La naturaleza venezolana en la poesía de Londres de Andrés Bello
Por Rafael Caldera.
Tomado del Cuarto libro de la Semana de Bello en Caracas. Ministerio de Educación, 1955, pp. 131-141.
En un hombre tan poco imaginativo como Andrés Bello, tenía que haber honda nostalgia de la patria para que su descripción alcanzara tan vivos colores. De 1810 a 1826, cuando aparece en el Repertorio Americano la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, esa nostalgia ha debido ir tomando caracteres de una profunda y hasta dulce obsesión. Más lejana cada día la esperanza del retorno. Venezuela debió ir tomando en sus afectos el carácter de una novia imposible. Cada uno de sus rasgos, indeleblemente grabados en su espíritu, toma claridad meridiana; tanto como para permitir en la depurada expresión de su estilo, padecer sin desmedro el largo proceso de una paciente elaboración.
No deja de ser curiosa la circunstancia de que fuera en Londres, una ciudad tan poco «tropical», donde naciera la genuina poesía descriptiva de la naturaleza americana. No hay en Bello la embriaguez artística del pintor que se pierde en la selva y traslada al lienzo el influjo enervante de sus infinitas gamas de verde. Hay más bien una riqueza minuciosa y pulida como la que para su propia recreación repasara algún vástago de secular dinastía, que en un destierro interminable se gozara en contemplar, una por una, las joyas de familia: cada piedra con su propia historia, cada gema con su propio valor; y todas juntas, tesoro inapreciable que no puede venderse porque va en la misma personalidad.
Así, una a una, contemplaba Andrés Bello para su íntima satisfacción durante los años de Londres las cosas de la tierra que no aprendió a olvidar. ¡Con qué delicadeza va describiéndola en aquella insuperable Silva! ¡Con qué ternura va envolviendo los nombres de las cosas sencillas en figuras de belleza suprema! Hasta las notas van destilando el alma de la patria lejana. Y aun llega a apartarse de su tema, que es el valor social de la agricultura del trópico, para referirse al fruto humilde de la trepadora que debió adornar con frecuencia la mesa de su modesto hogar; porque no guarda proporción con la utilidad propiamente social o económica del café o del cacao, del banano, el maíz o la yuca, la mención amorosa de aquella
…fresca parcha
(que) en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores…
ni podían equipararse en importancia —salvo la que le prestaba el afecto— con las otras notas explicativas de la Silva, aquella que dedica a la humilde trepadora caraqueña:
«Parcha. – Este nombre se da en Venezuela a las pasifloras o Pasionarias, género abundantísimo en especies, todas bellas, y algunas de suavísimos frutos».
Optimismo geográfico
Resulta fácil explicar, por el estado de ánimo del aludido, el carácter lírico con que se exaltan en la Silva las riquezas de la agricultura tropical. Es el canto a la amada distante. Los lunares han desaparecido con la lejanía. Más bellos resultan por ello los rasgos de la patria.
Esta actitud no es en él, sin embargo, meramente emotiva. Revela también un estado de conciencia que ya había expresado, antes de la Silva a la Agricultura, en la Alocución a la Poesía.
El optimismo geográfico ha correspondido en nuestros pensadores a una necesidad de exaltar lo positivo y peculiar como base de creación colectiva. En Bello el optimismo de nuestro medio físico no se despertó en Londres. Cierto es que antes de Londres apenas lo rozan suavemente las estrofas de sus poesías. Pero en su conciencia está recogido el caudal de amor por la naturaleza de que es índice aquella observación de Oviedo y Baños en el capítulo primero de su historia, el cual contiene ya de manera inequívoca el tema de la Silva:
«Fue en lo primitivo (la provincia) rica en minerales de oro, que con facilidad tributaban las arenas de sus quebradas, y hoy ,aunque no se benefician o porque acabados los veneros principales, no corresponde lo que rinden al trabajo de quien lo saca; o porque aplicados sus moradores (que es lo más cierto) a las labores del cacao, atienden más a las cosechas de éste, que los enriquece con certeza, que al beneficio de aquéllos, que lo pudieran hacer con contingencia; críanse cristales muy transparentes, sólidos, y tersos, y veneros de azul tan fino, que iguala al ultramarino; palos para tintas de diferentes colores; y finalmente produce, y se halla en ella cuanto puede desearse para la manutención de la vida humana, sin necesitar de que la socorran con sus frutos las provincias vecinas; y si a su fertilidad acompañara la aplicación de sus moradores, y supieran aprovecharse de las conveniencias que ofrece, fuera la más abastecida y rica, que tuviera la América».
En su «Resumen de la Historia de Venezuela» recoge Bello aquel argumento de Oviedo, que habría de ser el motivo central de su Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida. Y la pluma se le va en una frase, que vale por toda la hipérbole poética que en sus versos juveniles no llegó a expresar:
«Entre las circunstancias favorables que contribuyeron a dar al sistema político de Venezuela una consistencia durable debe contarse el malogramiento de las minas que se descubrieron a los principios de su conquista. La atención de los conquistadores debió dirigirse desde luego a ocupaciones más sólidas, más útiles, y más benéficas, y la agricultura tue lo más obvio que encontraron en un país donde la naturaleza ostentaba todo el aparato de la vegetación»
Con aquella raíz, la poesía tropical surgida entre las nieblas londinenses tenía que hallarse saturada de fisiolatría. El optimismo geográfico ha llenado toda una época de nuestra historia: la que se necesitaba para contrarrestar el pesimismo en nombre del cual sabios apresurados de otros climas han querido condenarnos a la inferioridad perpetua. Hoy ya podemos nosotros averiguar con mayor precisión lo bueno y lo malo de nuestra estructura natural. Hoy ya no hace daño, sino que más bien estimula, el que se diga lo que dice el doctor Key-Ayala: «Los fantaseadores y los líricos nos dicen que hemos sido favorecidos por la naturaleza. Burda mentira puesta al desnudo cada día por la realidad. Nuestra naturaleza venezolana, fuerte, exuberante, es nuestro mayor enemigo. Necesitamos gran copia de carácter, inteligencia, estudio, constancia, para vencerla. Somos débiles ante ella.
Necesitamos fortalecernos, como lo hizo Bolívar. El porvenir que soñamos para nuestro país no lo alcanzaremos sino después de larga lucha con la naturaleza. Se abrirá para nosotros cuando podamos decir a ejemplo de Bolívar: «Hemos vencido a la naturaleza».
Pero, en los albores del siglo XIX no podía afirmarse esto. Era necesario sublimar las posibilidades del medio, como lo sintió Acosta cuan-do, finalizando el séptimo decenio de aquella centuria, comprendía todavía la necesidad de proclamar que en nuestro suelo «pisan las bestias oro y es pan cuanto se toca con las manos». Era necesario increpar más bien al poblador (al débil poblador perdido ante el desierto, azotado por la malaria y desprovisto de capital y técnica):
Mas ¡oh! si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
La increpación, injusta quizás, se explica por el fin didáctico. No es el anatema que postra, sino la queja que reclama y exige. Es el reproche presto a florecer en labios de un maestro, que maestro, de una vez y por siempre, iba a ser Andrés Bello:
¡Oh! los que afortunados poseedores
habéis nacido de esa tierra hermosa
……………………………………………………
……………………………………………………
Allí también deberes
hay que llenar; cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana y le tribute esclavo.
……………………………………………………
……………………………………………………
Buen Dios, no en vano sude
mas a merced y compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora…
Allí el elogio de la naturaleza sirve de invitación al hombre de los trópicos, para que construya sobre aquella, la organización social que él soñaba.
De lo concreto a lo abstracto
El paisaje pintado con tal fin, adoptó tonos de perfección. Era imposible que quien lo mirara no se sintiera poseído de él. Pero ¿cómo fueron llegando hasta el pincel los colores? ¿De dónde fueron surgiendo sobre el lienzo los dibujos que habrían de dejar definida para siempre en la historia del arte la naturaleza de los trópicos?
La imaginación no podía crear aquellas pinceladas tan vivas. Ni había libros que pudieran ofrecer la visión integral de lo que iba a ser una creación genial. El material no podían ofrecerlo sino las impresiones grabadas en lo más íntimo del yo.
La poesía americana de Bello revela una intimidad vivida que no aparece en aquellos poemas como «Los Jardines» donde la inspiración arranca de los modelos clásicos. Las laderas vecinas de Caracas, los cafetales de El Hatillo, las feraces campiñas de Aragua, las comarcas ubérrimas del Lago de Valencia o Tacarigua, esos fueron los modelos de la poesía americanista de Bello; de ellos sacó los tonos maravillosos de su poética paleta. La zona tórrida fue primero una experiencia intensamente vivida en la adolescencia y juventud de Bello; inolvidable de por sí, inolvidable, más aún, por la soterrada emotividad del personaje, vivió de nuevo en su recuerdo y fue vertiéndose en el tejido exquisito de sus versos hasta encarnar su obra maestra.
La idea filosófica que Bello tenía de la abstracción partía siempre de la consideración de los objetos concretos y determinados:
«Si se nos habla de cierto parque —dice, basta que nuestra imaginación nos bosqueje unos pocos árboles, sea que este bosquejo tenga por original los árboles de aquel mismo parque (como sucedería si le conocemos por nuestras propias observaciones), sea que por vía de suplemento nos representemos árboles de los que solemos ver en otros parques, o árboles cualesquiera…
«De la misma suerte, para pensar acerca de dos líneas paralelas en general, basta que me represente dos líneas paralelas de determinada situación, longitud, color, etc., y para pensar acerca de montes en general, basta representarme uno o dos, de tamaños, figuras y colores determinados, a cierta distancia en que la vista pueda abrazar fácilmente sus dimensiones». (Filosofía del Entendimiento, Psicología Mental, XIV).
Sea cual fuere la opinión que desde otros ángulos filosóficos se tenga sobre esta concepción, lo cierto es que Bello —en quien la armonía constituye la nota dominante— refleja allí la propia experiencia de su creación poética. Cuando habla de bosques, ha pensado en determinados bosques; cuando piensa en montes, ha tenido que representarse primero los montes cuya vista y recuerdo concreto llenaban su pupila y su memoria.
Alguna vez se ha pensado que la concepción de las Silvas fue originariamente general y sólo excepcionalmente quiso concretar. El proceso fue inverso. Su primer impulso fue local; y cuando, deliberadamente, resolvió generalizar, tuvo que ir despojando sus versos de los matices que acentuaban el carácter venezolano de los mismos.
En los borradores de poesía que la Comisión Editora de las Obras Completas de Andrés Bello ha destinado para el tomo II, el cual está en preparación, hay numerosas referencias que enternecen el espíritu venezolano pues hacen comprender el íntimo sentir del compatriota ausente. Es así como «le salía», al hablar del cacao y el café, la caña y otros frutos tropicales, referirlos en veces a los Valles del Tuy y en otras a los Valles de Aragua:
En la vega profunda
que del sol los geniales rayos cuecen
y lluvias y canales humedecen
como las que el ameno Tuy fecunda,
es do la rica almendra
que de Caracas la riqueza hacía,
en mazorcas de púrpura se cría.
Allí también acendra
el arbusto de Arabia el blando aroma,
de su baya sanguina,
y da el mamey su naranjada poma
y la caña otaitina
su tallo dulce, y su raíz la yuca.
……………………………………………………
……………………………………………………
Así la Providencia con eterna
saludable armonía,
el giro anual gobierna,
en tus valles, Aragua, afortunados.
Tal es el suelo do el cacao su almendra, etc.
Y cómo, al concretar en el café, le venían a la pluma los tiempos en que recorría las lomas de El Hatillo, cerca de la fila de Mariches donde debió tener ubicada la familia de Bello la hacienda de que hablaban las cartas de su madre:
…Así vestida
una y otra ladera
se ve de suave-olientes cafetales
en El Hatillo, y donde sus reales
asentaba otro tiempo la aguerrida
gente mariche, y donde el teque fiero.
Y cómo, al entusiasmarse con los dones de la agricultura en esta zona, pensaba en las riberas del Lago de Valencia:
Así también tu margen, Tacarigua,
de variadas cosechas enriqueces,
tú, plateado lago, que humedeces
y acoges en tu seno
de la Nueva Valencia el campo ameno
de cien dulces raudales el tributo.
Ni el Aragua ni el Tuy producen fruto
que no den tus estancias exquisito.
Ni tiene el mundo tan feliz distrito.
más amable ribera,
que el que a tu entorno yace,
ni bella perspectiva que solace
la vista, como tú, del pasajero…
Y cómo, al disponerse a describir un incendio, brotan en su memoria los terribles incendios del Ávila:
…Mas en cuanto
la parda noche descargó su manto
crece el horror: del Ávila eminente
se ve ardiendo en mil partes la floresta.
Es Venezuela viva, en sus rincones mil veces recorridos, la que va destilando al alma del poeta, la tinta del amor rebosante de las Silvas por la naturaleza. El tema sería para nunca acabar. Los ejemplos podrían multiplicarse. Pero sólo he querido dar un pequeño anticipo de uno de los muchos aspectos que habrá de contener aquel volumen en el cual se verá, entre otras cosas, que la emoción poética venezolana de Bello fue el manantial de donde había de surgir en él la elaboración artística de una poesía americana.
Las otras «silvas»
Faltaría aclarar algo. El medio geográfico venezolano tiene como una de sus características (anotada por Humboldt quien contribuyó a despertar en Bello el amor por nuestro medio ambiente— y después por otros) la separación de zonas muy marcadas. La poesía de Bello describe sólo una de ellas: la misma en que le tocó vivir. La zona de las laderas suaves; aquellas estribaciones de la Cordillera que viene a morir en el Caribe y que por eso hemos dado en denominar «de la Costa». Bello mismo lo dice, en uno de sus borradores:
En lomas elevadas (mas no tanto
que deslustre a la tierra el verde manto
la escarcha y los pimpollos tiernos tale).
Andrés Bello no conoció de cerca otras facetas de la naturaleza venezolana. Ni conoció la selva, perdida en un mar de clorofila; ni conoció las llanuras inmensas do
greyes van sin cuento
paciendo tu verdura
ni tampoco las laderas altas y los páramos que caracterizan la Venezuela propiamente andina. Apenas dedicó, en su intuición elaborada de la naturaleza venezolana, tres versos y medio de la Silva, con los cuales hizo el atisbo de la vida que había que explorar y cantar, en las tierras bajas y en las altas:
desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Al abrir el ancho mundo (hasta entonces cerrado) de la poesía descriptiva americana, con aquel atisbo dejó señalado campo fecundo a los poetas que vinieron después. El llano y la pampa han sido objeto de ricas incursiones. Por lo que a Venezuela respecta, Lazo Martí en la Silva Criolla trasladó el acento y difundió la llamada de Bello a las extensiones dilatadas del Llano. Mas falta todavía la Silva andina: el canto de sus riscos abruptos, de sus plantas autóctonas y de sus labradores silenciosos y tenaces.
El ejemplo lo marcó Andrés Bello. Toda una tesis sociológica encontró en su Silva la más atildada expresión que nadie podía darle. La Silva a la Agricultura no es tan sólo un monumento literario, sino también un documento social. La naturaleza venezolana encontró —como factor social de primer rango— en la poesía de Londres de Andrés Bello, la comprensión que han reclamado y están reclamando los otros factores que integran (perdónese el necesario pleonasmo) nuestra verdadera realidad.
Caracas, 2 de Noviembre de 1954.
(De Artes, III, Nos. 8-11, pp. 185-192).