Rafael Caldera: Latinoamérica en peligro de naufragio
Entrevista realizada por el periodista español Joaquín Soler Serrano y publicada en el libro Venezolanos a fondo (Planeta, 1990), pp. 1-21, de donde tomamos su transcripción.
En el prólogo de uno de los libros del doctor Caldera escribe Pedro Pablo Aguilar que la medida de la grandeza del ser humano estriba en la relación que se verifica en su vida entre las ideas y los hechos. Que se manifiesta de manera decisiva en el paso de lo especulativo a lo práctico, de lo abstracto a lo concreto, hasta culminar en la conclusión del periplo existencial de su filosofía de la vida. Caldera es una de esas pocas personalidades que responden plenamente a esa exigencia de grandeza. A lo largo de toda su existencia, las ideas y los actos han estado siempre en estrecha correlación. Hijo de la clase media, estudiante católico, militante democrático, padre de familia, todas estas condiciones se han traducido a su ideario político y de gobierno. Pero también a su enorme vocación latinoamericana, al sentido continental de las luchas de independencia y a su fe en la eficacia de un sistema demócrata-cristiano. Abogado, profesor y catedrático, en sus libros se expresan ideas nuevas y claras sobre la sociología y el derecho, y así, entre los principales títulos de su bibliografía figuran Derecho del Trabajo, El bloque latinoamericano, Democracia Cristiana y Desarrollo.
Los principales rasgos y avatares del partido por él fundado se apoyan y entreveran con la propia vida de Caldera. Podríamos decir que en la hora de fundación, 1946, Copei trata de encontrar las líneas maestras de la democracia cristiana, tal y como estaba siendo diseñada por el Vaticano en la Europa de la posguerra que acababa de derribar a los regímenes fascistas. En sus comienzos el partido encuentra el apoyo de la clase media, así como partidarios de Gómez y López Contreras. Dos años después de su fundación, Copei milita duramente en la oposición, y pierde partidarios por su derecha. Durante la dictadura de Pérez Jiménez, radicaliza Caldera sus posiciones democráticas, y el dictador le golpea con fuerza. Caldera es encarcelado. En 1958, cuando un avión se levanta del aeropuerto de La Carlota llevándose para siempre al dictador, Caldera participa en la Junta Provisional y es ministro en el gobierno de coalición que encabeza su gran rival, Rómulo Betancourt, líder de Acción Democrática. Desde entonces, el crecimiento del partido es progresivo, y en él se generan tendencias que van, por un lado, a la interpretación del pensamiento socioeconómico de la Iglesia católica, y, de otro, a la generación de grupos juveniles y revolucionarios, muy inclinados a la izquierda.
Durante su mandato se producen hechos sorprendentes, como el reconocimiento del Partido Comunista Venezolano, que había sido prohibido por Acción Democrática, teóricamente más a la izquierda que Copei. Caldera, que no tiene mayoría electoral, se enfrenta con una situación deteriorada: un progreso material salvaje e injusto que deja a grandes sectores de la población sin acceso a los bienes del crecimiento, plantea un reto que Caldera acepta en su lucha por una mejor distribución de la riqueza. El proceso de creación de una Venezuela industrial alcanza algunos logros espectaculares, como el complejo petroquímico de El Tablazo. Cuando se despide del país, Venezuela está en condiciones de pagar toda su deuda interna y externa, algunas de ellas a plazos de quince y veinte años, con sólo una parte del ingreso extraordinario, después de cubrir todo el presupuesto y los planes adicionales que el gobierno se propusiera. Lo cierto es que del presupuesto de catorce mil millones de bolívares que tuvo Caldera, se salta en el siguiente a cuarenta y tres mil millones, cifra fabulosa que no parece haber bastado al gobierno de Carlos Andrés Pérez, por cuanto Herrera Campíns dijo en su toma de posesión que recibía un país en bancarrota. En su primer periodo presidencial «adeco» Carlos Andrés Pérez puso en circulación este eslogan: «debemos administrar la riqueza con criterio de escasez», y el humorismo popular le dio la vuelta a la frase: «se administra la riqueza con escasez de criterio». Y este es uno de los grandes problemas venezolanos: la administración honesta de los fondos públicos –la corrupción ha sido enorme– y el problema del costo de la vida, que vive un proceso galopante.
La pacificación fue una de las grandes victorias de Caldera durante su presidencia, consiguiendo la casi total eliminación de la guerrilla, iniciada bajo el gobierno de Betancourt, y claramente apoyada por la Cuba de Castro.
En mis años de vida venezolana, décadas 50-60, no tuve el menor contacto personal con el doctor Caldera ni intervine para nada en la política del país, limitándome a una actividad tan intensa como grata en el campo de la televisión y la radio, singularmente en Televisa, Radio Continente y Radiodifusora Venezuela.
Algunas veces le vi en el estudio de Televisa, en la Colina de los Caobos, cuando acudía con otros líderes políticos (Betancourt, Jóvito Villalba y otros) a un programa titulado «Opinión y Unidad», que precedía a mi cotidiano «Café de la Tarde», en los tiempos que siguieron al régimen de Pérez Jiménez. En el programa «A fondo» se fraguó nuestra primera conversación personal, interrumpida con un grato almuerzo en el restaurante La Cañada, en las inmediaciones de RTVE. Más tarde le vería de nuevo en Venezuela para pedirle unas palabras destinadas a otro de mis programas, «Perfiles», dedicado a Venezuela. Y si nos hemos encontrado y tratado algunas veces más, y he disfrutado de la generosa cordialidad del expresidente en todas las ocasiones. Caldera tiene una memoria prodigiosa, y siempre que nos vemos lo primero que hace es recordar «El Café», una población de Barlovento de la que el doctor Caldera no había oído hablar, y le extraño que yo –que he sido gran trotador de los caminos barloventeños– le conociera tanto como a todos los pueblos de la zona, de tal modo que me prometió ir a conocerlo, y así lo hizo. El saludo ritual cada vez que nos encontramos es: «¿Cuándo vamos a El Café?».
A raíz de los violentos incidentes de los días 27 y 28 de febrero de 1989, visité al doctor Caldera en su oficina de la Plaza de España para conocer su pensamiento sobre dichos sucesos y las demás circunstancias de extrema dificultad que le ha costado enfrentar a líder del partido rival, Acción Democrática, Carlos Andrés Pérez. Con lo que en esta reciente ocasión me dijo, se cierra este capítulo dedicado a uno de los grandes hombres de la Venezuela de nuestro tiempo:
—Los sucesos del 27 de febrero fueron una advertencia al mundo. Y es preciso tomar conciencia de que no es solo Venezuela, sino toda la América Latina la que está en peligro de naufragio. Una situación grave y perentoria que los países desarrollados no parecen advertir.
Lo hispanoamericano, lo iberoamericano y lo latinoamericano
—Como presidente de la República que fue, como hombre de derecho, como laborista y como político, ¿qué juicio cree que merecerá de las historia?
—Es difícil para un hombre pensar cuál será el juicio definitivo que merezca su papel en la vida de un país. Pero es estimulante, después de pasar por este horno encendido que es el gobierno, encontrar gentes amigas y palabras generosas. Dejar el gobierno de un país enfrenta directamente al hombre con la realidad.
—Entre los españoles que le ven ahora, muchos han estado en Venezuela durante su presidencia, y estarán sintiendo en este instante la alegría de reencontrar su imagen.
—Muchas personas, en las calles de Madrid, me han saludado con alegría , porque han estado allí y, como usted mismo, continúan ligados a aquel país. Estoy encantado de haber aceptado su invitación. Usted sabe lo mucho que me interesa España, el afecto que no puedo por menos que tener hacia esta tierra, y la convicción de que el futuro de España tendrá mucho que ver con el de América Latina. A mí me atrae mucho el fenómeno regional, hablando de región en términos internacionales: la América Latina como región, el grupo andino como subregión, y la Europa del otro lado es otra subregión.
—Los límites del concepto internacional de la región no pueden ser demasiado precisos…
—Ni demasiado infranqueables. Lo extraordinario de España es que puede y debe ser europea y americana. Ser la presencia de América Latina (hija en su mayor parte de España) en Europa, y al mismo tiempo el mejor mensajero de Europa ante los países latinoamericanos.
—Habrá que ir empezando a cambiar el viejo slogan de «África empieza en los Pirineos» por otro que diga: «América empieza en los Pirineos».
—Así lo veo yo. Los latinoamericanos, que estamos de veras compenetrados con el papel de España, no le pedimos que renuncie a ser europea. Su ingreso en la CEE, lo consideramos como un triunfo nuestro, que nos dará dentro de Europa una voz propia, una voz no contaminada.
—¿Qué futuro ve usted para España y los pueblos hispánicos?
—Una gran misión que no hemos cumplido todavía, que se interrumpió hace bastante tiempo en el proceso de su unidad. Hay una frase de Bolívar, que no solamente fue grande por su hechos, sino por su pensamiento y por su verbo extraordinario, en el cual él decía, en carta a Don Bernardo O´Higgins, que era en ese momento director supremo de la República de Chile, que nos faltaba constituir una nación de república. Es decir, una nación de Estados, cada uno de ellos soberano, cada uno de ellos organizado de acuerdo con sus propias normas, pero conscientes de una unidad que está por encima de él. Y quisiera insistir, porque, desde luego, la cuestión terminológica es muy compleja; lo hispanoamericano representa la unión de los pueblos que hablamos español. Lo iberoamericano incluye en la península a Portugal, y en el continente americano, al Brasil, que es una unidad muy importante que no se puede dejar a un lado. Lo latinoamericano, que ha sido mucho más discutido, se justifica en gran parte por una posición de respeto y, tal vez, un tanto sentimental en relación a la repúblicas de habla francesa de nuestra comunidad de naciones, y también por el hecho de que la idea de la latinidad, incluso, la de mayor sentido a la presencia de nuestros valores espirituales en el mundo. Sin embargo, yo preferiría el término que usaban los libertadores: la América Meridional, es decir, Sudamérica, para comprender toda unidad de pueblos que está al sur de los Estados Unidos, que, desde luego, tiene que tender un puente sobre el Atlántico para encontrar en la península los mismos pueblos. Porque, en realidad, cuando nos reunimos, nos damos cuenta que somos los mismos. Y para un español y un brasilero, a pesar de que tengan lenguas distintas, pero muy afines, si se encuentran, como se han encontrado, por ejemplo, en Hannover (Alemania) o en Inglaterra, la posibilidad de establecer una comunicación espiritual, es muy grande. De manera que no puede uno ponerse a debatir por las cuestiones terminológicas y darles un sentido reducido. Yo creo que el Brasil tiene una importancia muy grande dentro de nuestra unidad de pueblos.
—¿Con o sin liderazgo?
—Cuando en unos despachos cablegráficos dijeron que el presidente Nixon, al recibir al presidente de Brasil en Washington , había dicho a unos periodistas brasileros: «Para donde vaya Brasil, para allá irá la América Latina», yo fui el primero que lo replicó…
—Y lo recuerdo.
—Que era muy errada la concepción de pretender establecer hegemonías. Pero así como repudio cualquier hegemonía brasilera, pienso que el Brasil debe formar parte de nuestra comunidad de pueblos. Me tocó responder de inmediato, porque, como usted sabe, tenía rueda de prensa semanal, y justamente el jueves, que era el día de la rueda de prensa, fue el día mismo en que habían sido publicadas las frases atribuidas al presidente Nixon.
—Una de las cosas que más se recuerdan de su etapa como presidente de la República de Venezuela era su rueda de prensa semanal ante las cámaras de televisión, ante los micrófonos de la radio y ante todos los periodistas y corresponsales extranjeros, que le formulaban abiertamente preguntas, sobre todos los temas de interés nacional e internacionales. Y el doctor Caldera, y en eso demostraba su talla de estadista, tenía siempre la respuesta justa para cada una de esas preguntas. Y quisiera me dijese ahora cómo es esa experiencia a la que tan pocos son llamados, los elegidos. ¿Qué se siente cuando se es presidente de una república como Venezuela?
Cuando uno deja de ser presidente
—Es una experiencia fascinante, y también una carrera muy pesada, sobre todo porque en un sistema como el nuestro, presidencialista, el presidente de la República es el jefe del Estado, y es también el jefe de gobierno, por una tradición, que todavía no ha evolucionado, y que tampoco es exclusivamente nuestra; porque si uno observa Europa, Francia, por ejemplo, tiene la misma tradición, que es la de colocar en el presidente la responsabilidad máxima de todo lo que ocurre. Entonces estoy consciente de todo lo que sucede en el país está relacionado directamente con uno; si llueve, el presidente tiene que ver por qué llovió; y si no lluevo, el presidente tiene que responder por la sequía. Si se derrumba una casa o hay un accidente grave de automóvil, todas las cosas recaen sobre él. Y esto supone una permanente tensión, que reclama que los nervios estén en buenas condiciones para poderla soportar durante cinco años. Pero también, dentro de estas responsabilidades, había un problema histórico. Se atribuye al presidente Guzmán Blanco la comparación de que Venezuela era, para el gobierno, como un cuero seco; no sé si la expresión en España será correcto, es decir, la piel de una res disecada se pone muy dura, y si uno la pisa por un lado para nivelarla, se levanta por el otro. Y esta expresión la usó el presidente Guzmán Blanco, que fue una figura muy destacada en la historia venezolana del siglo pasado. Y, además, mucha gente afirmaba que el pueblo venezolano era muy díscolo, que Venezuela no podía ser gobernada sino con rigor. De hecho, no sé cuántas veces habremos tenido la experiencia de un período completo de gobierno sin suspensión de garantías constitucionales un solo día. Y no tenía en el Congreso una mayoría comprometida a respaldarme. Las dificultades eran verdaderamente grandes, pero yo confié en el sentido democrático del pueblo. Pienso que la democracia no se puede imponer por arriba, no puede ser un fenómeno artificial. La raíz misma de la democracia está en el consenso. En que el pueblo la desee, la quiera, y esté dispuesto a defenderla y a luchar por ella, y a vivir dentro de ella. Teniendo en cuenta que la controversia es inevitable y hasta indispensable en el sistema, que todos los grupos y partidos que se formen, y todas las opiniones, por contrapuestas que sean, y por ardorosamente que se expongan, convengan en que hay algo en común que a todos interesa y que es necesario defender.
Bueno, yo me lancé a hacer un experimento, y creo que tuvo éxito. La bandera de la pacificación fue muy controvertida y creo que fue uno de los mayores logros obtenidos durante ese período.
—¿Cómo se siente uno el día siguiente de dejar de ser presidente?
—Bueno, con la satisfacción de haber hecho la prueba.
—Pero, ¿con un gran vacío interior?
—¿Usted sabe lo que yo hice? En el momento mismo que entregué los símbolos del poder a mi sucesor, salí con mi familia para la Gran Sabana. Allá en la frontera con el Brasil, donde hay unas misiones de capuchinos españoles, un buen grupo de indígenas y un paisaje maravilloso. Salí, me quité el traje de ceremonia, me puse un traje sencillo de campaña, me fui con mi familia, y sentí allá una paz, una satisfacción tan grande, en aquella hermosa lejanía… Y, al fin y al cabo, di gracias a Dios porque soy creyente, y nunca he considerado que uno tiene por qué ocultar sus personales convicciones; di gracias a Dios porque me permitió cumplir la promesa que había hecho cuando asumí el poder y dije: «en mis manos no se perderá la República».
—Usted nació en San Felipe, estado Yaracuy, el año de 1916. ¿Cómo era su familia?
—Mi padre era abogado, fue juez en algunas ocasiones. Mi tío era médico, llegó a tener gran prestigio en el país, y fue rector de la Universidad caraqueña. También mi abuelo fue médico. Mi madre desciende de isleños canarios, que llegaron a Venezuela hace doscientos años. Su tatarabuelo era un modesto campesino, el último hijo de una familia que trabajaba tierras ajenas, huérfano de padre y madre, que, como tantos canarios, emigró a Venezuela y se fijó en una pequeña comarca rural cercana a Caracas llamada Macarao, de la que salió mi abuelo materno para casarse en San Felipe.
—¿Y por parte de su padre?
—Tengo también algo de canario, pero más de vasco. Mi pueblo lo fundaron los guipuzcoanos de la Real Compañía, cuando Felipe V, y establecieron una factoría, de modo que mis apellidos son vascos. Mi abuelo era Caldera Azumeta y mi padre Caldera Izaguirre. Un pueblo de agricultores y una familia de la clase media. Mi padre murió siendo yo muy pequeño. Me pusieron al cuidado de unos tíos, a quienes llamé padres. Mi infancia, desde el punto de vista económico, fue difícil. No me faltó nada, pero tampoco me sobró. Al marcharnos a Caracas, los tíos que me criaron (a quienes llamaba padres) y yo, que tenía diez años, tuvimos que vivir juntos en un cuarto de pensión durante algunos años, hasta que él tuvo buena suerte como profesional y pudo abrirnos camino. Así eran las cosas por entonces…
—Pero ahora hay gentes muy ricas, riquísimas…
—Las fortunas son relativamente nuevas. La guerra de la Independencia fue tremenda: en once años murió la cuarta parte de la población. Cuando empezó el siglo XIX había más o menos un millón de habitantes, y cuando terminó la guerra, unos setecientos cincuenta mil. Luego tuvimos guerras civiles, entre ellas la guerra de la Federación, que duró cinco años, y acabó de destruir muchas vidas, pero también de borrar las desigualdades sociales. Por esa circunstancia, tal vez sea Venezuela el país de América Latina donde hay, histórica y socialmente, menos desigualdades.
—La mezcla racial fue muy intensa…
—Ya para 1810, antes de comenzar el proceso de independencia, predominaba numéricamente en el país el hombre de raza mezclada. No el indio, ni el negro, ni el europeo…
—¡El pardo!
—Así se decía entonces. Y en todo ese proceso de guerras civiles la mezcla ha sido muy grande. Ha habido algunas oleadas inmigratorias…
—Alemanes en la Colonia Tovar.
—Un sitio muy lindo y una muy buena experiencia. Libaneses hay muchos, y sirios, y portugueses… Pero la colonia mayor es la española, y a partir de 1947 hubo un proceso inmigratorio muy intenso, en el que siempre destacan los canarios. La primera ley que dictó el Congreso sobre inmigración, cuando prácticamente estaba terminando la guerra de la Independencia, ordenaba fomentar especialmente la inmigración de canarios.
El canario es un pre-americano que se inserta maravillosamente en Venezuela.
—Después de esos primeros diez años de su vida en Yaracuy, estado que daba buenos plátanos, azúcar, café y tabaco, viene el viaje a Caracas. Se entrega usted a sus estudios, y el año 39 se hace abogado en la Universidad Central. A partir de ese momento comenzaría su carrera como profesional de Derecho y de Sociología, y se especializaría, sobre todo, en Derecho Laboral. ¿Por qué le atrajo el Derecho del Trabajo?
A los veinte años, fundador de la Oficina Nacional del Trabajo
—Inspirado por mi ideales, por mi preocupación social. Para mí el Derecho del Trabajo y la Sociología son dos cosas estrechamente relacionadas, y mantuve las dos cátedras en la Universidad Central durante veinticinco años… hasta que fui a la Presidencia. Pero hice mi tesis doctoral sobre el Derecho del Trabajo, una obra que después se ha reeditado y recompuesto, y que ha tenido bastante fortuna como texto en numerosos países. Una grata sorpresa para mí fue cuando vine en 1950 a Madrid; el profesor Pérez Botija me invitó a ir a su cátedra en la Universidad y dijo a sus alumnos: «ayer tratábamos de tal tema, y hablábamos de la opinión de Caldera… Aquí lo tenemos hoy en persona…» fue realmente una cosa muy grata.
—¿Cómo es posible que a los veinte años ya fundara usted una Oficina Nacional del Trabajo?
—Estas cosas sólo se explican cuando un país vivió una revolución como la que nosotros vivimos entonces. A raíz de que escribí unos artículos sobre el problema laboral, el ministro Escalante, que estaba regresando de Europa y quería fundar esa oficina, leyó mis artículos y me llamo. Yo era estudiante, y él me dijo: «¿Quiere usted participar en la Oficina Nacional del Trabajo?». Acepté en el acto, y como no podía nombrarme director porque era menor de edad, me hizo subdirector. Me entregué a la tarea con verdadera pasión. Fue en 1936.
—Cinco años más tarde, en 1941, funda usted el partido Acción Nacional. ¿Qué pretendía?
—Lo mismo que luego sería COPEI, es decir: un movimiento popular inspirado en las ideas de la democracia cristiana, orientado por la justicia social, deseoso de lograr la paz social a base de la libertad y de la justicia y del entendimiento entre los hombres.
—En 1946 nace COPEI como ampliación y confirmación de Acción Nacional. He preguntado a muchos copeyanos, y no saben qué significa esas siglas.
—Estuvimos organizando y configurando un partido político por todo el país, y aquella acción se simboliza en un Comité de Organización Política Electoral Independiente; las siglas COPEI fueron tan aceptadas que ya no pudimos suprimirlas ni cambiarlas, y así, cosa rara, los estatutos dicen: «El partido político COPEI, antiguo Comité de Organización Política Electoral Independiente…»
—¿Cuántas veces fue usted candidato a la presidencia de la República?
—Cuatro. Y me derrotaron en tres. La primera tenía treinta y un años.
—Y enfrenté nada más y nada menos que el maestro Rómulo Gallegos.
—Que me doblaba en edad y me aventajaba grandemente en toda suerte de méritos, en nombre y en significación para el país. Pero como teníamos un partido nuevo y joven, de muchachos, no queríamos presentar una imagen que confundiera. Tampoco encontrábamos gente dispuesta a correr la aventura de una campaña electoral arriesgada, en la que muchas veces hubo tremendos actos de violencia contra nosotros. Por fin, salí yo de candidato. Y Gallegos me trató muy bien. Nuestras relaciones fueron algo excepcionales, teniendo en cuenta lo que nos distanciaba. Él había sido, cuando yo estudiaba el bachillerato, el gran profesor que iba a examinarme. Era un gran escritor, un extraordinario novelista. Y estábamos en trincheras distintas. Pues tuvo muchas diferencias conmigo, hasta el de hacer un elogio absolutamente inusitado en su propio discurso de toma de posesión.
—Estaba claro que no era la hora del Rafael Caldera.
—Era el comienzo, desde luego.
El derecho de los países débiles ante las grandes potencias
—Durante su etapa de mandato, el petróleo venezolano dio un paso más, el penúltimo hacia la nacionalización. El petróleo venezolano había estado durante muchos años teniendo un precio estable…
—¡El petróleo venezolano y el petróleo del mundo! Para 1972 tenía un valor inferior al que tenía en 1932. Durante cuarenta años había subido todo en el mundo, y el petróleo seguía siendo algo indiferente y secundario y, además, debíamos estar agradecidos porque las compañías transnacionales nos daban así una limosna. Claro, con las exorbitantes ganancias que tenían, editaban una revista muy hermosa, o promovían una actividad cultural o social; todas las suprimieron cuando llegamos al reajuste efectivo de las condiciones. La diferencia de precios, por ejemplo, entre los que Norteamérica le pagaba a Venezuela, y lo que le pagaba al productor norteamericano, era suficiente como para haber financiado todos nuestros programas de desarrollo. Fíjese usted, hay un hecho muy curioso todavía. Yo no sé cómo será en España, no me atrevo a dar una opinión, pero en Alemania, por ejemplo, el automovilista que compra un litro de gasolina le está pagando más de la mitad a su propio Estado en Impuestos, y menos de la mitad al producto en sí, al productor, al transportista, al refinador, a la ganancia de la transnacional y al impuesto del país originario. Es una cosa que el consumidor no llega a apreciar suficientemente. Bueno, durante diez años, la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo, fundada para defender los precios del petróleo, apenas pudo mantenerlos en cierto nivel, porque había tendencia baja. Nuestro gran mercado es el mercado norteamericano; en realidad, quisiéramos venderle a Europa, tratamos de venderle, pero Europa se lo compra a los árabes y a los africanos más barato. Bien durante diez años, la OPEP no pudo hacer nada. La conferencia de Caracas de 1970, que yo inauguré, inicia un proceso distinto; un proceso que es interesante que lo estudien los países débiles, porque es la primera vez que un grupo de países débiles reivindica un derecho económico ante los países más fuertes del mundo. Ahora, ¿Qué ocurre?, que la OPEP no está defendiendo el caso de petróleo aisladamente, sino que lo que está pidiendo es que las materias primas que aportamos nuestros países y otros muchos países en vías de desarrollo a la economía mundial se remuneren con justicia, porque, en definitiva, la riqueza de los más ricos se está haciendo con el empobrecimiento de los más pobres. Mientras un automóvil, un tractor, una maquinaria cualquiera, sube de precio todos los días, al productor de café, al de trigo, al de maíz, al de lana, al de estaño, o al de hierro le quieren seguir pagando los mismos precios de mucho antes. Esto es realmente un problema muy, muy, importante y muy trascendental.
—El gran debate político venezolano sigue siendo «sembrar el petróleo» como dijera en un tiempo Arturo Uslar Pietri. Es decir: transformar esa enorme riqueza en otras fuentes diversificadas de producción.
—Cuando Uslar Pietri se incorporó a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, a mí me correspondió decir el discurso de contestación y bienvenida, y le dije: «Hay algo más que sembrar el petróleo, y es: dominar el petróleo». Porque el petróleo es y seguirá siendo por bastantes años todavía, el núcleo de la economía venezolana. Para que usted vea lo bondadoso que fue Dios con nuestro país: la producción máxima a que hemos llegado ha sido de tres millones y medio de barriles diarios, lo que supone mil doscientos millones de barriles al año. Actualmente se ha fijado un tope conservacionista de dos millones doscientos mil al día, lo que significa unos setecientos millones de barriles al año. Calculando un consumo de mil millones, la reserva probada era de doce mil millones, es decir, para doce años. Ahora resulta que a la orilla de Orinoco había unos terrenos petrolíferos que se pensó que no podrían explotarse por la carestía de la operación, y porque no había tecnología al respecto.
—Habla usted de la famosa «faja bituminosa»…
—Que ahora denominamos «la faja petrolífera del Orinoco». La tecnología presente, que puede mejorar, permite una recuperación mínima de un 10%, lo que significa, para una estimación de los setecientos mil millones de barriles, es decir, un consumo de setenta años, si el consumo llega a mil millones por año.
—Es asombroso.
—Algo increíble, pero que también trae al país muchos problemas, y responsabilidades muy grandes.
El recurso humano, la máxima riqueza
—Es cierto que Venezuela es un país favorito de Dios. Sus riquezas son incalculables…
—Las riquezas naturales son muy grandes, sin duda. Pero nuestra historia ha sido dura y dolorosa. Ahora empezamos a tomar conciencia de nuestros recursos, y también de que esas riquezas no son ilimitadas. Yo insisto en que la riqueza fundamental es el hombre, y que lo más valioso es el recurso humano. Algunas veces he narrado una expresión del viejo Adenauer, al que visité en su casa cerca de Bonn y me dijo con modestia, que no sé si era fingida o real: «Alemania es un país pobre, que no tiene otra riqueza que el trabajo de sus hijos». Y usted coincidirá conmigo en que el trabajo de los alemanes es un valor económicamente inestimable, quizá el más alto del mundo.
—Hay que calificar a la juventud venezolana…
—Mientras no hagamos de nuestra riqueza humana un valor fundamental, estaremos expuestos a muchos peligros. Por eso, todo lo que pude haber gastado en educación lo hice sin ninguna especie de escrúpulos. Para mí, el gasto en educación no es un gasto, sino una inversión, y, además, la mejor de las inversiones.
—Y, sin embargo, tuvo usted problemas universitarios y mandó a la fuerza pública que entrara en la Universidad.
—Las horas más amargas de mi gobierno fueron aquellas en las que tuve que tomar medidas en relación con mi universidad, en la que me formé, donde trabajé y enseñé muchos años, donde se me concedió la medalla José María Vargas, la más alta distinción universitaria, y cuando fui electo me visitaron todos los rectores de las universidades autónomas del país, y me dijeron: «Después de Vargas, que fue el primer presidente civil de Venezuela hace ciento y tantos años, usted es el primer profesor universitario en activo que es electo presidente de la República». Y yo les respondí: «Ayúdenme a que no me pase lo que le pasó a Vargas»…
—Que fue derrocado a los pocos meses de su toma de posesión.
—Y con su derrocamiento comenzó la trágica historia política de Venezuela… Pues, como le decía, una de mis mayores satisfacciones fue conseguir, a través del diálogo y del esfuerzo, la normalización de la universidad.
—Otro de los problemas que usted encontró al llegar al país fue la guerrilla…
—Un problema muy grave. Yo anuncié, en mi programa, la pacificación. Y en eso tuve una comprensión plena por parte de las Fuerzas Armadas. Aumentábamos la vigilancia, manteníamos toda la fortaleza en el aparato del Estado, pero ofrecíamos a los jóvenes que habían abandonado la senda pacífica la oportunidad de reintegrarse a la vida nacional. Algunos estaban encarcelados, sujetos a condenas de doce y catorce años, y yo los indulté. El procedimiento fue dando resultado. Y es que la violencia es peligrosa cuando cuenta con la respuesta sentimental e ideológica de gran número de personas, pero cuando deja de tener el apoyo y la respuesta favorable de grandes grupos, ya no constituye un peligro.
—Y ahora, doctor Caldera ¿Cómo es su vida?
—Muy agradable. Tengo siempre bastantes cosas que hacer. Viajo por todo mi país frecuentemente. Colaboro con mi partido, reuniéndome cada semana con el presidente, el secretario general y el director de la fracción parlamentaria.
—Y se mueve usted mucho entre estudiantes, que le nombran padrino de su promoción, o en universidades, que le honran con el doctorado «honoris causa».
—Estimo muchísimo, como descendiente de canarios, ése doctorado de la Universidad de La Laguna, que me ha hecho muy feliz. Como también asistir en la Universidad de Oxford a la inauguración del busto de Andrés Bello.
—Por cuya figura se interesó usted desde muy joven, y escribió algunos libros acerca de él.
—Soy director de la comisión editora de las obras completas de Andrés Bello que creara Rómulo Gallegos. Bien pudiera llamar a Andrés Bello «el adalid de la unidad hispanoamericana». Recuerde que cuando escribió su gramática castellana, la llamó «el paraíso de los americanos». Una gramática que, según Amado Alonso – nada menos–, sigue siendo la mejor que hay en lengua castellana, y una de las mejores del mundo.
Los acontecimientos del 27 y 28 de febrero de 1989 son una advertencia al mundo
—¿Cuál es su juicio sobre los sucesos de los días 27 y 28 de febrero de 1989, que han conmovido al mundo?
—Los acontecimientos ocurridos en Venezuela la semana que comenzó el lunes 27 de febrero, han sido una advertencia, y no sólo para Venezuela sino para el mundo. Pienso que la democracia venezolana se había convertido a lo largo de estos treinta últimos años en la vitrina de la exposición de las democracias latinoamericanas. Pues bien, ahora todo ha cambiado. La vitrina está rota. Los cristales fueron hechos añicos a pedradas y a palos por los marginales de Caracas y otras ciudades venezolanas.
—¿Cuál es su diagnóstico de la situación?
—De suma gravedad. Pero desgraciadamente los países desarrollados y en primer término los Estados Unidos, no parecen percatarse de la gravedad real de este momento, y se sientan a negociar, tantear, regatear, etc., como si nada hubiese pasado. Sordera inexplicable, por cuanto los más calificados voceros internacionales han reconocido y proclamado que nos encontramos ante una situación que es grave, urgente y perentoria. El doctor Henry Kissinger, a quien no me atrevería a llamar revolucionario y mucho menos antiamericano, dijo en París en enero de 1988 que si en un año no se solucionaba el problema de la deuda, veía a la democracia latinoamericana en peligro de naufragio.
«La deuda debe ser contemplada con una óptica semejante a la que alumbró el Plan Marshall»
—¿Puede ser una salida el «Plan Brady»?
—Para empezar, el llamado «Plan Brady» no es un verdadero Plan, sino una idea que el Secretario del Tesoro de USA expuso en una reunión internacional, y que para mi gusto contiene dos aspectos positivos. El primero, que reconoce que el problema no corresponde ni compete solamente a los bancos sino también a los gobiernos, que tienen el deber y la responsabilidad de afrontarlo. Y el segundo, que se acepte la idea de que debe rebajarse el peso del servicio de la deuda… Sólo que empiezan ofreciendo un 20% por unos créditos que en el mercado secundario están al 30%, y por los cuales los deudores han pagado ya en intereses, y con creces, el valor del dinero prestado.
—Toda esta historia de la Deuda Latinoamericana es patética…
—Y la culpa es tanto de unos como de otros. Porque lo que no podemos olvidar es que los bancos americanos e internacionales tenían gran exceso de liquidez. Y estaban tratando de colocar el dinero como fuera.
—Y así lo hicieron.
—Parecía casi como si lo regalasen.
—Es que el dinero en las bóvedas de los bancos no se multiplica… No cría.
—Como decía Aristóteles. Que el dinero no pare dinero. Pero además merma por los procesos inflacionarios. Y los gobiernos de países necesitados y en pleno subdesarrollo no resistieron la tentación de recibir un dinero que les venía muy bien… Una parte de ese dinero fue administrada correctamente, y el resto fue despilfarrado, o utilizado en beneficio personal de algunos gobernantes por hechos de corrupción. Y, en todo caso, los intereses siguieron creciendo, y no por una razón económica, sino por una razón política; siendo deficitario el presupuesto de los Estados Unidos, necesitaron atraer dinero para cubrir ese déficit y empezaron a ofrecer tasas de interés más altas para halagar a los depositantes. Desde todo punto de vista es injustificable que a países con un 3 o un 4% de inflación llegaran a cobrarles un 20% de intereses. Eso se llama usura, y así se le ha llamado a través de los tiempos.
«Debe crearse un organismo internacional para el manejo de la deuda»
—Lo que yo propuse fue la creación de un organismo internacional no lucrativo que sirviera de intermediario entre los bancos y los gobiernos. Un organismo que compre a las entidades bancarias los créditos en forma razonable según las condiciones de mercado, y que arregle con cada gobierno los términos de pago así como intereses más bajos, que los bancos no pueden aceptar por su propia normativa. Es más: el Congreso de los EEUU llegó a incluir en su vigente Ley de Comercio la creación de una autoridad internacional para el manejo de la deuda como una sugerencia al Secretario del Tesoro. Lamentablemente, este ha contestado de modo negativo, arguyendo que ese organismo le ocasionaría gastos al erario norteamericano.
—Es un caso de verdadera miopía política, ¿no?
—Eso le dije yo al Secretario de Estado, que cuando se hizo el Plan Marshall los EEUU estaban afrontando un terrible problema de reconstrucción económica tras la II Guerra Mundial, y con una enorme deuda contraída por necesidades militares.
Y sin embargo lanzaron el Plan Marshall de inmediato. ¿Por qué lo hicieron? Sencillamente, para evitar que Europa cayera en manos del comunismo. Pues bien, vivimos una situación semejante: hoy es América Latina la que está en peligro inmediato de caer en manos de cualquier grupo de ultraizquierda o ultraderecha que no reconozca los derechos humanos, ni respete las libertades y demás condiciones que para nosotros constituyen la esencia del régimen democrático.
—También recuerdo que hizo usted, un planteamiento interesante en la conferencia de Atlanta…
—Lo que yo planteé en Atlanta era una cuestión que estimo básica: si el Gobierno norteamericano estaría dispuesto a estimular un análisis de las condiciones que el FMI y los organismos internacionales establecen para otorgar certificados de buena conducta a los países que ejercen lo que ellos llaman una «política económica sana». Y añadí que algunas de esas condiciones las apoyamos con todo entusiasmo, pero que otras son inaceptables porque su costo social y humano es brutal. Y no se puede sacrificar a una población para tratar de establecer una supuesta política liberal cuyos resultados han sido funestos en todas las partes donde han intentado establecerla.
—¿Qué dijo a todo esto el Secretario de Estado?
—Dijo que no veía que las conductas económicas que en USA han producido riqueza y fortalecido la democracia, puedan ser malas para la América Latina. Con lo que parece claro que el Secretario de Estado norteamericano no tiene el menor conocimiento de lo que es la realidad de nuestros países.
«Estoy en absoluto desacuerdo con el Paquete Económico de CAP»
—Vayamos de lo general a lo particular, y entremos en el problema Venezolano. ¿Está usted de acuerdo con «el Paquete de CAP»?
—Estoy en absoluto desacuerdo con ese paquete. Pienso además que hubo un error fundamental de diagnóstico. Veamos ¿Cuál es el problema? Un problema de desequilibrio cambiario. Ese problema se debe a la existencia de la deuda, y no a otros factores. Para resolverlo no puede alterarse súbitamente toda la economía de un país, ni los liberales o neoliberales me van a convencer de que la economía se ha sincerado por el hecho de que los automóviles hayan subido a millón y medio de bolívares, ni porque los intereses hayan crecido 35%, ni porque los precios se hayan disparado a las alturas, ni porque sea imposible a un hombre de clase media comprarse un modesto apartamento o un coche para ir al trabajo. De eso no me pueden convencer. Ni me van a convencer de que Venezuela estaba en una situación de postración porque el barril de petróleo se vende a 16 dólares. Recuerde usted que cuando se vendía a 14 dólares durante el primer mandato del actual presidente, dijo CAP: «Hay que administrar la abundancia con criterio de escasez». Y ahora, que se vende a un precio más alto, dice CAP que estamos en la ruina. No lo puedo entender.
—Presidente: el país está crispado, hay inquietud, se temen desórdenes, el pueblo sufre con el desabastecimiento y los altos precios…
—Sí, es evidente que vivimos en un clima de angustia. Los sucesos del 27 de febrero fueron un sismo, que derribó estructuras, causó muertes y destrucciones, provocó daños y dolores. Y al pasar el sismo, se ha detectado una falla geológica. Esa falla geológica es lo que verdaderamente nos preocupa a todos en este país.
—¿Y la incesante rumorología? Que si un golpe militar, que si alteraciones del orden…
—La industria del rumor es una industria muy venezolana, muy latinoamericana y muy española. De manera que toda clase de rumores funcionan a cada paso. Y siempre fue así.
—De alguna manera, ¿cree usted que Venezuela se mira en el espejo de la política española?
—Sin duda, y hay profetas de esta política que intentan que CAP realice un calco de la política socialista y neoliberal del presidente Felipe González. También los dirigentes de la CTV (Confederación de Trabajadores de Venezuela) que han sido el máximo sostén del Gobierno y son una rama del partido que gobierna, han querido imitar el ejemplo de la UGT española, y hasta así lo mencionan algunos de sus voceros.
—Aunque no sea partidario del «paquete», ¿le parece que es aplicable?
—Siguen tratando de aplicarlo, pero fíjese que han tenido que empezar a ceder por una vía de tales compensaciones que yo no sé si éstas serán eficaces como correctivos al paquete.
Lo cierto es que por un lado se mantiene el paquete a ultranza, pero por el otro se crean nuevos subsidios con un nivel tan alto que supera los habidos hasta ahora en toda la historia del país. Y eso viene a suceder al mismo tiempo que se habla de una política de liberalización y sincerización de la economía. Explíqueme usted donde están las realidades.
—Parece que el presidente Pérez no quiere dar su brazo a torcer, aunque Delpino le ha amenazado con «torcer» la política económica oficial.
—El presidente parece estar convencido de que no hay otro sistema de conseguir lo que aquí se llama «dinero fresco» un dinero que no nos lo van a regalar sino que va a aumentar nuestras deudas, y por el cual nos van a cobrar muy elevados intereses, y que solamente va a servirnos para pagar los intereses y amortizar la otra enorme deuda que tenemos…
—¿Y ese es el gran objetivo nacional?
—No parece haber otro, y no lo entiendo. Venezuela, al fin y al cabo, tiene un ingreso seguro anual de diez mil millones de dólares por el petróleo, cifra que se complementa con los ingresos que percibimos por el aluminio y el hierro. Con una población de 18 millones de habitantes puede solucionarse el problema del cambio internacional con una administración justa y austera. Con otra circunstancia enormemente favorable: y es que a otros países las divisas les llegan por el sector privado, mientras que aquí entran directamente a las manos del Gobierno, ya que el petróleo, el hierro y el aluminio son propiedad del Estado. Lo que quiere decir que sin decretar un control de cambio, el control existe de suyo porque es el Gobierno el que lo maneja… y seguirá manejándolo siempre.
«Apoyaré al presidente Pérez cuando sea necesario en dos temas: la deuda y los precios del petróleo»
—En algunos sectores he escuchado que usted está apoyando a Carlos Andrés Pérez…
—Como venezolano debo ayudar en todo lo posible a resolver esta gravísima crisis. Y en este sentido estoy dispuesto a darle apoyo al presidente Pérez hasta donde sea necesario en la cuestión de la deuda y en el tema de los precios del petróleo que me parece que son los dos aspectos en que Pérez ha acertado, más por instinto político que por consejo de sus técnicos. Cuando se lanzó a la aventura de ir al Medio Oriente como presidente electo a tratar de reunirse con el Rey de Arabia Saudita y con los Emires de Kuwait y de los Emiratos Unidos, yo pensé, que cualquiera que fuese el juicio sobre las características de la acción, estaba apuntando en la dirección correcta. Y lo mismo pensé cuando asistió a la reunión de Atlanta en la que yo fui uno de los convocantes, y cuando llevó en su avión desde Atlanta a Washington al Secretario de Estado para conversar con él durante las dos horas del viaje; y cuando convenció al presidente Bush de que lo recibiera en un desayuno sin protocolos ni formalidades. Creo que en esas acciones estaba en la dirección correcta, porque esos dos son nuestros problemas principales: afirmar el mercado petrolero, y solucionar el asunto de la deuda. Lo demás es cuestión interna, que debe ser arreglada aquí. Y en lo del paquete discrepo absolutamente. Y aunque me ha prometido varias veces que me va a reunir con sus ministros de la rama económica para que traten de explicarme las bondades, necesidades y conveniencias del dichoso paquete, eso no ha sucedido todavía, y cuanto más lo pienso más me convenzo de que no era ese el camino. Repito que hay un diagnóstico equivocado, que se le ha dado la importancia de una situación estructural a lo que es puramente coyuntural, y que Venezuela – estoy convencidísimo – puede manejarse con su ingreso externo, salvado el problema de la deuda, y evitando todo despilfarro y corrupción que me niego a considerar estructurales.
—Me parece recordar que usted fue el único presidente de Venezuela que revaluó su signo monetario…
—Sí. Yo cometí la audacia de revaluar el bolívar durante mi mandato. Lo encontré a 4.50 por dólar, lo llevé después a 4.40 y más tarde a 4.30 para tratar de fortalecer nuestra moneda frente a una cierta caída del dólar. Mis enemigos dijeron que estaba sobrevaluando el bolívar, pero lo cierto es que no hubo fuga de divisas porque para la gente tener bolívares en la mano era mejor que tener dólares. Ahora resulta que estamos buscando una unificación cambiaria que ya se acerca a los 40 bolívares por dólar y quién sabe dónde irá a llegar.
—Pero vendrán tiempos mejores…
—Soy optimista, y así lo creo, pero los peores van a durar mucho todavía. Acaban de salir de este despacho, y se los he presentado a usted, los distinguidos dirigentes de una Fundación Demócrata Cristiana de Alemania, y me dicen que dentro de la prosperidad oficial del país hay problemas, quejas y reclamaciones del pueblo. Para un gobernante, lo social es prioritario. Bolívar dijo, entre tantas otras frases geniales, una inolvidable, en su discurso de Angostura: «el mejor sistema de gobierno es aquel que produce la mayor suma de felicidad posible, la mayor suma de seguridad social, y la mayor suma de estabilidad política». Para Bolívar el primer objetivo era la felicidad, no la riqueza. Y ese es el error de algunos gobernantes de esta época: que confunden riqueza con felicidad.