En la graduación de su hija Cecilia
Palabras en la graduación del Colegio Mater Salvatoris, el 21 de julio de 1970.
Han querido las madres del Colegio que diga unas palabras en la clausura de este acto. Pienso que debo hacerlo y que me toca tratar de hacerme intérprete de sentimientos que se vuelcan en este momento de los padres y madres de las lindas y alegres muchachas que hoy reciben con satisfacción su título de Bachiller.
Hemos oído con elocuencia la voz de las alumnas, la voz de los profesores y de las profesoras, y la voz de la Iglesia. Nuestra voz ha de ser para manifestar la alegría de esta etapa cumplida y para expresar el agradecimiento a las madres, así como a los profesores y profesoras que durante largos años de constancia, de paciencia y de mucha fe, han ido dando educación a nuestras hijas.
Hoy termina una etapa de su vida, y quizás realizan el cambio más profundo que se cumple en la existencia humana. Se convierten de niñas en mujeres. Algunas van a la Universidad; otras, a estudiar especialidades, y ya hay quienes – según nos lo recordó como siempre el Colegio – van a realizar la más importante y difícil de las actividades, a pasar por la prueba más recia, la prueba atrayente, fascinante: el matrimonio.
Salen nuestras muchachas a la vida en un mundo conmovido, a encontrarse con el mensaje de la rebeldía. La rebeldía es noble y digna de respeto cuando traduce ideales generosos, cuando la conducta responde al fondo de la convicción y cuando no se encamina solamente a cambiar aquello que tiene que mudarse por imperativo de los tiempos, sino que lleva un propósito honesto de construir y servir.
El mundo se transforma. El Colegio de donde ustedes salen no es el mismo al que entraron, aunque existe, claro está, aquel mismo espíritu, aquella misma cordialidad y amplitud que nos hace recordar con afecto a la Madre Félix y a la Madre Sagüillo.
El Colegio tenía que transformarse para servir a los tiempos. También se transforma la Iglesia, que es la más antigua y venerable de las instituciones. Todas están en proceso de modificación, pero también dentro de todos esos cambios se observan valores que se sienten más fuertes, más firmes y necesarios.
Nuestras hijas salen ahora a actuar en la vida. Al referirnos a nuestra responsabilidad de dirección, entendemos que es difícil, a veces, conjugar nuestra comprensión por las rebeldías que a todo paso ocurren, y nuestra obligación de mantener los canales fundamentales de la convivencia dentro de las comunidades. Al fin y al cabo hay un hombre, Pablo VI, que nos da ejemplo, todos los días, de esta situación preocupante y a veces angustiosa: un hombre que ha tenido las audacias más grandes al frente de un gobierno que lleva 20 siglos y que, al mismo tiempo, ha tenido que frenar, que decir, enfrentarse a los que tratan de destruir lo que es el fundamento indispensable para que aquélla siga siendo su esencia de amor, de honestidad, rectitud y pureza.
Nuestras hijas salen a demostrar que han logrado lo que debía ser nuestro objetivo fundamental, el objetivo de padres y maestros: ayudarlas a forjar su propia personalidad. Ya pasaron los tiempos de aquella educación en que padres y madres les tomaban las lecciones a los hijos, porque si no, no estudiaban y los vigilaban celosamente desde la mañana hasta la noche, a través de unos cartabones que ellos habían recibido y que se aferraban en mantener. El que se educa así, no logra nada, se hunde ante el primer contraste. Si hemos hecho lo que debíamos hacer en estos años (las madres, profesores y profesoras y los padres y madres de las nuevas graduandas) lo vamos a saber cuando se enfrenten a la vida, cuando como esposas sepan asumir las cargas y las durezas del hogar y mantener en ellas los principios; cuando sepan afrontar las luchas, cuando muestren que son verdaderas mujeres en su intención, en su esencia, en su pureza, en medio de las dificultades que forzosamente van a encontrar. Para eso, creo que lo mejor que nos hemos esforzado en darles es la fe en Dios, como un punto de apoyo inconmovible en medio de las peores tempestades, como una luz siempre encendida en medio de las tinieblas más profundas.
Por eso hoy, con un poquito de miedo porque las vemos pasar a un escenario más difícil, más complicado, a veces más torturante, nos sentimos tranquilos porque sabemos que en el fondo ellas sabrán ser lo que deben. Sabrán ser mujeres y ser madres; sabrán cumplir en cada una de las profesiones que escojan; sabrán levantarse de sus caídas y mantener por siempre la idea en la construcción de un mundo mejor. Tendrán necesidad de ello porque el mundo, quizás hoy más que nunca, tiene un hambre inmensa de paz. La paz es difícil, no es un don que se nos regala, es un mensaje que se nos anuncia para que lo conquistemos con nuestro esfuerzo diario.
El mundo vive ahora, más que por amor a la paz, por temor a la guerra. Todavía las generaciones que dirigen los grandes países desarrollados, recuerdan los sufrimientos, las crueldades, las torturas cruentas que sufrieron hace unos cuantos años, así como recordaban nuestros padres y madres, en la intimidad del hogar, lo que fueron nuestras guerras civiles, los horrores que mancillaron nuestro modo de ser, que nos apartaron del camino de la verdadera grandeza. Pero las generaciones que recuerdan la guerra porque la vivieron, ya no son las que empujan la dinámica social. Detrás de ellas vienen nuevas gentes a las que es preciso penetrar del sentir y el temor de que venga una nueva catástrofe, mucho peor que aquélla. Tenemos por eso que hacer una prédica constante y dar ejemplo de amistad, de comprensión y de respeto entre hombres y mujeres de muchas razas, de muchas nacionalidades, de muchos credos, pero que profundamente siembren su inspiración en la misma esencia del ser humano que es ser universal.
Estamos viviendo la etapa post-conciliar y como cristianos nos sentimos felices de que haya habido una gran jornada cuya principal afirmación fue la hermandad de todos los hombres, la reconciliación con los cristianos separados, el acercamiento a los que creen en Dios bajo otro nombre y bajo otras formas, en la búsqueda de aquellos que han perdido en su peregrinaje por la vida la fe en el más allá. Esta es una afirmación constructiva; por eso no creo en el cristianismo del odio; por eso no creo en el cristianismo del rencor; ni en el cristianismo mezquino y miserable que trata de arrancarle al hombre la esperanza; por eso no creo en el cristianismo que mecaniza los sentimientos y que enfrenta a uno y a otro en un absurdo frenesí de destrucción.
Salen nuestras muchachas hoy, y ojalá ellas conserven siempre de esta tarde sencilla y emotiva la afirmación fundamental. Hemos nacido para vivir en un mundo agitado de mucha convulsión. Tras de esas convulsiones, la humanidad para salvarse espera un largo período de paz; esa paz ha de surgir de la generosidad, del amor y de la fe; y en los momentos en que nos sintamos fatigados, esta fe nos renueva la constancia. Padres y madres hemos participado esta tarde de la alegría de la graduación. Las madres del Colegio, los profesores y las profesoras podremos sentir que no perdimos nuestro tiempo, porque ayudamos dentro de nuestras posibilidades y nuestro ámbito a dar una contribución para el gran objetivo que en este momento está exigiendo la humanidad.
Yo creo que nuestras hijas no nos van a defraudar y que en medio de las confusiones que necesariamente van a encontrar, y en la afirmación de sus rebeldías, que indudablemente van a tener en la búsqueda de algo distinto, sientan que nosotros las echamos a andar por la vida, y les dimos, así como las madres en el primer tiempo del primer período de la vida, les dieron de sus propios pechos el alimento para formar sus órganos, alimento de fe y de esperanza para que se sientan fuertes y robustas, y jamás se dejen derrotar.
Muchachas:
Felicitaciones de parte de todos los padres y madres de ustedes aquí presentes. Estamos viviendo la emoción y la alegría de ustedes. Esta es la coronación de una etapa. Es mucho lo que les falta por andar. Lo que viene ahora sí es serio, pero ustedes están preparadas para el tiempo, y el triunfo les llegará, gracias a Dios.