Prólogo a Bolívar Siempre

(Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1994)

Por Rafael Arráiz Lucca

El paradigma del hombre público lo encarna aquel que junta en sí mismo el ejercicio de la reflexión con la práctica cotidiana de la acción. No cabe la menor duda de que el Libertador encarna este paradigma y, como sus mejores hijos, los venezolanos seguimos el ejemplo que su vida y su obra representan. El culto bolivariano, en los países que le deben su libertad, lejos de disminuir continúa creciendo. Una de las facetas principales de la personalidad del Libertador fue ésta de llevar a su punto culminante la tarea de la acción y un pensamiento que la acompañe. No abundan ejemplos de hombres públicos que hayan hecho lo mismo. Curiosamente podrían encontrarse más en el siglo XIX que en el XX venezolano. Sin embargo, en la centuria que termina, Rafael Caldera es un ejemplo insoslayable.

Desde la publicación en 1935 de su estudio sobre Andrés Bello hasta nuestros días, el hombre público Caldera ha sabido acompañar sus pasos con la escritura, con la reflexión. Centrando sus desvelos en la sociología y las ciencias políticas y jurídicas, sus páginas revelan los intereses de un humanista, de un luchador político y, sobre todo, de un hombre de Estado.

Bolívar Siempre, el título que prologo para ustedes, está compuesto por once partes o capítulos donde el autor nos ofrece su interpretación de la figura histórica de Bolívar. Repasa con precisión las diversas y apasionantes facetas de la personalidad y la vida del Libertador. Comienza afirmando:

Pocas veces llega un hombre a identificarse en tal grado con un pueblo como Simón Bolívar con la nación venezolana. Bolívar es signo de unidad y grandeza para toda América Latina, pero para Venezuela es uno de los símbolos de la patria, como la bandera, el escudo y el himno nacional.

Y es a partir de aquí desde donde Caldera nos va acercando al contexto sociopolítico en el que tuvo lugar la aventura vital de Bolívar. Luego, nos aproxima a su pensamiento sociológico:

Del Libertador como figura histórica y de sus concepciones de estadista, se ha hecho por grandes pensadores el más detallado análisis. Me atrevo a pensar, sin embargo, que un estudio igualmente minucioso de sus observaciones sociológicas, para formar con ellas un cuerpo sistemático del pensamiento sociológico del Libertador, es campo que todavía podría ofrecer aspectos inexplorados. A nuestra juventud toca intentarlo.

A lo largo de todos los ensayos que conforman el título, el autor va dialogando con los textos fundamentales del Libertador. Especialmente con el Discurso de Angostura, la Carta de Jamaica y el Manifiesto de Cartagena. Esto le confiere un valor especial a sus observaciones porque las mismas las hace con referencia directa a las fuentes. Así, no sólo el análisis de pasajes de la vida de Bolívar sino lo que escribió son materia de sus observaciones. Este diálogo con la palabra escrita del Libertador no revela otro empeño que el de descifrar y comprender a cabalidad su pensamiento. Para Caldera, la palabra de Bolívar es fuente genuinamente nutricia y no mero culto hueco o retórico. En verdad, su aproximación al texto bolivariano es de una honestidad tal que logra transmitir la emoción y la pertinencia de su lectura. Esto lo digo porque el acercamiento que Caldera lleva a cabo hacia la obra bolivariana está motivado por un interés verídico y no, como desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia, por un «saludo a la bandera», «por un tributo al padre de la patria», «porque todo venezolano que se precie debe hacerlo». Por el contrario, Bolívar Siempre se lee con la liviandad y la profundidad que sólo otorgan la pertinencia y la autenticidad.

Caldera, en más de una oportunidad a lo largo del libro insiste en una idea que termina siendo central por su propio peso y por la tenacidad con que la propone:

En todo caso el Libertador demostró hasta la saciedad que no se limitaba a cumplir el papel de guerrero genial, capaz de llevar a feliz término la empresa militar de la independencia. El estadista, aun cuando no alcanzara a ver la consolidación de sus ideas a través de un ordenamiento estable, está a la misma altura que el militar en los rangos del genio; integrando una personalidad desbordante, cuyas ideas continúan siendo objeto de meditación y de estudio, como sus campañas continúan siendo objeto de análisis en el ámbito de ciencia militar.

Más adelante, enlazada con esta misma tesis y como corolario de los comentarios que le dedica a la pieza que considera principal (El Discurso de Angostura), el autor llega a la siguiente conclusión:

Sin duda, las dos mayores amarguras que se llevó Bolívar a la tumba fueron la de no haber logrado la consolidación de la unidad grancolombiana y la de no haber tenido éxito en la organización estable del régimen político de las nuevas naciones libertadas por él. Pero su esfuerzo permanente por estos objetivos y el brillo de sus concepciones redondean el contorno genial de su figura de Libertador.

Pero las observaciones del autor de Reflexiones de La Rábida no se limitan al campo del pensamiento sociológico o a las luces de estadista o a las dotes de luchador por la libertad de Bolívar. Especial interés despierta en Caldera el pensamiento visionario y premonitorio del Libertador en cuanto a la unidad latinoamericana:

El nacionalismo latinoamericano no es aislacionista: no lo fue nunca, en el pensamiento de Bolívar. El nacionalismo latinoamericano no es agresivo: la agresión estuvo ausente en todo momento del pensamiento bolivariano. El nacionalismo latinoamericano no constituye un fin destinado a agotarse en sí mismo: es un movimiento destinado a hacer de Latinoamérica una fuerza operante y eficaz. en la organización del universo mediante la libertad, la paz y la justicia: asimismo lo vio y lo proclamó el Libertador.

Si en algo se empeña el autor a lo largo de sus páginas es en transmitirnos el convencimiento de estar ante una personalidad multifacética y, en tal sentido, compleja. Y en homenaje a este rasgo del Libertador, el análisis de Caldera no es complaciente como para no ser crítico ni intolerante como para llegar a ser injusto. El equilibrio en sus juicios es una virtud que se manifiesta en estos ensayos y le confiere un valor adicional al de la glosa lúcida que de los textos bolivarianos Caldera hace.

El culto hacia Bolívar no vence los resortes críticos que todo intérprete y lector inteligente posee. No deja Caldera de señalar ciertos excesos utópicos que dominaron a ratos el espíritu de Bolívar. Comprensibles, por supuesto, pero ciertamente tomados por un romanticismo lejano a la cruda realidad. Así lo señala el autor cuando Bolívar propone un senado hereditario con el objeto de crear una aristocracia del pensamiento y la sabiduría. Allí Caldera se pregunta si no se tratará de una república platónica con la que Bolívar sueña. Pero estos señalamientos no los hace el autor por un simple afán de cazador de gazapos, los hace porque son necesarios para comprender claramente las magnitudes del personaje histórico que se tiene enfrente. Es una suerte para nosotros contar con una figura fundacional y tutelar como la de Bolívar, es lo que queda dicho entrelíneas, sin decirlo expresamente, en las páginas de Bolívar Siempre.

Las páginas que prologo, sin duda, útiles y armoniosas, serán alimento de quien quiera acercarse al Libertador. Pero, también sin duda, conllevan un añadido muy apreciable: la perspectiva del autor. Por más que Caldera se apegue lo más posible a los hechos objetivos de la historia, el valor de estos ensayos reside en la mirada de quien dilucida, relaciona y jerarquiza los hechos y la obra de Bolívar. A la validez del tema se suma el aporte de un hombre que ha consagrado su vida a la batalla política desde la perspectiva del humanista, del jurista y del servidor público. No es éste el libro de un historiador, es el libro de un hombre que ha tenido la experiencia solitaria de conducir un Estado. Esto le da una perspectiva particular en el juicio y singulariza radicalmente su visión de Bolívar.

Ha sido un gusto y un honor haber sido invitado a acompañar con la lectura lo que un hombre como Caldera ha leído en el trance vital del Libertador.