Rafael Caldera
Por Luis Giusti, expresidente de PDVSA.
En diciembre falleció en Caracas el doctor Rafael Caldera. Su brillante y tenaz trayectoria política, su profundo amor por Venezuela, su patriotismo y su condición de Presidente de la República en dos ocasiones, le aseguran un sobresaliente lugar en la historia contemporánea del país. Eso sin duda será mejor descrito por sus familiares y compañeros de lucha en la política. De excepcional inteligencia, Caldera fue sumando capacidades pocas veces vistas en dirigente político alguno de nuestro país. Más allá de mi participación indirecta en su gestión cotidiana en Miraflores, tuve la oportunidad de acompañarlo en dos viajes internacionales, en los cuales lo pude ver en acción. Por ejemplo, en la Universidad Nacional de Brasilia, sin recurrir a ninguna ayuda escrita, dio una brillante conferencia acerca de la evolución de la democracia en América, desde sus orígenes en Europa.
En París ofreció una conferencia en francés en la Sorbona y otra en alemán en la Universidad de Berlín, todas con ocasión de recibir títulos honoris causa. Para quienes lo acompañábamos, aquello era motivo de orgullo, mientras mandatarios y dignatarios lo recibían con muestras de admiración y profundo respeto. Ese era Rafael Caldera, un venezolano de excepción.
Pero quiero referirme a un aspecto menos comentado de su trayectoria. Se trata del importante papel que jugó en la industria petrolera, específicamente en lo relativo a la Apertura Petrolera en 1995-1996. Había asumido la Presidencia de la República en febrero de 1994. Cuando por intermedio de su ministro de Energía y Minas, Edwin Arrieta, se le planteó la posibilidad de abrir las puertas del país a las petroleras internacionales para asociarse con Pdvsa, utilizando las provisiones del artículo 5 de la ley orgánica vigente, no resultaba fácil para un hombre de 78 años de edad y con un acendrado espíritu nacionalista, combatir sus prejuicios y aprobar el proyecto.
Después de todo, nuestra industria había sido nacionalizada apenas 18 años antes, respondiendo a la necesidad de que Venezuela hiciera el tránsito de un país con mucho petróleo, vinculado a él sólo físicamente, a un país petrolero con conocimiento del petróleo y su negocio. Era importante establecer, aunque no fácil de entender, que esa etapa ya había sido consumada y los nuevos tiempos exigían que Pdvsa se sentara sin temores ni complejos a negociar la traída de capitales y tecnologías en condiciones atractivas y ventajosas para nuestro país, con lo cual nuestro crecimiento no tendría límites. Pero Caldera, con su excepcional inteligencia, su olfato político y su clara visión logró superar sus dogmatismos y, después de profundo estudio y análisis, lideró el proceso de Apertura Petrolera. Su visto bueno permitió someter el proyecto al Congreso Nacional donde después fue aprobado en sesión bicameral. Consistió en asociaciones estratégicas en la faja del Orinoco, asociaciones de exploración de alto riesgo y convenios operativos en campos antiguos, y se tradujo en inversiones superiores a 30 millardos de dólares y en un aumento de producción de 1.200.000 B/D. Hoy, cuando nuestra industria petrolera ha retrocedido al oscurantismo y su capacidad de producción lejos de aumentar a 5 millones de B/D como estaba previsto, ha caído a 2,1 millones de B/Df, y cuando su plantilla industrial está en crisis, se pone más que nunca en evidencia la clara visión de Rafael Caldera.
En la última etapa de su vida pública confirmó sus cualidades morales, su amor por Venezuela y su calidad humana e intelectual. Pero además mostró una renovada flexibilidad y gran capacidad para ajustar su gestión y su visión a los nuevos tiempos. Al hacer llegar sentidas condolencias a sus familiares y amigos, rendimos homenaje a un hombre excepcional, a quien la historia le hará un justo reconocimiento.