El Caldera que yo conocí (II)

Por Elio Gómez Grillo, abogado, criminólogo y profesor universitario.

El aula y el taller son dos supremos recintos para conocer a los hombres. En el aula, como profesor, el doctor Rafael Caldera procedía con la mística y el respeto que imponen el mandamiento pedagógico. Era proverbial oír en la UCV el comentario sobre aquel famoso dirigente político a tiempo completo que era el doctor Caldera, quien en el aula se despojaba de todo atuendo partidista para transformarse en el profesor, el educador, el maestro Rafael Caldera.

Cuando fui su alumno, el clima político nacional era fragoroso y muchos de mis compañeros de clases, activistas políticos de diferentes partidos, algunos con la dimensión de líderes juveniles. Jamás ví al profesor Caldera utilizar su cátedra como tribuna partidista ni discriminar entre uno u otro de sus alumnos por razones políticas. Compartía con todos la relación creadora que hace de la enseñanza una tarea sublime.

Como ciudadano venezolano nunca compartí su ideario filosófico sociopolítico que él personificaba con íntegra dignidad. Pero admiré siempre su grandeza histórica en la vida pública venezolana. Ha sido el único Presidente que llegó al poder en dos oportunidades, mediante limpias elecciones populares, las cuales le convirtieron además en el mandatario civil que durante más tiempo –diez (10) años– ha gobernado a Venezuela.

Y lo hizo con límpida honestidad. Aparte de poseer las mayores credenciales intelectuales. Porque fue político, estadista, jurista, sociólogo, escritor, orador, educador, políglota, académico… Sus biógrafos y la historia le harán justicia. Su egregia figura honra el nombre de esta patria de todos.

Personalmente, le debo mucho, muchísimo. Sus enseñanzas, sus estímulos, su condescendencia, sus distinciones, sus encomios, su palabra siempre generosa, casi paternal. Fue uno de los grandes maestros que he tenido. En su viaje a la eternidad, quede como testimonio de mi gratitud, estas lágrimas de hombre que derramo por su partida.