Tomás Liscano: Larense raigal
Discurso improvisado en el Colegio de Abogados del estado Lara, en Barquisimeto, con motivo de la presentación del libro homenaje al centenario del nacimiento del Dr. Tomás Liscano Giménez, editado por el Congreso de la República, el 24 de octubre de 1986.
Ha sido un acto de generosidad del Congreso de la República la edición de este libro que presentamos hoy, que recoge testimonios de diversa índole emanados del pensamiento del Dr. Tomás Liscano y, al mismo tiempo, testimonios acerca de su vida y de su obra. A través de la Comisión Delegada, el Congreso ordenó proceder a la edición de este libro y así se hizo, con la invalorable participación del editor José Agustín Catalá.
Tengo que agradecer también al Congreso, además de haber dispuesto y realizado esta edición, en haber dado su consentimiento para que el libro fuera presentado aquí, en la sede del Colegio de Abogados del estado Lara, institución por la cual Tomás Liscano tuvo un especial afecto – como lo ha recordado el orador de orden, el jurista quiboreño José Rafael Mendoza Mendoza -, habiendo legado a su muerte una parte de su biblioteca jurídica a este Colegio y ya antes le había dedicado su libro «La Responsabilidad civil del abogado y la abogacía».
En nombre pues de la familia del Dr. Tomás Liscano, de sus sobrinos y otros familiares aquí presentes, y en nombre de todos los que compartimos sus afectos y sus preocupaciones, quiero expresar el más profundo agradecimiento al Colegio de Abogados, a su Presidencia, al Orador de Orden y a todos los que en alguna forma han contribuido, y especialmente a los que en ocasión del centenario, el 27 de agosto de 1985, en la ciudad de Quíbor y en la Academia de Ciencias Políticas de Caracas, le rindieron homenaje y exaltaron su figura y sus hechos.
Fue realmente Tomás Liscano un larense raigal, se sintió siempre profundamente vinculado a esta tierra, en ella se formó en sus primeros tiempos, en su pasantía por el Seminario, al lado de su padrino, primo hermano de su padre, el inolvidable Obispo Agüedo Felipe Alvarado Liscano.
En su bachillerato, ya adulto, en una de las últimas promociones del célebre Colegio La Concordia, dirigido por Don Egidio Montesinos, él sentía un placer especial en relatar a sus alumnos episodios y anécdotas – que mi padre adoptivo repetía -, muchas de ellas sobre la vida de quien fue su discípulo predilecto y ahijado, el Dr. José Gil Fortoul. Las aventuras del pelón Gil, el célebre Dr. José Gil, la personalidad de Gil Fortoul y los distintos incidentes, pasaban continuamente a través del verbo iluminado del maestro del Colegio La Concordia por la mente de aquellos discípulos.
Entre tantas cosas que relataba, estaba la dureza que le imprimió el Dr. Gil a Gil Fortoul el día en que adolescente corrió a buscar apoyo en su padrino, porque su padre le quería pegar. Se presentó el Dr. Gil con un garrote y el maestro Montesinos le llamó a preguntarle: «¿pero qué ha hecho José para que usted llegue a castigarlo?, y éste le respondió, es que ya José va a ser hombre y todavía no le he pegado. Es necesario que sienta la mano de su padre».
De todas estas interesantísimas anécdotas, que son testimonio de una época, la que más ha corrido creo que es la de las cartas de recomendación. Cuando iba a la Universidad y le pidió cartas de recomendación para sus amigos de Caracas, y todavía la noche antes de su salida no se las había entregado. En la madrugada, cuando estaban ensilladas las bestias, le dio un cierto número de morocotas, que era la moneda corriente en esos tiempos felices en que el signo monetario no se estaba devaluando, y le dijo: «estas son mis cartas de recomendación, si cuando se te agoten no has aprendido a ganarte la vida, regresa».
Esas escenas en mi niñez iban pasando también porque sentía un placer muy grande Tomás Liscano en su alma, en su existencia, esa vinculación muy honda con la patria chica. Por él conocí a Pepe Coloma, el célebre presbítero Eduardo Antonio Álvarez, quien tuvo entre otros privilegios el haber tenido una polémica sobre filosofía con Luis Razetti. Luis Razetti, quien en sus primeros tiempos médicos fue médico de Quíbor y quien quizás precisamente por los ajetreos en estos pueblos aprendió mucho del contenido humano de la medicina, que hoy se escapa a numerosos profesionales.
Fue a la Universidad y ésta se cerró. Empezó a estudiar Medicina y tuvo como maestro nada menos que al Dr. José Gregorio Hernández. Un padecimiento alérgico y el oportuno consejo del mismo Dr. Hernández lo llevo a iniciar sus estudios de Derecho, que por eso también fueron tardíos. El Dr. Hernández, según el contaba, decía que «cuando los médicos no sabemos explicar una cosa decimos – no recuerdo en este momento la palabra que estaba de moda – que es alergia. Si usted siente vocación por otra carrera, ¿por qué no lo hace?», y lo llevó a estudiar Derecho y fue un jurista muy convencido, muy activo. Pero dentro de esa vida, ese carácter recio, era testimonio de la fortaleza, de la formación de la gente quiboreña, y de la gente de Lara en general.
Fue Senador por el estado Lara cuatro años, de acuerdo con la Constitución de entonces, 1937, 1938, 1939 y 1940. Este libro, patrocinado por el Congreso, en su mayor parte contiene sus intervenciones parlamentarias sobre las materias más variadas. Intervenciones que son testimonio de que el Congreso en esos primeros tiempos de la democracia venezolana trabajaba muy duro. Hay proposiciones para que se sesionara no sólo todos los días sino mañana y tarde, para poder cumplir el deber que ese les imponía a los legisladores de responder a las necesidades colectivas.
Del Congreso salió y fue electo Vocal de la Corte Federal y de Casación, en abril de 1941. Estuvo apenas unos meses, porque en enero de 1942 le aceptó al Presidente Isaías Medina la Presidencia del estado Falcón, pienso yo no sólo porque sentía simpatía y cariño por Falcón sino por la secreta esperanza de haber podido venir algún día a presidir el estado Lara.
Era un sacrificio abandonar la posición cómoda y estable de la Corte para entregarse al ejercicio de una función política, en la cual tuvo muchos tropiezos y muchas inquietudes, pero puso también de presente la mucha buena voluntad. Precisamente porque Alejandro Graterol Marín lo acompañó en el ejercicio de su función gubernativa, allá en Falcón, le pedí y él muy amablemente accedió, que llevara la palabra de Orden en la sesión solemne de la Municipalidad del Distrito Jiménez, el día del centenario de Tomás Liscano. Ese centenario culmina esta tarde, en este acto que tan generosamente auspicia el Colegio de Abogados del estado Lara y que ésta calificada concurrencia realza con su participación.
Debo nuevamente dar las gracias a todos los presentes. Dar las gracias a los organizadores del acto, a la Directiva del Colegio, al Orador de Orden. Darles las gracias muy, muy sinceramente, y decirles que con ello están contribuyendo a hacer notable, a hacer notoria, a hacer más conocida por las generaciones jóvenes del pueblo larense la figura de un abogado honesto, estudioso, serio, trabajador, que como se ha dicho ocupó en dos ocasiones la Presidencia del Congreso de la República; que tuvo el honor de ser Magistrado del más alto Tribunal; fue Presidente de un estado y ocupó también la Presidencia de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales.
Vuelvo a convertirme en vocero de toda su familia, de sus sobrinos que aquí nos acompañan, de todos los vinculados familiarmente con Tomás Liscano, de sus discípulos y de sus amigos, por este hermoso, significativo, cálido, y para muchos, emocionante homenaje. Quiero dar las gracias también a la Orquesta de Cámara de la Universidad Centro-Occidental Lisandro Alvarado, quien nos va a regalar el tributo de su arte; ese arte musical tan metido dentro de la vida larense, para que no falte esa característica especial de esta tierra, esa característica esencial de este estado, en una ceremonia en que se honra a quien siempre se sintió profundamente orgulloso de haber sido, de haber nacido en el estado Lara, y que siempre se consideró un larense comprometido como tal, al trabajo y a la lucha por todos los pueblos de la región centro-occidental, por toda la amada patria venezolana.
Muchas gracias.