Pedro Gual

Pedro Gual por Pedro Mancilla. Esta ilustración apareció publicada en la tercera edición de Moldes para la Fragua (Editorial Dimensiones, 1980).

Pedro Gual por Pedro Mancilla. Esta ilustración apareció publicada en la tercera edición de Moldes para la Fragua (Editorial Dimensiones, 1980).

 

La generación que participó en la Independencia de Venezuela y de toda la América Latina fue de tal brillo que a veces los ojos  se ciegan contemplando apenas a Bolívar, a Miranda, a Sucre y últimamente a Bello. La verdad que aquella pléyade de hombres fue incomparable. El doctor Pedro Gual, contemporáneo del Libertador, fue una figura de una significación extraordinaria. Un rasgo impresionante de su vida fue su renuncia al Ministerio de Relaciones Exteriores de la Gran Colombia para irse con su familia durante largos meses, llenos de dificultades, al Istmo de Panamá a tratar de colaborar con Bolívar en la construcción de una América integrada. El discurso que sigue, pronunciado por Rafael Caldera en la Sociedad Bolivariana el 19 de abril de 1976, fue uno de los homenajes rendidos a su memoria en la ocasión del Sesquicentenario del Congreso de Panamá.  Estas palabras aparecieron en la edición de Dimensiones de Moldes para la fragua (1980).

 

El Congreso de Panamá y la integración latinoamericana

Un noble afán de justicia histórica ha movido a la Sociedad Bolivariana de Venezuela a rendir especial homenaje, en el día de la patria del Año Sesquicentenario del Congreso de Panamá, a la figura veneranda de Don Pedro Gual.

La iniciativa de aquella memorable reunión anfictiónica, todavía inconclusa en cuanto a sus mayores objetivos, pero reconocida como el hecho de mayor significación en la búsqueda del destino común de los pueblos de América Latina, proyecta en su máxima dimensión continental la figura gigantesca de Simón Bolívar. Al mismo tiempo, cuando se analiza el Congreso en su concepción, en su preparación y en el empeño de hacerlo cristalizar en un sistema efectivo de estrechas relaciones para una América «unida por lazos que el cielo formó» —como lo expresa nuestro himno nacional— se destaca la noble calidad y procera estatura de este otro caraqueño, contemporáneo del Libertador, que tuvo participación decisiva en el proyecto como Secretario de Estado de Relaciones Exteriores de la Gran Colombia y que abandonó aquel elevado sitial para ir a Panamá y a Tacubaya «con el encargo sublime —son sus propias palabras— de identificar en paz y guerra los intereses de los nuevos Estados americanos»1. «Yo cifro mi ambición —todavía expresaba cuando ya el éxito se veía imposible— en contribuir con mis débiles luces a objeto tan grande y al cual he dedicado todas mis meditaciones de algunos años a esta parte. Si tengo la fortuna de verlo realizado, daré por bien empleados los disgustos y sinsabores a que me veo expuesto, y habré terminado mi carrera pública. Pero si el éxito no corresponde a mis esperanzas, un pesar imponderable me acompañará hasta exhalar el último aliento de mi vida»2.

Sea, pues, la sombra augusta del Libertador y la rememoración del primer intento de integración anfictiónica, el marco del tributo que hoy queremos rendir al hombre a quien un egregio grupo de venezolanos, encabezados por Carlos Soublette, calificó, cuando bajó al sepulcro y en medio de la adversidad, como «venerable patricio, de alma grande, de corazón esforzado, de preclara inteligencia, de impulsos generosos y magnánimos». Y de quien un vocero de la opinión pública del Ecuador, interpretando el parecer de los mejores espíritus de América, afirmó: «La historia dirá con caracteres indelebles que Gual fue ciudadano y magistrado, estadista y literato, jurisconsulto y diplomático, y dirá lo que difícilmente podría decir de otro alguno, y es que atravesó el largo espacio de nuestra sacrosanta revolución siempre probo, siempre inmaculado y que bajó a la huesa tan puro como el éter. Que Dios le reciba en el ancho seno de sus misericordias y que sus compatriotas imiten el santo ejemplo que les ha legado»3.

 

Iniciativas de otros próceres

No quisiera, en modo alguno, al destacar la inspiración de Bolívar y al subrayar la participación de Gual en el Congreso de Panamá, menospreciar la importancia trascendental que tuvieron las ideas y las iniciativas de otros egregios próceres, que propusieron a nuestra América el camino de su integración y le iluminaron el destino de su unidad. ¿Cómo olvidar el nombre excelso de Miranda, empeñado en «formar de la América unida una grande familia de hermanos» y de quien un jurista colombiano dijo: «Miranda fue así doblemente precursor: de la independencia americana y de la solidaridad continental»4. Figuras de primera línea en la historia de las nuevas naciones latinoamericanas concurrieron a la formación de un pensamiento que, por lo demás, no habría tenido la proyección que le corresponde si hubiera sido capricho individual de Bolívar y no expresión de una necesidad y de un anhelo, perceptibles por todos los que ponían su corazón y su mente en el destino de nuestros pueblos.

Recuérdese que la Junta Patriótica de Caracas de 1810 tuvo conciencia de «la grande obra de la confederación americana española»; que también la tuvieron, en Chile, Don Juan de Egaña y O’Higgins, quien anunció la gran confederación del continente americano»; que el Catecismo Político-Cristiano de Martínez de Rozas preveía «una unión de toda América por medio de un Congreso general»; que el Libertador San Martín promovió esa unidad y trató de realizarla comenzando por la unión tripartita de Argentina, Chile y Perú; que Monteagudo se pronunció en 1825 por «un congreso que sea depositario de toda la fuerza y voluntad de los confederados»; que José Cecilio del Valle, en Centroamérica, habló de «un congreso general»; que auspiciaron la unión Hidalgo y Morelos, en México y su ilustre compa­triota Lucas Alamán; que los grandes peruanos Sánchez Carrión y Unanue, y el brillante Vicepresidente de Colombia, Francisco de Paula Santander, y el prócer Don Joaquín Mosquera y Arbeláez y el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, dieron luz a la idea y calor a su realización; y que el eminente brasilero José Bonifacio de Andrada e Silva dijo con claridad: «El sentido común, la política, la razón en que ella se funda y la crítica situación de América nos están diciendo y enseñando a cuantos tenemos oídos para oír y ojos para ver, que una liga ofensiva y defensiva de cuantos Estados ocupan este vastísimo continente, es necesaria para que todos y cada uno de ellos pueda conservar intactas su libertad e independencia profundamente amenazadas por las irritantes pretensiones de Europa».

Silenciar estos hechos, olvidar otros nombres, como los de Simón Rodríguez, Bello y García del Río, Olavide, Mariano Moreno (a pesar de sus reservas), los jesuitas Salas y Pozo, Belgrano, Santa María, Briceño Méndez, Pando y Vidaurre, Pedro Molina, Mendizábal y Serrano, Funes, Pérez de Tudela, Michelena, Domínguez5, no puede estar en el ánimo de quienes, inspirados por el propio espíritu bolivariano seguimos pensando en la necesidad de una unión sin mezquindades ni recelos; ellos, y muchos más, fueron partidarios de lo que hoy se denomina integración; pero sería imposible, por contrario a la verdad y a la justicia, silenciar el papel de Bolívar, que en el decir de Belaúnde «fue el numen, el apóstol, el paladín sin miedo y sin reproche del americanismo» o ignorar el papel de «figura predominante» que en el Congreso de Panamá correspondió a Gual, según su biógrafo norteamericano Bierck.

 

Bolívar en el proceso integracionista

Es un distinguido internacionalista argentino, Mariano J. Drago, hijo por cierto de otro internacionalista de merecida recordación en Venezuela, quien define más categóricamente en nuestros días la cuestión histórica del papel de Bolívar en el proceso de integración que tiene su punto culminante en Panamá. «Hubo en el pasado —dice en una documentada obra publicada por la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, en Buenos Aires— y aún quedan publicistas obstinados en negar al Libertador la paternidad de la iniciativa»; pero «no es lícito disputar al inmortal caraqueño la prioridad de su concepción continental que en las inquietantes circunstancias del mundo hoy ha alcanzado dimensión universal»6.

Y en cuanto a Gual, la nota de instrucciones al representante diplomático de Colombia en los Estados Unidos, el 7 de octubre de 1824 y la dirigida el 9 de febrero de 1825 al representante de Colombia en México, han sido consideradas como las que mejor expresan el pensamiento de Bolívar sobre el Congreso de Panamá7.

Pero, volvamos los ojos atrás para fijar la trayectoria, y la participación en los grandes acontecimientos de su época, de aquel hombre que después de haber sido durante cinco años el Ministro de Asuntos Extranjeros de la Gran Colombia, abandona su puesto y se traslada a Panamá para empeñarse en realizar lo que considera el objeto central de su vida, la unidad de los nuevos Estados americanos.

Era un año menor que Andrés Bello y medio año mayor que Bolívar. Fue, como éste, discípulo de Don Simón Rodríguez. En aquella conjunción singular de tiempo y espacio, Pedro José Gual nació en Caracas el 17 de enero de 1783, hijo de Don Ignacio Gual, capitán retirado del batallón de infantería, y Doña Josefa Mónica Escandón, quienes para el momento en que el hijo solicita una de las becas seminarias en el Real Colegio de Santa Rosa «tenían escasos bienes de fortuna y una larga familia que mantener». La niñez debió transcurrir entre los relatos de la acción heroica del abuelo Mateo, quien fue objeto de reconocimientos y honores por haber defendido el territorio contra una flota extranjera en 1743. Pero la adolescencia imprimió en su espíritu la profunda huella de la tentativa de independencia encabezada por su tío Manuel Gual y José María España, con la participación importante de algunos connotados revolucionarios que como reos de Estado habían sido traídos de Europa y, posiblemente, también con la del padre de Gual, don José Ignacio. Al ajusticiamiento de España se atribuye una honda impresión en su alma, así como a la muerte de su tío en Trinidad, según algunos «de pesar» y según la tradición, envenenado. Su hija Josefa, en apuntes personales, decía: «Mi papá era entusiasta por la memoria de su tío Manuel» y relataba como un día siendo niño, «al volver del Colegio vio quemar al verdugo el uniforme, etc. del traidor Manuel Gual»8 Desde entonces se conjugaron en su alma la tradición heroica y patriotismo del abuelo y la devoción del tío y del padre hacia la independencia y el respeto a los derechos de los ciudadanos.

De su expediente Universitario9 consta que el 21 de setiembre de 1796 «entró a vestir» la beca seminaria; que obtuvo premios y distinciones en 1797, 1798 y 1802; que del 6 de mayo de 1799 al 28 de octubre de 1801 cursó el trienio de artes académico, obteniendo el 16 de diciembre de 1801 el grado de Bachiller en Artes; que del 29 de abril de 1803 al 30 de octubre de 1804 cursó Teología de Prima con el Dr. Gabriel José de Lindo, y de 1804 a 1805, Teología de Vísperas con el Dr. José Vicente Machillanda, recibiendo de ambos la constancia de haber cumplido, no sólo «en las materias que asignan las constituciones de esta Universidad, sino también en otras muchas que se trataron de extraordinario, sacando un aprovechamiento considerable», como «uno de los pasantes más asistentes y celosos en el cumplimiento de sus obligaciones»; que después de haber cumplido los diversos requisitos y pruebas recibió el grado de Licenciado en Teología el 11 de diciembre de 1806, que el 8 de febrero de 1807 se graduó de doctor en Teología y el 5 de noviembre de 1808 culminaron sus estudios jurídicos con el grado de Bachiller en Derecho Civil. Entre sus profesores debieron influirlo especialmente Felipe Fermín Paúl y Juan Germán Roscio, quienes después tendrán figuración en el movimiento de Independencia, y Baltasar Marrero, a quien tanto destaca Caracciolo Parra en su Filosofía Universitaria10, maestro igualmente de Bello, cuya célebre carta a Gual recuerda a la Universidad llamándola «anciana y venerable nodriza», si bien en la esperanza de que se despoje enteramente del «tontillo aristotélico tomista» para ponerse a tono con los movimientos modernos.

 

Pedro Gual y el Precursor Miranda

Nada de extraño tiene que Pedro Gual fuera sospechoso de participar en la conjura que debía iniciar en firme el movimiento de Independencia. Como él mismo le diría a Miranda, mucho había sufrido su familia: «bienes embargados, la ruina de mi propia casa, mi padre perseguido por Guevara y nosotros todos los que llevamos el apellido de Gual tildados con la nota de levantados»11. Se afirma que por amistad con su familia, el Gobernador Emparan «le advirtió que había orden de remitirlo a España con Madariaga y otros»12. Se marchó a Trinidad y allí se le autorizó para ejercer la abogacía, con el apoyo del Dr. Miguel Peña. Regresó después del 19 de abril a participar activamente en la formación de la primera república. Fue síndico procurador o intendente municipal de Caracas y diputado provincial.«Era yo miembro de la Legislatura Provincial de Caracas, en 1812 —dice en 1843— cuando el General Miranda, después de la retirada de nuestro ejército de La Victoria, me llamó a su lado, en unión del Licenciado Sanz, para que cooperásemos en la parte política y civil al buen éxito de la campaña». Sanz se retiró pronto por motivos de salud. Gual tuvo acceso constante e inmediato al despacho del Precursor. Su fidelidad a la memoria del infortunado prócer dio muestra elocuente del calibre de su personalidad. La defensa publicada en Bogotá le sirvió también de ocasión para hacer otra defensa: la de la lealtad como virtud esencial para el buen orden y conservación de las sociedades humanas. Describe la angustia de Miranda por evitar una guerra civil. «Contemplaba con horror las escenas de la revolución francesa, y nada deseaba con tanto ardor como alejarlas de Venezuela». «Nuestros paisanos —me decía frecuentemente— no saben todavía lo que son las guerras civiles». En su relato señalaba también el papel que cumplió la Sociedad Patriótica y recordaba con visible orgullo haber sido tres veces «presidente de esa ilustre sociedad»13.

Viene el desastre del primer ensayo de gobierno republicano. Ese desastre dejará residuos inevitables en Gual, como los dejó en Bolívar. ¿Tal vez de entonces viene su aprensión contra el sistema federal? ¿No arrancaría de allá la prevención que tuvo, como Bolívar y Bello, contra el teoricismo y la imitación de instituciones extranjeras? Es fácil entender que pensara que en Venezuela, como en la Nueva Granada o Ecuador, la federación no parecía el sistema más adecuado para asentar la Independencia y que ésta necesitaba una concentración de poder capaz de realizar el esfuerzo total por el triunfo. Pero es difícil entender que, todavía en 1858, Gual dijera que «el sistema federal no ha producido en este continente más que lágrimas, desolación y muertes». Más cuesta todavía explicarse que no admitiera, en los días constitutivos de la Gran Colombia, la necesidad de una estructura federal para que la unión de Virreinatos y Capitanía General de Nueva Granada, Quito y Venezuela pudiera funcionar de modo armónico y estable.

 

Gual en Estados Unidos

La derrota y prisión de Miranda se consumaron cuando Gual se aprestaba a viajar a los Estados Unidos como agente diplomático de Venezuela, en sustitución de Telésforo Orea, quien quería regresar a Caracas. Con el mismo Orea, con Palacio Fajardo y otros latinoamericanos, empieza a trajinar en serio los caminos de la diplomacia. Pero su ausencia no dura sino lo indispensable. Pasa a Cartagena, baluarte de la Independencia en el Caribe, y allí juega un papel importante, dentro de las complicadas y lamentables circunstancias que culminan en la caída de aquella posición. Antes del fin, le corresponde nuevamente salir para los Estados Unidos, en gestiones casi de desesperación. Sus andanzas por Norteamérica amplían más su horizonte y perfeccionan sus aptitudes como diplomático.

El documento que dirigió al Ministro de España en aquel país, solicitando que los prisioneros fueran respetados y tratados como prisioneros de guerra y que las leyes, usos y costumbres de las naciones civilizadas se observaran religiosamente, es modelo de elegancia, de dignidad, de fuerza persuasiva y de argumentación jurídica. «V. E. sabe muy bien —le dice— que la Nueva Granada y los otros reinos de América no han sido jamás colonias de España». Recuerda que poco después del Descubrimiento fueron incorporados a la Corona; pero «hemos sido tratados como colonos; pues que los españoles que son nuestros iguales se han vuelto nuestros amos, tenemos títulos suficientes para separarnos de la sociedad que debíamos formar». Se queja, de que al ejercer nuestros derechos «el gobierno de la pretendida metrópoli nos declaró rebeldes, nos proscribió como criminales, declaró nuestros puertos en estado de bloqueo, y despachó verdugos que nos degollasen»; siendo «muy evidente que las leyes comunes de la tierra, las máximas de humanidad, de moderación, de rectitud, de sinceridad, deben ser observadas de una y otra parte en las guerras civiles»14.

Su planteamiento no tuvo acogida. El temor que anunciaba, de que severas represalias ocurrieran, demostró ser fundado. Su alegato queda como una de las grandes piezas jurídicas, de una altura próxima al Acta de Independencia de 1811. Pasada la sangrienta contienda, no sólo gestionó con éxito el reconocimiento y amistad de España para la República del Ecuador, sino que abrió su espíritu a la idea de un necesario acercamiento con aquélla: «Quiera la Divina Providencia —escribió en 1843— que no esté muy distante el día en que las naciones de origen castellano se entiendan perfectamente bien, para que promoviendo en común su mutuo bienestar, se hagan capaces de adquirir en el mundo civilizado la grande importancia política a que la llaman sus destinos»15.

Asegurado en Guayana, por la perseverancia de Bolívar, el punto firme de donde definitivamente partirán las campañas libertadoras, Gual se trasladará de nuevo al teatro de la lucha y será uno de los hombres de mayor significación en el proceso de estructurar el nuevo Estado. Cumple funciones de importancia en Río Hacha, Santa Marta, Mampós, Barranquilla, Cartagena, realiza positiva labor al frente de la Gobernación de esta Provincia, pasa al Congreso de Cúcuta como Diputado por Cartagena y ejerce idóneamente el Ministerio de Hacienda y después el de Relaciones Exteriores, primero intervino y luego en propiedad, a partir de marzo de 1821. Y en reconocimiento a su valer intelectual, es uno de los miembros titulares de la Academia Nacional, que muestra en la nueva República, creada por Bolívar con el nombre del Descubridor, elevación de miras culturales y científicas.

La actuación de Gual como responsable de las relaciones exteriores de la Gran Colombia da la talla de su personalidad. Es un creador, un organizador, un pensador de largo alcance. En medio de circunstancias que comenzaban a separar caminos, logra ser el gran amigo y partidario de Bolívar que al mismo tiempo estimaba y era estimado en alto grado por el Vice-Presidente Santander. Trabaja mucho. En 1858 dirá que «para cualquiera que tenga nociones de las obligaciones y atribuciones de un Secretario de Estado en su despacho… el trabajo de un Secretario del Despacho es un trabajo hercúleo»16.

 

Las tierras ribereñas del Esequibo

Leyendo las instrucciones que da en 1822 a José Rafael Re­venga para la misión que va a cumplir en Londres no se puede menos que admirar la claridad, la precisión y la firmeza de sus términos y la amplia previsión de todos los aspectos que aquél debía considerar. La seriedad, circunspección y amplitud de esas instrucciones se muestran en importantes detalles, que estimaba necesarios para no exponerse a desaires ni permitir se desairara el prestigio del Gobierno que representaba. No dejaba de recordar la usurpación de tierras que según los tratados entre España y Holanda «nos pertenecen del lado del río Esequivo» y que habían ocupado colonos ingleses. «Es absolutamente indispensable —afirmaba— que dichos colonos, o se pongan bajo la protección y obediencia de nuestras leyes, o se retiren a sus antiguas posesiones. Comprendía, no obstante, que el planteamiento podía esperar una más favorable oportunidad, si adelantarlo significaría menoscabo del planteamiento fundamental, a saber, el del reconocimiento de la Independencia17.

Su labor al frente de la Cancillería tuvo siempre a la vista ese objetivo primordial: debía reconocerse nuestra personería internacional como país libre e independiente y garantizársenos el respeto de los derechos que la ley universal, como a tales, nos reconocía. No teníamos por qué pagar ningún precio indebido por ese reconocimiento. Así, decía a Revenga: «Ud. dará siempre a entender en dichas conferencias, que este Gobierno no está dispuesto a conceder a nación alguna privilegios exclusivos en perjuicio de cualesquiera otra». Especial preocupación le suscitaba el arreglo de la deuda externa, contraída por inexorables urgencias de la guerra y a veces agravada por imprudencias o inexperiencia de nuestros agentes; lo que imponía la necesidad de enfrentar a los acreedores, algunos de los cuales habían estado «animados de un interés sórdido y de una codicia sin límites»18. En la gestión de los asuntos internacionales grancolombianos, toda su actividad y su mayor atención se dirigieron, sin embargo, hacia el objetivo de lo que hoy llamaríamos la integración continental.

 

El mayor ideal del Libertador

Desde Londres, en su primera misión diplomática, Bolívar había afirmado en declaraciones de prensa, refiriéndose a los propósitos de los revolucionarios de Caracas: «Tampoco descuidarán de invitar a todos los pueblos de América a que se unan en confederación»19. El informe del Secretario de Relaciones Exteriores, Antonio Muñoz Tébar, en 1813, que refleja el criterio del Libertador, hablaba de «la reunión de toda la América Meridional, bajo un mismo Cuerpo de Nación, para que un solo Gobierno Central pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin que es el de resistir con todos ellos las tentativas exteriores, en tanto interiormente, multiplicándose la mutua cooperación de todos ellos, nos elevarán a la cumbre del poder y prosperidad» y se logre«el equilibrio del universo» 20.

Teniendo esta idea por guía y aspiración máxima, se enfrenta el pensamiento bolivariano con la realidad en la Carta de Ja­maica, donde su estilo, según Cuevas Cancino «para siempre jamás adquirió el tono grandioso, el realismo estricto que lo hizo concretar la eterna esperanza»21. «Es una idea grandiosa —dice la Carta— pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres, y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y del mundo»22.

El mayor ideal del Libertador era, pues, la organización de nuestra América bajo un solo gobierno. En los primeros momentos de su carrera, concretamente en 1813, llegó a acariciar esta esperanza, que de suyo no tenía por qué ser menos factible que la unión que lograron los antiguos colonos ingleses en el Norte. Esa gran nación habría de ser factor determinante en el equilibrio y la paz del Universo. Pero si la realidad demostraba que los factores discrepantes prevalecían —aunque fueran de menor importancia— sobre los factores vinculantes, debía aspirarse por lo menos a realizar el ideal de un Congreso que pudiera conducir a una anfictionía, capaz a su vez de asegurar la unidad de acción y de propósitos en medio de la variedad.

No había contradicciones en el pensamiento de Bolívar. La idea del Congreso anfictiónico no contradecía sino más bien trataba de lograr, al menos en alguna forma, el gran objetivo de la unidad de América. Tampoco la llamada Federación de los Andes, sobre la cual se ha debatido mucho y que vincularía en un pacto confederativo a la Gran Colombia, el Perú y Bolivia, negaba a la anfictionía total; como no niega en nuestros días el Pacto Sub-Regional Andino la aspiración integracionista expresada tímidamente en la ALALC y buscada penosamente por nuestra generación.

 

La patria es la América

La unidad de la América Meridional es un anhelo permanente en Bolívar. En proclama de 12 de noviembre de 1814 afirma: «Para nosotros, la patria es la América». Es el mismo pensamiento consagrado en carta a Pueyrredón, el 12 de junio de 1818: «una sola debe ser la patria de todos los americanos, ya que todos hemos tenido una perfecta unidad. Excelentísimo señor: cuando el triunfo de las armas de Venezuela complete la obra de su independencia, o que circunstancias más favorables nos permitan comunicaciones más frecuentes y relaciones más estrechas, nosotros nos apresuraremos con el más vivo interés a entablar por nuestra parte el pacto americano que, formando de nuestras repúblicas un cuerpo político, presente la América al mundo con un aspecto de majestad y grandeza sin ejemplo en las naciones antiguas»23. Y en carta a O’Higgins, de 8 de enero de 1822: «Pero el gran día de la América no ha llegado. Hemos expulsado a nuestros opresores, roto las tablas de sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas: mas todavía nos falta el fundamento del Pacto Social, que debe formar en este mundo una nación de Repúblicas»24.

Gual desde la Secretaría de Relaciones Exteriores de Colombia, es el mejor intérprete de esta aspiración de Bolívar. «El establecimiento de esta alianza constituyó la principal preocupación de Gual en su trato con las demás repúblicas hispanoamericanas, durante su ejercicio como Ministro de Relaciones Exteriores. La concepción de esta idea fue sin duda obra de Bolívar, pero Gual trabajó para llevarla a buen fin»25. Santander da fe, en carta al Libertador, de la devoción del Ministro por el héroe. Las palabras con que lo recomienda son elocuentes: «excelente ciudadano y empleado, hombre de muchas luces, de mucha probidad, de miras vastas, decidido patriotismo y amigo fiel de usted. Yo soy muy apasionado de Gual, me parece que en materia diplomática sabe mucho, mucho y sus cálculos miran a lo futuro y a hacer el bien general de la América»26.

 

Hitos memorables

Como hitos memorables en el camino hacia Panamá deben mencionarse las misiones Mosquera y Santa María, enviadas en 1822 hacia el Sur y hacia el Norte, a buscar tratados de alianza que preveían la reunión conjunta para una alianza general. «Ambas misiones hacen época, y por sus vastísimos propósitos adelantáronse a todo cuanto se había hecho»27. Las instrucciones dadas por el Ministro a los comisionados insisten en «la formación de una Liga verdaderamente americana». «Es necesario que la nuestra sea una sociedad de naciones hermanas, separadas por ahora en el ejercicio de su soberanía por el curso de los acontecimientos humanos, pero unidas fuertes y poderosas para sostenerse contra las agresiones del poder extranjero. Es indispensable que ustedes encarezcan la necesidad que hay de poner los cimientos de un cuerpo anfictiónico o asamblea de plenipoten­ciarios que dé impulso a los intereses comunes de los Estados americanos, que dirima las discordias que puedan suscitarse en lo venidero entre pueblos que tienen unas mismas costumbres y unas mismas habitudes, pero que por falta de una institución tan santa pueden quizás encender las guerras funestas que han asolado a otras regiones menos afortunadas»28.

También se insiste sobre el punto en las instrucciones a Revenga, enviado a Londres en el mismo año de 1822: «Ya he puesto anteriormente en noticia de usted nuestros proyectos en México, Lima, Chile y Buenos Aires, sobre la adopción de un sistema confederativo que mancomune nuestros intereses y dé a la marcha de los negocios públicos la unanimidad y consistencia necesarias. Tenemos las más lisonjeras esperanzas de que se realice una obra de tanta importancia y que va a fijar nuestros destinos de un modo inexorable. De aquí inferirá usted cuántos son los deseos del Gobierno de Colombia en que usted coopere también por su parte a que aquellos proyectos se lleven a ejecución lo más pronto posible».

Y en ese mismo documento, con luminosidad que resalta a siglo y medio de distancia en el tiempo, se define el concepto de lo que hemos llamado en nuestra gestión de gobierno la solidaridad pluralista, vale decir, la búsqueda sincera de la unidad en la diversidad. «Para dar más unidad e inspirar mayor confianza en estas comunicaciones (se refería Gual a las que debían dirigirse a los representantes de las otras naciones latinoamericanas) es indispensable que usted prescinda de la naturaleza y forma de sus distintos gobiernos, contrayéndose únicamente a la Independencia, como el vínculo más seguro de unión y concordia entre todos. Mucho deseamos aquí que la América entera marche por una misma senda, porque, la divergencia de nuestras instituciones políticas iría insensiblemente relajando los vínculos de la naturaleza y desmembrándonos unos de otros como si jamás hubiésemos tenido un origen común. Pero esta unanimidad de sentimiento y de principios no podrá conseguirse en pocos años por las distancias inmensas a que estamos obrando. Ella será el fruto del tiempo, de la experiencia, de la persuasión, de la convicción y de los vínculos que debe crear una confederación verdaderamente americana. Usted, pues, se conducirá en esta parte con los Ministros de los otros puntos de América, con la prudencia, circunspección y sabiduría que son indispensables para poner nuestras relaciones con ellas en el mejor estado de permanencia y solidez»29.

 

El Congreso de Panamá

El 7 de diciembre de 1824, dos días antes de la Batalla de Ayacucho, el Libertador expide desde Lima su histórica convocatoria para el Congreso de Panamá. Gual secunda desde Bogotá, con tenacidad admirable, la iniciativa del Congreso. «En la verdadera perspectiva histórica —dice un profesor norteamericano que ha hecho el más paciente y completo estudio de la vida pública de Gual— el Congreso de Panamá fue obra de dos hombres: Bolívar, que dio origen a la idea, y Gual que la hizo realidad»30.

Llega el momento decisivo. Gual presiente la terrible magnitud del fracaso y hace un esfuerzo heroico para salvar lo que se salvó: la resonancia futura de la convocatoria y el camino abierto a la posteridad. Se lanza a la mayor aventura de su vida: casado, con familia, deja la elevadísima posición que ejerce y se traslada en cuerpo y alma al istmo panameño, que no tenía entonces los adelantos y comodidades con que hoy cuenta. Ya que Bolívar en persona no puede asistir, forzoso es para él hacerlo. Sale para Panamá por propia solicitud. «Gual me ha suplicado lo nombre para esta Diputación —dice Santander a Bolívar— y he accedido porque siendo muy graves e interesantes los objetos que deben tratarse, éste reúne todas las cualidades necesarias y está embebido en el espíritu del gobierno y el de usted». El Vice-Presidente insiste más tarde en explicar al Libertador: «Gual irá porque él está embebido del espíritu de usted y del Gobierno y porque sabe mucho derecho público y porque tiene un patriotismo puro y desinteresado»31. Días duros, sinsabores y disgustos, embarazos domésticos, incomprensiones, carencia de recursos, dificultad en las comunicaciones, todo ello lo va a afrontar con el coraje que supo mostrar en los grandes momentos. Escribe a Bolívar para desahogarse y para tratar de aprovechar el prestigio del Padre de la Patria como instrumento necesario del éxito. Se da cuenta de su ruda sinceridad y le aclara: «He dicho a Usted cuanto me ha ocurrido con la franqueza de un amigo»; pero, al mismo tiempo, no puede contener el testimonio más devoto: «amo a usted con pasión»32.

Después de mucha brega, el 22 de junio de 1826, el Congreso se instala. Por aplicación de una regla formal que vino a consagrar lo que una justa elección habría debido imponer, Gual lo preside. El 15 de julio se firman los tratados. Se ahogarán en la marea de los acontecimientos, pero quedarán como un radiofaro para la navegación futura. Entre tanto, la Cosiata, el 25 de setiembre y tantas otras peripecias, menoscaban la reputación de Co­lombia. Cuando salió de Bogotá después de cinco años de labor —dice— «Colombia gozaba de una reputación exterior, cuya pérdida es preciso llorar con lágrimas de sangre»33. Pero no es sólo el drama de la Gran Colombia. Es que todo el Continente pareciera haber perdido el rumbo. Sólo los Estados Unidos saben lo que quieren y lo buscan con perseverancia. Los Estados Desu­nidos confrontan brotes de anarquía en todos los niveles. Gual se traslada a México, lucha, espera, porfía. «Los males de mi Patria y los de toda la América —dice al Ministro Revenga— han abatido mi espíritu y enfermado mi cuerpo más allá de toda ponderación. Necesito del reposo en alguna de nuestras montañas, y espero que nuestro Gobierno me lo conceda por la respetable interposición de usted»34. Por fin regresa y ve a Bolívar antes de que el pesar cubra por mucho tiempo con manto oscuro la luminosidad de su obra.

 

Gual, símbolo humano de la Gran Colombia

Gual podría ser señalado como símbolo humano de la Gran Colombia. Caraqueño insigne, en su propia ciudad natal irá a cerrar con el más intenso dramatismo la parábola de su vida pública. Ciudadano de Cartagena, constituyente en Cúcuta, Ministro en Bogotá, casado con una distinguida dama neogranadina, guardó siempre gran afecto y mantuvo una ligazón indestructible con la Nueva Granada, que habría de ser después nueva Colombia35. Guayaquil le dio hogar y tumba; fue el primer diplomático del Ecuador al lograr el reconocimiento ante las cortes europeas. Su hija Josefa vivió y enseñó por largos años en el Guayas, como testimonio del afecto que mantuvo por aquella tierra, a la que, siguiendo el ejemplo del Maestro con sus discípulos, supo amar hasta el fin. Y Panamá fue el teatro del más noble de sus desprendimientos y del más alto de sus empeños. En 1858 afirmaba, en memorable discurso parlamentario: «Aunque Colombia ha dejado de existir, su nombre ha quedado como un recuerdo de gloria; y aún queda una remota esperanza de un porvenir que no sé cuando se realizará; esto no podrá ser hasta que Venezuela y las otras secciones de aquella gran República resuelvan el difícil problema de su existencia política, que es de lo que nos ocupamos hace mucho tiempo, y a lo que no podemos dar solución satisfactoria. Luego que nos constituyamos, los grandes intereses de este país nos llevarán necesariamente para adelante. Las naciones todas tienden a su expansión para ser respetadas, y ejercer un influjo saludable en los destinos de la humanidad»36.

Por otra parte, ligado a México, a Centroamérica, al Caribe, preocupado siempre por tender lazos de amistad y buscar justas soluciones que aseguraran la armonía con el Perú, Chile, la Argentina y todo el Cono Sur, comprensivo del gran papel del Brasil en el futuro americano, es uno de los mejores prototipos de la integración latinoamericana, sin que aminoren este carácter algunos desahogos inevitables en el curso de arduas negociaciones. Su proposición sobre nacionalidad en la Constitución del 58 incluye la nacionalidad por adopción, para «todos los naturales de las Repúblicas Hispanoamericanas que presten juramento de obediencia y sumisión a la Constitución y leyes de la República»37. Además, por el conocimiento de aquel país y por su disposición a buscar fórmulas felices para el entendimiento con los Estados Unidos, es también figura ejemplar en el campo de las relaciones hemisféricas. Su visión de lo que debe ser la cooperación fraterna con España, entre pueblos iguales, en ejercicio de iguales derechos, su búsqueda de una participación razonable de América Latina en los problemas del Universo y en las relaciones con Europa, redondean su imagen, que no desmerece ante aquellos colosos que fueron sus paisanos: ante Miranda, ante Bolívar, ante Bello, ante Sucre, ante esa pléyade increíble que produjo la patria cuando era más pobre y pequeña, como un testimonio indestructible de su ser, ante la humanidad.

 

Esfuerzos infructuosos en México

En marzo de 1827, Gual embarca en Acapulco de regreso después de agotar infructuosamente todos los recursos para que continuara en Tacubaya el Congreso Anfictiónico, como se había acordado. Trae el corazón desgarrado. Pero ha de vivir, servir y sufrir treinta y dos años más. En junio ve a Bolívar. En setiembre, negocia la paz entre Colombia y el Perú, para liquidar una desdichada contienda cuya única luz había sido la que Sucre encendió con su actitud en Tarqui. Se reúne nuevamente con el Libertador y lo acompaña en Quito y Bogotá, donde es testigo apesarado de la terminación de Colombia. No asiste al Congreso Admirable, aunque le eligen Diputado por Caracas; no acepta un Ministerio al Padre de la Patria, ni tampoco, más tarde, a Caicedo; se dedica al ejercicio de la abogacía, interrumpido por una misión diplomática que el Ecuador le confió, en ejercicio de la cual fue a Londres y en Madrid celebró tratados de paz, amistad y reconocimiento, y de comercio y navegación. Ratificados debidamente, él mismo los canjeó en 1841 y regresó a América para ejercer la abogacía en Bogotá desde 1842.

La nostalgia del ser venezolano le llamaba, sin embargo, a nuestra tierra. Sale con su familia y en Mérida encuentra la noticia de lo ocurrido en el Congreso en enero de 1848. Vacila, pero sigue. Llega a Caracas y rehúsa toda posición política. Ejerce, enseña, traba amistad o la renueva con gente ilustre, entre la cual cabría nombrar a Fermín Toro, Manuel Felipe de Tovar y Juan Vicente González. Pero la fuerza misma de los hechos lo sumerge en la lucha, para entrar en la última, a la vez más destacada y más dramática etapa de su vida, desde la preparación de la Revolución de marzo de 1858.

Tres veces estuvo encargado de la Presidencia de la República. La primera, cuando el pueblo de Caracas lo puso al frente del Ejecutivo al renunciar Monagas, mientras llegaba de Valencia el Jefe de la Revolución, General Julián Castro, por apenas tres días. La segunda, como Designado a la Presidencia, desde la renuncia del Presidente Castro, el 2 de agosto de 1858, hasta el 29 de setiembre, en que asumió el poder el Vice-Presidente Manuel Felipe Tovar. La tercera, a partir del 21 de mayo de 1861, cuando por renuncia de Tovar, que había sido electo Presidente, le correspondió como Vice-Presidente encargarse del mando, hasta el golpe del 29 de agosto de aquel mismo año, que produjo la dictadura de Páez.

 

Gual, presidente, ¡hay que ponerlo!

Cuando encargué al eximio artista Tito Salas pintar para la re­sidencia presidencial de La Casona un óleo en que se reuniera, como sólo él podía hacerlo, a los Presidentes de Venezuela durante el siglo XIX, se convino en que sólo estarían los Presidentes titulares, ya que el número y carácter de los Encargados complicaría innecesariamente la tela. Pero al nombrar entre los últimos a Gual, saltó a los labios del pintor una afirmación incontenible, que no podía tener de mi parte sino una aceptación inmediata: «¡a Gual hay que ponerlo!». Y se puso. Allí está.

Esta anécdota hace resaltar, a mi entender, el carácter casi fatal de la culminación de una carrera pública, que era la llegada de Gual a la más alta magistratura. El había dicho —y nada autoriza a dudar de su sinceridad— «yo no aspiro a nada, Señor, lo único que deseo es bajar a la región de los muertos dejando a mi patria en el camino de la felicidad»38. Pero, con su deseo o contra su deseo, Gual iba a ser Presidente de Venezuela. Lástima que llegara a aquella elevada posición a la edad de 78 años y en momento en que el torrente de las pasiones y la quiebra de las estructuras iban más allá de toda humana posibilidad para una voluntad como la suya, animada por el deseo de lograr la paz y el progreso a través del derecho.

Así pintaba la situación Valentín Espinal: «¡Nuestra deshonra llega a lo sumo ante los extraños! ¡Las relaciones con las potencias extranjeras se turban! ¡El tesoro está exhausto y empeñado! ¡Los servidores públicos sin pan! ¡El crédito interno se esconde, el tráfico se ahuyenta! ¡La industria muere y el trabajador expira! ¡Las propiedades se extinguen, y campos pingües son cenizas ardientes! ¡La miseria extirpa la vida en la choza del pobre y adusta invade la habitación del rico! ¡La escasa moral se aniquila y el rencor se extiende entre ciudadanos aislados y discordes! ¡ El resentimiento y el ansia de venganzas envenenan el porvenir…! Pero aún hay más porque también la sangre corre a torrentes sobre el área toda la República! ¡La ferocidad mancha nuestra historia y desmiente nuestro carácter! ¡El asesinato atroz pierde su horror, y aun lo consagra el odio!»39

 

Rasgos políticos

Ante los sucesivos acontecimientos, su figura luce con un gran equilibrio personal y político. Debo confesar que generaciones como la mía han tenido la impresión de Gual como demasiado conservador, demasiado rígido, demasiado cerrado a los atropellados impulsos del progreso. Pero un mejor estudio demuestra lo contrario. No es que no tuviera ideas muy firmes contra el sistema federal, como las tuvo Bolívar, y fuese un creyente fanático en las soluciones legales, hasta el punto de rehusar encargarse del Poder a la caída de Julián Castro mientras no renunciara el Presidente y decir, al hacerlo, que la legalidad se había salvado. Pero, si durante el proceso de la Independencia fue constantemente un revolucionario, en el de la organización del Estado auspició la necesidad de cambios.

En la Convención de Valencia habló de «esa inmensa revolución a que se encamina el mundo: revolución inevitable, que amenaza en todas partes y que debe llegar muy pronto» y observó, por cierto, al referirse al Clero (dando motivo a una inteligente respuesta del entonces presbítero José Antonio Ponte): «Si el Clero católico no se incorpora pronto a ese movimiento renovador del mundo, tendrá que hacerlo a la fuerza de las circunstancias y con notable detrimento de la causa religiosa»40. Invocó «aquellas mejoras sociales que por tanto suspiramos, y que nuestras disensiones políticas alejan cada vez más de nuestro querido país». Su posición frente a los bancos sitúa sus ideas económicas muy lejos del individualismo. «Pero se dice —afirmó— que estos bancos son una industria particular. ¡Oh! señor, ésta es una equivocación completa: los bancos precisamente son una de las instituciones que más exigen la vigilancia e inspección inmediata de las autoridades constituidas». En punto a federalismo, su definida actitud no cayó en extremos centralistas: «Estoy —dijo— por una descentralización armónica y uniforme que no destruya el principio de la unidad; no estaré nunca por esas federaciones de vida frágil e incierta». En lo que se mostró intransigente fue en limitar la autoridad a través de las leyes y las instituciones: «no estoy ni estaré jamás porque se confíe a nadie un poder arbitrario de que los hombres están dispuestos a abusar»41.

 

Intervenciones parlamentarias de Gual

Sus intervenciones en la Convención no han sido, todavía suficientemente analizadas. Habla con frecuencia y claridad. No teme decir cosas que pueden ser mal interpretadas, pero las expone con diafanidad. Actúa con una intensidad que no haría sospechar su edad, pues había ya pasado los tres cuartos de siglo.

Dice, por ejemplo: «Yo me opongo y me opondré siempre en esta Convención a todo sentimiento de localidad: uno de los más hermosos resultados del régimen representativo es combatirlos; el individuo que ha nombrado una provincia o un cantón representa la Nación entera». Y luego: «El territorio de Venezuela es el patrimonio que nos han dejado nuestros padres como un depósito sagrado… Estoy, pues, y estaré, por el artículo de que el territorio de Venezuela es inenajenable, y que por ningún pretexto puede venderse parte alguna de nuestro territorio, en contraposición al artículo de la Constitución de 1830, que autorizaba al Congreso para ello». Por otra parte, se opone al sufragio universal «que no es más que lujo, exageración, romanticismo de principio liberal», pero aclara que es contra el voto de «los que profesan obediencia pasiva y otros incapaces de sufragar libremente». Para aquel momento los Estados Unidos, el modelo republicano por excelencia, elegían por segundo grado al Presidente, en tanto que Napoleón III había aprovechado el voto universal para aniquilar la República y restablecer el Imperio. Esto pesa en su ánimo para inclinarse por la elección presidencial indirecta. Y en cuanto a los cabildos, se opone a que existan en cada parroquia «porque entrando en la práctica, en la realidad, ¿a quién se puede ocurrir en las parroquias para formar esas juntas?»; pero se pronuncia por los cabildos cantonales, que equivalen a lo que son hoy los Concejos Municipales. Defiende la permanencia de los jueces, como «una verdadera garantía, que nos pusiese a cubierto de toda arbitrariedad… La inamovilidad de los jueces, señor —afirma— es la que crea la magistratura, el sacerdocio de la ley, encargado de dar a cada uno lo que es suyo… Este es el único modo de formar una verdadera magistratura». Atribuye a la organización del Poder Judicial una importancia decisiva. «No olvidemos, señores, que es nuestro deber, nuestra obligación la más premiosa, concurrir con nuestro contingente a formar las costumbres de este pueblo, para que sea un día verdaderamente libre.

De tres modos podemos cooperar eficazmente a este objeto: primero, con el buen ejemplo; y ¡cuán doloroso es, señor, confesar que estos ejemplos no han sido siempre los que debían esperarse, aun en aquella clase que estaba destinada por su educación, por sus relaciones de familia, por su propiedad y por otros mil títulos a darles modelos acabados de moralidad y orden legal! Contribuimos también a morigerar nuestros pueblos en la educación primaria, formando sociedades para diseminar conocimientos útiles en las generaciones que se levantan y en cuyas manos han de recaer necesariamente un día los destinos de nuestra República. Contribuimos últimamente y del modo más eficaz a afirmar las costumbres por medio de la magistratura, que da sin muchos rodeos a cada uno lo que es suyo, y reprime el vicio en el umbral mismo del crimen. Insiste en la urgencia de una ley orgánica del Poder Judicial, porque «las libertades públicas no existen en las bellas arengas de los cuerpos deliberantes, sino en la recta, pronta e imparcial administración de justicia». Se pronuncia por la centralización de la judicatura, «porque todos estamos persuadidos de que, aun admitiendo el sistema federal, cada Estado sería incapaz de tener un sistema judicial propio». Y dedica especial preocupación a la problemática juvenil: «Y esa turba de muchachos que vemos por nuestras calles, en cuyos labios está la impureza y en sus manos ese movimiento demoledor que destruye cuanto encuentra ¿no necesita, acaso, de una legislación juvenil? ¿No necesita Venezuela poner en la buena senda esos seres, que pronto van a ser miembros de la sociedad en que nacieron?»42.

No es esta la ocasión de continuar exponiendo la actuación parlamentaria de Gual en la Convención de Valencia, que se enlaza, al cabo de 37 años, con la del joven Gual del Congreso de Cúcuta. Pero no está de más destacar su permanente interés por desarrollar «los grandes intereses de esta Nación que todavía está virgen». Dentro de ese interés se empeñó, por ejemplo, en llamar la atención hacia la navegación, destacando nuestra condición de país marítimo.

En medio del torbellino, toca a Gual subir el más alto escalón de su carrera y padecer la más amarga experiencia de su ciclo vital. Es apasionante el relato que su hija Josefa escribió, de aquellos días que culminaron con su última lección, inscrita con caracteres indelebles en la historia de Venezuela43. A veintiseís años de distancia, Gual y Echezuría repiten el episodio de Vargas y Carujo. «Mándeme Ud. a La Rotunda —dice el Presidente—, Ud. puede hacerlo todo, porque tiene en su mano la fuerza bruta; pero sepa Ud., Coronel Echezuría, que Ud. se ha degradado, que Ud. se ha envilecido, que cuando Ud. escriba su hoja de servicios no olvide que hoy ha echado sobre ella una mancha que no podrá quitársela ni aun cuando se le eche tierra encima». Desgraciadamente, la posición de Páez no era la misma que la del 35, pues creyó que en la asunción del poder absoluto estaba la salvación de la República. Ante la actitud lamentable del ciudadano esclarecido, conscientes de las sombras que sirven de contraste a su brillante estela, invoquemos solamente las palabras finales de su autobiografía, escrita en 1850: «Termino, pues, la historia de mi vida donde debió haber acabado mi carrera pública».

 

Los meses finales de su vida

El último exilio fue, no cabe duda, el más doloroso para Gual. No es aventurado admitir que la amargura de los meses finales precipitó su muerte. Tenía dolor de Venezuela. Para consuelo de su espíritu, lo llamó el Ecuador, que por boca de Flores le decía lo que ratificó el Presidente García Moreno: «Venga Ud. a este pueblo que lo ama… a esta su patria»44. Falleció en Guayaquil el 6 de mayo de 1862. Una información de prensa observa: «Los honores tributados al ilustre Gual son los mayores que se conocen y los mayores que permiten nuestras leyes. El Ecuador se los ha tributado a sí mismo, porque los ha tributado no sólo al último magistrado de Venezuela, sino a un prócer de la Independencia americana, que pertenece a toda ella, y muy especialmente a nuestra República»45. En Caracas, venezolanos muy calificados, en medio del turbión se irguieron para promover el reconocimiento de aquél a quien llamaron «patriota inmaculado, prócer de nuestra independencia, orgullo y honra de la patria». Una Necrología, posiblemente emanada de la pluma de Juan Vicente González, afirmó: «Su vida pública es un tesoro y la privada un modelo»46.

En su retrato histórico, queda todavía una interrogación. ¿La inflexibilidad de Gual fue, quizás, factor de su fracaso, o, mejor, de otro fracaso del gobierno civil en Venezuela? Así lo sugiere en su elegante estilo Gil Fortoul, quien opina: «Llamado al poder en momentos de guerra, tumultos y pasiones, conserva su austeridad de filósofo estoico. Pero esa misma austeridad le impide plegarse a las indispensables transacciones de la contienda partidaria. Diplomático profesional, su diplomacia es arte de gabinete, de corte, de congreso, de tiempos bonancibles. Severo y adusto, sabe más de exponer principios y examinar sistemas, en conferencia con cerebros que se le parezcan, que no de manejar hombres enloquecidos o armonizar sentimientos exaltados: le falta, en la política diaria, la flexibilidad sutil de Soublette, la gracia amable de Fermín Toro. Era su entendimiento de un pensador que ve de lejos y previó la catástrofe.

Mas al propio tiempo, era su carácter como el roble: resistió a la tempestad hasta que lo arrancara de cuajo»47. Podría, sin embargo, observar que Gual no debió ser tan difícil en el trato humano, pues se llevó muy bien con Miranda y Bolívar, con Santander y Flores, con Roca-fuerte y con el mismo Páez. El testimonio equilibrado de Valentín Espinal da fe de que Gual en 1861 «no estaba animado entonces de ideas exageradas ni de aversión contra los hombres que la adoptaban» (la Federación), y recuerda que hizo la tentativa de llevar a Bruzual y a otros destacados federales a su gabinete «para impedir la sangrienta acción de las armas». «Inútil —añade— fue esta final tentativa de paz, porque los acontecimientos se precipitaron»48. Lo que él no pudo evitar no lo pudieron evitar tampoco Soublette, quien estuvo noblemente a su lado hasta el final durante la consumación de su desgracia y encabezó el testimonio venezolano de reconocimiento ante su muerte; ni Toro, quien asumió frente a Páez Dictador la misma actitud que asumió Gual, y murió poco después haciendo decir a González: «Ha muerto el último venezolano». No fue, es cierto, un político pleno ni construyó una fuerza orgánica que diera sustento a sus ideas; pero fue, además de hombre de pensamiento y de visión y magistrado probo, un estadista de innegable idoneidad y un hábil diplomático que no actuó solamente en tiempos de paz sino en medio de la guerra, y no sólo ante las cortes y gobiernos de países institucionalizados, sino ante caudillos y ambiciones desplegadas en los incidentes de la lucha por la independencia.

 

Meditación en Kavanayén

Comprometido con la Sociedad Bolivariana a preparar este discurso, hilvano estas ideas desde Kavanayén, en plena Gran Sabana. Tengo ante mis ojos la dilatada extensión de los territorios más remotos de la patria, rodeados de tepuyes milenarios. Sus bosques amparan innumerables ríos, que van a formar uno de los mayores caudales de energía en Venezuela y en el mundo. Convivo con compatriotas llegados a nuestra tierra siglos antes que los europeos y oigo reverente explicar el Evangelio de Cristo en una lengua que se habla allí desde mucho antes de que resonara el castellano en nuestro hemisferio.

A una distancia relati­vamente corta están el inmenso sub-continente del Brasil y el territorio que ocupa una nueva República, formada sobre lo que hasta hace pocos años denominaban la Guayana Británica: per­cibo la apremiante verdad de la distancia real en que la geografía política nos tuvo separados de aquél, cuyo destino es inseparable del destino de Hispanoamérica, hasta el punto de que fue sólo hace tres años cuando por primera vez se encontraron un Presidente del Brasil y un Presidente de Venezuela en esa zona fronteriza; y me abruma pensar en el largo proceso de frustración histórica que segregó del nuestro ese territorio esequibo, que constituye una unidad geográfica e histórica con la Guayana Venezolana. Leo y releo varios textos, indispensable marco al estudio de la prócer figura del Doctor Pedro Gual. Y si me absorbe la belleza de nuestra tierra, me abisma la increíble capacidad que tuvo nuestra Patria para producir hombres de una suprema calidad.

Más que la asombrosa vastedad de sus recursos naturales, vuelve a impresionarme la incomparable calidad de aquellos recursos humanos. Gual habría sido, en cualquier parte, figura de primera magnitud. La circunstancia de ser contemporáneo de Bolívar y de Bello, y de Sucre, y del Generalísimo Miranda, aunque al mismo tiempo lo inunda en la brillante luz de esa constelación, aminora la perspectiva desde la cual ha de apreciarse la dimensión de su personalidad y de su obra.

En el centenario de la muerte de Bello dijimos que esta patria, habiendo producido a Bolívar y a Bello, no tiene excusa para no acometer grandes empresas. Hoy sentimos la necesidad de reafirmar que una patria que produjo también a Miranda, y a Sucre y a Gual, no tiene excusa para no mantener una creciente fe y una legítima personería en la integración latinoamericana. A ciento cincuenta años del Congreso Anfictiónico de Panamá, duro es reconocer que no se ha andado mucho en el camino verdadero de la integración, aunque se hayan dado indiscutibles pasos en la construcción de un Derecho Internacional Americano. La admonición de los próceres resuena, retumba en la inmensidad de la sabana, y pasa las fronteras. Nuevamente la conjura de factores adversos frustra la anfictionía, que parecía dispuesta a madurar, al siglo y medio del intento de 1826. El sacrificio de Gual por aquella empresa, que llamó sublime, es el motivo humano más ejemplarizante para remover un compromiso: el de hacer de nuestra América una sola patria; el de afirmar en medio de nuestras diferencias, aquella unidad fundamental sin la cual jamás podrá alcanzar su destino, el brillante destino que soñaron los forjadores de nuestras naciones y que expresó mejor que ninguno el verbo iluminado de Bolívar.

Notas

  1. Carta al Secretario de Relaciones Exteriores de Colombia, José Rafael Revenga, desde México, el 21 de enero de 1828.
  2. Id. desde Acapulco, el 29 de noviembre de 1826.
  3. Transcripción en notas de Doña Josefa Gual, hija del prócer, a que se hace más adelante referencia.
  4. Jesús María Yepes, Del Congreso de Panamá a la Conferencia de Caracas, 1955, T. I, p. 28.
  1. Una exposición documentada y sistemática de los antecedentes del Congreso de Panamá puede verse en la obra laureada de Jesús Maria Yepes, Del Congreso de Panamá a la Conferencia de Caracas, publicada en Caracas, 1955, Tomo I, pp. 15-80, y en la obra, también laureada, de Francisco Cuevas Cancino, con el mismo título, Tomo I, pp. 15-114.
  2. Mariano J. Drago, El Congreso de Panamá, Buenos Aires, 1970, pp. 14-15.
  3. J. M. Yepes, ob. cit., I, 73-74.
  4. La copia del manuscrito de Doña Josefa la debo al buen amigo y documentado historiador Manuel Pérez Vila. El original reposa en la Fundación Boulton. Fue publicado en la Revista de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, Vol. XXI, N° 73.
  5. Cuya copia tengo completa por bondad de otro excelente amigo, Manuel Pinto, gran bolivariano.
  6. Filosofía Universitaria Venezolana (1788-1821), Caracas, 1933, pp. 54 y ss.
  7. Pedro Gual al General Miranda. Guayra, 28 de julio de 1812, en El General Miranda, por el Marqués de Rojas, Paris, Garmis, 1884.
  8. Lisandro Alvarado, Obras Completas, Tomo V, Historia de la Revolución Federal en Venezuela, Caracas, 1956, p. 393. Bierck habla más bien de «fuga», para la cual «solicitó permiso de Emparan para ir a Trinidad, como abogado de Francisco González de Linares» citando a Vicente Dávila, Investigaciones Históricas, p. 160, N° 3. Es posible que el permiso para viajar hubiera sido previamente convenido o disimulado por Emparan el verdadero motivo del viaje.
  9. Blanco y Azpúrua, Documentos para la Vida Pública del Libertador, III, pp. 758-762.
  10. Aparece transcrito en las notas de Josefa Gual a que se refiere la nota 8.
  11. En la Defensa de Miranda, citada en la nota 13. En la Convención de Valencia, el 30 de setiembre de 1858, reiteraba: «soy de opinión y abogaré siempre por esta comunidad de intereses de la raza latina, de la gente que habla la lengua castellana: es un consuelo para nosotros en cualesquiera desgracia encontrar una patria común en cualesquiera de las Repúblicas Sur-Americanas».
  12. Sesión de la Convención Nacional, matutina, del 14 de agosto.
  13. Pedro I. Cadena, Anales Diplomáticos de Colombia, Bogotá, 1878, pp. 425-446 (12 de julio de 1822).
  14. Segunda comunicación, de 16 de julio de 1822, prevista en la anterior. Cadena, ob., cit., pp. 446-457.
  15. En el Morning Chronicle. V. Cristóbal L. Mendoza, Las Primeras Misiones Di­plomáticas de Venezuela. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia, vol. 52, p. 104.
  16. Escritos del Libertador, Tomo V, pp. 369-377.
  17. Cuevas Cancino, ob. cit., I, p. 24.
  18. Itinerario Documental de Simón Bolívar (Escritos Selectos), Ediciones de la Presidencia de la República, homenaje al Dr. Vicente Lecuna en el Centenario de su nacimiento, Caracas, 1970, pp. 130-131.
  19. Lecuna, Cartas del Libertador, II, p. 20.
  20. Ibid., XI, p. 197.
  21. Bierck, Vida Política de Don Pedro Gual, p. 324.
  22. Lecuna, Cartas de Santander, Tomo II, p. 102.
  23. Cuevas Cancino, ob. cit., I, p. 33.
  24. Yepes, ob. cit., I, pp. 42-43.
  25. V. nota 17. Esa idea de solidaridad pluralista le impulsó a hacerse adalid de la resolución de los problemas de fronteras. Fue propulsor de la tesis del uti possidetis juris de 1810 y se inclinó por los límites naturales, porque se evitarían problemas para el futuro (carta a Bolívar desde Panamá, de 12 de abril de 1826).
  26. Bierck, ob. cit., p. 445.
  27. Lecuna, Cartas de Santander, Tomo II, pp. 9, 34 (Cartas de 6 de marzo y de

6 de mayo de 1825).

  1. Carta desde Panamá, 11 de abril de 1826, O’Leary, Memorias, VIII, pp. 436-441.
  2. Carta a Revenga, 21 de enero de 1828.
  3. Ibíd.
  4. La esposa de Gual, doña Maria Rosa Domínguez y Roche, era una dama bogotana de alto valer, según relata el Dr. Julio Tobar Donoso. Era cuñada del prócer granadino José Fernández Madrid. El matrimonio Gual-Domínguez contraído a fines de 1822, tuvo varios hijos, a saber: Pedro, Juan, Manuel, Pacífico y Josefa. Doña María Rosa acompañó a Gual a Panamá y dio a luz en México, y supo darle animosa compañía en sus posteriores andanzas. Murió en Caracas en 1857. Los restos de Gual, en cumplimiento de disposición testamentaria de doña Josefa, fueron trasladados a Bogotá. Algunos de estos datos pueden verse en el documentado ensayo biográfico publicado por Tobar Donoso en Quito, 1963 (pp. 79, 130, 139, 143).
  5. Sesión del 29 de setiembre.
  6. Ibíd.
  7. Sesión de 7 de octubre de 1858.
  8. Pensamiento Político Venezolano del Siglo XIX, Tomo XII, pp. 682 y ss.
  9. Sesión de 7 de octubre.
  10. Pensamiento Político Venezolano del Siglo XIX, Tomo XII, pp. 537, 634; Tomo X, p. 395. Insistiendo sobre aquellos temas dijo: «las colonias españolas, fundadas sobre la base de la concentración absoluta del poder, deben descentralizar prudente y armónicamente las administraciones locales, sin debilitar el principio de la unidad» (Tomo XII, p. 615); y «no estoy, repito, por conferir el poder arbitrario a ningún mortal sobre la tierra, porque la flaqueza humana generalmente conduce al hombre a abusar» (Tomo X, p. 895).
  11. Sesiones de 7 de julio, 29 de julio, 9 de agosto, 13 de agosto, 14 de agosto y 26 de agosto de 1858.
  12. Véase la nota 8.
  13. De las mismas apuntaciones de doña Josefa Gual.
  14. Nota de Doña Josefa Gual, citada.
  15. Idem.
  16. José Gil Fortoul. Historia Constitucional de Venezuela, Parra León Hermanos, Editorial Sur-América, Caracas, 1930, Tomo III, p. 183.
  17. Pensamiento Político Venezolano del Siglo XIX, XII, p. 679.