo al futuro vencedor de Tocuyito, por una ruta que los escritores del régimen se ufanaban en presentar como repetición de la ruta de la Campaña Admirable, y luego se incorporó al acontecer nacional en tareas militares y administrativas. Pero, en una época en que la violencia endurecía los ánimos, en una larga etapa en que la crueldad entenebrecía las figuras más significativas, él se fue distinguiendo porque no quería ser cruel, porque quería ser tolerante, porque se esforzaba en traducir con su conducta la imagen que recoge los más genuinos atributos de la gente de los Andes, laboriosa, constante, cordial y hospitalaria, delicada en el trato, sencilla en las costumbres, correcta en las relaciones de intercambio, austera en su conducta y poseída de un gran espíritu de solidaridad comunitaria.
Como buen montañés, supo esperar. No muestra prisa, después de que el primer impulso de la adolescencia lo ha transportado a nuevos horizontes. Se dedica a estudiar, a formarse, a realizar el espíritu militar que lo había traído como oficial improvisado de improvisadas tropas, para convertirlo en actividad sistemática, en carrera orientada a la superación profesional, técnica y organizativa. Por ello podrá decir más tarde, al difundir sus primeras palabras cuando asumió el Gobierno para suceder una larga autocracia: «Mis antecedentes de militar profesional, desligado de la política, mis antecedentes de hombre respetuoso de la ley y de los derechos ciudadanos, han aumentado mis esperanzas, digo más, la seguridad y confianza de obtener la más franca colaboración del pueblo venezolano en mis funciones gubernativas».
Lo que le abre de par en par las puertas de la historia es su papel en la transformación que a Venezuela se abre con su presidencia. Un rol trascendente para el cual le venía señalando la fina intuición popular. Fue un verdadero privilegio para los hombres de mi generación haber vivido aquellos días, en los cuales, de súbito, al cerrarse los ojos de quien gobernó en forma omnímoda durante casi tres decenios, se abrieron los ojos de los venezolanos y ante ellos se descorrió el panorama del país por hacer, del Estado por organizar, del mensaje por recoger, del programa por realizar para convertir a Venezuela en una nación moderna y libre. Yo puedo asegurar que pocas emociones más intensas he podido sentir en mi experiencia de ciudadano venezolano, que la de haber oído por primera vez al General López Contreras, a través de la radio, el 19 de diciembre de 1935. Nunca antes había escuchado la voz de un Presidente: era la suya ronca y un tanto desmañada, tal vez prematuramente envejecida, pues su apariencia representaba una edad mayor de la que efectivamente tenía; pero esa voz, en escuetas palabras, sacudió nuestros ánimos al revelarnos, por el solo hecho de expresarse, que empezaba una era distinta.
Su consigna de «calma y cordura» lucía muy difícil en aquellos momentos en que se sacudían las fuerzas sociales contenidas por una mano fuerte durante tantos años. El nuevo Presidente afirmaba: «El momento demanda una gran cordura y un profundo sentimiento de solidaridad en pro del orden público; someternos a una verdadera disciplina en nuestros actos, pues, aun las mismas manifestaciones de entusiasmo que puedan existir por la probada deferencia que ha tenido el pueblo de Caracas hacia mí, deben exteriorizarse en forma moderada, como corresponde a ese pueblo, por la reconocida cultura que encuadra más, si cabe, a mi carácter sencillo y cordial».
No era, sin duda, lo que el pueblo quería, puesto que no había cauce capaz de contener el desbordamiento emocional provocado por diversos factores y lanzado en variadas direcciones. Pero el mismo pueblo entendió que aquel hombre modesto, que aspiraba a persuadir en vez de reprimir, cumpliría, en medio de una acción contradictoria y de la ejecución sucesiva —y a veces simultánea— de progresos y de retrocesos, la tarea excepcional de encabezar la traslación de Venezuela desde un escenario deprimente a un plano distinto, donde la voluntad de los caudillos cediera su lugar a la presencia de las instituciones y donde se iniciara la modernización del Estado y asentara su nueva marcha sobre postulados republicanos.
Es todavía objeto de controversia —puesto que pertenece a la historia actual de Venezuela— el enjuiciamiento de sus actos. Pero hay hechos y obras que dan relieve y brillo al período que le correspondió gobernar. Durante aquél se aprobó la primera Ley del Trabajo verdaderamente efectiva, el Reglamento de la Ley del Trabajo, la Ley Orgánica de los Tribunales y de Procedimientos del Trabajo, la Ley del Seguro Social Obligatorio, el Decreto sobre Participación en las Utilidades, la creación de la Oficina Nacional del Trabajo en 1936, la del Ministerio del Trabajo y Comunicaciones en 1937 y la organización de Inspectorías, Tribunales y Procuradurías de Trabajadores que orientaron el despertar de la conciencia social en el país y dieron la oportunidad de formarse a los primeros funcionarios dedicados a tan importante materia. La separación de los Despachos de Salubridad y Agricultura y Cría trajo consigo la programación de una política de Salud Pública a través del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y de una política agropecuaria a través del Ministerio de Agricultura y Cría. Se dieron los primeros pasos hacia una política agraria, a través del Instituto Técnico de Inmigración y Colonización, convertido después en Instituto Agrario Nacional.
La creación del Banco Central de Venezuela fue un paso trascendente y un principio de definición de la responsabilidad del sector público en la orientación de la vida económica. El establecimiento de la Contraloría General cambió radicalmente la tradicional arbitrariedad en el gasto oficial. La organización de la Guardia Nacional se inspiró en la sustitución de los antiguos procedimientos empíricos por la institucionalización de las importantes funciones que se le encomendaron. Una nueva Ley de Educación comenzó a darle verdadera importancia a la obligación de formar nuevas generaciones aptas para las responsabilidades que el futuro de Venezuela exige; se fundó el Instituto Pedagógico, con lo que se abrieron nuevos rumbos a la formación del profesorado; se inició, con la creación del Consejo Venezolano del Niño, una política de atención a la infancia; comenzó la participación directa de las Universidades, mediante un nuevo ordenamiento jurídico, en la resolución de sus propios asuntos a través de sus Facultades y Escuelas, y se abrió la posibilidad de que la iniciativa de cada uno y la discusión de nuevas ideas introdujera nuevos incentivos a las distintas ramas de la existencia nacional.
Pero sobre todo, es de notar el cambio político que le correspondió cumplir. La Constitución de 1936 introdujo reformas positivas, tanto desde el punto de vista estrictamente político como desde el punto de vista social y económico; sobre todo, constituyó una Carta Fundamental cuya aplicación bajó del papel de mera apariencia, sistemáticamente incumplida, que tenían las Constituciones precedentes, para entrar en el plano de la realidad. Y fue el Presidente López Contreras, el mismo que había demolido La Rotunda para convertirla en Plaza de la Concordia y mandó echar los grillos al mar en memorable ocasión, perennizada por inolvidable discurso de Andrés Eloy Blanco, el que pidió al Congreso se redujera de siete años a cinco el período presidencial, afectando el término para el cual había sido elegido, y se estableciera la norma de la no reelección, que comenzó por aplicársela él mismo, a pesar de que esta restricción no existía en el momento en que el Congreso, expresando lo que en ese instante era deseo unánime de los venezolanos, había confirmado su designación para el período constitucional que comenzó en abril de 1936.
Cierto, que el proceso cumplido a partir de diciembre de 1935 afectó personas o grupos, hirió intereses, provocó discrepancias. Que todavía el recuerdo de esos tiempos provoca resquemores, a consecuencia de la misma profundidad de los acontecimientos ocurridos. Por otra parte, muchos tuvimos en algún momento, en algún tema o en alguna circunstancia, discrepancias con actitudes suyas o decisiones suyas. Yo debo decir que cuando manifesté las mías, a veces matizadas con el ardor inevitable de los años mozos, encontré en la actitud del General López Contreras una posición republicana, que no excluía su reproche o su disposición a la polémica, pero que lo mantuvo encuadrado dentro de las normas que profesaba, y dentro de las cuales daba ejemplo de respeto al pensamiento y a la conducta ajena.
Ejerció la magistratura con gran serenidad, en medio de las más azarosas tormentas; revistió la dignidad del Gobierno con una austeridad que recordaba —quizás por una deliberada simpatía que algunos advirtieron en él, hacia aquella figura— la que la tradición recoge del Presidente General Soublette, cuya memoria honró y cuyo ejemplo en muchos casos pareció tener el deseo de seguir. Prestó fervoroso culto al Padre de la Patria, se interesó en rendir constante homenaje a su memoria y reiterada consideración a su pensamiento.
Todas estas circunstancias contribuyen a explicar el por qué, en los años difíciles que sucedieron a su ejercicio del Gobierno, en los cuales tomó papel actuante, a veces combativo y siempre destacado en medio del acontecer nacional, se le miró con respeto, el mismo respeto que ahora nos congrega en torno de su féretro y que tuvo expresión exaltante el día en que se le recibió como Senador Vitalicio de acuerdo con lo establecido por la Carta Fundamental vigente. Vale la pena señalar que, establecida por la Constitución la previsión de que los expresidentes pasan a la Cámara Alta en forma vitalicia, se dispuso por expresa disposición transitoria que aquella norma sería aplicable «al ciudadano que ejerció constitucionalmente la Presidencia de la República en el período 1936-1941».
Le dieron la bienvenida, en sendas y hermosas oraciones, los doctores Luis Beltrán Prieto Figueroa, Arturo Uslar Pietri, Luis Hernández Solís, Ramón Escovar Salom y Edecio La Riva Araujo, quienes representaron el sentir de distintas fracciones políticas y sectores independientes. Algunas de esas colectividades o personas habían sido objeto de medidas tomadas en situaciones de emergencia dentro de su gestión gubernamental; sin embargo, por parte de todas hubo elocuentes manifestaciones de respeto y consideración por su persona, así como una alta evaluación del acto histórico de su incorporación al Senado. Dijo en aquella ocasión el Senador Prieto Figueroa: «Hemos comprendido y comprendemos que el trabajo de conducir y dirigir a un país es una actividad difícil; que gobiernan conjuntamente a la nación los que dirigen desde los puestos de la administración y los que hacen lealmente la oposición a ese gobierno»… «En esta Cámara usted tendrá el respeto y la consideración que se merece por sus altas ejecutorias».
Significativas fueron las palabras que en aquella oportunidad pronunciara el Senador Uslar Pietri: «Atrás quedaron los días de la pugna y hoy la República, ciudadano General, ve en Ud., por encima del análisis que pudiéramos hacer de hechos controvertibles para unos y otros grupos, cosas que la historia ya comienza a reconocerle y le reconocerá sin duda. Llegó a sus manos la más formidable máquina de dictadura que el país ha conocido y usted, lejos de utilizarla en provecho de su propio mando, se dedicó pacientemente a desmontarla para abrirle camino a la democracia venezolana. Encontró usted un ejército que venía con una vieja tradición personalista y se dedicó pacientemente a convertirlo en una institución absolutamente nacional al servicio de las Leyes de la República»… «No abusó Ud. nunca de su posición, no se dejó usted arrastrar por pasiones y si de algo pecó usted fue de insistir tercamente en mantener un equilibrio que no llegara nunca a romper en violencia. Estas son las cosas que el Congreso, la mayoría parlamentaria ha reconocido en su persona al llamarlo a incorporarse a esta Cámara, para que con su experiencia y sus luces siga Ud. aportando su preciosa colaboración al trabajo de estabilizar la democracia en Venezuela».
Al concluir serenamente la larga jornada de su vida, el expresidente López Contreras recibe el homenaje que le debemos todos los venezolanos. En el nombre de ellos, en este solemne momento hago patente el reconocimiento nacional. También lo hago especialmente en nombre de las Fuerzas Armadas Nacionales, que me honro en comandar, en cuyo seno alcanzó el oficial Eleazar López Contreras el máximo grado de General en Jefe. A su viuda, María Teresa Núñez Tovar de López Contreras, hija de los llanos orientales que completaba en el espíritu de su marido la visión de la patria prendida en su pupila de hombre de la montaña, le expreso en nombre de todos mis compatriotas la más profunda simpatía. Ella le acompañó en su gestión presidencial, derrochando a su lado afable trato y generosas iniciativas en favor de madres y niños de Venezuela. Reciba doña María Teresa, en unión de los hijos y nietos del fallecido expresidente, la condolencia nacional.
Al bajar a la tierra los restos mortales del General Eleazar López Contreras, Presidente de Venezuela desde 1936 hasta 1941, militar, historiador, y sobre todo, hombre de bien, invocamos a Dios, para que su espíritu vaya sin ataduras a la paz infinita, con la satisfacción de haber contribuido desde su posición preeminente al rescate de un pueblo, al rescate por ese pueblo de su libertad y de su confianza en sí mismo, y al establecimiento de bases decorosas y firmes para el engrandecimiento nacional. Estos títulos acreditan su entrada definitiva al elenco de los servidores ilustres de la Nación venezolana.