Caldera en el Zulia

Columna «Palenque» de Luis Herrera Campíns, publicada en el diario Panorama el 19 de noviembre de 1958 y recogida en el volumen II del libro con el mismo título, publicado por el Fondo Editorial IRFES en 1979, págs. 797 a 799.

La presencia de Rafael Caldera, candidato presidencial nacional lanzado por la VII Convención del Partido Socialcristiano COPEI, en el Estado Zulia, reviste gran importancia en la actualidad política y cultural de Venezuela. Caldera ha ido al Zulia en campaña electoral, a dejar en todos los espíritus su palabra de concordia y fe en los destinos superiores e históricos de Venezuela.

Como dirigente y como político, Caldera es un modelo de equilibrio, un prodigio de serenidad. A temprana edad ha alcanzado honores y respeto que muchas veces, en la mayor parte de los casos, se logran después de una larga vida, luego de un lento proceso de decantación. Caldera tiene la virtud del análisis y de ahí la extraordinaria admiración que despiertan sus enfoques en los cuales contempla desde los planos y aspectos generales fácilmente captables por cualquier mente hasta detalles al parecer intrascendentes, a los que les descubre su desapercibida importancia. A la facultad analítica une la facilidad sintética. Decir mucho en pocas palabras. No perder tiempo en perífrasis, sino ir en forma directa al meollo de los asuntos, a los entretelones causales de los hechos y fenómenos sociales. Tarea difícil es de ordinario resumir pensamiento creador en pocos vocablos, darle profundidad a la frase. Inclusive, prosistas sobresalientes requieren castigar severamente su estilo para comunicarle características sintéticas.

Pero en Caldera, fuera de esas dos grandes cualidades, hay una tercera excepcional: la brillantez, ponerle fino toque de elegancia a lo tratado. Por eso, Caldera es claro. Porque camina sin andar a tientas, razonando cada paso, tocando terreno firme de argumentación en la marcha. Yo recuerdo que un día, durante la Constituyente bajo el régimen de la Junta Revolucionaria de Gobierno, salía contentísimo de su actuación en un debate con Andrés Eloy Blanco, el inigualable parlamentario venezolano. «A mí me cuesta –dijo– construir una metáfora o hacer una figura retórica. Pero, en cambio, para la discusión poseo esa cualidad, que muchos podrán calificar de jesuítica, de saber hasta dónde, en la penumbra, llega la luz y dónde comienza la sombra…».

Fuera de los móviles políticos de la visita de Rafael Caldera al Zulia, porción nacional donde goza de dilatado prestigio y a la que quiere y admira por mil razones, hay también, causas de tipo universitario que lo hicieron acelerar la realización de una gira retardada desde hace tanto tiempo. Caldera ha de recibir el título de Profesor Honorario de la Universidad del Zulia. Quizá, si su intención no ha cambiado en las últimas horas, el tema de su discurso versará sobre la importancia y la integración de las regiones en la vida nacional y en el Estado, un tema apasionante muy pocas veces analizado con total serenidad, calma absoluta, mente fría y ánimo desapasionado.

Para Caldera no hay satisfacciones superiores a las que ha obtenido en el campo fértil de la Universidad. Ese título honorario que se ha dignado conferirle el cuerpo rector del Alma Máter zuliana lo ha llenado de orgullo, de entusiasmo, de alegría. Luchador estudiantil en pro de la Reforma Universitaria por largos años, en los 16 que lleva de catedrático universitario ha seguido conservando el espíritu de la Universidad. Caldera puede renunciar a su profesión, al ejercicio constante de que es tan devoto, pero nunca a sus cátedras. Caldera concibe la Universidad como una vivencia. Formado en las fuentes que abrevó y contribuyó a la vez a acrecentar don Andrés Bello, pasión de su vida lo constituye el desvelo universitario. De la cátedra, tiene Caldera un concepto moderno, amplio y ágil. Él no es el profesor modoso, que se precia del orden liceísta a, b, c, de su exposición. Siendo metódico, no utiliza procedimientos escolares en la exposición de las asignaturas a su cargo.

Hay una manera de enseñar que consiste en señalar los conocimientos, machacarlos en la mente del alumno, insistir sobre ellos en un orden perfecto. Esta no es la manera docente de Rafael Caldera. Los puntos del programa los expone en forma general, con su inmenso poder de análisis, a veces con una elocuencia tan arrebatada que los «buenos» estudiantes de apuntes para el caletre casero se desesperan por la rapidez oral de su exposición. Lo formidable de Caldera como profesor no sólo es la maestría y profundidad con que trata los temas, sino la amplitud de horizontes que busca abrir en el espíritu de los estudiantes. Lo que sugiere, lo que insinúa, lo que relaciona, lo que asocia, las inquietudes que despierta. El conocimiento que se adquiere en la Universidad debe ser una panorámica sobre la problemática del hombre y del saber. La Universidad no forma sabios; señala los caminos que debe recorrer el esfuerzo personal para alcanzar la sabiduría. La Universidad viene a ser eso: norma de vida, tanto para la dignidad como para el conocimiento.

Así, en forma apresurada, he querido escribir estos comentarios para mis queridos amigos del Zulia, encantados con la visita de Caldera. En una tierra generosa y previsora como la zuliana, la palabra y las enseñanzas de Caldera encuentran abonado terreno de inteligentes espíritus y abiertos corazones.

Maestro de dignidad en un país donde a menudo se comercia con las convicciones y hasta con la honradez, al entrar de nuevo en contacto con el pueblo zuliano, estoy seguro de que Caldera habrá reforzado su fe en los destinos nacionales y recibido alientos para una empresa donde campean por sobre cualquier otro concepto la noción de servicio, la revalorización del espíritu y su proyección social.