José Ramón Medina y Rafael Caldera.

José Ramón Medina, el Poeta

Palabras improvisadas por Rafael Caldera en el homenaje que ofreciera La Casa de Bello a José Ramón Medina el 9 de diciembre de 1987.

El bondadoso empeño de Oscar Sambrano Urdaneta y de los demás organizadores de este acto me hizo el honor de ponerme a presidirlo, y yo he querido convertir ese honor en privilegio, y abusar para decir algunas breves palabras sobre las impresiones que en mi ánimo produce este acontecimiento singular.

Realmente, sería difícil encontrar otra oportunidad como ésta, en la que un hombre que es Contralor General de la República, que ha sido Fiscal General de la República, que ha sido Magistrado de la Corte Suprema de Justicia, que ha sido Secretario de la Universidad Central de Venezuela, Profesor de Derecho, Director de un diario de la significación e importancia que tiene El Nacional, Director de la Academia —y no quiero decir Embajador también, porque pienso que la Embajada en Grecia para José Ramón Medina, más que un ajetreo diplomático le significaba un motivo de inspiración poética— se le rinda este estupendo homenaje, con este auditorio lleno de gente muy calificada, de personalidades vinculadas a todos esos sectores de la vida nacional en los que ha ocupado papel relevante el doctor José Ramón Medina: para rendir un homenaje al poeta, para recordar un libro de versos que fue publicado hace cuarenta años y que tiene la significación extraordinaria de haber constituido el despuntar de una vocación poética que ha se ha mantenido a través del tiempo. En sus palabras muy atinadas, Oscar Sambrano señalaba la vigencia de esta actitud poética, y lo ratificaba el mismo Medina en su muy densa e importante exposición.

Si alguno hubiera escuchado por radio este discurso sin saber quién lo decía, le habría costado trabajo imaginarse que quien hablaba es un funcionario que de la mañana a la noche tiene que estar metido entre guarismos, luchando con alegatos, con informes, examinando facturas y contratos, emitiendo dictámenes en ese terreno tan complicado, tan preocupante y tan difícil como lo es precisamente el de controlar la Administración Pública Nacional. Sin embargo, el poeta está allí, y a mi modo de ver tiene preeminencia sobre lo demás.

Voy a referir una breve pero, a mi entender, muy significativa anécdota a este respecto. En un reciente viaje a Costa Rica, visité la Universidad para la Paz, un organismo al que estoy especialmente vinculado porque me correspondió presidir la Comisión de las Naciones Unidas que le dio forma, sentido y organización a esta idea que planteó en el Organismo Internacional el Presidente Rodrigo Carazo. Allí me informaron que tenían en proyecto, ya en elaboración, un volumen que se prepara en armonía con una sociedad inglesa muy respetable y muy preocupada por los ideales de la paz, el cual contiene un poema sobre la paz escrito por un poeta de cada país del mundo. Y me decían que no habían podido lograr que Venezuela respondiera.

Yo me hice cargo del asunto y pensé invitar a José Ramón Medina para que lo escribiera, en momentos en que estaba llegando a la Contraloría, no a llenar un vacío, sino a cumplir una tarea exigente y difícil, en los días en que estaba quizás más enredado en una serie de preocupaciones, políticas también en el fondo, que tenían que ver mucho con la eficacia y con la seriedad de la labor que se le había confiado. Le pedí a José Ramón, tuve el atrevimiento de pedirle que escribiera el poema sobre la paz por Venezuela. Y el poeta, agobiado como estaba por todas las preocupaciones inherentes a su nueva función de Contralor, respondió y escribió unos versos muy bellos. Todavía no los he visto traducidos (la edición va a salir en inglés, y ojalá que el traductor no lo traicione y sepa recoger toda su inspiración, todo lo que contiene en el fondo y en la forma). Allí pude darme cuenta de cómo al poeta a quien estamos rindiendo hoy este homenaje no lo sepultaba ni la Contraloría, que yo creo que es quizás lo más que se puede decir.

Al fin y al cabo, me pongo a pensar que es que en esa tarea de hombre que ha sido Presidente del Consejo de la Judicatura, del hombre que ha sido Fiscal General de la República, Profesor de Derecho y tantas otras cosas, la poesía representa la afirmación del ser humano; el privilegio, la defensa de la humanidad, es el desahogo consigo mismo. Yo creo que de todo lo suyo, que él ha puesto en las tareas tan importantes que se le han confiado —y sería difícil encontrar un venezolano que pudiera presentar en su curriculum una enumeración tan impresionante como la que él tiene— lo suyo más suyo es la poesía. Recuerdo que cuando asumimos la empresa de realizar la edición caraqueña de las Obras completas de Bello fue unánime el criterio de colocar como primer volumen el de las poesías. Por encima de la Filosofía, por encima de la Gramática, por encima del Bello codificador, por encima del Bello educador, el poeta venía a ser como la primera afirmación de una rotunda, de una excelsa, de una noble humanidad. Por eso entiendo este acto y por eso he querido decir estas palabras para subrayar este hecho singular.

Este acto constituye un mensaje, más que un reconocimiento a José Ramón Medina: un mensaje al país, un mensaje a las nuevas generaciones, para que recuerden que en todos los progresos de la técnica y en todas las complicaciones que la vida moderna y el proceso de desarrollo exigirán de ellos, hay algo primario que es el ser humano. El hombre y la humanidad. Y el poeta es, en el fondo, una afirmación de humanidad; es un don inestimable el de poder expresar en poesía lo que se lleva dentro.

Y, por una de esas felices coincidencias, el libro del cual se conmemoran hoy los cuarenta años de su aparición se llama La Edad de la Esperanza. En torno de esa edad de la esperanza, que supo interpretar con su maestría reconocida Pedro Francisco Lizardo, hay algo de proyección, de permanencia, de anhelo, de futuro. Entre los telegramas para José Ramón que se leyeron hubo uno, en nombre de los artistas plásticos, firmado por Régulo Pérez, en que se atisba la idea de que esa edad de la esperanza está vigente; y nuestro amigo el poeta Rafael Pineda, en su impresionante poesía, habla de «los próximos cuarenta años», y de veras que con él compartimos el deseo de que en esos próximos cuarenta años, al lado de su Inés y de su gente, José Ramón Medina siga viviendo la edad de la esperanza.

Se ha dicho muchas veces que América Latina es el continente de la esperanza y algunas veces nos da rabia el considerar si ya no es tiempo de que de la esperanza pasemos a la realidad; pero sería funesto el que de la esperanza deriváramos hacia el pesimismo, hacia la desesperanza, hacia la frustración. Por eso yo pienso que debemos hacer el voto de que Venezuela, mientras se afana por convertir sus sueños en realidades, siga viviendo la edad de la esperanza. Y por mi parte, como amigo y admirador de José Ramón Medina, de su obra como Director, por ejemplo, de la Biblioteca Ayacucho (que, con razón dijo Oscar Sambrano, es la empresa bibliográfica más importante del Continente) quiero expresar aquí mis votos muy sinceros por  que esa edad de la esperanza se mantenga viva y lozana a través de los años. Por que el poeta siga predominando en su ser interior y ejerciendo una indisputada jerarquía sobre las graves responsabilidades, sobre los tremendos deberes que echa sobre él la función pública. Que este acto, pues, corresponda al simbolismo del nombre de ese libro, y que la edad de la esperanza siga estando vigente en la vida y en la obra de José Ramón Medina, y que él siga siendo una fuente de aliento y de esfuerzo para la Venezuela de hoy y del mañana.

 

Muchas gracias.

 

José Ramón Medina, Rafael Caldera y Ramón J. Velásquez. Caracas, 12 de agosto de 1979.