Rafael Caldera, Presidente ignaciano
Por Andrés Caldera Pietri.
En los próximos días, con la presencia del Padre General Arturo Sosa, S.J., máxima autoridad de los jesuitas en el mundo y también antiguo alumno, estamos cerrando la celebración de los 100 años del Colegio San Ignacio, del que han salido más de 11.000 egresados.
Gracias al apoyo del joven y brillante profesor Daniel Terán-Solano, en el mes de febrero pasado tuve un grato encuentro con el grupo de quinto año del Colegio, al que él puso este mismo título que he tomado prestado. Pensé que, si bien es un hecho objetivo que Rafael Caldera es el único de los egresados que ha sido presidente de Venezuela, sería interesante registrar, para todos los que hemos pasado por esas aulas, muchos hoy dispersos por el mundo, los rasgos de esa formación ignaciana tan característica y que pude observar en mi padre a lo largo de su vida:
- Una fe sólida y profunda en Dios. No una fe beatucona y rezandera -como él solía referir- sino una fe firme ante los duros embates de la vida. La práctica religiosa fue en él una constante: la asistencia a misa –estuviera donde estuviera- con la práctica de la confesión y de la comunión, junto a la oración recurrente. Todo sin alarde, más bien con pudor, rechazando que pudiera ser utilizado como propaganda política. La práctica de su fe era la fuente de su fortaleza, del sentido de su vida. En su entierro, ante su tumba, dije que su fe era del tamaño de su voluntad. Agreguémosle uno de sus lemas preferidos: «Lucha como si hubieras de vivir siempre. Vive como si hubieras de morir mañana».
- La conciencia del valor del tiempo y de la disciplina para aprovecharlo al máximo. Su valoración de la puntualidad, del sentido de cumplimiento del deber, de la constancia. El lema ignaciano Excelsior (más arriba), exigiéndose cada día para dar lo mejor de sí, sin cejar en el ánimo y ardor. Tuvo una vida dedicada al trabajo. Su placer fue conocer el mundo, cuando se lo permitían los viajes que hacía por trabajo, y los días de la Semana Santa que anualmente compartía con los indígenas en la Gran Sabana. Como político, recorrió muchas veces toda la geografía del país defendiendo los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, haciendo crecer a pulso el número de seguidores. Simultáneamente, en lo educativo y académico, dio brillo al Derecho en el campo laboral, constitucional y sociológico, así como a la figura y el pensamiento de Andrés Bello. Intentó siempre educar para la vida civilizada y democrática, dando además el ejemplo. Solamente su vida profesoral y académica le valió el reconocimiento honorífico de más de cuarenta universidades en el mundo.
- El ceñirse siempre a la verdad, valorar por encima de todo: la sinceridad, diciendo las cosas por la calle del medio, sin intenciones ocultas ni manipulaciones, respetando al adversario, esperando convencer por la vía del diálogo. Procuró siempre elevar el nivel del debate público. Nunca calumnió ni ofendió a nadie, por más duros ataques que recibiera en el combate político. Tampoco le escuchamos irrespetar o burlarse de nadie, ni siquiera en privado (la de ser ante todo caballeros). En casa decía lo que sostenía en público. Quizás por eso Pérez Jiménez lo calificó como un ser «intratable», porque nunca se doblegó. ¿Que tenía una gran seguridad en sí mismo? Es verdad, pero, por otra parte, siempre esperó a ser el último en hablar, ya fuera en el Comité Nacional de su Partido o en el Consejo de Ministros, escuchando antes lo que los demás tenían que decir. Los que trabajaron con él y lo conocieron de cerca pueden atestiguar que, aunque defendía ardorosamente sus puntos de vista, sabía escuchar. Por otra parte, al pedirle un consejo, lo daba con transparencia, con la más sana de las intenciones para quien lo pedía.
- Nunca le interesó acumular riquezas; vivió una vida austera. Fue siempre responsable de su familia, a quienes nunca nos faltó, pero tampoco nos sobró nada. Su norte estaba en la tarea por hacer. Nos enseñó a amar a Venezuela por encima de todo y a descubrir el mundo como el mayor de los tesoros. Las cosas materiales -para él- eran para servirse de ellas y el dinero para lo que se necesitaba hacer. No más.
- Junto a ese amor a Venezuela, el compromiso de luchar para cambiar la injusta realidad en la que vive sin oportunidades una mayoría, para cerrar la enorme brecha de la desigualdad. Encontró en la política, cuando abrió los ojos a ella -a los diecisiete años- la manera más excelsa de vivir la caridad cristiana. Además, vivió todos los días ayudando a la gente. Algunos llamaban a su Escritorio Jurídico el «José Gregorio», por la cantidad de personas que acudían a diario a pedirle ayuda. Congregaciones religiosas, obras sociales de todo tipo se veían beneficiadas por su apoyo moral e intelectual, haciendo valer ese lema nuestro: en todo amar y servir.
- La presencia del optimismo, aun en los momentos más oscuros. Optimismo fundado en la esperanza cristiana que brota de la certeza de estar en la verdad, de luchar sin dobleces por su propagación. Algunos lo llamaban «el porfiado», porque caía y se volvía a parar. Nunca lo doblegaron. Su constancia no desmayaba. Se levantaba cada mañana a hacer ejercicio y se duchaba cantando. Sus cercanos colaboradores fueron testigos de su habitual buen humor. Disfrutaba al máximo los momentos del dominó, las bolas criollas, el billar, los espectáculos deportivos, la ópera o bailar un buen joropo.
- Su solidaridad con la gente, con los compañeros de partido, con sus amigos y familiares. A pesar de su siempre apretada agenda, estaba presente de alguna manera en los infortunios de los demás. Acompañaba en los entierros, en las enfermedades, en las angustias. «Tu papá estuvo en el entierro de mi mamá. Tu papá estuvo en la clínica a ver a mi papá. Tu papá nos acompañó en aquel momento de tanto dolor…».
- La honestidad en la vida privada y pública. Decía que los políticos tienen «techo de vidrio» y debían dar ejemplo. Su vida familiar fue impecable, pero también su actuación como primer magistrado en dos oportunidades. Recordemos aquello de «recibo el gobierno de las manos limpias de Rafael Caldera». En una Venezuela donde llegar al poder ha sido repartir el botín, tenemos su testimonio de haber regresado dos veces de la Presidencia de la República a su misma casa y oficina, con la satisfacción de haber hecho lo más que pudo, lo que las circunstancias le permitieron, por el bien y la felicidad de todos los venezolanos.
- Su lucha por la paz y el entendimiento entre los venezolanos y los latinoamericanos. También por la justicia social, nacional e internacional, por un orden mundial más justo, por hacer valer los derechos de los países del tercer mundo; por una economía al servicio del hombre y de todos los hombres.
- La humildad necesaria para perdonar y para pedir perdón. Una vez le pregunté si Pedro Estrada era su mayor enemigo y me contestó, «no, hijo, yo lo perdoné. Incluso le ofrecí garantías de su vida en mi primer gobierno para que viniera a Venezuela y se pusiera a derecho con la justicia, pero no quiso hacerlo». En su mensaje de despedida, antes de morir, dijo: «He tenido adversarios políticos; ninguno ha sido para mí un enemigo (…) Asumo con responsabilidad mis acciones y mis omisiones y pido perdón a todo aquel a quien haya causado daño».
Rafael Caldera agradeció toda su vida la formación recibida de los jesuitas. En el discurso que pronunció en la celebración de los 50 años del Colegio dijo: «vengo aquí hoy, no solamente como ex alumno, sino como padre de tres antiguos alumnos, a expresar el agradecimiento de los cuatro al Colegio, muy vivo y nunca satisfecho, nunca recompensado con cualquier esfuerzo que hagamos en favor de él, agradecimiento por lo que nos dio en formación, en optimismo, en voluntad de luchar y de vencer por un noble ideal».