El discurso de Caldera

Publicado por El Mundo el 8 de octubre de 1958, a propósito del discurso de Rafael Caldera al ser proclamado candidato presidencial por la VII Convención Nacional de COPEI, en el Nuevo Circo de Caracas.

Anoche, en la proclamación de su candidatura, el doctor Rafael Caldera proporcionó a los venezolanos algunas satisfacciones que no pueden quedarse flotando en el ambiente, sin que las precise y las proyecte el análisis certero.

El discurso de Caldera fue una demostración de ese aprendizaje de civismo que hemos hecho los venezolanos en el plantel de los sufrimientos. No salieron de sus labios palabras de odio, pero ni siquiera de reproche contra los compatriotas, que por circunstancias accidentales en esta hora de unidad, podrían ser sus contrincantes en la lid electoral.

Quienes oyeron su pieza oratoria debieron sufrir, si esperaban andanadas, una decepción profunda. Porque el doctor Caldera fue hidalgo, en la cabal extensión del vocablo, como un combatiente que conoce sus armas y ha leído los códigos del honor caballeroso. El discurso de Caldera es una buena primicia de la campaña electoral. Si logramos mantener ese tono, Venezuela se convertiría en aula y su democracia no correría otro peligro que el de ser un palenque para la controversia de las ideas que educan y no de las explosiones que frustran.

Analizando el discurso en sus conceptos, queremos subrayar algunos aspectos que consideramos esenciales. En primer término, destaca en esa oración su acento nacionalista. Caldera ha acogido, hermanándose así con las fuerzas radicales del país, el reclamo por que se implante la empresa nacional de petróleo, porque Venezuela tenga su flota para transportar los aceites combustibles y porque se revise la legislación tributaria a fin de que las compañías extranjeras contribuyan con impuestos más elevados al progreso de nuestra economía. Esas son las consignas que los sectores avanzados de Venezuela vienen remarcando desde hace veinte años, hasta formar conciencia nacionalista en la opinión pública. Resulta auspicioso el hecho de que el jefe de un movimiento que nació en las vertientes de la derecha y ahora ha evolucionado hacia posiciones más audaces, reconozca estos postulados, los haga suyos y los ponga como lema en la campaña electoral del Copei. Los venezolanos que tenemos diferencias con el Copei –exclusivamente ideológicas- aplaudimos la posición nacionalista de Caldera porque no tenemos resentimientos y esperamos que todo un haz de voluntades concordantes labre en el próximo período constitucional la independencia económica de la patria. Cuando vienen brazos a juntarse en la tarea, la cooperación es avance.

La actitud de Caldera frente al problema religioso es admirable viniendo, como viene, de un hombre que ha profesado intransigente fe católica. La separación rigurosa de la Iglesia y del Estado, defendida anoche por Caldera, es una idea que comparten las corrientes liberales, socialistas o comunistas en que se divide ese vasto sector que se llama la izquierda. Si el más ilustre de los políticos católicos de Venezuela llega a aceptarla, como anoche lo hizo Caldera, queda removida una de las causas que en el pasado envenenó de manera decisiva la convivencia venezolana. A separar a la Iglesia del Estado, confinándolos a sus respectivas esferas, ha aspirado siempre una inmensa cauda de opinión en nuestro país. No se busca el Estado teocrático en que los gobernantes dicten normas a los prelados ni tampoco la guerra religiosa que haga de los sacerdotes unos perseguidos. Respeto recíproco sería el objetivo de ese entendimiento tan oportuno en estos tiempos de unidad.

En el campo educacional, Caldera pronunció palabras de sensatez que tenemos que reconocerle sus adversarios ideológicos. En este país no puede partirse en armas, indiscriminadamente, contra la enseñanza privada. Cierto que debemos reivindicar la tuición del Estado sobre la docencia, cierto que es indispensable controlar a ciertos establecimientos que son negocios disfrazados de ministerio noble y cierto que Venezuela no puede renunciar a los principios de la pedagogía moderna, pero todo ello no implica cierre o agresión contra los maestros que, con sus solos recursos, contribuyen a alfabetizar a la nación. El discurso de Caldera demostró que aun en este campo tan controvertido es posible un arreglo entre los sectores tradicionales de la izquierda y el movimiento socialcristiano.

El tono unitario del discurso –gobernaré para todos los venezolanos, dijo Caldera- es también rasgo propicio a las mejores reflexiones sobre el destino de la patria. Caldera quiso quitarle a su candidatura hasta el más leve asomo de sectarismo y tras exponer su programa de gobierno, que podría ser el de otras fuerzas, tuvo frases de reconocimiento para la necesidad de obrar juntos que plantea esta hora. Ese tono unitario es el que debe prevalecer en las candidaturas presidenciales como llave de seguridad de la democracia.

Ojalá los otros candidatos y sus amigos respeten las normas de juego que han derivado del discurso de Caldera. Venezuela podría encontrarse a sí misma en el abrazo de los combatientes gallardos.