Presidente Caldera

Por Gustavo Linares Benzo

El fallecimiento de Caldera ha renovado la búsqueda del sentido de la historia contemporánea de Venezuela. Su vida es una pista fundamental: los venezolanos tenemos cincuenta años votando, Caldera recuerda que a partir de 1946 y sin hiatos desde 1958 el pueblo comenzó a existir políticamente. El fundador del Copei fue creador y protagonista de esa revolución, una revolución de verdad.

Para que la revolución del voto fuera posible había que darle un vehículo a ese pueblo y además construirlo como tal. La labor de los caudillos había asegurado hasta entonces la sumisión plena del venezolano a la benevolencia y el miedo al militar de turno, cosa que se repite de alguna manera en el brutal retroceso de los años recientes, con sus profundas diferencias: el Ministerio del Poder Popular para las elecciones (CNE por sus siglas en castrista), como dice Carrera Damas, todavía no ha logrado eliminarlas. La nueva Venezuela del voto fue posible por los partidos políticos, a saber AD, Copei, el PCV y luego el MAS. Sin ellos, como también demuestra la historia reciente y en el supuesto improbable de que el voto hubiera sido posible, el sistema fuera una montonera, sin que las minorías, por grandes que fuesen, tuviesen derecho alguno.

Voto y partidos, partidos y voto. Caldera también fue protagonista de otra característica única de nuestro siglo XX, partidos en plural. Antes de la emergencia de Copei como alternativa y realidad de poder, el partido único era nuestra tradición y además como excrecencia del caudillo. AD fue el primer partido democrático que llegó al poder, pero se hubiera vuelto un PRI caribeño sin una alternativa real. En este sentido, Copei fue lo mejor que le pudo haber pasado a AD.

Porque la magia de Puntofijo está más en el cambio de gente y partido en el poder que en unas costumbres constitucionales muy liberales que se digan. No había plena separación de poderes –Suiza comparados con hoy– pero ese es consuelo de tontos. La verdadera garantía de libertad era que el presidente se iba. Caldera el pacificador, súper CAP, el todopoderoso y simpático Lusinchi, dueño y señor de las divisas, todos tenían sus días contados. De allí que a partir de la reelección indefinida casi lo único que queda de república son las elecciones.

Caldera ha muerto. Pero su legado junto con Betancourt supera caudillismos y prototalitarismos: seguimos votando, faltan los partidos. Están viniendo.