El problema del empleo

Conferencia de Rafael Caldera en el Rotary Club de Maracaibo, estado Zulia, sobre el problema del empleo a la luz de la experiencia venezolana de los años de vida democrática y de las necesidades del siglo XXI, 7 de mayo de 1986.

Tengo que dar las gracias en una forma muy sincera y emocionada al presidente del Rotary Club de Maracaibo, doctor Estefan Zonew, por sus cordiales palabras de bienvenida, y a mi querido amigo Rolando Haack, por esta presentación tan llena de afecto y de generosidad. Debo decir que de la presentación de Rolando me gustaron especialmente dos afirmaciones: una, la de que, como en efecto, con mucha jactancia puedo decir que lo soy, he sido el Presidente de Venezuela que ha querido más al Zulia. Ese título no creo que me lo puedan quitar. Y ahora, aunque ya sin las responsabilidades y funciones que aquel cargo supone, quiero decir que sigo queriendo mucho al Zulia, que sigo admirando mucho esta región, que sigo sintiendo mucho las inquietudes, las preocupaciones, las angustias de esta gente, y sigo creyendo que, siendo el Zulia una parte fundamental de la geografía y de la historia, de la realidad y del futuro de Venezuela, el país entero está todavía en deuda con el Zulia. Y la otra cosa que dijo, que mucho me agradó, fue esa que también con cierta ingenuidad, pero con mucha convicción, me ha servido a veces de motivo de alarde un tanto patriotero, aquí y fuera del país, y es que yo soy, como diría un fabricante de manufacturas. «one-hundred per cent made in Venezuela», cien por ciento hecho en Venezuela. No he tenido el privilegio de estudiar en institutos del exterior. El tiempo continuo más largo que he pasado fuera del territorio nacional ha sido de tres meses, en alguna ocasión. He tenido la fortuna de viajar mucho, de conocer mucho mundo, pero siempre mi centro de gravedad está aquí. Y cuando digo eso lo digo para entusiasmar a los muchachos a querer a su país y a darse cuenta de que con carencias e imperfecciones, de todas maneras en el país podemos encontrar mucho de lo que salimos ansiosamente a buscar en otras latitudes.

Yo comprendo que esa diáspora venezolana, especialmente en la época de la «Venezuela Saudita», que nos hizo encontrar a muchachos y muchachas a muchas millas de distancia de nuestro país, estudiando inglés o estudiando administración, cuando las dos cosas podían estudiarlas perfectamente aquí, es necesario revisarla, para que busquemos lo que nos falte, para que complementemos nuestras adquisiciones con lo que sea necesario, pero para que recordemos que aquí nacimos, que aquí vivimos, que aquí luchamos, que aquí tenemos el deber de responder a la realidad nacional. Por eso, como decía Rolando, y le agradezco mucho sus palabras, digo con honda convicción que tengo el orgullo de ser venezolano.

He sido invitado para hablar al Rotary Club de Maracaibo en forma muy insistente, muy amable, por la presidencia del Club y también, y quizás en máximo grado por un amigo a quien estimo mucho, a quien quiero mucho, y que no sólo tiene el orgullo de ser venezolano, sino que tiene en alto grado el orgullo de ser zuliano: se trata de César Casas Rincón, exgobernador del Distrito, o como dicen en el lenguaje rotario: «past-gobernador», con una palabra un tanto híbrida, porque el participio es de un idioma y el sustantivo es de otro, pero al fin y al cabo corresponde a la naturaleza internacional de este Club de servicio.

Sé lo que representa la institución rotaria, sé la importancia que dentro de ella tiene este preciso Club; sé de la alta calidad de sus integrantes y por eso cuando me invitaron, por una parte sabía que tenía que venir a hablar de algo serio, porque en el Rotary a los rotarios no les gusta que hablen paja, sino que traten las cosas con la mayor seriedad posible. Lo que pasa es que el tema es tan apasionante que uno corre el riesgo de extenderse más de la cuenta. A todos nosotros nos ha pasado una experiencia, de que hemos ido a incontables reuniones en las cuales un orador nos dice «seré breve», pero es la promesa menos cumplida de todas las promesas hechas en el mundo, incluyendo las promesas electorales de algunos candidatos. El anuncio de la brevedad da la seguridad de que se va a encontrar uno con un verdadero aguacero. Yo por eso algunas veces prefiero más bien alertar a mis oyentes de que puedo extenderme un poco más de lo que sería justo y, en este caso, tratándose de esta invitación, de esta calificada y numerosa concurrencia, de esta estupenda oportunidad, corro el riesgo de extenderme un poquito y pido de antemano para ello indulgencia.

Afortunadamente, dentro de las formalidades protocolares que tienen las reuniones rotarias, este Club ha introducido una modalidad que para mí es nueva y muy convincente. He hablado en otros clubs rotarios y he soportado la tortura de hablar mientras los rotarios comen. Es una especie de castigo para el orador, para que no diga tantas tonterías lo ponen a hablar mientras otros están comiendo. Esto produce una sensación de duda, de si lo que se dice está siendo acogido en plenitud y, al mismo tiempo, de cierta incomodidad, porque los jugos gástricos empiezan a aparecer mientras se está cumpliendo el deber oratorio. Yo entiendo que esto surgió en los Estados Unidos, porque allá los clubes de servicio se reúnen a almorzar. Raras veces se reúnen de noche, y el almuerzo lo hacen de prisa, entre un negocio y otro negocio, y por tanto tienen que aprovechar al máximo el tiempo disponible. Pues bien, los rotarios de Maracaibo son muy inteligentes: le dan a uno primero su comida, satisfacen esta tranquilidad, y así el auditorio está en mejor ánimo, no por aquello que dice el viejo y vulgar refrán popular de que «a barriga llena, corazón contento», sino porque indudablemente se siente uno mejor después de que ya ha pasado esa etapa. Y, por otra parte, el orador también está más tranquilo, porque se siente en igualdad de condiciones con sus oyentes, ya que ha podido disfrutar como ellos de la excelente cena. Y no me voy a extender más en este preámbulo, porque corro el riesgo de que el preámbulo se lleve la mayor parte del discurso.

1.

El tema que convinimos en fijar para esta reunión está enunciado en una forma extensa: el problema del empleo a la luz de la experiencia venezolana en los años de vida democrática y de las necesidades del siglo XXI. Se trata, realmente, de expresar una preocupación basada en la experiencia y en el análisis actual y proyectada hacia la necesidad de llegar al siglo XXI, del que no estamos ya muy lejos (apenas nos faltan 15 años) con un país dueño de su destino, consciente de su rumbo, satisfecho de las posibilidades que se ofrecen a las nuevas generaciones, orientado hacia una vida mejor que se exprese no tanto «en tener más como en ser más». Que logre aprovechar las ventajas que la Providencia acumuló en su suelo, la potencialidad de sus recursos humanos y orientarlos en el sentido de lograr una paz fecunda y un ejercicio activo de la capacidad de cada uno hacia el progreso y hacia el bienestar.

En este sentido, he estado insistiendo en la necesidad de ponernos de acuerdo, de precisar de una vez eso de lo que tanto se habla, a veces en forma nebulosa, que es «un nuevo modelo de desarrollo«, un modelo de desarrollo adecuado a las necesidades, a la manera de ser, a las aspiraciones de nuestro pueblo dentro del contexto latinoamericano.

Estamos de acuerdo todos en que el desarrollo entre nosotros no puede ser una copia servil del proceso de desarrollo de los países industrializados de hoy. Ellos cumplieron una etapa que no va a repetirse y que no debe repetirse, porque estuvo al mismo tiempo caracterizada por grandes injusticias, por terribles dolores, por sufrimientos incontables. La riqueza y la felicidad de los pueblos ricos de hoy se hizo a base de la explotación inmisericorde de la mano de obra femenina e infantil, de las jornadas de trabajo inacabables, del menosprecio por los que salían accidentados o inhabilitados en el gran esfuerzo del trabajo, del hecho más nefasto que la civilización cristiana ha conocido a todo lo largo de la historia, que es la esclavitud: el dominio de seres humanos como si fueran animales y su explotación inclemente; de la explotación colonial establecida por unos pueblos sobre otros a base de mayor poder o de mayor riqueza; de la explotación de los pueblos atrasados proveedores de materias primas, compradas a precios miserables, para venderles las manufacturas a precios evidentemente inflados. Todo este proceso no se va a repetir, no se puede repetir, no queremos que se repita. No queremos que nuestros pueblos realicen una segunda revolución industrial para llegar a través de tanta miseria moral a la riqueza de que hoy disfrutan los pueblos más favorecidos de la tierra.

2.

Pero tampoco el modelo de desarrollo que queremos puede inspirarse en la idea del Estado totalitario y en la destrucción de la libertad, en el menosprecio de los derechos humanos fundamentales. No queremos un bienestar que arranque de un desprecio a la condición humana del ciudadano. Es un reto difícil el que tenemos por delante, sin duda. Tenemos que alcanzar el desarrollo a base de la libertad, sin mengua de la libertad, con garantía de los derechos humanos. Pero ese desarrollo no va a consistir solamente en el aumento de los renglones productivos. Luego voy a leer algunas citas que demuestran la equivocación terrible que tuvieron los que creyeron que sólo con el estímulo a la producción industrial se resolvía el problema del desarrollo y del empleo.

Yo creo que el nuevo modelo de desarrollo tiene que contemplar tres aspectos, que no son opuestos, sino que deben ser complementarios: 1) una mayor producción, para que la generación de riqueza sea capaz de soportar los gastos y exigencias de la vida social; 2) una mayor ocupación, para que pueda incorporarse al proceso el mayor número posible de habitantes en una población, y 3) una seguridad social lo suficientemente amplia como para satisfacer las necesidades mínimas de aquellos que contra su deseo, contra su voluntad no han logrado acceso al empleo, a la producción y a la bonanza económica en general.

A este respecto, suelo repetir una de esas frases maravillosas del Libertador Simón Bolívar. Con razón dijo Cecilio Acosta que era «la cabeza de los milagros y la lengua de las maravillas», porque parece mentira que Bolívar, para ese entonces un guerrillero afortunado, en la pequeña ciudad de Angostura que hoy lleva su nombre, dentro de un modestísimo escenario, se crece y se levanta para trazarle rumbos a su país y a la América y dice que «el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política». La felicidad general, en primer término, la seguridad social como su apoyo, y la estabilidad política como su resultado.

Pues bien, dentro de la situación actual del mundo, encontramos que la desocupación ya no es un problema coyuntural de los países en vías de desarrollo. Su problema tiende a generalizarse y a presentarse como un problema estructural. Los avances de la tecnología desplazan continuamente mano de obra. La República Federal Alemana, que hace pocos años importaba mano de obra de otros países (de Turquía, del sur de Italia, de España, de Portugal, no sé de cuántos otros) para poder satisfacer las necesidades de su industria, según cifras oficiales del 31 de marzo de este año tiene dos millones y medio de desempleados. ¿Es que los alemanes son incapaces? ¿Es que carecen de esas virtudes que algunos teóricos de la economía ven como el único remedio para los problemas de Venezuela? Alemania es un país ejemplar en el mundo por su capacidad, por su disciplina de trabajo, por su elevada perfección en materia técnica. El problema se ha presentado allá y no es el único caso. Los Estados Unidos reconocen oficialmente un 6% de desempleados. Un 6% que representa unos siete millones de personas. Francia tiene más de dos millones; España, ya para 1982 tenía un 17%, y en 1985 se estima que tiene un 20% de su fuerza de trabajo desempleada. Grave situación. El mismo Japón, que es el país modelo a este respecto, tiene un porcentaje modesto de 3%, pero que representa varios millones de personas que no tienen empleo. Eso, en los países más adelantados y más ricos del mundo. Si no existieran el seguro de desempleo y los otros aspectos de la seguridad social, habríamos visto los mismos cuadros de violencia que se dieron en los años treinta. Los desocupados promoviendo disturbios, rompiendo vidrieras, los profesionales vendiendo manzanas en las calles y la violencia enseñoreándose en el mundo hasta dar lugar al acceso al poder del Tercer Reich, que condujo a la hecatombe de la Guerra Mundial.

Los países socialistas se ufanan que en ellos no hay desempleo. Las estadísticas no son tan confiables como las estadísticas de los países de occidente. En todo caso, quienes hemos tenido ocasión de andar por esas áreas hemos encontrado en la Unión Soviética la señora que en cada piso está anotando la entrada y la salida de los pasajeros a sus habitaciones, las que en cada cuarto de los museos están en los rincones viendo desfilar a los turistas, y quién sabe cuántas más. También hubo aquí un momento en que se pensó que una de las maneras de resolver el problema del desempleo era poner a unos desocupados a manejar ascensores automáticos, que no solamente no necesitaban de ellos, sino que por lo general se dañaban porque no estaban construidos para que alguien los estuviera manejando. Pero, en todo caso, este pleno empleo supone un nivel de vida muy bajo, muy precario. Supone una privación de la libertad y el desconocimiento de muchos derechos humanos. Indudablemente que nosotros tenemos que reafirmar, y en eso estamos de acuerdo con los voceros del sector privado que reclaman insistentemente una mayor libertad, en que la libertad política y la libertad económica tienen que ser condición del desarrollo.

3.

En Venezuela, debo admitir que uno de nuestros grandes problemas para resolver cualquier dificultad es la inseguridad de las estadísticas, la inseguridad y la tardanza de las estadísticas. En un librito mío observo que el censo de 1961 se conocía en 1971 y se aplicaba o pretendía aplicarse en 1981, para una realidad dinámica que había cambiado radicalmente. En cambio, en 1981, en los Estados Unidos pedí una publicación con las cifras del censo y me preguntaron si quería la obra completa y me ofrecieron 20 tomos con todos los resultados del censo en los Estados Unidos. Me asusté, pedí un resumen y compré un volumen más o menos de mil páginas donde está toda la información sobre la realidad de ese país. Aquí, en Venezuela, todavía no tenemos los resultados completos del censo de 1981. A veces, cuando comenzamos a investigar un problema como éste, nos encontramos con contradicciones: que el Presidente en su mensaje dice una cosa, que los cuadros de Cordiplán dicen otra, que las cifras del Banco Central dicen otra, y que hay otra serie de datos que no coinciden, que no cuadran, con la gravedad de que a alguien se le ocurre soltar una cifra y los demás la repiten como un dogma.

Si yo esta noche aquí me valiera de esta tribuna para decir que en Venezuela en este momento hay tres millones de desempleados, alguien lo tomaría en serio y sin preguntar de dónde saco el dato, empezaría a darlo como si fuera un elemento debidamente verificado. Eso ocurre en el momento actual. Cordiplán nos dice que para 1984, el año pasado, el porcentaje de desempleo era del 13.4%, lo que para una población activa de 4.748.600 venezolanos representaría un número absoluto de 636.312 parados. Pero al mismo tiempo, leo que el señor Manuel Peñalver, secretario general del partido de gobierno e importante líder sindical, en declaraciones a un diario de Caracas el 2 de mayo de este año, dice que hay un millón y medio de desempleados. Realmente es difícil llegar a conciliar todas las cifras, es difícil establecer cuáles son las verídicas. Cuando nos hablan del costo de la vida, todas las amas de casa se ríen amargamente (valga la paradoja) cuando oyen a los voceros de organismos oficiales decir que la inflación no ha pasado del 10 o 12%, que el costo de la vida no ha subido más del 20%. Cuando van al mercado cada semana y encuentran que con la misma suma pueden traer si acaso la mitad de lo que traían la semana anterior, tienen que desconfiar con absoluta incredulidad de las cifras que los organismos oficiales dan.

Pero, atendiéndonos a las cifras de Cordiplán, ofrecidas por la Oficina Central de Informática, tenemos en materia de desocupación lo siguiente: para 1957 (las cifras son del Banco Central para entonces) tenemos un 7,7% de desempleados; para 1959, cuando empieza el gobierno del presidente Betancourt, 10,4%; en 1961, se registra la cifra más alta, 14,2% de desempleados; lo reconoce el propio Presidente en su mensaje. Cuando termina el período, en el año 1963, la cifra de desempleo está todavía en 12,2%. Fue aquella época terrible que enfrentó la democracia y en la cual nos correspondió a los socialcristianos la grave responsabilidad de respaldar al gobierno y afrontar las consecuencias de ese respaldo, porque teníamos conciencia de que la recién nacida democracia estaba nuevamente en peligro de desaparecer. Se rebajaron los sueldos, se dictó una ley de emergencia que la oposición llamó ley de hambre, hubo que tomar una serie de medidas, entre otras la devaluación de la moneda (ya casi se acuerda de que el dólar estaba a 3.35 en 1958 y bajó a 4.50 en ese primer período constitucional; yo lo llevé a 4.30 en dos simbólicas revaluaciones, motivadas más que todo por el orgullo nacional de no querer que el bolívar siguiera fielmente la caída del dólar, que estaba bajando en esos días).

En 1968, el último del gobierno del presidente Leoni, el desempleo, según las cifras de Cordiplán, era de 6,9%. Un descenso acentuado en relación al quinquenio anterior. En 1973, el último año de mi gestión de gobierno, bajó a 4,9%. Y en 1978, según esas mismas cifras de Cordiplán y encuesta de hogares, el índice estaba en 4,3%. Había disminuido  unos seis décimos por ciento el desempleo, con un producto territorial inmensamente mayor debido al aumento de los precios del petróleo, pero también por un aumento de la población activa y por un indudable desquiciamiento en la situación económica del país. En 1982, el desempleo sube al 7,1%; en 1983, a 10,1%; en 1984, a 13,4%.

Ahora, hay que señalar un hecho que es interesante para los que estudian el problema. El de que entre las cifras de 1983 y 1984 cambia para el cálculo la base poblacional. Porque en 1983 se toma como base todavía la población del censo anterior y en 1984 se toma como base la población del nuevo censo nacional. El nuevo censo nacional refleja aumento de la población. La población ha pasado de 15.212.700 habitantes a 16.966.300 habitantes, es decir, casi 17.000.000 de habitantes. Al aumentar la base poblacional, aumenta proporcionalmente la fuerza de trabajo y el porcentaje de desempleo, conservando la misma cifra absoluta, se hace necesariamente menor. Ahora, esto ocurre al mismo tiempo que aumenta el producto territorial. Aumenta la riqueza del Estado. Aumenta también la población activa en un 5,4% anual.

4.

La composición del empleo por sectores es la siguiente: Dentro del sector primario, el sector agropecuario, para 1980 (que son las últimas cifras que pude encontrar discriminadas) es de 15,1% del total de trabajadores ocupados. Hay que señalar que en 1974 era de 21,9%. Es decir, que ha bajado el porcentaje de la población ocupada en la agricultura, de casi 22% en 1974 a 15% en 1980. El petróleo y minería se mantienen más o menos en torno al 1 o 1,5%, que es una cifra más o menos estable. En el sector secundario, encontramos que la industria manufacturera para 1980 ocupa el 15,9%. En 1974, la cifra era de 18,5%. Es curioso, pero bajó ese porcentaje en relación a la industria manufacturera entre 1974 y 1980. En el sector de la construcción, que es uno de los más importantes como fuente de trabajo, pero al mismo tiempo de los más variables, tenemos en 1980 un 9% del total de la fuerza ocupada en relación al 6,7% que había en 1974. Había subido. Y en electricidad, gas y agua, 7,1% en relación al 6,3% que había en 1974. En el sector terciario –y aquí tenemos que prestar especial atención porque es el sector donde está la clave principal de atención al problema del desempleo– encontramos lo siguiente: comercio y finanzas: para 1980 se ha llegado a 18,5% en relación al 16,9% que había el año 74; y en servicios públicos y privados, 31,7% en relación a 27,1% en el 74.

No es aventurado, pues, afirmar que en el momento actual más de la tercera parte de la fuerza de trabajo ocupada está en el sector terciario: el sector de servicios y el sector comercio y finanzas. Estos, indudablemente, representan una fuente tradicional. El comercio y los servicios, transporte, etc., pero el gran empleador viene a ser la administración pública, a través de sus diversos órganos centralizados o descentralizados, que vienen a suplir, a través de un aumento progresivo de la burocracia, la incapacidad de la industria petrolera para ofrecer empleo, porque el petróleo, hemos insistido muchas veces en ello, ofrece dinero pero no empleo.

Las cifras que siguen no son rigurosamente exactas, pero aproximadas: en 1958, cuando empieza la experiencia democrática, se estima que el sector público ocupa 200.000 personas; en 1973, el último año de mi gobierno, 350.000 personas, es decir, que había incorporado 150.000 en casi 16 años, lo que representa un poco menos de diez mil por año. En 1978 llega a 850.000 personas, es decir, que hay un aumento de 500.000 en cinco años; se ha multiplicado por 10 el ritmo de crecimiento del personal empleado en la administración pública. Y en 1984, excede de 1.000.000.

Desde luego, una buena parte de este incremento encuentra su justificación en tres ramos de servicios públicos que deben aumentar necesaria y constantemente: educación, salud y seguridad. Es indudable que el progreso del país reclama cada día mayor número de funcionarios ocupados de la seguridad de los ciudadanos. Pero, aparte de esto, hay la presión casi incontenible de los que buscan empleo y no lo encuentran. Este fenómeno angustioso lo estamos viendo, sufriendo, experimentando en la actualidad con profesionales universitarios. No tengo la cifra exacta y la he buscado, parece girar alrededor de 35.000 (parece que son más) el número de profesionales universitarios desempleados en el momento actual. El presidente del Colegio de Ingenieros de Venezuela, que por cierto no es sospechoso de inventar cifras para perjudicar a la administración pública porque es militante del partido de gobierno, dijo que había 12.000 profesionales, ingenieros y de profesiones afines, desempleados. Pero lo grave de esto es que muchos de los profesionales universitarios sienten que el único empleador es el gobierno, que si la administración pública no los incorpora no existe posibilidad para ellos.

He mencionado el hecho que me causa angustia de que de una universidad nueva como la Universidad de Los Llanos en Barinas (un estado especialmente ganadero y agrícola), hay profesionales recién graduados, no de profesiones tradicionales, de esas que podrían considerarse innecesarias, sino de profesiones fundamentales para el desarrollo, como ingenieros agrónomos, como médicos veterinarios, como peritos forestales, como administradores de la reforma agraria, que no tienen empleo porque la capacidad de empleador del Estado está ya saturada.

Y a veces se encuentra uno en otros países hasta con casos que parecen ironías. En el Brasil, en el nuevo gabinete, de acuerdo con los planes planteados por el nunca suficientemente llorado y malogrado presidente Tancredo Neves, han creado un Ministerio de Desburocratización, es decir, que para disminuir la burocracia han creado un ministerio más.

Estas cifras que he dado, en relación al empleo, tienen de curioso el que el empleo no ha subido al mismo ritmo del PTB, del producto territorial bruto. El PTB para 1957 ya estaba e 23.847.000.000 de bolívares. En 1968, en 43.268.000.000. En 1973, en 79.876.000.000. En 1983-84, en 280.000.000.000 de bolívares. Probablemente está hoy en 300.000.000.000 de bolívares. Claro, a precios constantes las cifras serían distintas por la variación que ha sufrido el valor de nuestra moneda.

5.

Ahora traigo unas cifras de una fuente muy interesante. El llamado Grupo Roraima, un grupo de jóvenes venezolanos aparentemente enemigos del Estado que llaman omnipotente, hace un análisis interesante del desarrollo económico y presenta un estudio con sus proposiciones al llamado Grupo Santa Lucía, con un análisis de lo que ha ocurrido en Venezuela en los últimos años. Señalan que de 1968 a 1974 (las cifras corresponden al quinquenio de mi administración), el empleo creció en 4,6% interanual. De 1974 a 1978, subió un 3,7% interanual, es decir, la tasa de aumento bajó casi un punto por ciento. De 1979 a 1982, fue de 2,8% interanual, es decir, que bajó casi un 1% más. Y de 1983 en adelante, no creció el empleo sino que bajó. Pero al mismo tiempo estaba subiendo increíblemente el gasto público. En 1978, el gasto público aumentó en un 38%, pero la tasa de crecimiento del PTB no petrolero disminuyó. Esta fue de 7,9% en 1977 y bajó a 3,5% en 1978. En 1981, el gasto del sector público subió en más del 21% y el PTB no petrolero apenas en un 0,8%. ¿Cuál es la conclusión? La de que el gasto y el aumento del ingreso no se han traducido en un aumento proporcional del empleo.

Los señores Moisés Naim y Ramón Piñango, del Instituto de Estudios Superiores de Administración (IESA) han publicado un libro muy interesante y quizás muy discutible en diversos aspectos, que se llama «El Caso Venezuela: una ilusión de armonía», en el cual hacen esta observación: el milagro alemán, el llamado milagro alemán, la recuperación de la economía alemana significó un crecimiento entre un 4 y 5% de la economía cada año. La economía venezolana creció al 7% anual durante 23 años. Hay en el libro una serie de cifras muy elocuentes sobre el crecimiento del país durante los 25 años de democracia. Por ejemplo, los institutos de educación superior eran 9 en 1960 y 80 en 1981; el número de estudiantes universitarios se multiplicó por 12 en esos 20 años; el producto agrícola, entre 1940 y 1980 (a pesar de que es un lugar común repetir que la agricultura en Venezuela ha sido abandonada) subió el 4% anual durante los 40 años transcurridos entre 1940 y 1980; el sector salud presenta en 1950, 15.000 camas hospitalarias y en 1980, 40.000 camas hospitalarias; el sector industrial creció, de 1971 a 1978 al 9% anual; entre el 60 y el 68 se multiplicó por 6; el número de agencias bancarias en el país pasó de 80 en 1950 a 1.300 en 1981; el gasto público, de 9.000.000.000 en 1968 (el último del presidente Leoni) a 90.000.000.000 en 1981. Además, observan estos autores algo muy interesante para quienes blasfeman de la administración del país durante los 25 años de democracia y hablan de poca atención al sector económico: más del 80% de las plantas industriales existentes en el país en 1979, fueron creadas después de 1960.

Lo que pasa es que hay una diferencia entre todo este fenómeno de crecimiento y el problema del empleo, y ese es el punto en que quiero insistir esta noche. Las características básicas de la desocupación para 1982 son las siguientes: primero, más urbana que rural, 7,6% urbana, rural 5%. Segundo, mayor en los jóvenes, el 55% de los desocupados es menor de 24 años y el 82% menor de 34 años. Tercero, hay mayor desocupación en la fuerza de trabajo masculina, 7,7%, que en la femenina, 5,5% (estoy hablando de cifras de 1982, hace tres años, que son las últimas que pude conseguir). Sólo uno de cada cinco desempleados es jefe del hogar. Esto es muy importante, porque lo más grave del desempleo es el desempleo del jefe de familia. Quinto, hay mayor desempleo en los niveles medios o altos, pues el 50% de los desempleados confiesa como ingresos normales Bs. 3.000 o más. Sexto, el 43% de los desocupados corresponde al sector terciario, el 20% al secundario (la industria) y el 22,5% a la construcción. Séptimo, el 43% de los desempleados eran operarios de fábrica y el 10% empleados de oficina. No basta creer que la simple reactivación económica enfrenta y resuelve el problema del desempleo. Puede aminorarlo, puede aliviarlo, pero hay una cuestión de fondo.

La Oficina Internacional del Trabajo publicó recientemente una obra muy interesante llamada «El trabajo en el mundo» que contiene observaciones y estadísticas muy serias y confiables. Es una obra editada en 1984. Se hace una serie de observaciones sobre América Latina (dividida en dos grupos, países de ingresos bajos y países de ingresos medios. En los de ingresos medios comprende a Venezuela): el nivel de empleo, de 1960 a 1980, bajó en la agricultura de 45,6% a 31,8%; en la industria subió de 20,7% a 25,8%, y en servicios subió de 33,6% a 42,4%. De aquí hay un dogma de la economía clásica que no hay más remedio que enfrentar. La economía clásica dice que los servicios no deben desarrollarse y florecer sino después de que el sector primario y el sector secundario hayan tomado suficiente desarrollo. América Latina no ha podido ni puede someterse a esta regla, porque esperar que el sector primario y el sector secundario puedan cumplir su papel como lo hicieron en los países de la revolución industrial, sería someter a la población a tal margen de desempleo y de privación, que ocurrirían incontables acontecimientos, todos ellos trágicos.

6.

La producción, en mi concepto, tiene que aumentar. No estoy entre aquellos que se señalan, porque tienen vocación social, como enemigos de la riqueza, enemigos del productor. Creo que Venezuela tiene que estimular al productor, tiene que fomentar la riqueza, tiene que apoyar a los que crean más riqueza, pero esa riqueza tiene que soportar el peso de los servicios para elevar la calidad de vida y ofrecer oportunidad de trabajo a toda la población.

Me refería antes a la obra de la Oficina Internacional del Trabajo que se llama «El trabajo en el mundo» y quisiera leer un párrafo que me parece muy importante, referente a América Latina. Dice: «En los años 50 y 60, el principal problema para los responsables de la política económica era conseguir una tasa máxima de crecimiento del producto final. Se estimulaba el desarrollo del sector industrial moderno, de alta productividad, suponiendo que el mismo absorbería en un plazo razonable los excedentes de mano de obra procedentes de las zonas rurales. Se pensaba que los grupos de bajos ingresos se beneficiarían de la aceleración del ritmo de crecimiento económico, gracias a su incorporación progresiva a la gran corriente de desarrollo económico. Sin embargo, el fin de los años setenta se comprobó que esta estructura de desarrollo no produciría los efectos deseados. A pesar de las elevadas tasas de crecimiento de la producción industrial y de un crecimiento general constante, una parte demasiado grande de la población activa ocupaba empleos de escasa productividad y baja remuneración. Los frutos del crecimiento no revertían masivamente hacia los grupos de trabajadores de bajos ingresos».

Algunas tasas de desocupación alcanzaron elevados niveles en los primeros años de la década del 60. De hecho, en los países que en los años sesenta tenían altas tasas de desempleo, generalmente esas siguieron siendo elevadas. Se hace referencia a México, Brasil y Argentina, los primeros países de América Latina que emprendieron con decisión este proceso de industrialización. Y dice el mismo libro: «Siempre se ha atribuido un importante papel a la industrialización en el proceso de desarrollo, pero si bien hubo un tiempo en que era considerado como el motor del crecimiento económico que transformaría las sociedades subdesarrolladas, tal noción ha dado lugar a buen número de desilusiones cuando se comprobó, después de los años 50 y 60, que las elevadas tasas de crecimiento industrial podían coexistir con el estancamiento rural y la pobreza urbana». Esto es muy importante para enfocar los programas de desarrollo, porque además proviene de una autoridad seria como es la Oficina Internacional del Trabajo.

Desde luego, hay una serie de aspectos más sobre los cuales no quisiera insistir, pero que vale la pena mencionar. Nuestros países están soportando una situación grave en materia de deuda externa, con elevadas tasas de interés. Se ha presentado con mucha frecuencia el fenómeno de la estanflación. Ha caído la idea de que la política anti-inflacionaria genera ocupación cuando se ha demostrado por la experiencia, que la política anti-inflacionaria reduce todavía más el nivel del empleo. Ahora se encuentra que en países adelantados como Suecia y Dinamarca, se ha producido un crecimiento del personal en los servicios públicos verdaderamente impresionante. En Suecia, en 1970 era el 20% y en 1978 el 29%, el personal ocupado en los servicios públicos. En Dinamarca, se pasó de 16% a 25,5%. En general, en la Organización de la Comunidad Económica Europea, subió de 14,2% a 18%.

7.

Y ahora nos planteamos –porque desde luego no hemos venido aquí simplemente a señalar los hechos, sino a tratar de apuntar soluciones–, ¿dónde están las fuentes de empleo? Evidentemente, la agricultura es una fuente de empleo, pero debemos admitir que el progreso de la agricultura está vinculado en gran parte a la mecanización, al uso de fertilizantes, a la mayor inversión de capital, con disminución porcentual de mano de obra. Los Estados Unidos producen para alimentar a una población de más de 200 millones de habitantes, para venderle sus excedentes a la Unión Soviética, para regalar a países que padecen hambre y hasta para limitar a veces la producción agrícola a fin de evitar serios problemas, con un 4% o menos de su población activa en el sector. Es una producción a base de capital, capital-intensivo, no trabajo-intensivo, y cuando la agricultura en Venezuela progrese, como tiene que progresar, tendremos que tener más capital invertido y eso supondrá menos uso de mano de obra por hectárea ocupada, por unidad de producción.

Hay, sin embargo, algunos renglones que pueden ser generadores de mano de obra. Yo he dicho algunas veces a mis amigos colombianos, que se quejan de que Venezuela tiene petróleo, que el petróleo a nosotros nos da dinero pero no da empleo permanente sino para 30 o 40 mil personas, con el agravante que en su fase inicial atrae una cantidad de obreros para las construcciones, para las viviendas, para las torres que hay que montar, para todo eso, y surgen ciudades como Cabimas, como Lagunillas, como El Tigre, como Punto Fijo, como Caripito, como tantas obras que en Venezuela hicieron una succión de trabajadores del campo, que vinieron atraídos por el dinero del petróleo y después se encontraron, al pasar la fase inicial, con que el manejo de las instalaciones suponía un personal pequeño, bien remunerado y bien calificado, pero el resto quedaba buscando qué hacer; pero en cambio, en Colombia, dije yo una vez que más de 800 mil familias y me corrigió el presidente Belisario Betancur, más de un millón o un millón doscientas mil familias, viven del café, y esto le ha dado a Colombia una estabilidad grande, lo que explica el milagro de que en medio de tanta violencia y de tantos factores adversos, esa estabilidad se mantiene.

El café debe ser un renglón por aumentar en Venezuela, porque además es un cultivo que ayuda a conservar los bosques y las fuentes de agua, es protector del ambiente, al mismo tiempo que puede ser compatible con la pequeña y mediana propiedad. Pero hay otros renglones: frutales, fresas… En una población del estado Trujillo, Burbusay, encontré una transformación económica porque se pusieron a sembrar fresas y ya los propios agricultores compraron su camión-cava para llevar sus productos al mercado. Las flores: de Colombia salen flores todos los días para los mercados del mundo. Hay muchos otros cultivos que pudieran originar también esa producción que no se puede hacer con máquinas y que requiere mucha mano de obra. Los zulianos son maestros en todas estas cosas y tantas otras que pueden ser, sobre todo, las agro-industrias: que la elaboración inicial se haga directamente en el lugar de producción. En La Gran Sabana me decían –ahora en Semana Santa– algunos de los dirigentes indígenas, que el año pasado pudieron coger una buena cosecha de tomate pero la perdieron toda porque no pudo salir a los mercados; y yo le insinué al presidente de EDELCA que pudiera ser interesante, entre las cosas que se pueden hacer allí, poner una pequeña planta procesadora de tomate, para que el tomate que produzcan los indios se convierta en pulpa y se pueda transportar con comodidad a las grandes empresas industriales del centro de la República.

No quiero torturarlos más con una exposición demasiado larga. Hay otros renglones que generan empleo: la pequeña industria, el artesanado, la construcción, desde luego, yo soy fanático de la vivienda popular pues creo que resuelve no sólo un problema social, porque le da a la familia un sitio donde mantenerse, donde vivir, sino que al mismo tiempo le da a la industria de la construcción una ocupación que se renueva constantemente, porque si el índice de la población está cerca todavía del 3% –pongamos del 2,5%– son alrededor de 400 mil las personas que nacen todos los años, y si calculamos alrededor de cinco personas por unidad de vivienda, son 80 mil viviendas más que será necesario construir el día que se solucione el déficit para que el déficit no reaparezca.

Indudablemente, una gran solución está en el turismo. Está en los servicios de transporte, recreación, educación, salud.

El comercio ambulante: ¡qué problema!, es cierto que afea las ciudades, pero hay gente que come de eso, que vive de eso. Hay que buscar soluciones. Aquí logramos nosotros una operación maravillosa y uno de los grandes éxitos de la gestión del gobernador Hilarión Cardozo fue sacar a los buhoneros del boulevard Baralt, que hoy son respetables pequeños comerciantes del Mercado de Las Pulgas. Se puede en todos los lugares lograr el que este tipo de ocupación, que se llama subempleo porque tal vez no tiene la misma estabilidad pero que a veces genera para quien los utiliza ingresos comparables a los que puede obtener en cualquier trabajo bien remunerado, puede tener una solución. Ahora la informática es también un nuevo renglón, que puede ofrecer durante algunos años muchos empleos nuevos.

8.

Para apreciar los dos renglones (producción y ocupación) que una política de inversión para el desarrollo debe atender, suelo presentar un ejemplo. En el estado Anzoátegui, a una distancia corta una de otra, están dos empresas: la fábrica de cementos de Pertigalete y el hotel Meliá de Puerto La Cruz. La primera es una de las más importantes de América Latina. Para montar una fábrica de la magnitud y de las características de la fábrica de cementos de Pertigalete, con capacidad de producir 1.500.000 toneladas por año, se requeriría hoy una inversión de 180 millones de dólares (al cálculo de 120 dólares por tonelada al año). De manera que para darle trabajo a mil personas, que es más o menos el personal de la fábrica, se necesita una inversión de 180 mil dólares por trabajador. No me atrevo a calcular la cifra en bolívares. Si fuera al cambio preferencial de 7,50, sería más de un millón de bolívares por trabajador. Si fuera al cambio libre de 13 bolívares, serían casi dos millones de bolívares para darle ocupación a un trabajador. El hotel Meliá de Puerto La Cruz costó, puesto en servicio, 34 millones de bolívares y ocupa con empleo directo a 295 personas, casi 300 personas. Redondeando cifras (Bs. 30 millones para 300 personas) el empleo directo provisto supone una inversión de 100 mil bolívares por persona. Además, ofrece mucho empleo indirecto (taxis, lavanderías, panaderías, etc., todas las actividades que giran en torno al hotel). ¿Qué quiero decir? ¿Qué debemos preferir construir hoteles y no fábricas de cemento? No, porque esto sería engañarnos. ¿Qué tenemos que limitarnos a crear instalaciones como la fábrica de cemento para generar verdadera riqueza? ¿Y el problema del empleo? Yo creo que hay que estimular, por un lado, la producción que genera riqueza y, por otro lado, todas las actividades, especialmente de servicios, que son capaces de generar ocupación.

Puedo traer otro ejemplo, muy propio, muy del lugar. Las nuevas instalaciones del diario Panorama, una institución al servicio del pueblo zuliano y del occidente del país. Gran vocero. Un estupendo edificio con vistas a los años futuros. He estado precisando justamente en varias conversaciones que he tenido, el monto de la inversión y su capacidad de empleo. Sus instalaciones y su estupenda maquinaria han costado 255 millones de bolívares. De eso, apenas, el préstamo del exterior ha sido de 10 millones de dólares, que si los pagan a 4,30 alcanzan esa suma de 255 millones de bolívares; si a 7,50, que no creo, serían 30 millones, y a 13 bolívares, serían 87 millones más. Pero vamos a ponernos en la cifra contabilizada por la empresa: 255 millones de bolívares y empleo directo a 360 personas. Ello supone un promedio de algo más de 700 mil bolívares por trabajador. Pero hay un elemento que me parece sumamente importante. Panorama no es ejemplo ni de la empresa industrial pura ni de la empresa de servicios; es empresa mixta y por eso hice allá esta pregunta: ¿cuántos son los trabajadores del taller? ¿Cuántos son los trabajadores de servicio? El taller ocupa 100 personas aproximadamente. Con esa inversión de 255 millones sería realmente ultra costoso darle empleo, como fuente directa a este centenar de trabajadores, pero Panorama ocupa 260 personas más como periodistas, reporteros, contabilistas, personal de secretaría, etc., lo que hace que a través de la prestación de servicios, se convierta en una fuente generadora de más colocación.

Yo creo mucho en la armonía, que algunos niegan. Yo creo mucho en el consenso, en la búsqueda de soluciones equitativas y justas. Yo creo que el camino tenemos que ajustarlo en ese circuito, para llegar realmente al año 2000 con soluciones claras.

Hay medidas que habrá que tomar. En la campaña electoral anuncié algo que nadie me replicó y que creo que podría ser conveniente: el que al otorgarse préstamos de fomento a empresarios, industriales, agricultores o ganaderos, se les impusiera como condición el emplear uno, dos o equis número de profesionales universitarios del ramo, de acuerdo con la magnitud de la empresa y de acuerdo también con las circunstancias de la vida. Porque nuestros agricultores, por ejemplo, no están acostumbrados, ni nuestros criadores, a valorar la presencia permanente del profesional universitario. Hay muchos que consultan al veterinario cuando un animal se les enferma, pero no se dan cuenta del beneficio que significaría para ellos el tener al veterinario permanentemente para que estuviera vigilando la marcha de los rebaños, para que estuviera pendiente de lograr con los rebaños un mejor resultado. Tal vez si el Estado, poniendo esa condición a través de los préstamos que da para el fomento de las empresas, pusiera condiciones así, podríamos disminuir el problema de los profesionales universitarios, aun de esas profesiones tan indispensables para el desarrollo que no encuentran trabajo sin o los emplea el Estado o si no ponen un negocio por su cuenta. Porque una solución es convertirlos en empresarios. La que se aplicó en Acarigua en tiempos de Saverio Barbarito, que a los peritos graduados les dio créditos para convertirlos en productores, pero esa no es la regla general. El técnico no es muchas veces el empresario más capaz. El técnico tiene su función propia, que no está vinculada con los riesgos de la empresa.

9.

Y para finalizar, quiero tocar un punto al que algunos representantes del sector privado en Venezuela son terriblemente sensibles, yo creo que injustamente sensibles. Aun con un programa de desarrollo, de producción y de generación de empleo, el desempleo y el fenómeno de la marginalidad no van a desaparecer. Siempre habrá sectores de la población que no encuentran, porque no han sido educados, o porque no han tenido suerte, o por lo que sea, la posibilidad de un trabajo que les permita subsistir. De allí el mandato del Libertador (y lo vuelvo a invocar), «un sistema de gobierno que produzca la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social y la mayor suma de estabilidad política». Hay que enfrentar el costo de la seguridad social. El seguro contra el paro forzoso ha protegido a los países desarrollados de los traumáticos efectos de la crisis. En Venezuela, no basta generar más empleo. No se puede ignorar que habrá siempre desempleados contra su voluntad: para ampararlos está previsto el Seguro Social. Por otra parte, hay el caso de quienes no obtienen lo indispensable para llevar al nivel de subsistencia.

El argumento que los países del occidente libre tienen frente al de los países socialistas, de que allá hay pleno empleo, es el de que en los países occidentales nadie se muere de hambre, porque el Estado se siente obligado a proveer lo necesario para que viva. Aquí se forma un escándalo cuando uno habla del subsidio familiar, o de la cesta familiar, o del bono familiar, o de cualquier tipo de ayuda social. Esto es injusto. El Papa Juan Pablo II ha dicho que el derecho a la seguridad social es consecuencia del derecho a la vida: el ser que nace tiene derecho a vivir y si la sociedad no le facilita la posibilidad de ganarse la vida con su esfuerzo, hay que buscar la manera de asegurarle su subsistencia.

Los costos de la seguridad social, solamente para el desempleo, son altos. En Francia eran de 722 millones de francos en 1970 y pasan de dos mil millones de francos en 1979. En Alemania Federal, 722 millones de marcos en 1970 y 15.048 millones en 1981. En el Reino Unido era el 0,9 del PTB (del producto territorial) en 1971 y ahora es el 1,8% (el 2% del PTB en Venezuela, si lo estimamos en 300 mil millones de bolívares, sería 6 mil millones de bolívares). El costo total de la seguridad social en Alemania es del 17,75% del producto (estoy hablando ahora del costo total de la seguridad social y no solamente del desempleo). En Bélgica, es del 20,08%. En Francia, del 18,83%. En Holanda, del 23,25%; y en Estados Unidos, la oficina del censo (en ese libro de mil páginas que compré, que tiene las cifras de 1980), estima en los niveles de pobreza una población que en 1979 era de 25 millones de personas y considera (nos provoca una risa trágica decirlo) como nivel de pobreza, el de una persona que tiene en el año menos de 3.689 dólares (el ingreso per cápita en Venezuela, que se dice es un país rico, no llega con mucho, en el momento actual, a 3.000 dólares por año). El gasto social en Estados Unidos para 1980 era de 18,7%, incluyendo prestaciones en dinero, las llamadas «food stamps» (estampillas para la alimentación), los subsidios para vivienda.

Se ha discutido mucho y he leído interesantes comentarios al respecto, si ello aumenta o disminuye la pobreza. Las cifras demuestran que la pobreza bajó, a pesar de las condiciones económicas desfavorables, en los años posteriores a 1960. Las estampillas para la alimentación, las «food stamps», en Estados Unidos para el año pasado llegan en promedio a 495 dólares mensuales. Allá, claro, hay variación por estados. En 1984, la ayuda del programa AFTC, que es la ayuda para las familias que no tienen jefe, que no tienen una unión marital constituida, varía de 120 dólares en Mississipi a 676 dólares en Nueva York, para familias de cuatro personas. Pero, en general, los estados con mayores subsidios tienen menor número de hijos ilegítimos.

En definitiva, creo que debemos preocuparnos profundamente por este asunto. Estas cosas la digo porque tenemos que abrirle camino a nuestra conciencia en materia de seguridad social. Establecer la seguridad social no es estimular la flojera, no es estimular la pereza. Es buscar la estabilidad social y política que nos permita enfrentar el porvenir con optimismo y librarnos del terrible pesimismo que está dominando actualmente Venezuela.

Yo me sentiría muy satisfecho con que muchas de las importantes personalidades aquí reunidas esta noche buscaran encontrar a fondo estas soluciones. Que se entienda claro que no soy uno de esos paternalistas que cree que el Estado debe alimentar, llevar de la mano al muchacho. Todo lo contrario. Mientras más libertad se deje al sector privado, mejor. Pero el Estado debe intervenir para asegurar el bienestar social y para tomar iniciativas. Tenemos que reconocer, por ejemplo, que si el Estado no hubiera tomado la iniciativa de construir este Hotel del Lago, quién sabe cuántos años habría pasado Maracaibo sin tener un hotel de esta calidad. Y así hay muchos otros ejemplos. En Ciudad Guayana, cuando asistí a un acto con motivo de la celebración de los treinta años de la Cámara de Comercio, el presidente de la misma, que ahora ha sido electo presidente de Consecomercio, Arístides Maza, un empresario joven, muy inteligente, decía en su discurso: nosotros aspiramos a que desaparezca la intervención del Estado. Y yo no pude menos que comentar: vamos a ponernos de acuerdo sobre cuál es la intervención del Estado que debe suprimirse, porque sin la intervención del Estado, Ciudad Guayana no existiría. Yo conocí a San Félix, un pueblecito de tres mil habitantes, más de la mitad de los cuales estaban palúdicos y enfermos, tristes, a la orilla de aquellos grandes ríos, y el Estado lo convirtió en una pujante ciudad con más de 300 mil habitantes, que tiene uno de los complejos hidroeléctricos mayores del mundo; que tiene un complejo siderúrgico estupendo; que tiene un complejo alumínico maravilloso; que tiene escuelas, viviendas, hoteles y muchas cosas más, a pesar de todas las fallas posibles, y además cuenta con un gran concurso de jóvenes capaces, con gran empuje de la población, que respondió al llamado y se hizo cargo de aquella región.

Tenemos, pues, que adoptar posiciones equitativas en esta materia. Tenemos que buscar las fórmulas para llegar realmente con paso firme al desarrollo y para que se acabe este permanente descrédito que quienes hablan y escriben todos los días están tratando de echar negaciones sobre Venezuela y sobre algo de lo que nos sentimos muy orgullosos es de nuestra democracia. Porque si nos aprecian en el mundo, si nos aprecian en América Latina, no es como productores de petróleo sino como gente civilizada que ha logrado vivir en libertad, fortalecer sus instituciones democráticas, en un momento en que se estaban cayendo como castillos de naipes en los países más cultos, más civilizados del hemisferio, como son los del Cono Sur.

Vamos, pues, a interesarnos de verdad en el problema.

Perdone, señor Presidente. Perdonen ustedes, estimados amigos, que haya atropellado el protocolo del Rotary y abusado de su tiempo, pero creo que este tema merece una profunda y urgente meditación.

Muchas gracias.