Todos debemos contribuir a solucionar la falta de parques de recreación para niños
Alfredo Schael. El Universal, 6 de abril de 1973
Plantea Alicia Pietri de Caldera, en reportaje realizado por el periodista Alfredo Schael de El Universal, quien la acompañó en su recorrido por diversos barrios de Maracay, en la inaguración de Parques de Bolsillo.
Maracay, abril (INNAC). Hemos recorrido varios barrios de esta ciudad. Esta vez no encontramos los rostros tristes, propios de las zonas marginales densamente pobladas, donde abundan necesidades y se esconden escalofriantes dramas humanos. Por el contrario, salió a nuestro encuentro una comunidad emocionada que recibe los «parques de bolsillo», construidos por el Gobierno del Estado o el MOP para la Fundación Festival del Niño.
La señora Alicia de Caldera vino especialmente, acompañada de algunos de sus allegados colaboradores y amigos de la Fundación Festival del Niño, para entregar estas obras que no tienen nada de ostentosas; que por sí mismas, en apariencia, dicen bien poco, pero con las que cubre uno de los objetivos más preciosos que una institución que trabaja para los niños puede cumplir: darles recreación.
Diez parques de bolsillo quedaron abiertos. Su puesta en servicio satisface aspiraciones comunales. Responde a peticiones de la colectividad, que entiende que en medio del cuadro con semblanza de drama, en el monótono barrio, cabe el lugar para el parque de recreación infantil, que a veces ni siquiera existe en la escuela de la barriada o de la parroquia, improvisada ante la necesidad de nuevas aulas en algún viejo galpón o en el «mejor» rancho del sector. Los columpios, los trapecitos, el subibaja, el tobogán ocupan ahora el lugar donde apenas hace pocas semanas había un basurero, un solar que servía de guarida a los personajes indeseables, que nunca faltan, y a mendigos y pedigüeños.
El acto formal
La escuela del vecindario se hace presente en cada barriada, casi en pleno. Los alumnos visten sus mejores galas y bajo la dirección de la hacendosa maestra, entonan los niños el himno nacional o alguna canción infantil a la llegada de la señora Caldera. Los niños que a la hora de la inauguración no están haciendo nada se acercan también al lugar de la concentración.
Así mismo, se cuenta con la asistencia de la gente adulta del barrio: del «ranchero», en el que puede haber un oscuro problema: la mujer soltera, otra vez embarazada, que con el último de los muchachos a cuestas quiere participar de la visita presidencial; de la esposa del obrero, que con sus hijos viene a curiosear, y quién quita que a pedir a nombre de la familia la «ayudita» para terminar de «parar» el rancho. Gente que brota de todas partes en sorprendentes proporciones y que converge en torno al parque. Gente depositaria de varias razas que amalgamadas crean una diversidad de tipos humanos.
Para los niños que entran al parque, los columpios resultan objetos cuyo funcionamiento es, a primera vista, incomprensible. Jamás, algunos de ellos, habían tenido la oportunidad, ni siquiera en la imaginación, de tropezar con algo que usándolo de niños puede ayudarlos a convertirse en adultos de provecho. Sigue al acto formal de bendición por parte del sacerdote, el estallido del bullicio. Las puertas del nuevo parque quedan después, totalmente abiertas y se inicia la fiesta que puede durar para cada niño el tiempo que le queda como tal.
Comunidad responsabilizada
Enfatiza la señora Caldera cuando nos habla con entusiasmo de los parques de bolsillo, que la comunidad que los pide se hace cargo de cuidarlos. Al menos ese es el compromiso que adquiere cada vez que se pone en servicio uno. Y en toda Venezuela existen casos en los que los parques están ahora mejor que cuando fueron inaugurados. El parque es sentido como cosa propia por la gente del sector, siendo su uso el derecho de la colectividad.
La modalidad de atender peticiones –comenta la señora Alicia de Caldera– sirve para que, como contrapartida, se pueda exigir. En signo de avance, de progreso, que esa exigencia mínima haya sido respondida y que se diluya en la acción individual de los que disfrutan directa o indirectamente del parque, la salvaguardia de tan importante patrimonio de la niñez de la vecindad.
En esta gira por Maracay se ve la aplicación del programa «Parques de bolsillo» para satisfacer necesidades de diez de los barrios humildes de la ciudad. En otras ciudades, además de ir a barriadas, el programa cubre requerimientos de sectores mejor asentados desde el punto de vista habitacional y de ubicación y servicios, pero que carecen de otro servicio fundamental tal como el de recreación infantil. Otras veces, el parque de bolsillo llena una función social completando el ornato público.
El país identificado con un programa
–¿Qué cuesta un parque de bolsillo?, se nos ocurre preguntar.
–Unos diez mil bolívares, responde la primera dama. Diez mil bolívares que la Fundación no los tiene.
–¿Y entonces cómo es que han aparecido más de quinientos parques de bolsillo en un solo año y medio y espera la Fundación completar mil este año?
–El gobierno, a través de sus organismos, ayuda aportando sumas variables que van a dar a un fondo que administra la Fundación y que se convierte por las gobernaciones y el MOP en parques de bolsillo.
La señora Caldera insinúa que la iniciativa privada tiene un gran papel que jugar en la construcción de parques de bolsillo en toda la nación. «Con la ayuda de todos estamos realizando este programa en el país», dice una placa que se coloca a la puerta de cada parque a cuya inauguración asistimos. A juzgar por lo que sabemos, ciertamente no son «todos» los que aportan lo necesario, al menos para construir nuevos parques, pero podríamos ser todos los venezolanos los comprometidos, con el mismo entusiasmo de la Fundación Festival del Niño con el programa «Parques de bolsillo». Podríamos ser todos o deberíamos estar todos comprometidos con este plan, porque por encima de cualquiera de las consideraciones, que ayudado por la suspicacia de alguno podría hacer, a través de él se va logrando rescatar de la infelicidad, de la marginalidad a niños que tienen derecho al desahogo de sus frustraciones, sonriendo mientras trepan y gozan de las delicias del mecerse o de encaramarse en esos juguetes maravillosos, que pueden usar los amigos del barrio y que la colectividad de la que forman parte se encarga de preservar con esmero.
Cuando la señora Caldera se reunió para almorzar con el grupo que la acompañó a la visita a Maracay, aprovechó para volver sobre la idea de que el esfuerzo del país tiene que ser solidario para ahogar las calamidades sociales que nos agobian. La participación de la prensa, de los medios de comunicación –insinuó– es fundamental para que el país adquiera conciencia del deber que tiene de participar plenamente, en forma congruente, en la solución de problemas fundamentales, que sin resolverse crean malestar y tensiones. La ausencia de oportunidades recreativas para todos los niños –insistió– es un aspecto que hay que cubrir. Es una de las tantas calamidades que debemos solventar. Otro de los muchos problemas que el Estado, por sí solo, no está en posibilidades de resolver.
El llamado de la señora Caldera, impregnado de esperanza en respuestas y ratificado aquí mientras tomamos un refrigerio, está dirigido a quienes se sabe están en condiciones de aportar con suficiencia lo que se requiere para que la meta de mil parques de bolsillo se rebase, aún este mismo año. Por lo demás, el programa «Parques de bolsillo», por la naturaleza de sus construcciones, es factible ampliarse con una versatilidad extraordinaria, diríase que con tal versatilidad, que de haber los recursos para ello, podría adaptarse casi a todas las necesidades que aspira satisfacer. Todo el país –recalcó la señora Caldera– debe compartir la inquietud suya y de la gente de la Fundación Festival del Niño y contribuir con el programa «Parques de bolsillo».
Espontaneidad popular
Hemos acompañado a la esposa del presidente Caldera a visitas inaugurales a diez barrios de ésta, a ratos amable ciudad, siempre cargada de historia y anécdotas. Mientras vamos con colaboradores y amigos de la Fundación Festival del Niño de uno a otro punto de la ciudad, comentamos acerca de las observaciones que el grupo escoge. Y entre las cosas que se comentan, figura el grave contraste que existe entre la manifestación provocada, fingida, y la expresión jubilosa, sincera, del pueblo contento. Asistimos mientras se cumplía el itinerario a manifestaciones populares espontáneas. Vemos demostraciones sencillas de felicidad, de complacencia por el bien adquirido por la comunidad, lo que señalamos sin etiqueta de por medio. Advertimos júbilo que brota en medio de una escena que trasluce la magnitud de las tareas de redención pendientes. En obras sencillas como son los parques de bolsillo el pueblo encuentra alicientes, porque le remedia una de sus necesidades apremiantes: la de espacio para la recreación infantil, recreación que mañana, completada por un programa educacional, podría ser recreación dirigida, tomando como base el parque de bolsillo inaugurado.
Compromiso de venezolana y obligación
El programa «Parques de bolsillo», de «bolsillo» porque son pequeños y siempre útiles como las cosas que llevamos en los bolsillos, se ha convertido –es la conclusión a la que llegamos– en una de las tareas que con más ahínco y cariño se ha impuesto la señora Caldera y en lo que enroló a sus ayudantes en la Fundación Festival del Niño. En alguna parte de la conversación que sostuvimos en el curso de la visita a diez barrios de Maracay, planteó con franqueza que entiende su papel de propulsora de los programas del Festival del Niño como un compromiso de venezolana, al que las circunstancias le dan tono muy particular y, además, como una obligación a la que no puede renunciar ni evadir. Con una buena dosis de humor, uno del grupo recalcó: «Es para usted esencialmente una obligación», a lo que la señora Caldera repuso: «Es verdad, gracias por volvérmelo a recordar».
Sinceridad e integración a la cultura
Apreciamos sinceridad en el llamado insistente, en este esfuerzo por despertar conciencia, por trasmitir crudeza del problema de falta de áreas recreativas para niños. El problema lo hemos visto de cerca durante esta breve visita a Maracay, andando de barrio en barrio, topándonos con rostros risueños, vivarachos, de una inmensa población infantil y con la faz del obrero, del campesino, del desempleado que ocupa los cordones marginales de las ciudades, en quien ver que sus hijos reciben un nuevo favor le hace renovar la esperanza que lo acompaña de tarde en tarde de que ellos tienen asegurado un futuro con mejor suerte y posibilidades que la que él tuvo mientras le tocó hacerse hombre.
Por fortuna, el problema lo hemos palpado nuevamente en medio del jolgorio popular, en diez barriadas maracayeras. Y no podríamos dejar de observar que la llegada a un barrio de un parque de bolsillo representa algo similar al arribo e incorporación al acervo de las comunidades que lo gozarán de una expresión cultural, que desgraciadamente no tiene raigambre en nuestro medio, tal y como lo es la del parque público, y mucho menos, el de recreo infantil.