El compromiso elemental es buscar la verdad
Párrafos de la mayor parte del discurso pronunciado por Rafael Caldera en la instalación del VI Congreso Latinoamericano de Sociología, en su rol de presidente del comité organizador. Pronunciado en la Universidad Central de Venezuela y publicado en el diario La Religión, el 12 de abril de 1961.
Asistimos a un cambio profundo de estructuras. Crece la humanidad vertiginosamente, y al par de su crecimiento numérico toma simultáneamente conciencia de sus derechos esenciales. Nuevos hombres nacen a raudales cada día, en momentos en que se adquiere la convicción de que en cada uno hay una persona humana, que tiene derecho a la vida y a la salud, a la comida y a la vivienda, a la seguridad y al bienestar, a la libertad y a la participación en el gobierno de la comunidad, a la tierra que cultiva o al empleo de donde deriva la subsistencia, a la cultura y a la técnica, a la formación de una familia y a la expansión de su espíritu hacia valores superiores, al disfrute soberano de la autodeterminación de la nación en que se integra, y a la participación con todos los otros hombres de todos los otros pueblos en el aprovechamiento de los bienes de la tierra.
Esos derechos no son palabras huecas. Son realidades por cuya existencia hay la disposición de luchar hasta obtenerlas. Lograrlas supone la conjunción de múltiples factores y el vencimiento de numerosas dificultades que es preciso conocer a fondo, analizar e interpretar. Los siglos precedentes murieron ahítos de declamaciones, y la experiencia ha demostrado que el camino de los fracasos, como el del infierno, está empedrado de buenas intenciones.
Una ciencia, bautizada hace más de cien años
Arrullada en su infancia y hasta en su adolescencia por música de abstracciones, se desarrolla hoy en forma vigorosa, reflexiona acerca de sus métodos, sistematiza sus diversos campos y ofrece al hombre los instrumentos para conocerse mejor en su índole de miembros de una compleja organización social. Más modesta en sus pretensiones que durante sus etapas iniciales, es mucho más segura en sus realizaciones. No pretende conocer tanto, ni en unas proporciones tan vastas, pero lo que conoce lo conoce mejor. No aspira a ofrecer fórmulas –ni menos panaceas- para los desajustes que estudia, pero da al que debe aplicar los remedios la información precisa, el diagnóstico agudo, sin los cuales toda acción estaría condenada al fracaso.
Ya lo dijo Martí, en una de sus maravillosas síntesis, producto a la vez de intuición y experiencia: conocer los problemas no es resolverlos, pero es un paso indispensable para ello. «Resolver el problema después de conocer sus elementos es más fácil que resolver el problema sin conocerlos». La Sociología no pretende ofrecer soluciones. Al contrario, tiene miedo de ellas. Se ha desviado tantas veces, aún a través de muy calificados personeros, hacia el terreno de la idealización y la retórica, que insiste en su preciso carácter de ciencia de la realidad objetiva. Toca a otras disciplinas elaborar planes de acción. La Sociología no las ignora ni las menosprecia. Solo que ella, en su carácter específico, entiende su papel como el de observar, analizar e interpretar los hechos sociales, sin cuya labor desinteresada e imparcial carecerían de base todas las disciplinas sociales aplicadas.
Este concepto, discutido durante largos años, va haciéndose más claro y firme a medida que se desarrollan, acuciados por la necesidad misma, los programas de estudio; a medida que la Sociología deja de ser una mera ciencia auxiliar para las diversas carreras o especialidades científicas y da su nombre a una profesión ya madura; a medida que deja de llamarse sociólogos a quienes divagan sobre el modo de ser de las diversas sociedades y se da ese nombre a egresados universitarios cuyo oficio es recoger científicamente en los documentos los hechos concretos y vivencias que muestren ese modo de ser social.
El imperio de la sociología se afianza
Lo acaba de expresar Duverger con el peculiar estilo de su último libro aparecido en este mismo año: «Pero el dominio de la ciencia no cesa de agrandarse; las ciencias sociales, señaladamente, llenan un papel muy importante en los países desarrollados. Estos no pueden impunemente prescindir de economistas o sociólogos».
Semejante transformación se empieza ya a sentir, y con exigencia inaplazable, en nuestra América Latina, en proceso y necesidad de desarrollo económico y técnico, cultural y político; región del mundo con problemas de extraordinaria urgencia, con necesidades comunes, con un formidable crecimiento demográfico que puede resultar fuente de bienestar o motivo de desesperación; con una privilegiada ubicación en la coyuntura espiritual del universo, requieren forma angustiosa el desarrollo científico y técnico de la Sociología, como premisa que debió preceder, o por lo menos debe acompañar, a los intentos de planificación.
Nada más propio, pues, nada más justo, nada más lógico que el empeño de los sociólogos latinoamericanos en reunirse a estudiar cuestiones urgentes, a intercambiar programas de trabajo científico, a comprometer recíproca ayuda. De allí que los Congresos Latinoamericanos de Sociología promovidos por ALAS, con todas las fallas anotables en su ejecución, constituyen una iniciativa provechosa –mejor sería decir, indispensable– para abrir sin limitaciones mentales cauce seguro a un estudio con matices regionales que bien puede y debe insertarse dentro de un objetivo científico sin gentilicios ni fronteras.
Algunos de los promotores de la Asociación Latinoamericana de Sociología no somos sociólogos profesionales. La vida nos ha impuesto otras actividades conexas, o compromisos anteriores nos han ubicado preferentemente en disciplinas científicas cercanas adonde hemos llevado el mensaje sociológico como deber de estudio serio y objetivo de los hechos sociales dentro de los cuales se producen y actúan los fenómenos que nos toca indagar. Pero tenemos todos el concepto claro de que el proceso de tecnificación y especialización de la Sociología no debe solamente admitirse, sino reconocerse e impulsarse. Y nos sentimos honradamente satisfechos cuando vemos surgir sociólogos profesionales que integrarán las nuevas promociones de ALAS, y pensamos que nuestro esfuerzo contribuyó a ofrecerles un instrumento capaz de multiplicar sus energías y de ponerlos en relación fecunda con los colegas de las diversas parcialidades de la gran patria latinoamericana.
La polémica y la Sociología
Ha estado la Sociología, durante dilatadas fases de su vida, signada de polémica. Se ha polemizado sobre el nombre mismo de la ciencia; sobre el método; sobre el carácter y naturaleza de su estudio, y sobre los valores filosóficos o ideológicos que deben guiar sus investigaciones. En algunos, esa polémica ha engendrado pesimismo; se la ha considerado estéril, y se ha dicho que poco o nada ganó la humanidad con ella. Hoy parece que podemos llegar a conclusiones diferentes. Hoy parece que podemos aceptar una justa valoración de los puntos de vista y de las aportaciones de todos.
Que la Sociología no es Filosofía Social, ello ha quedado definitivamente establecido y fijados claramente sus linderos; que la Sociología no es Política Social, ello no se discute ya, y es elemental la distinción entre los campos que ambas disciplinas cultivan; pero también ha quedado comprobado y resuelto que esa diferenciación de la Sociología no envuelve ni puede envolver el desconocimiento de otros campos, los cuales no sólo tienen razón de existir sino que son indispensables para el estudio objetivo y técnico que a la Sociología corresponde. Y, así mismo, ha quedado resuelto que si, por una parte, sin la investigación concreta, hecha con instrumentos técnicos sobre el propio terreno de la realidad, el conocimiento de lo social nunca podría lograrse, sino quedaría confinado en el campo de tanteos, apreciaciones y expansiones subjetivas que durante muchas décadas lo malogró; por la otra, esa investigación concreta, para no ser empírica, tiene que basarse en el conocimiento previo de las ideas generales, en el estudio y abstracción de los sistemas, en el análisis de las cuestiones metodológicas y en la adquisición de los instrumentos culturales que permitan interpretar los resultados de las labores investigadoras.
Alejada sustancialmente por su aspiración objetiva del debate de las ideologías, la Sociología no ha podido, en razón de lo que se acaba de decir, prescindir de las ideologías ni substraerse a su influencia. Ni siquiera lo pretende ya más. La ciencia sociológica repugna toda actitud prejuiciada, que no busca en los hechos la verdad objetiva sino que va con el preconcebido afán de escoger aquellos elementos de la vida real que puedan servir para robustecer determinadas tesis; pero, al mismo tiempo, reconoce la existencia de ideologías como un hecho social y admite, a fuerza de objetividad, que las diversas ideologías suministran diversos criterios para apreciar unos mismos hechos; de donde se hace indispensable conocerlas, y juzgarlas, a fin de hallar el coeficiente con el cual sea posible extraer de los documentos y estudios lo que con honestidad científica constituya efectivamente la verdad.
El VI Congreso Latinoamericano
Con criterio de amplia tolerancia venimos, en este Sexto Congreso Latinoamericano de Sociología, a estudiar cuestiones candentes, y de grande y actualísima importancia en la vida social de nuestros pueblos.
Campo abierto hay para todas las aportaciones, espíritu amplio hay para escuchar las interpretaciones que se hagan, aunque vengan matizados por las más contradictorias tendencias ideológicas. Son asuntos propicios para la controversia; y ya la Sociología pasó la etapa del falso pudor, que se cubría los ojos ante aquellos aspectos de la realidad que pudiera engendrar discusiones. Sólo se exige –y es y será nota fundamental de esta jornada– el que la actitud científica se mantenga sea cual fuere la posición personal del que concurra; el que se trabaje en forma seria y responsable; y el que se acepte como compromiso elemental el de buscar la verdad, en vez de obscurecerla, aun cuando en la búsqueda pueda marcharse por caminos diferentes.
Palpita en este momento ante nuestros ojos la vida de un país dispuesto, en esfuerzo de gran intensidad no exenta de fuerte dramatismo, a ganar su destino. Venezuela ha tenido una fisonomía singular. Sus glorias y sus penas han sido resonantes, y no hay hogar latinoamericano donde no se haya vibrado de emoción al oír el relato de su gesta heroica, y donde no se hayan derramado lágrimas de fraternal piedad al saber lo intenso de sus sacrificios.
País de contradicciones, como ya en otras ocasiones lo hemos señalado: pequeño y grande, rico y pobre, batallador y pacífico, el que más combatió en las horas solemnes de la Independencia y el que más se desangró en las horas menguadas de la guerra civil; el que nunca ha roto con el disparar de los fusiles la hermandad sin tacha con sus otros hermanos de América. País donde la juventud tiene hoy, en todos los campos de la actividad social, la máxima responsabilidad. País del hombre, donde, según la ática expresión de Gallegos, «una raza buena ama, sufre y espera»; país del hombre donde no hay barreras entre castas o grupos sociales; país del hombre en cuyo mestizaje han encontrado observadores perspicaces signos definidos de la raza cósmica de que hablara José de Vasconcelos; país del hombre donde el sufrimiento, por fuerte y constante que ha sido, no ha tenido el poder de matar la alegría, y donde el engaño repetido y la frustración reiterada no han sido capaces de destruir la esperanza.
Aquí está Venezuela ante vosotros, señores Delegados al Sexto Congreso Latinoamericano de Sociología. Al aceptar en Montevideo el honroso encargo que se nos diera para organizarlo, comprometí, en la seguridad de no ser defraudado, la hospitalidad venezolana. Ella os abre ilimitadamente, durante los días en que nos honréis con vuestra presencia, el modo de ser venezolano. No queremos presentarnos disfrazados y mucho menos ante quienes tienen por hábito profesional la facilidad de desentrañar la realidad por debajo de las apariencias. Venezuela está ante vosotros como es, con todas sus inquietudes, con todos sus defectos, al mismo tiempo que con sus realizaciones y proyectos.