El legado del expresidente Rafael Caldera

El estilo es sobrio y elegante y el lenguaje es directo, pero limpio

 

Por Ricardo Gil Otaiza para El Universal

Conmemoramos este año el centenario del nacimiento del doctor Rafael Caldera (San Felipe, 1916 – Caracas, 2009). Si bien estaba tentado a escribir sobre su impronta política, de relevancia en la historia contemporánea de la nación, prefiero internarme en su libro póstumo: La Venezuela civil. Constructores de la República (Cyngular, 2014), con prólogo de Elías Pinto Iturrieta, que ha pasado un tanto inadvertido entre nosotros. Me llaman la atención varios aspectos de este tomo. En primer lugar, la temática, ya que se trata de 10 textos, a modo de esbozos biográficos, que Caldera escribiera sobre diversos personajes de la vida del país. Y me atrae este aspecto, fundante de la obra como tal, porque más de la mitad de esas figuras (las seis primeras) constituyen (si se quiere) voces opuestas al autor desde disímiles ángulos; fue gente que en algunos momentos de su vida enfrentó o lo enfrentaron en el terreno político-partidista (y a veces en el personal).

Se trata de un libro sobrevenido; es decir, sus textos no fueron escritos a propósito del mismo, sino que emergieron en la medida en que el azaroso destino iba «enfrentando» al autor con cada personaje. El hermoso texto-oración sobre Rómulo Gallegos, lo leyó el entonces presidente Caldera en el Salón Elíptico del Palacio Federal en las exequias del gran novelista. El esbozo biográfico sobre Andrés Eloy Blanco nació como un homenaje a la muerte del eximio poeta y político. El ensayo biográfico sobre Rómulo Betancourt (el más extenso y completo del libro) fue leído como conferencia inaugural de la cátedra homónima en la Universidad Rafael Urdaneta de Maracaibo. El discurso sobre Raúl Leoni fue leído por el entonces presidente Caldera en las honras fúnebres tributadas al expresidente. El discurso sobre Arturo Uslar Pietri fue leído como respuesta a la incorporación como Individuo de Número del autor de Las lanzas coloradas a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. El discurso en torno a Jóvito Villalba es un homenaje por la muerte del egregio orador. El ensayo sobre Don Pedro Del Corral lo leyó Caldera con motivo de la celebración de los ochenta años del ilustre médico y político, fundador del partido socialcristiano Copei. La semblanza sobre Lorenzo Fernández nace como tributo al compañero de partido recientemente fallecido. El escrito sobre Nectario Andrade Labarca lo leyó Caldera en la presentación del libro Estudios jurídicos en homenaje al académico zuliano. Y el último texto, en torno a Mauro Páez Pumar, fue leído en ocasión de la develación del retrato del personaje en el instituto que lleva su nombre. (Eché de menos un texto en honor a Arístides Calvani).

El segundo aspecto que me impactó de la obra, diversa en su origen como queda visto, es el estilo autoral. No hallo variación en este elemento en ninguno de los textos: siempre hay una línea infranqueable, lo cual resulta inaudito debido a la distancia que hay entre muchos de ellos. El estilo es sobrio y elegante y el lenguaje es directo, pero limpio. No hay figuras retóricas en los esbozos, pero llegan al lector como dardos. La economía del lenguaje es impecable por ser certera a los fines de la obra. El último punto a resaltar es el axiológico, que brilla en el libro, al responder a principios de vida, a nobles sentimientos; al reconocimiento del otro sin mezquindades ni envidias, aun siendo algunos de ellos rivales. Se muestra Caldera en estas páginas como el estadista que fue, como el gran conductor nacional, como el hombre de profunda fe cristiana que puso de lado sus propios intereses en pro del beneficio del colectivo. Ni más ni menos: su legado personal.

@GilOtaiza

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